‘La casa de los espíritus’, valores para construir una sociedad mejor

Una escena de ‘La casa de los espíritus’. Foto: Jesús Ugalde.

El Teatro Español de Madrid acoge hasta el 16 de mayo ‘La casa de los espíritus’, una adaptación de una de las obras cumbres de la escritora Isabel Allende. “El amor es la fuerza que termina por vencer a cualquier fuerza exterior. Es una obra que habla de reconciliación, de la posibilidad de cambiar, de comprender”, apunta Carme Portaceli, la directora.

Minutos antes de morir, refugiándose de las fuerzas militares que intentaban penetrar en El Palacio de la Moneda para culminar el golpe de Estado que acabaría con la democracia chilena, el presidente Salvador Allende se dirigió a su pueblo a través de la radio: “Pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

Nueve años más tarde, su sobrina Isabel Allende publicó la que fue su primera novela, La casa de los espíritus (1982). En ella, la escritora recogió el legado de su tío para seguir construyendo y rememorando la historia de su país a través de las vidas de las personas que lo habitaron. Una historia que hoy llega al Teatro Español en una adaptación dirigida por la dramaturga catalana Carme Portaceli.

La casa de los espíritus narra la historia de la familia Trueba a lo largo de cuatro generaciones, un período que abarca casi un siglo, desde el Chile de principios del siglo XX hasta la dictadura militar de Augusto Pinochet de 1973. Un retrato social y político sobre la realidad de un país reflejada en la vida de esta familia que reside en la finca de Las Tres Marías, una hacienda que pervive gracias a la explotación de la tierra por parte de los trabajadores que, poco a poco, comienzan a reclamar sus derechos laborales y a entender lo que significa la conciencia de clase. Unas ideas que se oponen al carácter conservador de Esteban Trueba –al que da vida un inconmensurable Francesc Garrido–, el patriarca de la familia y patrón de esas tierras, que tiene que resignarse y aceptar los principios revolucionarios que comienzan a aflorar en el seno de su familia y, por extensión, de su país.

“Es maravilloso en esta novela la tensión que hay entre la memoria, las contradicciones, la violencia, la muerte, y cómo se rescata el sentido de reconciliación con las cosas que suceden en un país y en una familia”, explica Carme Portaceli, que ha llevado al teatro de forma magistral esta historia en la que la unión, el perdón y el amor se imponen al odio y a la intolerancia. “El amor es la fuerza que termina por vencer a cualquier fuerza exterior. Es una obra que habla de reconciliación, de la posibilidad de cambiar, de comprender”, apunta la directora.

‘La casa de los espíritus’ en el Teatro Españo. Foto: Jesús Ugalde.

A caballo entre el teatro documental y el realismo mágico –característico de la literatura de Allende–, la obra nos muestra también otra realidad espiritual paralela que resulta vital para poder comprender la historia. Clara del Valle, la mujer de Esteban, decide un día esperar a la llegada de la muerte con la convicción de que su espíritu siempre quedará en esa casa. Y así sucede. Una analogía que también se traslada a la interpretación ya que, como explica Carmen Conesa, la actriz encargada de dar vida a Clara, “el alma de las gentes reales que lucharon por la libertad de su país está con nosotros en el escenario. Su fuerza nos acompaña”.

Anna Maria Ricart, encargada de la dramaturgia y de la adaptación a la escena, habla sobre el proceso de trasladar ese realismo mágico al texto teatral. “La magia es la que conforma ese mundo tan especial. Más allá de los poderes de Clara, es la mirada de Allende sobre ese microcosmos lo que hace que la magia aparezca. Hemos intentado mantener esa forma diferente de mirar que tiene la autora y con la que edifica todo un universo”, explica.

Y en ese universo, la política planea sobre las cabezas de los personajes, marcando su trágico destino. Sin embargo, los valores fundamentales terminan por imponerse, y el amor familiar, generador de vínculos que ninguna ideología puede romper, se erige como un elemento de salvación. En un momento dado, Esteban Trueba descubre el horror y la injusticia que cometen los de su bando con su nieta Alba por enamorarse de un comunista. Ahí rompe con sus ideas reaccionarias y defiende los intereses de su familia. “La tolerancia de la familia del Valle termina poco a poco, a través del amor, entrando por los poros de Esteban Trueba. Esta obra nos demuestra que sólo se pueden abrir las mentes de las personas llegando a su corazón”, apunta Portaceli.

Por todo ello, La casa de los espíritus es transmisora de unos valores extraordinarios. Valores que alcanzan su plenitud en la figura de Alba –interpretada por Miranda Gas–, el último eslabón de la familia y la encargada de reconstruir la historia. Ella representa a toda una saga de mujeres cuyos nombres tienen algo en común, la luz: Nívea, su bisabuela; Clara, su abuela; Blanca, su madre. Una luz imprescindible para alumbrar los tiempos de oscuridad. Mujeres que lucharon contra los estigmas sociales de las sociedades patriarcales.

En su monólogo final, Alba, tras sufrir en sus propias carnes las torturas del régimen chileno, rompe la cuarta pared y se dirige al público: “Quiero pensar que mi oficio es la vida y que mi misión no es prolongar el odio”. Sus palabras resuenan con firmeza entre los asistentes. Palabras del siglo pasado que dialogan con nuestro presente. Y es que, como dijo Salvador Allende minutos antes de dar su vida por el pueblo, “se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Todavía hay quienes intentan cerrarlas.

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