‘La Casa Grande’, referente para mujeres maltratadas, logra esquivar el cierre
El pasado julio, el Centro de Atención, Recuperación y Reinserción de Mujeres Maltratadas (CARRMM) –rebautizado por sus moradoras como La Casa Grande– el pionero, el más antiguo de España, anunciaba que su actividad podía suspenderse al no contar con las subvenciones necesarias para seguir funcionando. Adiós a la continuidad de un proyecto que, durante 33 años, ha salvado a más 700 mujeres y unos 800 niños y niñas del peor de los finales. Afortunadamente, la noticia fue revertida a tiempo y el propio centro publicaba la buena nueva en un comunicado. “Así que el Centro, como lleva haciendo desde hace más de 30 años, seguirá salvando vidas de mujeres amenazadas por violencia de género y ayudándolas a encontrar su autonomía para dirigir su vida con arrojo y templanza”.
Las puertas de este lugar que sus moradores han bautizado como La Casa Grande seguirán abiertas. La subvención del Ministerio de Igualdad, 60.000 euros mensuales, garantiza su continuidad y un programa integral y totalmente gratuito, contra la violencia de género. Intervención psicológica personal y grupal, refugio habitacional, formación laboral y educacional, así como el acompañamiento necesario para que el mundo no les parezca un sitio extraño, una vez cumplidos los plazos de recuperación. Porque volver al exterior, con todo lo que significa de libertad y autonomía, no siempre es grato. Las heridas bien cuidadas suelen cerrarse, pero las cicatrices en ocasiones duelen.
El centro se ha convertido en un referente internacional. Su forma de trabajar con las mujeres, sus hijos y sus hijas, ha servido de ejemplo en muchos otros países. Existe por la iniciativa de la Federación Nacional de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas (FNAMSD), fundada en 1973 por Ana María Pérez del Campo. Una mujer diplomada en derecho matrimonial, valiente feminista que ya había llamado a la lucha por la igualdad y contra la violencia ejercida contra las mujeres durante la dictadura franquista y la transición. Ella misma, igual que sus compañeras de batalla, sufrieron registros domiciliarios, detenciones, sanciones y estancias en los calabozos de la Dirección General de Seguridad. No hay momento clave en la historia reciente del feminismo en España en el que Ana María no haya participado y aportado. Desde la elaboración de la Ley del Divorcio (1981) hasta la concepción del término “terrorismo de género”, para denunciar el sistema patriarcal que alimenta la crueldad machista. “Este país ha acabado con la violencia de ETA, pero no puede acabar con la violencia de género”, es una de las afirmaciones de Ana María.
Seguramente tiene mucho que ver el hecho de que, a los 25 años, con dos hijos y embarazada de un tercero, huyera de su casa iniciando un proceso legal de separación ante los rígidos e insensibles tribunales eclesiásticos. En una España sin posibilidad de divorciarse, con la autoridad marital potenciada al máximo, Ana María tardó 9 años en separarse legalmente. Pérez del Campo había nacido en una familia bien, de la que salió, altar por medio, para instalarse en el peor de los matrimonios. La violencia contra las mujeres no distingue clases sociales; otra cosa muy distinta es que las víctimas puedan, o no, liberarse sin ayuda. Ana María fue maltratada física y psicológicamente por su señor esposo, que no dejó de hacerle la vida imposible incluso después del cese de la convivencia. ¿Esto es todo lo que recibo por seguir los preceptos marcados de amor, matrimonio, maternidad y servidumbre?, debió preguntarse. Ya conocen la respuesta. Ya sabemos de su obra. En octubre del año pasado, la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas de España cumplía 50 años.
La periodista Isabel Coello publicaba la pasada primavera un podcast independiente de ocho episodios titulado La Casa Grande, donde, gracias a un fantástico trabajo de dos años y medio, podemos escuchar los testimonios de mujeres que han pasado por el Centro, detallando su llegada, las fases del proceso de sanación y su vuelta a ese mundo terrible, del que tuvieron que escapar con la muerte en los talones. La publicación del primer episodio de este documental sonoro, que tendría que escucharse en las aulas de estudiantes mayores de 13/14 años, coincidía con la noticia del posible cierre del centro, ayudando sin duda a resolver el gravísimo problema.
Sin desvelar en ningún momento su ubicación, por motivos de seguridad, Isabel Coello ha recopilado más de 40 horas de charlas con las mujeres, sus hijos y sus hijas, y los profesionales que trabajan allí. Además de un capítulo, el sexto, íntegramente dedicado a la figura admirable de su fundadora, y directora hasta 2006, Ana María Pérez del Campo.
“Fueron los más pequeños quienes bautizaron el centro con el nombre de La Casa Grande”, cuenta Isabel. “Por contraste con sus moradas, reducidas a un espacio asfixiante de miedo, violencia y dolor”. Para la periodista, el trabajo ha sido muy duro en el arranque, satisfactorio al concluir, y tan terapéutico como aleccionador. “He podido transmitir exactamente lo que quería; el modo en que funcionan los mecanismos del maltrato y el control coercitivo junto a las estrategias del terror que utilizan los agresores”.
En uno de los capítulos y con una serenidad envidiable, una mujer se retrotrae a su infancia para componer un relato atroz. Violada repetidas veces por su propio padre, tardó en reaccionar por los efectos del terror en su cabeza. “Mi cerebro entró en lo que yo llamo ‘modo supervivencia’. Funcionaba lo justo para respirar. Tenía tal bloqueo que no podía ni llorar, ni gritar ni salir corriendo. Hasta mi propia madre notaba que algo raro me estaba sucediendo. Olvidos, despistes, comportamiento extraño…”. El pánico actuaba como disolvente de su cada vez más débil autoestima. Aun así, hay quien sigue preguntando: “¿Por qué lo consentiste? ¿Por qué no denunciaste? ¿Por qué no huiste de allí? Como si fuera tan sencillo luchar contra una paralizante vergüenza que no tendrían por qué sentir. “Son mujeres aterradas, víctimas del gran engaño que practican muchos maltratadores”, explica Coello. De ahí nace algo tan injusto como ese sentimiento de culpa que tortura a la gran mayoría de las víctimas.
