La cara misteriosa de Pardo Bazán: sus fantasmas y vampiros

Emilia Pardo Bazán.

Menospreciada en su época y olvidada durante décadas, este año celebramos el centenario del fallecimiento de Emilia Pardo Bazán entre nuevas ediciones de sus obras, homenajes, multitud de actividades y una gran exposición en la Biblioteca Nacional. Más allá del naturalismo y el feminismo reivindicativo, existe otra faceta en la obra de la autora gallega, que escribió más de 600 cuentos, muy poco conocida: su ficción especulativa, la dualidad de lo real-fantástico. Sus incursiones en el más allá.

Los lectores de literatura de ciencia ficción, de terror, maravillosa, del realismo mágico, gótica, sabemos mejor que nadie que, en ocasiones, para ver, antes hay que creer. Estar predispuestos a la suspensión temporal de las ya de por sí tan inestables leyes naturales de la realidad. “El que está prevenido de antemano contra las revelaciones del más allá, que renuncie a ellas. Ese sentido positivo no es solo una coraza y un blindaje, es un velo tupido que ciega los ojos del sentimiento y del alma. No, usted jamás verá cosa ninguna”.

Esta cita tan espiritual, casi esotérica, es obra de la precursora del naturalismo –corriente literaria aún más objetiva y documental que el propio realismo– en España: Emilia Pardo Bazán. Tradicional, monárquica, católica. Liberal, intelectual, cosmopolita, feminista. Las contradicciones de la Condesa de Pardo Bazán son de sobra conocidas, y han sido carne de cañón para todos sus detractores. Ahora que, en el centenario de su fallecimiento, se le está haciendo justicia a la que es, sin duda, una de las mejores escritoras de nuestra historia, biografías como la de Isabel Burdiel para la editorial Taurus o la acertada exposición de la Biblioteca Nacional, nos presentan una imagen mucho más fiel y compleja de aquella mujer inteligentísima, ambiciosa y, sí, bastante ambigua.

Sin embargo, una dualidad pardobaziana mucho menos comentada es la de lo real-fantástico. Muy alejada del naturalismo de Los pazos de Ulloa o La madre naturaleza, repensando desde perspectivas totalmente diferentes la crítica social de novelas como La tribuna o Insolación, Emilia Pardo Bazán, que llegó a escribir en vida más de 600 cuentos, dejó un corpus de relatos y novelas cortas tocante en lo especulativo a la altura de los mejores románticos europeos.

El continente de la superstición

El siglo XIX fue la edad dorada de los fantasmas. Castillos en ruinas, noches de luna llena, traiciones y pasiones desgarradoras, ánimas en pena, diablos encarnados en hombres apuestos, leyendas encerradas en un baúl… Europa es el continente gótico por antonomasia, y en la historia del surgimiento y consolidación de esta corriente literaria, las voces femeninas juegan un papel imprescindible.

Aunque está oficialmente reconocido que el género gótico –y, en gran parte, la literatura de terror– tiene su germen en la novela El castillo de Otranto de Horace Walpole, hay que rastrear los anaqueles en busca de varias escritoras para entender su éxito. La madre fundadora de una larga genealogía de damas góticas europeas fue una de las escritoras más vendidas y leídas de su época, una auténtica fábrica de best-seller, parodiada por Jane Austen en La abadía de Northanger y creadora de la fórmula definitiva del género gótico que seguirían sus aprendizas durante décadas: la gran Ann Radcliffe. A finales del siglo XVIII, sus romances góticos como Los misterios de Udolfo o El italiano influyeron en reconocidos autores de la talla de Mary Shelley, Edgar Allan Poe, Victor Hugo o Henry James. Pero, sin duda, sus más fieles sucesoras fueron las escritoras victorianas. Durante la primera mitad del siglo XIX, los penny dreadful británicos popularizaron una serie de historias terroríficas y espeluznantes firmadas por autoras como Vernon Lee, Margaret Oliphant, Amelia Edwards, Elizabeth Gaskell o Willa Cather, entre muchas otras.

