Los 40, la década invisible

Fotograma de ‘La vida inesperada’.

Fotograma de 'La vida inesperada'.

Fotograma de ‘La vida inesperada’, con Javier Cámara y Raúl Arévalo.

Dicen que los cuarenta son los nuevos treinta. A propósito de ‘La vida inesperada‘ de Jorge Torregrosa, llevada al cine con guion de Elvira Lindo, y aunque nunca es tarde para intentar hacer realidad una ilusión, el columnista reflexiona sobre los cuarentañeros, sobre los sueños cumplidos e incumplidos, las certezas y las inestabilidades en esa década.

***

Cada vez que escucho eso de que los cuarenta son los nuevos treinta, experimento la misma sensación. Me siento como ese niño pequeño que se cae y todos los adultos acuden a levantarlo dándole mimos o diciendo boberías para distraer su atención del golpe.

Hay una certeza más o menos absoluta: entrar en la cuarentena, o estar a punto de sobrepasar la cuarta década, desestabiliza. Una percepción del tiempo vivido y del que queda por vivir se instala, silenciosamente, en nuestro subconsciente. Pero los tiempos han cambiado. Es cierto que una persona de 30 años en 1967 tenía un concepto vital y emocional muy distinto al que tiene un treitañero hoy. Pero, en el fondo, sabemos que los treinta no son los nuevos veinte. Simplemente porque existe algo que adquirimos a medida que cumplimos años: responsabilidad. Carecer de ella está muy mal visto. Excepto si eres político, que en ese caso es un plus.

Cumplir años es someterse al inexorable influjo de la responsabilidad. Dejar un trabajo (suponiendo que existiera) con 20 años nunca se define como una irresponsabilidad; es una manifestación de inquietud, ansias por mejorar, espíritu emprendedor, evolución. Hacer eso mismo con 45 es algo que todo tu entorno ve como una irresponsabilidad. Por eso, aunque las revistas de tendencias apuesten por ese trueque de décadas, no acabo de creerme que mis cuarenta y pico sean valorados, en general, como unos treinta y pico.

Estoy más próximo a creer que los cuarenta siempre han sido la década invisible. Las mujeres lo padecen con especial fastidio. No son jóvenes, no son maduras, y acaban condenadas a una especie de limbo del que podrán salir al cabo de diez años. La mayor parte de las actrices, por ejemplo, se quejan de que cuando entran en esa década, los papeles frenan porque nadie sabe qué historia contar que esté protagonizada por cuarentonas. Los problemas de la gente de cuarenta, hombres y mujeres, se escapan de las revistas de tendencias, de las biblias de las series. Todas esas series que vemos, y con las que jugamos a identificarnos, hablan de personas que apenas han cruzado el ecuador de la década de los treinta.

Esta década invisible, como explicaba al principio, está sepultada por grandes losas que hay que ir retirando poco a poco. No porque nos sobre el tiempo y podamos dedicarnos a esa tarea con parsimonia, sino porque pesan demasiado y con las prisas lo mismo nos hacemos daño. Esta sociedad te mira con incredulidad cuando manifiestas tus sueños y deseos a los cuarenta y pico. Es una década en la que no está bien visto soñar. Eso es para los 17 y, si me apuras, los 20. Pero con 40 los sueños ya deben estar realizados, al menos suficientemente encauzados. Si no es así, se convierte en la década del fracaso. Ese momento en el que parece que ya no hay esperanza, cuando las preguntas, si no tienen una respuesta inmediata, se convierten en lápidas. Instantes en los que te planteas si has estado equivocando apostando por tu sueño, si ya es tarde para todo…

Confieso que esta columna jónica nace de conversaciones de sobremesa con amigos recién llegados a la década invisible y, de alguna manera, inspirada en esa pequeña joyita emocional que es La vida inesperada, de Jorge Torregrosa. El guion –detesto que guion no se pueda acentuar- de Elvira Lindo, con Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carmen Ruiz, te acompaña de la mano, sin que te des cuenta, entre risas y sonrisas, hasta una de las reflexiones más implacables a las que un ser humano tiene que enfrentarse en la vida: si ha llegado el momento en el que debes aceptar que tus sueños ya no se van a cumplir. Y esa reflexión, a los cuarenta, se instala en nuestra mente implacable, como un okupa sin nada que perder.

Me estoy dando cuenta de que o cambio de rumbo o esta columna jónica va a acabar un poco descascarillada. No me gusta eso. En el fondo, en La vida inesperada, aunque se habla del papel del azar en nuestras vidas también nos entrega la responsabilidad de decidir qué hacemos con ese azar, si nos atrevemos o no a dar el paso. Darlo no nos asegura el éxito pero sí la satisfacción de saber que has tomado las riendas de tu vida. Voy a intentar cerrar esta columna así: ocultando la parte desconchada y dejando a la vista la zona mejor conservada. Puede que desde esta década invisible nadie escuche nuestros gritos pero al menos, en todo este tiempo, he llegado a conocerme mejor. Y, desde mi insignificancia, les voy a admitir algo: me caigo bien.

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Comentarios

  • Marc

    Por Marc, el 20 mayo 2014

    ¿Y si nos dedicáramos a vivir como queremos y sentimos y no como se espera que vivamos en función de lo que «corresponde» a nuestra edad, no nos evitaríamos toda una serie de pajas mentales innecesarias? No creo que sea tan difícil, al menos hacerlo parcialmente.

  • Alberto Monteagudo

    Por Alberto Monteagudo, el 20 mayo 2014

    Yo, que en menos de un mes cumplo el cuarto de siglo, sólo diré una cosa: ojalá poder llegar a los 30, y después a los 40, y a los 50… 🙂

  • Iris

    Por Iris, el 22 mayo 2014

    Estoy en los 40 y he decidido empezar de nuevo, la vida es demasiado corta para instalarse en donde tus miedos te requieran y, así, no vivirla.

    Me aburren los discursos de CUARENTONES, con los que no me identifico, que contribuyen -con su nube gris que invisibiliza- a que se estime locas, absurdas, bizarras…las fuerzas alegres y llenas de vida de quienes ,orgullosos por lo aprendido, aspiramos a seguir aprendiendo y viviendo con todas nuestras ganas y energía, hasta morir. Los asentados, sois los que os podéis permitir esta visión de invisibles vivientes.
    Un abrazo

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