Juan Trejo: «Domina la sensación de que todo va a acabarse»

El escritor Juan Trejo. Foto: Iván Giménez.

El escritor Juan Trejo. Foto: Iván Giménez.

El escritor Juan Trejo. Foto: Iván Giménez.

Tras ‘El fin de la guerra fría’, Juan Trejo regresa con una nueva novela, ‘La máquina del porvenir’, y lo hace por la puerta grande, al ganar el Premio Tusquets 2014 y al proponernos una obra narrativa que sin duda se postula como una de las mejores novelas de este año que está ya llegando a su fin. ‘La máquina del porvenir’ es una novela sobre los anhelos y sobre la necesidad de volver a confiar en un futuro, en lo factible de las ideas y de los sueños, por muy ficción que nos parezcan.

Trejo rinde homenaje a la ficción en tanto que elemento consustancial del individuo. La búsqueda de los propios orígenes se convierte en La máquina del porvenir en la reconstrucción de la segunda mitad del siglo XX; es el punto de partida para viajar a distintos lugares geográficos en los que los hechos históricos y culturales se entremezclan con las vidas de los personajes, todos ellos inmersos en la reconstrucción de un pasado convertido en ruinas y con la mirada puesta en un futuro, en un porvenir, cuya formulación se hace indispensable.

Comencemos con una frase de la novela: “Contar la historia de mi vida, la historia de mi padre y de mi abuelo, e incluso la de Víctor, es contar la historia del mundo”. ¿Narrar la historia de uno es narrar la historia de todos?

Esta idea tiene mucha relación con una frase de la tradición judía que dice que salvar a un ser humano es salvar al mundo; yo quería enfocar la novela, en parte, desde esta perspectiva, en tanto que contar la historia de alguien es hacer que este alguien viva y, a la vez, es contar la historia de cualquiera, es decir, de todos. Óscar, el protagonista, al comenzar el relato de su historia personal, se da cuenta de que tiene delante una historia que le supera, que no le atañe sólo a él. También es cierto que no sé si esta idea es generalizable, aunque sí que describe el propósito de La máquina del porvenir, cuyos personajes, en particular el abuelo, retratan el siglo XX.

¿Y por qué el siglo XX? O, mejor dicho, ¿qué significa para ti el siglo XX?

Para mí el siglo XX es el siglo de los olvidados, de los héroes anónimos, y no me refiero sólo a aquellos, aunque también, que lucharon en las múltiples guerras de este siglo, sino a la gente que se levantaba por la mañana, iba a trabajar y trataba de sacar adelante a su familia guiados por el ideal de un bien futuro que hoy ya no existe.

Describes un mundo despedazado, en ruinas, que recuerda aquel ‘Mundo de ayer’ de Zweig, pero que busca una salida…

Creo que hay algo de esto que comentas. Para mí, la biografía de Zweig es un libro fundamental, un libro, y no lo digo por decir, que tengo en la mesilla de noche. Cuando escribía la novela no era muy consciente, porque, hasta cierto punto, la historia, al tiempo que la escribía, me iba sorprendiendo. No fui consciente desde el inicio de la dimensión que terminarían por adquirir los personajes, sólo una vez concluida la redacción me di cuenta del propósito que, sin saberlo, escondía el libro: yo quería, escondido tras el protagonista, rescatar, a través de la recuperación del pasado, la idea de esperanza o de futuro. Vivimos en un tiempo en el que domina la sensación de que todo está a punto de acabarse, de que no hay un plus ultra; de contestar a esta sensación predominante nace el título de la novela: la máquina del porvenir, la máquina capaz de construir un futuro, la esperanza de un futuro.

En este sentido, escapas del giro melancólico de Zweig y proponer reconstruir ese mundo de ayer.

Sí, podríamos decirlo así: el personaje de Óscar parte del presente para reconstruir un pasado, un pasado que descubre imprescindible para tener precisamente ese mismo presente. Una de las ideas de la novela, de hecho, es la fuerza del presente y la necesidad de vivirlo: la máquina, aparentemente nace para viajar en el futuro, pero pronto se convierte en un engranaje para penetrar el presente.

Juegas con el tiempo y con la ironía en el título: te refieres a la máquina del porvenir, pero luego en la novela afirmas que sólo es posible hablar del pasado. Te desmientes a ti mismo.