En España, esta tendencia cristalizó en la corriente del romanticismo. José de Espronceda con El estudiante de Salamanca; el Duque de Rivas con Don Álvaro o la fuerza del sino; las leyendas de José Zorrilla; autoras que no se molestaron en incluir en el tema dedicado al romanticismo en nuestros libros de texto como Carolina Coronado y Gertrudis de Avellaneda; y, años más tarde, los conocidos posrománticos: Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro, por ejemplo. Todos estos autores son conocidos por sus leyendas sobrenaturales. Sin embargo, más allá de la excepción a nivel generacional, las muestras de literatura imaginativa solían quedar en un segundo plano dentro del canon de los autores españoles por ser consideradas escapistas y de calidad menor. En el caso de Emilia Pardo Bazán –coetánea y lectora de muchos de estos escritores–, no se había realizado una tarea exhaustiva de búsqueda y agrupación de su corpus especulativo hasta ahora.

En busca de la Pardo Bazán fantástica

Como explicábamos hace unas líneas, Emilia Pardo Bazán escribió centenares de narraciones breves que aparecieron en publicaciones de la época como El Imparcial, El Heraldo o Blanco y Negro. En los últimos años, dos editoriales independientes se han sumergido con esmero y acierto entre toda esta ingente producción buscando narraciones que podríamos aglutinar bajo el paraguas de lo fantástico. Una de ellas es Uve Books, que ha publicado (entre otras obras de la autora gallega) la novela La sirena negra (2018) y la antología Cuentos góticos (2020). En esta colección encontramos muestras excelentes de literatura fantástica como La resucitada, pionera del género zombi en España, y El vampiro, una versión del monstruo clásico imbricada de feminismo y denuncia social.

Eolas ediciones, dentro de su colección Las puertas de lo posible, ha publicado una amplia antología titulada Cuentos fantásticos. En este caso, la selección y edición corre a cargo de dos expertas en el género: Ana Abello Verano y Raquel de la Varga Llamazares, del grupo GEIG (Grupo de estudios literarios y comparados de lo insólito y perspectivas de género) de la Universidad de León. En el prólogo a las narraciones breves, las académicas diseccionan con meticulosidad los aspectos más destacados de la producción fantástica de Emilia Pardo Bazán. “El universo de lo imposible se explora en la cuentística pardobaziana a través del inescrutable territorio de lo onírico, de la inspiración en crónicas o leyendas populares, de la mezcla entre ficción y realidad que aboca a una confusión total de límites, de lo prodigioso, del ámbito divino que puede enlazar con la fe o de alucinaciones y visiones que invaden a los personajes”, explican.

Resulta muy curioso –algo contradictorio, como decíamos– que una autora creyente, fervientemente católica, explore con tanto atrevimiento y libertad la presencia de lo sobrenatural, la encarnación alegórica de conceptos abstractos como El Tiempo o La Muerte. Por otra parte, como bien apuntan Abello y De la Varga, frente al fantástico Europeo, Pardo Bazán compatibiliza muy bien sus creencias católicas dentro de estos cuentos. De hecho, varios de ellos tratan acerca del martirio o las vidas de los santos, como La santa de Karnar o El rizo del nazareno, ambos incluidos en la antología de Eolas.

Entre la razón y la fantasía

El teórico literario Tódorov identificaba lo fantástico con un momento de duda entre la explicación natural o el argumento sobrenatural ante un acontecimiento extraño y perturbador. Dependiendo de la elección, fluctuamos de un género literario a otro. Esta acepción de lo fantástico ha sido ampliamente analizada, criticada y hace tiempo superada, pero la concreción de ese instante en la cuerda floja de la realidad, cuando el personaje, también nosotros mismos, los lectores, debemos decidir en qué creer, resulta muy estimulante y poderoso.

Esta diatriba aparece en muchos de los relatos fantásticos de Emilia Pardo Bazán. Un personaje, casi siempre masculino, se tambalea ante la presencia de un hecho inexplicable, terrorífico –una estatua que llora, unas marcas inexplicables en el cuello o en la frente, un escalofriante amuleto…–, y debe decidir si alguna compleja regla de la naturaleza es la causante de su confusión o si, por el contrario, interceden los poderes sobrenaturales. En algunos relatos como La máscara (Eolas) o El antepasado (Uve Books), el protagonista que ha vivido el evento maravilloso se decanta por lo inexplicable, mientras que un segundo personaje, el narrador, se sitúa frente a él dudando de su palabra y buen juicio, encarnando así la razón pura.

