La abducción de las familias ‘paranormales’

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Pablo Remón. Foto: © Roberto Villalón

En tiempos de desorientación como los que vivimos, muchos creadores vuelven la vista hacia la familia, para analizar sus funciones y disfunciones. Buscando quizá una seducción que a menudo se traduce en abducción. Desde dos de las películas con más candidaturas a los Oscar -‘Agosto’ y ‘Nebraska’- hasta muchas obras teatrales actualmente en cartel. Nos detenemos hoy en ‘La Abducción de Luis Guzmán’, de Pablo Remón, sobre hermanos con problemas de comunicación, una obra que se ha modelado muy a la argentina, con un poco convencional trabajo a partir de los actores.

“Como todas las noches, a los mandos y la dirección, Luis Guzmán. Empezamos La hora de Luis, tu programa magazine de las noches, decano de la radio. Nos interesa el misterio, lo paranormal, pero también el lado humano. Hoy estamos aquí con Maximiliano, que ha venido de Londres a nuestra pequeña ciudad de provincias a respirar aire puro”.

Así comienza uno de los imaginarios programas de radio que Luis (Emilio Tomé) realiza cada noche desde su casa con un radiocasete antediluviano. Habitualmente entrevista a José Luis, su padre, pero ha desaparecido, y en su lugar está Max (Francisco Reyes), su hermano que ha venido de Londres, acompañado de su mujer (Ana Alonso) para ayudar a buscarlo. La relación entre estos dos hermanos diametralmente opuestos es el núcleo central de La abducción de Luis Guzmán, de Pablo Remón (Madrid, 1997), montaje que se puede ver los miércoles por la noche en ese semillero de buenas obras que es el Teatro Lara, y más concretamente su hall, donde Miguel del Arco estrenó La función por hacer, y donde echó a andar una de las sorpresas de la temporada, La Llamada.

Es una de esas obras consideradas menores, por lo que hay que verla fuera de la sala en lugar de dentro, una de esas obras en las que puedes oír las tripas de los actores que se atiborran de té aguado que hacen pasar por whisky porque estás a un metro de ellos; de esas en las que te sientes un invitado más en ese saloncito de una casa de provincias; de esas en las que se te congela la sonrisa en una mueca por lo que está pasando o intuyes que va a pasar; de esas obras intensas, emocionantes, a las que tu cabeza vuelve una y otra vez recordando este o aquel detalle cuando abandonas la sala.

La abducción de Luis Guzmán, que se estrenó en la pasada edición del Festival Fringe, en Madrid, es la primera obra de teatro de este madrileño con raíces aragonesas que lleva más de diez años escribiendo guiones para el cine a medias con su hermano Daniel. Guiones que han sido dirigidos por Max Lemcke: Mundo Fantástico (2003), Casual Day (2008) -seleccionada en el Festival de San Sebastián y galardonada con el premio a Mejor Película y Mejor Guión por el Círculo de Escritores Cinematográficos- y Cinco Metros Cuadrados –seleccionada en el Festival de Montreal y Mejor Película, Mejor Guión y Premio de la Crítica, en el Festival de Málaga-.

Esta historia de familia poco convencional, que en ocasiones recuerda los montajes de Tolchachir, es la de dos hermanos con problemas de comunicación. Se quieren, pero no son capaces de comunicarse, y lo hacen a través del programa de radio de Luis o de la mujer de Max, el hermano mayor, un ejecutivo que vive a Londres, adonde se marchó huyendo del mundo opresivo de manteles de hule y oscuros muebles de caoba.

Cuando se le pregunta por sus influencias, Remón asegura ser un gran admirador del teatro anglosajón, de Samuel Beckett, Harold Pinter y de autores más desconocidos, como Martin Crimp, pero también reconoce ser devoto del teatro argentino y de dramaturgos como Tolcachir: “No tanto por los temas y sus historias sobre la familia, sino por las interpretaciones. Me parece un teatro que está vivo. Un teatro aparentemente pobre, pero totalmente basado en los personajes y en la palabra, sin hacer demasiado hincapié en el espectáculo. Pero hay una tercera parte que es quizá lo que más me ha influido, que viene del cine y que para mí es la aportación más importante del cine español, que son Luis Buñuel, Luis García Berlanga y Rafael Azcona. El esperpento y el surrealismo de estos autores es con lo que yo me he criado, es el tipo de guiones que escribo; de ahí mamo”.