Es verdad, me desmiento aunque no completamente, porque se trata, al fin y al cabo, de narrar el pasado para reconquistar una idea de futuro: no se puede narrar lo que está por venir, simplemente lo que ya ha transcurrido o lo que transcurre en el presente, pero se narra en vistas a un porvenir, poniendo en discusión así la linealidad propia del tiempo.

Borras así la linealidad temporal.

Si, en parte sí, en cuanto la novela propone más bien que el tiempo es simultáneo, más que lineal. De esta forma me desprendo del concepto de progreso, que no me gusta particularmente.

Es un concepto que ha tenido usos muy perversos.

Sí y sobre todo en relación al arte. Baudelaire y su generación nos maldijeron con las ansias por lo nuevo, porque la búsqueda incesante de lo nuevo puede convertirse en un camino sin retorno, pero sin un punto firme de llegada.

Es interesante la idea que subyace en tu novela de que la construcción del porvenir y la reconstrucción del pasado se realizan a través de la ficción, de la imaginación.

No hay otra manera, y sobre todo creo que ahora es el momento de reivindicarlo, en contraposición a la explosión de la literatura del yo y de la no ficción, considerada como lo verdaderamente necesario. El descrédito de la ficción es injusto, pues todo lo que consumimos, material, emocional e intelectualmente, está basado en la ficción: no hay nada más ficticio que un recuerdo, por ejemplo. Para mí La máquina del porvenir es una reivindicación del hecho de narrar y una reivindicación de la imaginación, entendida no como fantasía, sino como un nexo que une el mundo interior con el mundo exterior. Las ficciones tienen que ver precisamente con esto, narrar es unir estos dos mundos y, por tanto, al menos para mí, no hay otro modo para vivir el presente o para asimilar el pasado si no es a través de la imaginación.

En este sentido, te apoyas en el concepto romántico de imaginación, que se opone a la idea de ‘fancy’, de fantasía.

Para mí el romanticismo es el gran momento, a nivel artístico, de la historia; es el último movimiento en el que se podía pensar sin un ápice de ironía la cuestión de la trascendencia. A partir de ahí, habrá breves momentos en los que se intentará recuperar este ideal, pero los románticos son los últimos en hablar de un arte marcado por el anhelo de transcendencia, un anhelo profundamente humano.

Tu novela se presenta aparentemente irónica con el tema de la trascendencia: Óscar debe aceptar su imposibilidad.

Confieso, sin embargo, que una de mis luchas como escritor es contra la ironía. Para mí es un libro anti-irónico.

Me has desmontado la pregunta.

No, en absoluto, entiendo perfectamente lo que quieres decir y comprendo que se vea la ironía en el tratamiento que hago de la auto-ayuda y de todos aquellos maestros de pacotilla que la rodean, pero creo que, en la base de libro, está ese anhelo de trascendencia que no está teñido por un tratamiento irónico. Ese anhelo es algo extremadamente serio, algo que en parte todos tenemos y que buscamos expresar de formas distintas; evidentemente vendedores de crecepelo hay en todas partes, pero no hay que confundir este anhelo con el uso que algunos charlatanes han hecho de él. El anhelo es legítimo y hay -y esta es la propuesta de la novela- algunos caminos para poder satisfacer o responder a este anhelo: Óscar descubre en el narrar la posibilidad de trascendencia, porque sin esa narración no hay nada.

¿La máquina del porvenir es uno de los caminos para escribir esta posible trascendencia?

En mi caso, la idea de máquina tiene que ver con esa confianza en el futuro, es decir, la máquina como aquello que configuraba materialmente el deseo de futuro y no con el artefacto, más propio de las vanguardias, no con la idea de una máquina auto-suficiente. La máquina que aparece en mi novela no es un artefacto, es más un símbolo o, incluso, una excusa narrativa para plasmar materialmente ese anhelo del que hablábamos y la necesidad de buscar un modo para satisfacerlo. La máquina del porvenir no busca progreso, es un engranaje que, al contrario, busca recuperar el legado romántico.

La recuperación del legado romántico es la recuperación de la imaginación y la ficción. En este sentido, tu obra dialoga con la tesis de Ricardo Piglia de que toda recuperación del pasado es la escritura de un relato de ficción.