Isabel nos ha puesto en contacto con Berta. Tiene 28 años y una hija de cuatro. Vivió en La Casa Grande con su madre huyendo de un padre que jamás ha reconocido su pecado y al que, con todo, Berta ha preferido perdonar. “Yo tenía 17 años y le llamé para saber cómo estaba. El teléfono lo cogió su padre y me dijo que yo ya no era su nieta. ¿Se puede perdonar? A ver; puede que sí. Yo lo necesité para avanzar”.
Berta nació cuando su madre se casó por segunda vez. “Tengo otras dos hermanas que se quedaron con el anterior marido de mi madre. Los primeros recuerdos que tengo de mi vida ya son horribles. Nos escapábamos, pero al poco tiempo de estar en otro lugar, mi padre nos encontraba una y otra vez. Yo llegué a pensar que mi vida sería así para siempre. Hasta que, no sé exactamente cómo ni por qué, terminamos en el Centro. Yo era muy pequeña y era mi madre la que tomaba las decisiones”.
Para Berta y su madre, La Casa Grande fue un verdadero hogar. “Conseguimos estar tranquilas por fin. No sucedió de un día para otro. Tardé bastante en sentir que allí estábamos seguras. Desarrollé un miedo terrible a la oscuridad y a los 17 años seguía durmiendo con mi madre. Tuve una adolescencia que no le deseo a nadie, porque me resistía a recibir ayuda. Hasta que comprendí que la culpa de aquel infierno no era mía. Yo iba al psicólogo y le decía que no quería indagar en el asunto”. Berta padecía un empacho de rabia, de rencor, de odio. Y lo manifestaba siempre que tenía ocasión, lo mismo con su madre, sus terapeutas o sus propios compañeros y compañeras, con los que finalmente consiguió construir una relación de amistad tan sólida que lleva trazas de seguir para toda la vida.
“Mi padre estuvo en prisión. Creo recordar que no cumplió toda la pena por buen comportamiento. Una vez le vi por la calle; no recuerdo bien si tenía 13 o 14 años, y le dije a mi madre que quería ponerme en contacto con él. ¿Sabes lo que pasa?”, me pregunta Berta, contestando enseguida, sabiendo que yo no tengo respuesta. “Cuando te crías en ese ambiente, acabas por pensar que esa es una manera de querer, peor que otras, pero es la que te ha tocado. A mí me ha pasado después con alguna de mis parejas. Siempre que discutimos pido perdón aunque la razón sea mía, seguramente por miedo al abandono”.
Berta vive sola con su pequeña. Se ha separado del padre de la niña, “porque también sufrí maltrato. No te extrañes, no soy el primer caso que repite el patrón. Pero algo habré aprendido para saber cómo llevar las riendas de mi vida. Me he separado y sigo adelante. Es obvio que esas herramientas que mi madre no tuvo hasta llegar al Centro, también me las dieron allí. Justo ayer estuvimos hablando de todo esto mi madre y yo. Cuando me preguntan ¿qué es lo que hace ese centro? Yo digo sin dudarlo que allí se salvan vidas”, concluye Berta.
El último episodio del podcast La Casa Grande de Isabel Coello se llama La Salida. Cuenta con una emoción ausente en el resto de las grabaciones. Se llama la esperanza y asoma con timidez, porque de entrada no está bien acompañada. El exterior provoca incertidumbre y miedo. “Que el aire de afuera no les haga daño”, comenta Isabel Coello con la suficiente información para entender lo duro de dar ese paso. Las terapeutas de la Casa Grande saben que esas mujeres necesitan una o más muletas para caminar con firmeza y evitar tropiezos: un trabajo y una casa donde construir un verdadero hogar. Berta y su madre dejaron La Casa Grande cuando la segunda consiguió un empleo. “No es fácil salir afuera, pero peor, mucho peor, lo hemos pasado”. Isabel ha querido cerrar este magnífico trabajo compartiendo sonrisas. Por eso ha visitado a algunas de las mujeres que conoció completamente destrozadas y hoy han recuperado ese bien en el que solo reparamos cuando nos falta: la normalidad.
35 mujeres han sido asesinadas por violencia de género en España en lo que llevamos de 2024. El número de feminicidios desde 2003, cuando empiezan a contabilizarse, asciende a 1.279. El número de menores huérfanos crece hasta 24 en 2024, y a 475 desde 2013.
La Red de Prevención del Sectarismo y del Abuso de Debilidad (RedUNE) presentará el próximo 26 de septiembre en el Congreso de los Diputados casi 300.000 firmas que piden la inclusión del término «persuasión coercitiva» en el Código Penal. Con esto se pretende apoyar a víctimas de violencia machista y ex miembros de sectas que no consiguen recuperar su vida, una vez que deciden abandonar esos grupos. Detrás de la iniciativa están la ONG Psicología Sin Fronteras, Asociación de Víctimas de la Santería, Asociación de Víctimas de Testigos de Jehová, Asociación para Proteger al Enfermo de pseudoterapias o la Asociación Iberoamericana para la Investigación del Abuso Psicológico.
Según datos ofrecidos por el Centro de Atención, Recuperación y Reinserción de Mujeres Maltratadas, desde su apertura, el 71% de las afectadas que siguieron el programa hasta el final no han recaído en otras relaciones abusivas.
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