June Fernández: “De las mujeres se espera que sonriamos para complacer”

June Fernández. Foto: Irene Ortiz Lloréns.

June Fernández. Foto: Irene Ortiz Lloréns.

June Fernández. Foto: Irene Ortiz Lloréns.

June Fernández. Foto: Irene Ortiz Lloréns.

June Fernández (Bilbao, 1984) es una buena salvaje. Una agitadora. Después de cumplir el sueño de su infancia, llegar a ser periodista y trabajar en El País, en 2010 cambió de ruta para crear, junto a Andrea Momoitio, la revista que es hoy uno de los referentes del feminismo: Pikara Magazine. Además de colaborar en distintos medios, ahora se lanza al periodismo narrativo: 10 ingobernables. Historias de transgresión y rebeldía (Libros del K.O), una recopilación de crónicas sobre personas que luchan por vivir con normalidad fuera de los modelos establecidos. Como la historia de Juanita en Nicaragua, a vueltas con su transexualidad. O como Nicole en El Salvador, que se niega a pasar por el quirófano para dejar de ser intersexual. O como las mujeres del colectivo Ramonak en Bilbao, que reclaman su derecho a estar gordas.

Por ANA BLÉ

¿Cómo ha sido la experiencia de saltar del periodismo diario a escribir 10 ingobernables?

La idea del libro partió de la editorial, aunque la propuesta era recopilar una serie de artículos de opinión sobre feminismo. A mí no me apetecía hacer pedagogía feminista, me parecía mucho más estimulante abordar el periodismo narrativo, así que quise asumir el reto de contar historias como escritora, y no solo como periodista. Yo empecé en el periodismo trabajando en un diario al uso, donde cada frase debe ir al grano, y esto de soltarme y detenerme a describir detalles, a no tener prisa en destriparlo todo en el primer párrafo, ha sido un proceso nuevo en el que el editor me ha apoyado mucho.

¿Has tenido que hacer un ejercicio de contención entonces, al tener que aprender a narrar con otro ritmo?

Yo lo interpreto al contrario. Más que un ejercicio de contención, he aprendido a dejarme llevar. Cuando le mandé al editor la entrevista a Irina, el personaje de la primera historia, que había publicado en Pikara, me dijo que en el libro no podía desvelarlo todo nada más empezar, que debía jugar con la tensión narrativa para que la gente fuera descubriendo poco a poco quién era el personaje, que debía crear la atmósfera para que se produjera la sorpresa. Así que en el capítulo de las gallegas, por ejemplo, antes de entrar en el meollo de la cuestión, me detengo a describir el pueblo donde viven. O para contar la historia de Altar, otro ejemplo, empiezo el capítulo con una pequeña conversación que escuché en un bar. Darme permiso para introducir pasajes de la vida cotidiana y jugar con este tipo de recursos lo asocio más a soltarme y a disfrutar de la escritura, a alejarme de un periodismo encorsetado.

¿Cuál era tu objetivo a la hora de escribir el libro?

Uf, tenía varios. Por una parte, aproveché para recuperar proyectos que se me habían quedado a medias, porque lo de escribir un libro ya lo había pensado antes en Cuba, al hilo de la entrevista que hice a mujeres cubanas con cuerpos diversos, y luego, cuando estuve en Nicaragua, también pensé en escribir un libro sobre personas trans en Centroamérica, pero al final era como que a esas ideas les faltaba algo. Con el respaldo de una editorial y de un editor que me guiase, y con Susanna Martín como ilustradora, todo empezó a coger forma, y me puse a recopilar esas historias que había dejado por el camino o que había publicado sueltas en Pikara o en otros medios. Entonces vi claro que el hilo conductor era visibilizar experiencias y vivencias de personas que deshacían las normas sociales, sobre todo en relación a sexualidad, género y cuerpos. Por otra parte, estaba lo que te decía antes de que no me apetecía hacer pedagogía feminista, sino ser fiel a la idea que tengo yo de Pikara, o sea, no dar lecciones de por qué determinadas experiencias son transgresoras, sino contar historias que a mí me estimulan y dejar que la gente haga sus propias lecturas. Me parecía que era un libro que podía interesar a un público amplio, y de hecho, tanto en el título como en la portada se ha buscado cierta ambigüedad con la intención de que la propuesta sea lo suficientemente abierta y atractiva como para que pueda llamar la atención de personas que nunca se comprarían un libro sobre feminismo.

