Kolbert, de ‘La sexta extinción’ a ‘El hombre en el Antropoceno’

La periodista Elizabeth Kolbert. Foto: Fundación BBVA.

En el Día Mundial del Medio Ambiente, recogemos las palabras de toda una autoridad en la materia: Elizabeth Kolbert es una de esas periodistas ambientales que quisieron ir más allá de las noticias del día a día para profundizar en lo que veían sus ojos en cada uno de sus viajes por el Globo, de la transformación en lo más diminuto a la más colosal, por lugares donde la mano humana y las máquinas inventadas por nuestro cerebro andaban trastocando el equilibrio planetario. Recientemente, en Madrid, recibió un premio en la Fundación BBVA por su dedicación a divulgar y, a la vez, crear conciencia de lo que estamos haciendo a la vida ajena a nuestra especie, e incluso a la propia. Recibió el premio Biophilia de Comunicación Ambiental y lo celebró ofreciendo una conferencia sobre ‘El hombre en el Antropoceno’.

Kolbert, que trabaja en la revista estadounidense New Yorker desde hace 25 años,  y tiene en su haber el premio Pulitzer (2105) por su best seller La sexta extinción, no deja en su discurso espacio para la complacencia con esa “fuerza geológica que es la humanidad”, capaz de generar impactos comparables a los de un meteorito. Por ello, en sus conferencia mencionaba el término que el Nobel de Química holandés Paul Crutzen acuñó a comienzos de siglo, Antropoceno, con el que defendía que estamos dejando atrás la era del Holoceno iniciada hace 10.000 años. “En el Antropoceno las personas nos convertimos en sujetos de la naturaleza, pero a la vez esa naturaleza es sometida por el humano y algo que es visible en todas las partes: más de la mitad de la superficie terrestre, 70 millones de kilómetros cuadrados, está transformada por nuestra especie, con monocultivos, embalses carreteras, represando y desviando grandes ríos. Hoy provocamos más cambios que los procesos geológicos”, señalaba en la sede de la fundación.

La inmersión de Kolbert en el mundo del periodismo ambiental tuvo un pistolezato de salida: la decisión en 2001 del entonces presidente de su país, George Bush, de retirarse del Protocolo de Kioto, el primer compromiso de los países para reducir emisiones de efecto invernadero. Hasta entonces, se había dedicado a la crónica política, pero se le ocurrió hacer una serie de reportajes sobre qué era aquello del cambio climático, algo que era parecía “extravagante”. Aquel trabajo la llevó a Groenlandia, ese país ártico donde el deshielo era más evidente, un lugar que marca a todo el que lo visita por su belleza y porque los datos que recogen allí quienes hacen ciencia son incontrovertibles. Surgió de ahí su primer libro, Apuntes de campo desde una catástrofe (2006) .

“Llevo 20 años escribiendo sobre el Antropoceno, viajando al hielo de Groenlandia, al sur de la Gran Barrera de Coral, al desierto de Mojave y la selva amazónica. He entrevistado a decenas de científicos… y después de todo ello aún me resulta difícil desentrañarlo, y a los científicos también”, comentaba. Y es que, como recordaba, los cambios se están produciendo a una escala y un ritmo que “eran imposibles de imaginar en el transcurso de una vida humana”. Entre los ejemplos, lo que ocurre cada verano en el Golfo de México, donde hay zonas marinas que se mueren cada verano por el exceso de nitrógeno que se vierte desde los cultivos en tierra; el dato de que la gran mayoría de los mamíferos terrestres sean hoy ganado para la producción alimentaria humana, mientras la fauna salvaje apenas supone un 4%; o el cambio que estamos produciendo en el mismo eje del planeta, debido al deshielo polar que genera el calentamiento climático.

