El paleontólogo Juan Luis Arsuaga recupera su única novela
Un muchacho sin nombre al que llaman ‘Piojo’ está explorando lo que hay ‘Al otro lado de la niebla’. Con las mismas pulsiones hace 15.000 años con las que hoy exploramos el Universo. En realidad, ese es el título de la novela del paleontólogo Juan Luis Arsuaga que, 20 años después de su primera y casi inadvertida publicación, recupera ahora con la editorial Destino para llevarnos de la mano por ese pasado humano violento, incluso cruel, en el que vivíamos en conexión absoluta con la naturaleza y aún no había aparecido el deseo de tener y gastar si no era por mera supervivencia. Para hablar de aquel momento, y de nuestro presente, nos reunimos con el autor, codirector en el proyecto de Atapuerca, en un céntrico hotel de Madrid.
Esto de reeditar no es habitual, ¿por qué recuperar esta obra; por cierto, la única de ficción que ha escrito?
Reconozco que es raro reeditar. Las editoriales siempre prefieren libros nuevos, como la moda de temporada, que se cambia aunque lo anterior todavía funcione. Este libro salió dentro de una colección de Planeta, pero fue una tirada pequeña y no hicieron más. Llevaba 20 años intentando que se pudiera leer de nuevo, porque desapareció pronto. Al final les convencí.
Si lo hubieras escrito hoy, ¿habrías cambiado algo?
Nada. Es más, lo leo ahora y me resulta ajeno. No me veo a mí mismo escribiéndolo. En los ensayos sí me encuentro, es mi voz, y así tiene que ser, pero con este libro no se ve al autor que soy y eso me parece maravilloso.
Lo que se nota es que hay un científico detrás en las descripciones del paisaje, en la mirada puesta en la geología y la biología. ¿Cuánto de conocimiento científico contiene?, ¿fue premeditado o salió así?
Creo que en todo hay ese conocimiento de la ciencia. Los libros de Prehistoria me decepcionan, porque los autores no saben de naturaleza, ni de biología o geología. Son, en general, personas que escriben dentro de su casa. Pero en la Prehistoria la protagonista es la naturaleza; sin ella no hay relato que contar. Por ello no me atrae leer libros novelados sobre el pasado prehistórico. Puede que la trama esté bien, pero no me imagino cómo era esa vida a través de sus páginas. Ahí se nota la diferencia con la novela histórica. Cuando se lee sobre, por ejemplo, el Imperio Romano, se describen los paisajes urbanos, pero en ese pasado anterior no había palacios, sino un espacio natural en el que se vivía.
¿Crees que esta novela recuperada puede ayudarnos a reconectar con la naturaleza, dado que parece que hemos perdido ese vínculo?
Ese es el problema número uno. Se ha perdido la conexión con ella. El pensamiento mágico, primitivo, se resume en una frase: todo está conectado. Nos ha costado miles de años que la ciencia comprenda cómo funciona esa conexión. Al final, comprobamos que tenemos una epidemia de covid, un cambio climático, etcétera, y que son problemas que tienen mucho que ver con que todo esté conectado. En esa época era un conocimiento intuitivo, se sabía que la naturaleza tenía un orden, leyes, causas y consecuencias. Se era consciente de que funciona como una máquina y, si lo alterabas, llegaba la desgracia. Entendían que las cosas no pasan porque sí. Pero nosotros hemos estado viviendo como si nuestras acciones no tuvieran esas consecuencias, como si no importara arrojar plásticos al mar o tener miles de cerdos en granjas, de los que luego nos bebemos sus purines. Y tenemos que reconectar con esa idea que existía en el pasado de que lo que hacemos sí tiene impacto.
¿En qué momento perdimos los humanos esa capacidad de relacionar actos y consecuencias?
En el siglo XX. Recuerdo que estuve excavando en el Middle Awash de Etiopía más de un mes en la década de 1990 sin tener un solo contacto con el exterior. Ahora también allí hay móviles, pero entonces el que se iba a la ciudad llamaba a las familias de los otros para avisar que todo estaba bien. Los cambios son recientes. Incluso hemos estado a punto de cargarnos la capa de ozono por un gas.
