Julio Llamazares: “El paisaje debería estar entre los derechos humanos”

El escritor Julio Llamazares. Foto: Rosa M. Tristán

Julio Llamazares, es sin duda, uno de los autores que mejor han sabido transmitirnos esa evocación de un mundo rural que le vio nacer y en el que, durante décadas, hemos visto desaparecer a las gentes que lo habitan y  a sus paisajes. Su libro ‘La lluvia amarilla’ supuso un antes y un después en la literatura dedicada a ese cambio social que ha dejado los territorios al albur de un incierto futuro, con una narrativa poética que nos hizo sentir como propio ese vacío más que evidente. Nos vemos en su casa, entre libros, junto a la mesa donde por las noches escribe, iluminando desde su ventana una céntrica calle de Madrid, como esa luciérnaga a la que da nombre su próxima novela, ‘Vagalume’.

El despoblamiento rural lleva décadas, ¿no hay forma de ponerle freno?

Es un problema de cambio de nuestra sociedad, de mentalidad, y no tiene solución, ni siquiera creando negocios que dicen que van a ayudar a frenarlo. Tenemos ejemplos de pueblos donde se instala una empresa para crear 40 empleos y resulta que casi todos viven en la ciudad más cercana. Van y vuelven cada día. Tampoco se trata de tener internet para teletrabajar, aunque no sobra. Ya no se quiere vivir en los pueblos y es algo que ni una pandemia global ha corregido.

¿Cómo transforma los paisajes este abandono?

Los grandes movimientos migratorios inciden en todo. Ahora, cuando se habla de incendios forestales, ya se menciona que una de las causas es que no se cuida el monte porque no hay rebaños, que se convierten en pólvora en espera de una cerilla. Vemos que las zonas rurales son parajes vacíos disponibles para llenarlos de molinos eólicos, placas solares o macrogranjas. Las propias empresas que los instalan argumentan como dato positivo que allí vive poca gente… ¿Y no tienen derecho a un paisaje? El paisaje debería estar entre los derechos humanos fundamentales. Es de todos. No se puede transformar por las bravas.

¿Cuál es tu preocupación más grave a nivel ambiental de todo lo que está pasando?

Que vivimos en un sistema capitalista y el eje de la balanza es la productividad. Todo lo que no produce sobra y lo que produce hay que aprovecharlo. Da igual lo que destroces y destruyas. Y pasa lo mismo en todos los sitios del planeta. En Europa hay algunos factores de corrección, pero no impiden que el primer criterio sea el mismo: producir. Teo Nieto, un cura de Zamora, en una ocasión en la que coincidí con él en una mesa sobre despoblación, comentaba que en el sistema capitalista en el que vivimos el mundo rural no es rentable y que, por tanto, está condenado a desaparecer. Lo hará todo el patrimonio natural no protegido. Y eso lo decía un cura. Y los gobiernos están atados de pies y manos. El que tenemos ahora en España, progresista, ha eliminado los estudios de impacto ambiental a los grandes polígonos eólicos. Así, la España despoblada quedará para placas fotovoltaicas y aerogeneradores como en su día las montañas del Pirineo y la Cordillera Cantábrica se llenaron de embalses. Tenemos dos Españas cada vez más marcadas: una creciente que se satura y otra menguante, que va a quedar para producir energía para la primera. Es una concepción colonial, como cuando África suministraba los recursos naturales a Europa. La España despoblada primero surtió de carbón al resto, luego agua y ahora energía.

Ante este panorama, ¿la conciencia ambiental de la sociedad mejora o empeora?

Hay una contradicción de base. La conciencia ambiental aumenta de modo formal, perro no lo hace en la vida real. Vamos al supermercado y compramos lo más económico, que se produce de forma industrial, ya sea en macrogranjas o explotando a los jornaleros, muchos de ellos inmigrantes.  Al comprar no pensamos en que eso supone un modelo de producción que va contra la naturaleza, el paisaje y el clima. Pero, si nos preguntan, todos estamos a favor de la conservación. Vivimos en las contradicciones de una sociedad que quiere vivir mejor y a la vez pide que esa mejora no repercuta en la naturaleza sabiendo que sí impacta. La cuestión es buscar un equilibro.

