Joaquín Araújo, 50 años haciendo que nos enamoremos de la naturaleza

El divulgador Joaquín Araújo.

El escritor y divulgador ambiental Joaquín Araújo.

Cincuenta años de profesión no se cumplen todos los días. Y menos con entusiasmo. El escritor y divulgador ambiental Joaquín Araújo reúne ambas características: experiencia y entusiasmo aún verde, muy verde. Comenzó con ese tótem de la protección de la naturaleza en España llamado Félix Rodríguez de la Fuente y ahí sigue, en activo, con más de un centenar de libros; el último, un homenaje a esos 50 años vividos con tanta naturalidad: ‘Laudatio Naturae’ (La línea del Horizonte).

Pilar Rubio, editora de La Línea del Horizonte, ha tejido con esmero este libro-homenaje a nuestro naturalista más conocido (con permiso de Luis Miguel Domínguez, otro gran amante de lo salvaje al que desde aquí enviamos muchos ánimos para su recuperación), reuniendo muchos de los aforismos a los que Araújo entrega en los últimos años algunas de sus ideas más brillantes, siempre entrecruzándose con el agua, los árboles, el viento, el horizonte, las montañas…, junto a 12 escritores de la talla de Antonio Muñoz Molina, María Novo, José Antonio Marina, Eduardo Martínez de Pisón y Julio Llamazares, que han elaborado textos en los que juntan su pasión por el cuidado del entorno con su admiración hacia Araújo.

Sirvan estos pequeños extractos de Laudatio Naturae para sumarnos desde El Asombrario a ese homenaje al hombre que –parafraseándole a él– se embosca, nos da alas libres y atalanta

Antonio Muñoz Molina dice de él que es un hombre de muchos vientos y pocos aspavientos, y destaca, junto a su escritura, su activismo: “En este país tan obsesionado por la modernidad y por la moda y por los aspavientos que las favorecen, una de las personas más modernas de verdad es este hombre discreto, Joaquín Araújo, que se dedica a observar el mundo como un naturalista del siglo XIX y que donde se encuentra de verdad en su salsa no es en medio del ruido de la moda y de lo moderno, sino en el silencio rumoroso del campo”. “Araújo ha puesto su prosa al servicio no solo del conocimiento, sino también del activismo a favor de la causa más urgente que existe ahora mismo, aunque casi nadie le preste atención, que es la de la preservación del mundo natural, de lo que queda de él, de ese equilibrio precario y casi milagroso que hizo posible la vida humana, y con el que la proliferación insensata de la estupidez humana parece dispuesta a terminar”. “Creo que no hay nada que yo admire más: la combinación del conocimiento y del entusiasmo, de la sabiduría y el gusto de estar en el mundo, este mundo, el único que hay. Esa es la lección admirable de Joaquín Araújo”.

Palabras ahora de la escritora y editora Pilar Rubio: “Si pienso en Joaquín, pienso en agua. El agua vuelve acuáticas estas palabras porque está en el origen de este libro. Pienso también en Oriente, en el día que vi a Joaquín trazar, en esos enormes cuadernos que lleva en la cartera de cuero, primero el kanji del árbol, luego el del agua. Un kanji no es solo una grafía, sino una maraña semiótica que vincula imágenes, emociones y significados materiales, por eso hace mucho que practica esos ideogramas como si fueran las escrituras de su propia biblia. El agua le define, eso piensa. Saberse un ser ácueo le ha hecho remar durante cincuenta años por estas marejadas que cada vez son más putrefactas, y arrastran, probablemente ya sin remedio, las inmundicias de una testarudez que ya hemos empezado a pagar”.

María Novo, una de nuestros puntales en la educación ambiental: “De la mano de Joaquín recuperamos la inocencia de retornar a la mirada transparente. E, incluso en ausencia de luz, avanzamos bajo el asedio de la destrucción recomponiendo despacio el paisaje real y el paisaje de los sueños”.

Julio Llamazares. El escritor leonés que tanto ha mirado al paisaje y el mundo rural se fija en la reivindicación que hace Araújo del silencio, de la nada, del vacío, de la contemplación, del quedarse quieto, del confundirse con el bosque y la línea del horizonte: “El vacío no es el envés de la vida sobre la naturaleza, sino la naturaleza que vuelve a su condición primigenia, esa que todos aspiramos a alcanzar después del viaje de ida y vuelta que es la existencia. Pocos son los que han sabido entenderlo y de ellos es la felicidad y el placer, la sabiduría y el consuelo que procura saberse en medio del mundo y tan lejos de él a la vez”.

Terminamos con algunos pequeños textos y aforismos del propio Joaquín Araújo recogidos en Laudatio Naturae:

“La destrucción de la Natura es un masivo acto de machismo supremacista”.

“La Natura es una escuela de otredad, de comprender a lo otro, de convivir con las diferencias. Pedagogía, pues, de la serena convivencia y, claro, de tolerancia”.

“Frente al generalizado enclaustramiento de los ojos entre paredes y pantallas, poco, o nada, resulta más liberador que la línea del horizonte. Entre otras cosas, porque nunca es una línea y mucho menos 625”.

“Acostado, el horizonte espera a la noche para acostarse con ella”.

“Me llamó el silencio y acudí”.

“¡Qué coherencia aliviadora que libros y árboles compartan la palabra hoja!”.

“Verde es la verdad más grande de este planeta”.

“Me ocupa todo lo desocupado”.

“¡Ese horizonte me acaba de sacar del tiempo!”.

“Cuando el vacío decidió buscar compañía, llevaba mil eternidades pensándoselo”.

“Me considero un emboscado, es decir, alguien que se plantó a sí mismo en el seno de la selva mediterránea para compartir afanes y desdichas de los árboles. No menos para intentar que fueran más las fábricas de transparencia que los tablones en el aserradero o ceniza arrastrada por la lluvia. Me embosqué, es más, para ver cómo, según entras en la espesura, en la otra dirección y a toda velocidad huyen las mezquindades de los que mandan y, la acaso peor todavía, esa de los que obedecen ciegamente. Me embosco porque considero a esta civilización y a la mayor parte de su cultura como un árbol arrancado por ella misma y, claro, secándose. Me embosco porque incluye volver al origen, es decir, para incluir mi destino en él. Me embosco porque los árboles me han demostrado ser el gran vínculo, el mejor poema, la más generosa realidad de este planeta”.

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