Una tercera explicación, a medio camino entre ambas, es la de que la fantasía existe, sí, pero solo en la mente del personaje. El acontecimiento extraño que ocupa el relato ha tenido lugar únicamente en su imaginación perturbada. “¡Quién sabe si ese fantasma de pasión y arrepentimiento le sirve de escudo contra la realidad!”, expresa el narrador y protagonista de El fantasma (Uve Books). Las editoras de Cuentos fantásticos bautizan el uso de las enfermedades mentales –por ejemplo, la histeria– como detonante de lo inexplicable “fantástico interior”, una fórmula muy habitual en los relatos de estas antologías.

Pionera del feminismo y de… ¿la ciencia ficción?

Seguramente, la faceta de Emilia Pardo Bazán que más se está poniendo en valor durante su centenario es la de pionera del feminismo. “Si a título de ambición personal no debo insistir ni postular para la Academia, en nombre de mi sexo creo que hasta tengo el deber de sostener (…) la aptitud legal de las mujeres que lo merezcan para sentarse en aquel sillón, mientras haya Academias en el mundo”, escribió Pardo Bazán en 1891 para Nuevo Teatro Crítico. Ese mismo año, Juan Valera (letra I) le escribió a Menéndez Pelayo: “Y esto no sería lo peor, sino la turba de candidatos que nos saldrían luego. Tendríamos a Carolina Coronado, a la Baronesa de Wilson, a Dª Pilar Sinués y a Dª Robustiana Armiño. Por poco que abriésemos la mano, la Academia se convertiría en un aquelarre”. Ante esto solo podemos responder: gracias, abuelas brujas.

El pasado mes de mayo, la Real Academia de la Lengua Española admitió su error histórico de no haber admitido a Emilia Pardo Bazán por el único hecho de ser mujer, y le concedió el honor de forma póstuma (que la escritora gallega, para enmendar la afrenta, seguramente preferiría ver a más mujeres sentadas actualmente en esos sillones que tanto homenaje público). Su apasionada defensa de los derechos de las mujeres, de tener un oficio, intereses intelectuales y una vida propia más allá del deber familiar (recordemos, devota católica), permea muchos de los relatos de las antologías que tenemos entre manos. Estas narraciones critican desde los esquemas especulativos la posición social de las mujeres, denostadas y anuladas por los hombres, y la falta de valor de su perspectiva, siempre acusada de histeria, contrapuesta a la infalible razón masculina. En El vampiro, un viejo rico se casa con una muchacha joven y pobre, ansiosa de buena suerte, y poco a poco, nadie sabe cómo, le va absorbiendo la vitalidad. En Las espinas (Uve Books y Eolas) y La Borgoñona (Eolas) se respira un deseo sexual femenino reprimido, salvaje; en el primer relato, cuando este deseo explota, la única solución es el convento como cárcel de su pasión (recordemos, devota católica).

La Condesa, mucho más original y literariamente arriesgada de lo que se ha criticado durante décadas –tradicional, aburrida, anticuada…–, fue una pionera en muchos aspectos, como la nombrada lucha feminista. Quizás, y a modo de cierre de este retrato de su perfil más fantástico, podamos nombrar un campo más: el de la ciencia ficción. La antología de escritoras españolas de ciencia ficción Poshumanas y distópicas (también publicada en Eolas) se abre, precisamente, con un magnífico relato de Emilia Pardo Bazán titulado La cabeza a componer. Un hombre, atormentado de terribles jaquecas y visiones, acude a distintos científicos para que, con las más avanzadas técnicas médicas, le modifiquen la composición de su cerebro. Uno decide extirparle el razonamiento crítico; otro, la fantasía. “Y al apagarse los fuegos artificiales de la imaginación, el enfermo se quedó al pronto sosegado y lleno de bienestar, como el que huyendo de la luz y del ruido se recoge a un aposento retirado, oscuro y silencioso”. ¿No os resulta un tanto… frankensteiniano?

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