Para mí, Piglia es un referente narrativo y, sin duda, su reconstrucción del pasado en tanto que construcción de una ficción subyace en mi novela; Respiración artificial ha sido un referente ineludible, lo ha sido y lo es. Compararme, y sobre todo con alguien como Ricardo Piglia, me da vergüenza, aunque posiblemente confluyamos en esta consideración del relato del pasado como relato de ficción. Para mí todo es discurso, todo es narración, y el empeño de borrar el relato del pasado no es válido, es necesario recuperarlo y hoy más que nunca, en cuanto el discurso del presente parece estar marcado por la discontinuidad, por lo fragmentario.

En cuanto a la reconstrucción del pasado y, sobre todo, en la idea de que la historia de uno es la historia de todos, un referente es Sebald, cuya presencia también subyace en tu novela.

No hay adjetivos para definir a Sebald y, evidentemente, es otro de mis referentes literarios: su manera de reconstrucción del pasado dialoga con mi novela en cuanto al uso de la ficción. En Austerlitz, los datos que el personaje conoce acerca de su historia son mínimos y no tiene otra opción que rellenarlos y adornarlos con un relato de ficción que él mismo va construyendo. Óscar hace lo mismo. La diferencia, sin embargo, entre la propuesta de La máquina del porvenir y Sebald es que este último quiere, o al menos así lo entiendo yo, afirmar la verdad histórica, mientras que Óscar no tiene esta pretensión; al contrario, termina por darse cuenta del carácter de ficción de su relato, una ficción que a él le vale, le funciona, aunque no pueda afirmarse la verdad histórica a partir de ella.

La ficción ayuda a rellenar los huecos de la historia y en tu novela se hace patente en forma de divertimento con un juego metaliterario: en ‘La Máquina de Porvenir’ encontramos a Bellow, al protagonista de ‘The watchmen’, a Rodolfo Walsh…

Hay divertimento y hay construcción de la realidad, puesto que todos nosotros construimos nuestra realidad a base de personajes ficticios, de personajes reales, de lecturas, de vivencias… El punto de divertimento responde a mi convicción de que la construcción de la realidad y de nuestras vivencias puede entrañar algo de divertimento sin implicar ni lo inconsciente ni lo tontuno. El mundo en que vivimos también tiene espacio, debe tenerlo, para lo divertido, lo ameno; no todo debe ser el gran discurso, a la vez que este gran discurso, a pesar de lo que se dice desde la postmodernidad, todavía existe y puede hacerse: yo abogo por el gran relato en el que el divertimento y los momentos de paréntesis no estén excluidos.

En este gran relato histórico que construyes, juegas con las piezas, los nombres,la realidad y la ficción y, así, nos encontramos a un profesor de ciencias llamado David Foster Wallace.

Se llama en verdad David Wallace.

El Foster entonces se lo he puesto yo en mi deformación lectora.

Pues tu deformación es la prueba de lo que decíamos antes. La inserción de estos nombres tiene sin duda un carácter de chiste, de broma, y es el reflejo de esta construcción ficcional de la realidad. La presencia de un profesor llamado David Wallace es la prueba de que no podemos confiar en que el relato que tenemos delante sea el relato de una verdad empíricamente comprobada. En contraposición, aparecen personajes como Nikolas Tesla, personajes reales, históricos, que dan ese valor de verdad y de historia demostrada y demostrable.

Una referencia clave es la mención a Sebastián Knigt, pues condensa y resume la trama y las ideas de tu novela.

Este comentario es de nota, porque es una referencia muy breve y que quise poner, aunque de refilón, puesto que La vida de Sebastián Knight es una grandísima novela cuyo personaje, precisamente como tú bien dices, resume o condensa el sentido de La máquina del porvenir. Te confieso que me has dejado muy sorprendido con tu apreciación porque es una breve alusión en un momento dado, narrativamente sin gran relevancia, una alusión a la que no quería sustraerme, aunque consideraba que era difícil de ser percibida.

Con estas alusiones, subrayas la idea de que nuestra mirada de la realidad se construye desde la ficción y, de hecho, tu propia mirada de México es una mirada construida a partir de ‘Los detectives salvajes’ de Bolaño.