¿Qué has aprendido de las personas a las que has entrevistado?

Todas me han enseñado muchísimo, pero destacaría aquellas personas que tienen un tipo de vida más alejado al mío y que me han puesto en situación de tener que cuestionarme cómo entiendo yo las cosas. Por ejemplo, doña Sebastiana, una indígena mayor de Guatemala que ha hecho que me replantee la idea que tenemos aquí de cómo intervenir ante la violencia machista. Ella vivió una historia de maltrato brutal por parte de su marido, superó esa etapa de su vida y resurgió como una lideresa que ayuda a otras mujeres a partir de su propia experiencia. De repente le pregunto cómo se separó de su marido y me contesta que sigue viviendo con él. Eso, desde nuestra perspectiva de feministas europeas urbanas, es incomprensible. El primer paso para nosotras es mandar a freír espárragos a tu maltratador, denunciarle, poner una orden de alejamiento, y sin embargo, la historia de esta mujer es la de una persona que por cómo es su contexto y por cuáles son las posibilidades de sobrevivir que tiene, adopta su propia estrategia para empoderarse y lograr mantener a raya a su maltratador, aunque siga compartiendo techo con él. Aunque doña Sebastiana ya no se deja controlar y emplea su energía en ayudar a otras mujeres, su historia me impactó.

¿Este ha sido el personaje que más te ha impresionado?

En términos de impacto, sí que diría que doña Sebastiana, junto con Irina, son los personajes que podrían merecer una película. De hecho, ambas tienen documental ya. El caso de Irina tiene ese componente épico de que ha vivido revoluciones, de que ha luchado en ellas, y además hay un ingrediente sorpresa que no quiero desvelar. Y el caso de doña Sebastiana es el superdramón, pero al mismo tiempo la historia de superación de una mujer supercarismática que ahora se dedica a ayudar a las demás. Son dos perfiles muy fuertes, pero bueno, la realidad es que me cuesta mucho elegir un personaje concreto, porque en todos ellos se ha dado la constante de desmontar prejuicios. Desde el viejito homosexual que vendía ajos en el mercado de la Ribera y que era maravilloso, porque una piensa que te va a hablar del drama de ser gay durante el franquismo, y resulta que él te lo cuenta desde el placer y desde la alegría, y desde lo emocionante que era tener encuentros casuales con hombres en playas; hasta Juanita la de Mediona, que lo mismo. Iba con el prejuicio de lo duro que debe de ser gay en un pueblo pequeño, y resulta que su experiencia es la de vivir en una comunidad donde todo el mundo se conoce, se respeta y se ayuda. Así que, al final, con lo que me quedo es con toda esa gente que me ha roto los esquemas.

En el libro están muy bien reflejadas las diferencias lingüísticas de los personajes, es como si te metamorfosearas en cada capítulo para adaptarte a cada circunstancia y a cada lugar geográfico. ¿Cómo lo has trabajado?