¿Se puede decir que estamos experimentando una ‘involución’ o estamos en proceso de transición a nuevos cambios?
Yo soy un utópico, así que me imagino que vamos hacia el paraíso. En realidad, es obligatorio ir hacia allí y lo importante es hacer lo posible para ello. ¿Cómo conseguirlo? Con más conocimiento y más ciencia. La ignorancia no mejora nada. Luego no hay nada que impida que creamos que podemos vivir 8.000 millones o 10.000 millones de personas en un planeta maravilloso, en armonía, con paz y justicia, y respetando la naturaleza. No hay razón científica. Eso no quiere decir que lo consigamos, pero se puede. Leía que en España hay más reservas marinas protegidas que territorio terrestre. Y eso es algo nuevo. Estoy convencido de que podemos vivir en un mundo mejor. La ciencia no nos dice que la utopía es viable.
¿Qué habría que hacer para conseguirlo?
Hace falta tecnología. Algunas ya están en marcha, como las que reducen la huella de carbono. Nadie quiere volver a usar las velas, pero sí se quiere producir electricidad descarbonizada. Creo que la tecnología nos va a ayudar a conseguirlo.
Volviendo a la novela, en el fondo lo que rige aún los destinos humanos son emociones como la amistad, la violencia, el amor, la violencia…
Es cierto que hubo mucha violencia en la prehistoria y la hay en los pueblos de cazadores y recolectores actuales también. La naturaleza humana, la mente, sigue siendo la misma que en el pasado. Lo que ha cambiado es la mentalidad. Su manera de ver el mundo era distinta a la nuestra. No porque no viajaran y conocieran. Ahora vivimos en un mundo globalizado y, sin embargo, todo es igual. Cuando viajo ya no sé qué traerme de donde voy. Todo se puede comprar en la tienda de enfrente, cuando antes bastaba ir a Murcia para ver cosas distintas que en Madrid. Es verdad que hoy podemos ir muy lejos, más ahora que en el pasado, pero para comer la misma pizza aquí, en Roma o en Singapur. Yo voy mucho a México y me dicen que allí no comen tacos, que es lo que nos venden aquí.
¿Cuánto de Atapuerca hay en ‘Al otro lado de la niebla’?
Supongo que hay mucho de Atapuerca, pero también de otros yacimientos en los que he estado. Los protagonistas vivían en la meseta, pero no es una novela inspirada en un lugar en particular. Desde luego, el de Pinilla del Valle, en Madrid, es muy inspirador, pero también lo son los de la cornisa cantábrica o Valencia, donde he trabajado.
¿Cómo es el prehistórico que se esconde en nosotros?
Es maravilloso. Sensible, soñador, creativo, disfrutón… Tiene toda nuestra parte positiva. También es conversador. Es verdad que la parte violenta también la conservamos, pero no la tenemos dentro, sino fuera.
Vivimos un momento de aceleración tecnológica ahora con la inteligencia artificial, ¿hasta qué punto nos puede cambiar la vida?
Nunca me forraré opinando de este tema porque triunfa lo contrario, pero yo creo que tendrá efectos positivos. Ya hoy gracias a la inteligencia artificial se gestiona el tráfico de los coches contaminantes o los que no lo son en una ciudad. Y como este ejemplo hay otras muchas utilidades. La IA no nos va a engañar más que lo que nos vienen engañando hasta ahora. Manipulación ha habido siempre. En realidad, creo que no es tan lista, porque no está resolviendo temas fundamentales como dar una solución al cáncer o al Alzheimer. La mayor parte de las cosas que hace son trabajos mecánicos, pero con ella ni vamos a vivir 200 años ni nos va a esclavizar ni va a colapsar la civilización.
¿Se animará a escribir otra novela?
Para hacerlo te lo tienen que pedir. Si no, se queda en un cajón. Mi novela no la había leído casi nadie. Pero sí me gustaría una historia más moderna, ya tengo pensada alguna idea.
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