¿Qué piensas de la economía circular?

Teóricamente todos estamos de acuerdo, pero en la práctica es complicada de llevar a cabo. En este mundo capitalista todo se rige por el beneficio. Si un gobierno como el actual, que se dice progresista y defensor de la ecología y el medio ambiente, es incapaz de imponer respeto a la naturaleza, imagina con uno liberal o negacionista. A este mundo le podemos poner correcciones, como el reciclaje, pero cuajarán si son rentables, si no, no. En España, además, todo se complica por su diseño territorial. Un ejemplo: la segunda comunidad autónoma que más energía consume es Madrid y vemos cómo su presidenta alardea de su productividad, lo que supone más gasto en energía, pero nadie le dice que Madrid es la única autonomía sin un solo aerogenerador. Capitalismo, contradicciones personales y las peleas territoriales son nuestros grandes obstáculos para implantar una economía como la que tú mencionas.

En tu día a día, ¿qué prácticas ambientales pones en marcha?

El reciclaje, por supuesto. Y el respeto al paisaje y la naturaleza, que no es tan obvio como pareciera porque ves a la gente que tira basura donde quiere sin que nadie les sancione. En mi pequeño ámbito yo procuro ser coherente, sin olvidar que tengo las mismas contradicciones que todos.

En relación con el medio ambiente, ¿eres pesimista de cara al futuro?

Soy un optimista histórico. Si se analiza la historia con perspectiva, vemos que el mundo ha ido a mejor. Por ejemplo, hace 100 años las mujeres eran analfabetas y no podían votar y la esperanza de vida de los españoles era de 40 años. Quienes dicen que vivimos peor que nuestros padres es que no tienen memoria, porque hace 50 años había muchos pueblos sin carreteras y sin agua en las casas. Es importante saber de dónde venimos. Reciclar o respetar la naturaleza tiene que ver con el desarrollo económico. Así que sí, en conjunto hemos mejorado. Que aumente el interés en la conservación de la naturaleza y en el cambio climático es bueno; mi pesimismo tiene que ver con la condición humana. Al final, todo el mundo, aunque aparentemos ser solidarios, somos egoístas.

¿Qué opinas del negacionismo climático?

Decía Dürrematt, un filósofo suizo, que lo único imposible de demostrar es lo evidente. El negacionismo es una forma de fe que se da en personas ignorantes o que, por desconfianza o vanidad, buscan una explicación diferente a los problemas a la que nos dan los datos científicos. En el fondo, es una forma de soberbia basada en la estupidez. No se puede razonar con un fanático.

¿A qué lugar te gusta regresar de la naturaleza?

De la misma forma que todos tenemos lengua materna, que es en la que mejor nos expresamos, tengo la opinión de que hay un paisaje materno, que es en el que aprendimos a ver el mundo, que no será a lo mejor el más bonito ni el más grandioso, pero es con el que nos sentimos en armonía. El mío es el de la montaña de León, la Cordillera Cantábrica. El poeta Dionisio Cañas me contaba una noche en Nueva York que su pueblo, Tomelloso, era muy feo, pero que para él el olor de los melones y el vino en sus atardeceres de verano eran lo mejor del mundo. Eso es la patria, no una bandera. La patria es el paisaje de la infancia y yo es al que regreso siempre.

¿Qué proyectos tienes entre manos?

Tras publicar Primavera extremeña, que fue un homenaje al paisaje en el que pasé el confinamiento en 2020, ahora publico una novela, la primera en ocho años. Se desarrolla en un paisaje mental, en una ciudad de provincias a la que el narrador regresa para intentar desvelar un misterio surgido en torno a la figura de su maestro como periodista. Se titula Vagalume, luciérnaga en gallego, y trata de la pasión de escribir. Como los personajes de la novela, yo escribo también cuando todos duermen y la luz de mi escritorio es una de esas luciérnagas que iluminan las noches.

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