En el caso de Nicaragua me sale solo, porque estuve un año viviendo en Managua, he viajado a menudo allí, e incluso me pasa que cuando hablo con una persona latinoamericana, aunque no sea de Nicaragua, me salen modismos nicaragüenses. Pero también influye el hecho de que me gusta mucho la diversidad lingüística. En el caso de las gallegas y de Juanita la de Mediona, no le veía sentido a traducirlas al castellano, porque ver cómo utilizan la lengua, cómo se expresan ellas, aporta mucha información. Sobre este tema no he recibido mucho feedback por parte de la gente que ha leído el libro, aunque tengo curiosidad por saber cómo se habrán sentido las personas castellano hablantes leyendo gallego o catalán. Para mí era importante respetar las formas de hablar de los personajes porque el libro va de diversidades, y la lengua también es una diversidad. Aunque con doña Sebastiana sí que tuve más dudas a la hora de reflejar sus dificultades con el castellano sin quitarle coherencia a su discurso y sin que pudiera parecer que la estaba haciendo de menos, pero bueno, creo que he conseguido plasmarlo con mucho respeto.

También abordas el contexto histórico y sociopolítico donde se ubica cada personaje. ¿Ha mejorado la situación en los últimos años en cuanto a conocimiento y respeto hacia la diversidad?

Casi todas las entrevistas tienen menos de dos años, y es muy poco tiempo para que se hayan operado cambios considerables. Quizá podrían notarse más en Cuba, porque la entrevista para este capítulo la hice en 2012, y recoge un momento histórico de mucha incertidumbre. Aunque el hermano Castro siga estando en el poder, sí que ha habido un clima de cambio político constante (de hecho, Fidel se ha muerto después de publicado el libro), pero realmente es decepcionante, porque en relación a las cuestiones que se tratan en el libro, la situación no ha cambiado mucho. Por ejemplo, Jasmín contaba que en Cuba no había un feminismo autónomo. A día de hoy, los pocos intentos que ha habido de organización feminista se han frustrado, así que todo sigue más o menos igual.

La temática de 10 Ingobernables está hermanada con la que se aborda en Pikara. ¿Cómo se relacionan el libro y la revista?

De muchas maneras. Por un lado, algunas de las historias del libro no existirían si no hubiera sido gracias a sugerencias de colaboradoras de la revista, como la historia del ajero o la de las gallegas. Por otro lado, todo lo que he aprendido en Pikara ha servido para darle sustento teórico al libro. Por ejemplo, en el capítulo de Antar, donde hablo de transexualidad, menciono un montón de contenidos que hemos publicado en la revista y que ayudan a profundizar en el tema. Y por último, tanto en Pikara como en el libro, hay algo que está siempre presente en todo lo que hago: romper tabúes sociales, nombrar cuestiones que están siendo silenciadas, visibilizar a personas que están siendo excluidas de los relatos generalistas, y hablar de violencias, pero haciendo hincapié en las resistencias y en las rebeldías. Este fue el punto de partida de Pikara.

¿Qué ha aportado Pikara a la sociedad española?

Cuando nacimos en 2010, ya existía el periodismo feminista en ámbitos como la radio o como las agencias de noticias, pero no había medios digitales que hicieran periodismo con perspectiva feminista. Afortunadamente, en los últimos años han florecido más medios con este punto de vista, tenemos Tribuna Feminista o Locas del Coño, por ejemplo, pero puede decirse que Pikara fue pionera en este sentido. Nosotras lanzamos debates que en su momento eran muy nuevos, como por ejemplo, los acosos cotidianos y callejeros, y ahora podemos ver que incluso los medios generalistas los están abordando. Creo, con humildad, que no somos las únicas ni hemos empezado nada, pero sí que es cierto que hemos abierto ciertos caminos.

¿De dónde te vino el interés por el activismo feminista?

Ha sido un proceso paulatino y lento. Recuerdo desde niña mi contacto con el feminismo, y en el instituto, por ejemplo, cuando había posibilidad de elegir tema libre para hacer un trabajo, yo elegía siempre el feminismo, pero no me incorporé al activismo hasta después de la universidad, y además lo hice de forma indirecta. Por un lado, empecé a militar en el antirracismo, y en SOS Racismo conocí a gente feminista con la que empecé a tramar cosas. Por otro lado, en el mundo del periodismo conocí a otras periodistas feministas, nos articulamos y de ahí nació Pikara. Ha sido curioso el hecho de que mi entrada al feminismo no haya sido de forma directa, sino a través de otros ámbitos, pero creo que eso enriquece mi mirada porque no tengo el chip del feminismo blanco y eurocéntrico, sino que estoy muy atenta a lo que nos dicen las feministas de otros contextos.

