“El arte es un refugio donde pedir piedad”
La exposición `Las hélices del obstáculo’ reúne en la galería madrileña Mad is Mad los mundos oníricos de Juan Carlos Mestre –premio nacional de Poesía– y Alexandra Domínguez. Con una sugerencia para quien la visite: “El arte es un refugio donde pedir piedad”, según Mestre, “próximo al desorden de las ideas y los cuerpos”. De la misma forma que el poeta Jesús Aguado ha dicho a propósito de Mestre: “La poesía es o debería ser una propuesta de felicidad universal”.
Uno de los libros que tengo del poeta y pintor leonés Juan Carlos Mestre, la antología que preparó en su día Jesús Aguado para el Fondo de Cultura Económica, está dedicado. No se trata de las palabras que con más o menos cariño se escriben en las páginas iniciales, sino de un dibujo: el perfil del rostro de una figura humana se yuxtapone a otro, en una atmósfera atravesada por un cielo azul. El dibujo se convierte así en una parte del libro, como un poema más.
Mestre ha contado alguna vez que no hay una diferencia entre la poesía y la pintura. Digamos que son expresiones artísticas siamesas, hermanadas, una no camina sin la otra. De ahí que su poesía sea tan plástica y su pintura tan poética. Ambas beben del mundo de los sueños, donde prevalece la libertad, la imaginación y el azar. Y el azar ha querido que Juan Carlos Mestre y la también poeta y pintora Alexandra Domínguez se encuentren físicamente en Mad is Mad cuando voy a visitar un viernes por la tarde su muestra conjunta, Las hélices del obstáculo, que se expone estos días en esta pequeña y coqueta galería de Chueca hasta el próximo 11 de marzo.
La música del azar, en palabras de Paul Auster, ha querido también que los cuadros de estos dos artistas, pareja en la vida real, no solo dialoguen entre sí desde propuestas diferentes de la responsabilidad estética, en una conversación muy fructífera, sino que lo hagan con la complicidad cercana de una de sus referentes, la también escritora y pintora Leonora Carrington. La Fundación Mapfre acaba de inaugurar en su sede de Recoletos la primera gran retrospectiva de Leonora Carrington, referente ineludible del movimiento surrealista. En la mirada de Mestre no solo encontramos las huellas de Carrington (muy recomendable la biografía que escribió sobre ella Elena Poniatovska), también la de Remedios Varo, Dalí, Picasso o Max Ernst y por encima de todos ellos El Bosco, claro.
Uno es como escribe o como pinta, y viceversa. Cuando me ve entrar en la galería Juan Carlos Mestre me da un abrazo generoso, como sus palabras. Me acompaña a ver la exposición y entonces es como si se desdoblara, la persona y la obra. Mestre duerme poco, “soy bastante insomne”, me dice, y pienso si no será esa falta de sueño lo que le haga soñar despierto cuando trabaja: mucho. Por esos hilos por los que nos lleva la imaginación, el rostro de mi libro dedicado se prolonga en esta muestra, donde los cuadros conviven con algunas esculturas. Barrocos y oníricos, habitados por animales y faunos, los cuadros (y las esculturas) de Mestre son fértiles, frondosos y exuberantes, como sus poemas. “La poesía es o debería ser una propuesta de felicidad universal”, escribe Jesús Aguado sobre Mestre, quien ha recibido numerosos reconocimientos, entre otros el Premio Nacional de Poesía.
Ese mismo sentimiento de felicidad es el que uno siente al mirar estos lienzos, donde otro mundo es posible. “El arte es un refugio donde pedir piedad”, me dice Mestre, autodidacta, “próximo al desorden de las ideas y los cuerpos”. En este espacio onírico, deslumbrante, mágico y feraz de sus cuadros, con ecos de La Metamorfosis de Ovidio, hay un protagonismo para la naturaleza y los animales. En bastantes se cuela un caracol, lo que me gana definitivamente pues son de mis animales preferidos. Los humanos deberíamos seguir el ejemplo de estos gasterópodos, vivir con su simplicidad radical (no dejen de leer El sonido de un caracol salvaje al comer, de Elizabeth Tova Baily).
Alexandra Domínguez, a quien no conocía en persona, había salido a tomar un café poco antes de que yo llegara a Mad is Mad. Pero de nuevo suena la música del azar, pues cuando estaba a punto de irme llegó la pintora y poeta chilena, afincada en España desde 1989. Si Mestre es la abundancia en la pintura y la escritura, Domínguez es el esquema y el signo, la huella de la memoria. Tus cuadros me recuerdan a las pinturas rupestres, le digo a Domínguez, Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez por su libro La conquista del aire. Son como esas primeras historias que nos dejaron nuestros antepasados en las cuevas, en las que se reflejaban escenas de caza, nacimiento y muerte. La obra de Domínguez apela a lo ancestral y primitivo, a la memoria, a ese pasado lejano que, sin embargo, habita nuestro presente, aunque ni siquiera lo sepamos. “Intento reflejar todo aquello que me conmueve”, me cuenta.
En las hojas de sala de la galería, nos explica:
“Escribió el poeta René Char que un poeta debe dejar huellas y no pruebas, porque solo las huellas nos hacen soñar. He seguido el rastro sigiloso de ese pensamiento toda mi vida, y por ese camino, más cerca del trabajo concebido como el oficio de una delicada pasión que el de una razonada declaración de principios, han salido al inspirado viaje de lo incierto mis grabados, pinturas y poemas.
La búsqueda de un rastro, el hallazgo desconocido de una estética que devenga en conducta e ilumine, aún en su leve precariedad, la conciencia. Creer en la belleza podría ser seguir apostando por los lenguajes del porvenir, adelantarse para encontrarnos en él un lugar futuro, un espacio que por misterioso también lo sea en su cualidad de inquietante y, acaso, hasta conmovedor”.
Y ya que menciona a Char, creo que no hay mejor manera de cerrar esta crónica de una exposición que no deberían perderse que con las palabras de poeta francés, que transitó durante un tiempo en el surrealismo, en la traducción de un amigo común, Jorge Riechmann: “En nuestras tinieblas no hay un sitio para la Belleza. Todo el sitio es para la Belleza”.
‘Las hélices del obstáculo’, de Juan Carlos Mestre y Alexandra Domínguez, puede visitarse en la galería madrileña Mad is Mad hasta el 10 de marzo.
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