Elizabeth Kolbert, autora de la famosa obra ‘La sexta extinción’. Foto: Fundación BBVA

“Dicen que los periodistas exageramos las crisis para conseguir audiencia y clics en las noticias. Ojalá fuera la razón. Más bien diría que tanto periodistas como científicos han tendido a infravalorar los impactos, a derivar hacia el lado menos dramático”, aseguraba. “Lo que estamos haciendo no tiene precedentes en una historia de la vida que tiene 3.000 millones de años y los periodistas no sólo tenemos que explicarlo con datos, sino contar los relatos de lo que sucede”.

Para esta visita a Madrid, Kolbert nos traía dos de esos relatos que tienen que ver con impactos y también con una de las soluciones a las que el “tecno-optimismo” humano recurre, y que tan bien retrata en su último libro, Bajo un cielo blanco (2021, Crítica). La primera de ellas fue “la fábula” del llamado sapo de caña (de azúcar), originario de Centroamérica y Sudamérica, pero que ahora se puede encontrar en las lejanas tierras de Australia. Resulta que la caña que tanto nos gusta también era un manjar para un escarabajo, así recordaba que para acabar con esa plaga nos llevamos a los sapos de caña donde nunca antes habían estado. Lo malo es que son venenosos y cuando llegan a un lugar nuevo, animales que no han evolucionado para enfrentarse a ellos acaban muertos, como serpientes, lagartos o marsupiales.

Kolbert comentaba cómo ahora están intentando, en el laboratorio CSIRO’s para la salud animal del país austral, modificar genéticamente al sapo de caña para producir una versión menos tóxica y liberarla al medio ambiente. “Este traslado de especies por el mundo es normal hoy, pero no es nada natural. Esos sapos no hubieran cruzado el océano sin nosotros. Los linajes evolucionaron millones de años por separado desde que Pangea se dividió en continentes, pero al juntarlos algunos dicen que estamos creando una nueva Pangea”.

La otra historia tiene que ver con el desarrollo tecnológico. Para ella, nos trasladó a Inglaterra a comienzos del siglo XVIII, cuando se inventó un artefacto para extraer agua de las minas, la máquina de vapor, que necesitaría para moverse primero carbón y luego petróleo. “Esto ha revertido la historia geológica, porque el dióxido de carbono retenido bajo la tierra durante centenares de millones de años ha vuelto a la atmósfera en dos siglos. Ahora hay más de lo que hubo en los últimos tres millones y medio de años, antes de que comenzara la evolución de los seres humanos”, argumentaba.

Como es sabido, la más grave consecuencia es que ha comenzado a cambiar el clima terrestre, así que ahora se ha inventado en Islandia una máquina, bautizada como ORCA, que quiere recoger ese CO2 de nuevo y enterrarlo en pozos a dos kilómetros de profundidad, bajo rocas volcánicas donde podrá generar nueva roca caliza. El plan, contaba Kolbert, es recoger 2.000 toneladas al año de este CO2, pero hacerlo mientras seguimos emitiendo 40.000 toneladas.

En similar línea, mencionó otro proyecto de ingeniería solar del que cada vez se habla más: soltar dióxido de azufre a la estratosfera para producir unos aerosoles que recubran la Tierra y nos llegue menos calor del Sol. Sería recrear gigantescas erupciones volcánicas como las hubo en el pasado. “El cielo azul se volvería blanco. Esa opción asusta a los científicos, incluso al que la inventó, pero a falta de acciones climáticas aumenta la presión para que se haga”, explicaba Kolbert.

Y es que si algo caracteriza esta era humana es precisamente ese afán de cambiar lo que estaba en equilibrio y luego tratar de salir del embrollo: “Se trata de intentos de cambios para contrarrestar los impactos de otros cambios que se produjeron antes, pero en el Antropoceno no hay marcha atrás, el momento queda inscrito en el registro geológico. Cuanto más nos inmiscuimos en la naturaleza menos control tenemos sobre ella”, sentenció.

Kolbert  también dedicó unas palabras a España: “Tuvieron 1.600 muertes en olas de calor, en primavera hay sequía en Cataluña e incendios forestales en Castellón. Siento decirles que el cambio climático va a empeorar y están en primera línea”.

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