Tú misma podrías ser uno de los personajes de tu propio libro. ¿Cómo te describirías en él?

No creo que mi historia dé como para un capítulo de 10 Ingobernables, pero sí que de alguna forma el libro tiene un punto de autobiografía, porque es como decir, bueno, esta es mi gente, es la gente que me interesa, y este es el periodismo que quiero hacer. Es una declaración de intenciones, más que un intento de poner el foco en cómo soy yo misma. Mi vida no ha sido tan peculiar como la de los personajes que he entrevistado, aunque sí que ha habido cierta tensión en determinados momentos. Yo empecé mi carrera profesional en El País, donde siempre había querido estar, imagínate mi familia lo orgullosa que estaba, y de ahí pasé a elegir un camino más incómodo y menos popular, como es el de trabajar en una revista feminista, que muchas veces lo tiene difícil para ser legitimada. Recuerdo que cuando empecé a trabajar en El País, alguien me dijo: “bienvenida a la primera división”. O sea, que si ahora estoy en Pikara es como si hubiera bajado de categoría o como si me hubiera ido directamente a un deporte minoritario. Así que, bueno, es verdad que ir a contracorriente o situarte en los márgenes tiene que ver con ese ser ingobernable, pero más que referido a mi experiencia concreta, soy ingobernable porque estas son las historias que quiero contar y no otras.

¿Hay algo que no te hayan preguntado todavía en ninguna entrevista y que te gustaría que te preguntaran?

No se me ocurre… Aunque una pregunta que me han hecho en varias presentaciones pero en ninguna entrevista es por qué salgo tan seria en la foto de la solapa del libro. Eso tiene una historia. A mí no me gustan nada las fotos, me cuesta un montón posar y casi nunca tengo fotos bonitas, así que siempre acabo usando una de cuando me raparon el pelo en la que salgo muy sonriente, aunque ya estaba aburrida de utilizar siempre la misma. Entonces una compañera de Pikara me sacó esta foto a traición, donde tengo una expresión que yo definiría como desafiante y que me hace mucha gracia. Un día la subí al Facebook y mucha gente reaccionó diciendo que daba miedo, aunque hubo una compañera feminista que dijo que a ella no le parecía que fuera especialmente agresiva, sino que cuando las mujeres salimos sin sonreír, se nos ve así, porque de nosotras se espera que sonriamos para complacer. Este debate alrededor de la foto también me hizo gracia, así que se la mandé al editor, que me respondió que estaba muy seria y que si no tenía otra donde estuviera más alegre. Aquello fue determinante. Porque mi gesto siempre es serio a priori, y a lo largo de mi vida ha estado muy presente eso de jo, chica, sonríe, que así vas a estar más guapa. Incluso hombres desconocidos han llegado a decírmelo por la calle, y me he sentido muy invadida. Así que le dije al editor, mira, esta va a ser la foto para el libro. Es parte de mi ingobernabilidad. No pienso sonreír cuando se espere de mí que lo haga.

***

Ana Blé (Madrid, 1973) es gestora cultural especializada en el sector del libro. Ha publicado en Burlesque Fanzine y escribe en Culturamas. Colabora en la librería solidaria Aida Books&More y en el proyecto Bubisher, que facilita el acceso a la lectura a la población de los campamentos de refugiados saharauis.

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Comentarios

  • mentalmente

    Por mentalmente, el 07 marzo 2017

    De la mujeres se espera que hagan lo que se espera que hagan en general.

    De los hombres se espera que hagan cualquier cosa, y todo por una mujer.

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