Yo conozco México a través de las películas y de la narrativa; la leyenda de Sonora pertenece a Roberto Bolaño, pero también a Carlos Castaneda, que está también muy presente en la novela. Las direcciones que menciono de México D. F. son extraídas directamente de Los detectives salvajes y algunos de los personajes que deambulan en esas páginas pertenecen a las páginas escritas por Bolaño, mientras que la reconstrucción de Sonora depende más de la narrativa de Castaneda. Es verdad que para el lector de Bolaño, Sonora es el lugar donde los detectives van a buscar a Cesárea Tinarejo, pero el lector de Castaneda se dará cuenta de que Don Andrés Matus es un homenaje a Juan Matus, el personaje creado por Castaneda, así como también en un determinado momento he querido rendir un homenaje de Juan Rulfo, introduciendo a Eurudice, que es un personaje de Pedro Páramo.

En los encuentros trans-generacionales y trans-temporales de tus personajes hay un eco del realismo mágico y, en concreto, del ‘Pedro Páramo’ de Rulfo.

Es verdad, aunque tengo que confesar que el realismo mágico nunca me ha apasionado; me gustó mucho en su momento García Márquez, como a todos, es un autor que admiro y respeto, pero su terreno narrativo no me interesa particularmente. Lo que sucede es que si uno ambienta una historia en Hispano-américa y relata un hecho extraordinario, inevitablemente se interpretará como una alusión o una influencia del realismo mágico, aunque en mi caso no sea un referente imprescindible, al contrario.

El gran referente de tu novela es ‘Los Detectives Salvajes’, por la idea de búsqueda, por la mezcla de la realidad empírica y la ficción o por la construcción trans-geográfica y tras-cultural de la trama.

Me da reparo hablar de Bolaño, pero ¿qué te voy a decir? Los detectives salvajes es, en cualquier idioma, una de las mejores novelas de los últimos 40 años. Yo tengo una vinculación especial, sea con la novela sea con el propio Bolaño, a quien conocí personalmente a través de Litoral. Nunca he sido mitómano, admiro las obras de Sebald, de Piglia, pero la persona en sí me es indiferente, sin embargo con Bolaño es diferente, hay un inevitable cariño personal y, a la vez, un referente por su mezcla de la realidad con la ficción y por su estilo, a caballo entre la narración clásica y una manera diferente de narrar, que a lo mejor no se inscribe en ninguna escuela en particular, pero responde a la voluntad de que sea el lenguaje quien sostenga la obra a través de una formulación. Lo que convierte a Bolaño en un gran escritor es precisamente esa voluntad de que el lenguaje lo sea todo, de que sea el lenguaje el que exprese y explique.

En cierta medida, Pynchon, muy presente en tu anterior novela ‘El fin de la guerra fría’, se inscribe en esta tradición: sus digresiones, sus chistes lingüísticos o el uso de términos técnicos responden a esta misma exigencia.

Thomas Pynchon es otro de estos grandes ejemplos: el trabajo con el lenguaje lleva a la esencia del arte, no es imprescindible entender, y de hecho en las novelas de Pynchon, basta pensar en El arco iris de la gravedad, hay momentos de oscuridad, para quedarse fascinado ante el prodigioso uso del lenguaje. Los auténticos artistas, como lo son Bolaño o Pynchon, son aquellos para los cuales el lenguaje es una entidad viva y auto-suficiente.

Los caminos de la intertextualidad son infinitos, últimamente se han publicado dos novelas que dialogan con la tuya: ‘Te regalaré el mundo’, de Marta Fernández, por su reflexión acerca de las máquinas –de los autómatas- en relación a la búsqueda del padre y la reconstrucción de la propia historia, y ‘Tesla y la conspiración de la luz’, de Miguel A. Delgado, por la figura de Tesla, muy presente en tu novela, a la que se suma la exposición comisariada por el propio Delgado.

Me gusta la idea de los caminos infinitos de la intertextualidad y me parece curiosa y divertida esta coincidencia que mencionas. No he leído las dos novelas que citas, la de Marta Fernández y la de Miguel A. Delgado, pero sí he visto la exposición de Tesla hace apenas unos días, cuando tuve que ir a Madrid. En torno a esta coincidencia, sólo puedo decirte que me fascina la idea de una posible sincronicidad, aunque en este caso los tres vivimos muy cerca.

El AVE Barcelona-Madrid os junta.