¿Cómo un guionista de cine se embarca en el montaje y dirección de una obra de teatro?

Yo llevaba muchos años intentando escribir una obra, porque me daba cuenta de que los guiones que escribía para cine estaban muy cerca del teatro. Eran  guiones de escenas largas, muy de personajes, de mucho hablar, donde todo estaba basado en el texto y el subtexto. A mí lo que más me interesaba era la escritura de la escena y los diálogos, me basaba más en la palabra que en la imagen, y así, de una forma natural, llegué al teatro. Pero era un campo casi desconocido para mí, por eso decidí formarme. Estudié con Juan Mayorga, José Sanchís Sinisterra, José Ramón Fernández, y luego me fui a Nueva York, donde estudié escritura dramática con Neil Labute. Estuve un año leyendo obras de teatro y me di cuenta de que, como espectador, el teatro que más me gusta es cuando la obra está viva, cuando hay una adecuación entre personajes y actores, cuando siento la sensación, un poco ingenua, de que no están actuando.

Así que, tras darle vueltas a cómo conseguir esa sensación en la escena, te sumergiste en una forma poco habitual de escribir para el teatro, ¿no? Partiendo de los actores. Explícanos el proceso.

Pensé que no quería escribir una obra desde el salón de mi casa y después montarla, sino intentar que la cosa estuviera desde el principio a partir de unos actores. Partí de un esquema que no era nada nuevo, yo lo había visto en el teatro argentino, en autores como Claudio Tolcachir. Tenía una estructura y unos personajes pensados, llamé a estos actores que ya conocía y empezamos a trabajar improvisando. La idea era ir escribiendo en escena. Yo lo iba probando en el momento, los actores lo representaban y lo iba cambiando sobre la marcha. Para mí era la manera ideal de escribir, porque podía comprobar al instante si funcionaba o no. Así estuvimos semanas; lo grabamos todo en audio, sin ningún elemento crítico, no seleccionábamos, explorábamos a los personajes, no nos preocupábamos tanto de la trama como de intentar encontrar el tono general de la obra. Después cogí todos los audios y a partir de ellos hice un proceso de escritura más convencional. Escribí una obra de principio a fin de una forma más normal, partiendo de esos audios. Se la di a los actores e iniciamos un proceso de ensayo a partir de esa obra cerrada. Todo resultó más sencillo, porque los actores tenían los personajes integrados e interiorizados. Aunque el texto era nuevo, la relación con el personaje, el esquema general, el tono y el alma ya lo tenían. Fue un proceso que aparentemente era más largo porque dabas un poco de vuelta, pero que a mí me permitió llegar adonde quería. Con esta manera de trabajar, todo estaba mezclado de una forma muy natural, la escritura y la puesta en escena. Además, a mí no me gusta que el director destaque demasiado; el teatro que a mí me interesa es de palabras y de actores.

¿Qué importancia le das a que la historia tenga lugar en una «pequeña ciudad de provincias», tal como repite Luis como un mantra a lo largo de la obra?

Lo de situarla en una ciudad de provincias es importante para mí. Es una cuestión familiar, mi familia viene de pueblos y ciudades pequeñas, es lo que yo conozco. Salió sin pensarlo demasiado, pero solo podía suceder en una ciudad pequeña y castellana, por ese carácter castellano de todo para dentro. Mi familia, aunque de Aragón, es un poco así. Las cosas no se dicen, no se comunican, hay algo flotando, pero todos se quedan callados; si se quiere decir una cosa se dice de otra manera, eso es lo que yo he visto desde pequeño y para mí eso tiene un punto muy teatral. Los personajes hablan como podrían hablar mis tíos o la gente de los pueblos aragoneses, que a veces, para expresar algo, por no ser directos, sueltan dos negaciones.

‘La abducción de Luis Guzmán’ se representa los días 19 y 26 de febrero, y 5, 12 y 19 de marzo. Teatro Lara. Corredera Baja de San Pablo, 15. Madrid. 22.00 h. Entrada: 16 €

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