¡Exacto! Y como te decía, y seguramente pueda aplicarse a este caso, me gusta la idea de la sincronicidad, que hace que en determinados momentos en la historia, de repente y en distintos lugares del mundo, diferentes personas buscan algo similar y, a la vez, algo diferente: personas que sin conocerse comparten unas mismas inquietudes. Creo que el interés por las máquinas, así como el interés por rescatar un personaje como Tesla, responden a ese anhelo de confiar todavía en algo, en la posibilidad de que es posible llegar a algo.

Y este juego intertextual se complica: cuando la entrevisté para esta misma revista, Marta Fernández afirmó: “En la actualidad, en el mundo de las máquinas y de la alta tecnología, pervive la misma pregunta y los mismos anhelos que tenían los inventores del XVIII”.

Es casualidad y no, puesto que el anhelo caracteriza esas máquinas y esos autómatas a los que las dos novelas dedican sus páginas. En relación a las palabras de Marta Fernández, creo que, en parte, por esta mirada, podemos decir, más ingenua y por esos anhelos que ella también comenta, las máquinas del siglo XVIII eran mucho más humanas de las actuales. Se trataba de construir autómatas, máquinas del tiempo, engranajes con los que compensar los propios anhelos e insatisfacciones. Ahora, sin embargo, mecanismos como los móviles responden a una magia y a una tecnología que no logro comprender, tecnológicamente son aparatos incomparables, pero resultan fríos, no tienen la humanidad de aquellos engranajes.

En efecto, la máquina del porvenir es un engranaje construido por los propios personajes.

La máquina del porvenir que tratan de construir los personajes responde a la voluntad de materializar su anhelo; la máquina es la voluntad de convertir esa “nostalgia del infinito”, que diría De Chirico, en algo físico, palpable, en algo que se pueda tocar y en cuya utilidad, ante el deseo de trascendencia, se pueda confiar.

En esa misma entrevista, Marta Fernández comentaba el riesgo de considerar las máquinas como el único remedio para los anhelos, para “las heridas del corazón”.

Sin duda, este es un riesgo y es una pregunta que nos debemos hacer: ¿Puede la máquina curar y resolver nuestros anhelos? Al final de la novela, se encuentra una respuesta y sin querer revelar nada acerca de la novela, sí podemos decir que, a fin de cuentas, la máquina es sólo una excusa. El relato es lo que verdaderamente salva al personaje y compensa el anhelo.

Por su parte, Miguel Ángel Delgado atribuye a Tesla la siguiente afirmación: Soy “un ciudadano que ha visto cómo su tecnología, que debía estar al servicio de todos, ha terminado controlada por un puñado de monopolistas”. La idea del servicio a los otros de Tesla es paralela al servicio que quiere realizar Óscar: su historia debe ser para los demás.

Tiene que ver con lo que hablábamos al principio: contar la historia de uno es contar la historia de todos y, a la vez, contar la historia de uno sirve para que todos encuentren su propia historia. Tesla representa precisamente esto y representa, además, la imagen del gran soñador, es aquel que sueña con traer el bienestar y la comodidad a la humanidad en su conjunto. Tesla fue un soñador convencido de que las cosas se podían materializar, de que sus ideas se podían realizar, materializar en inventos y en descubrimientos físicamente tangibles. Nikolas Tesla, además de esto, está envuelto en un aura muy novelesca, es un personaje muy singular: era un hombre célibe, era un dandy, un auténtico dandy, alguien que se arruinó varias veces, pero que siempre siguió adelante y, además, era alguien que estaba convencido de recibir mensajes del cosmos, de los extraterrestres. A todo esto, Tesla representa también el fracaso.

El fracaso, pero sobre todo el gran e injusto olvido por parte de la historia…

Sí, es el olvido provocado por el triunfo de Edison, quien ha pasado a la historia como el gran inventor, pero cuya historia y cuya persona no tienen esa magia de Tesla, que explica precisamente por qué hoy nos gusta rescatarlo: Tesla representa ese sueño que nosotros anhelamos. En cuanto personaje, creo que resulta narrativamente mucho más interesante alguien como Tesla que termina sus días encerrado en un habitación de hotel, sin nunca abandonar sus investigaciones, llenando páginas de anotaciones y cálculos…

Y tú lo novelas, siendo Tesla ya de por sí novelesco.

Tesla es un personaje de novela, un personaje que podríamos comparar con el protagonista de El gran Gatsby o con algunos de los personajes de las novelas de Orson Welles: es el hombre que termina siendo relevado por la historia, pero que sigue allí.

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