‘La furia del silencio’: madurar a golpe de decepciones

El escritor Carlos Dávalos. Foto: Marianna Jaszczuk

Al hilo de las elecciones generales que se celebran este domingo en Perú, entrevistamos al periodista Carlos Dávalos, nacido en Lima y residiendo en España desde 2004, que publica su primera novela, de título ‘faulkneriano’, ‘La furia del silencio’ (Lumen). Un texto que acompaña el crecimiento desde la niñez y la adolescencia a la edad adulta a fuerza de desencanto. Desencanto de su colegio, de la religión, de su padre, de su país. Y es precisamente en la naturalidad con la que combina la historia del país de Vargas Llosa, Fujimori, Sendero Luminoso con los secretos domésticos que se ocultan tras los abusos de la Iglesia, la religión, la homosexualidad no aceptada, donde radican los principales méritos de una novela que fluye con la naturalidad de la vida. Sin falsedades. Porque ya bastantes tiene la realidad que cuenta.  

En ‘La furia del silencio’ repasas la historia de Perú de las últimas décadas; Alan García, Sendero Luminoso, Fujimori, Toledo, Vargas Llosa… Y la pregunta surge, tan previsible, tan oportuna como inoportuna: ¿cuánto hay de autobiográfico?

Yo creo que todo lo que uno escribe parte de experiencias autobiográficas, eso es evidente; lo que cuento ahí básicamente parte de mis recuerdos, de lo que vi y lo que viví, sobre todo de esa cierta inocencia con la que se asiste en la infancia a todos esos cambios tan drásticos y a menudo tan virulentos. Pero estrictamente la novela no es autobiográfica. Yo todos esos cambios los viví con la inocencia de un niño, como los viven los niños. Una mirada un poco de no saber lo que está pasando. Lo veía como lo ve el personaje, con una conciencia de que algo estaba ocurriendo, pero sin conocerlo en profundidad. Con la conciencia de que Perú estaba en los 90 viviendo un momento crítico. Por ejemplo, se ve en el detalle de cuando el niño, el personaje principal, sale a comprar y tiene que preguntar constantemente el precio de las cosas, porque la inflación era tan grande que los precios se disparaban de un día a otro. Era una inflación absurda, obscena. Todo costaba millones.

¿Cuándo llegaste a Madrid?

En 2004. Con 23 años. Allí hice la Universidad, estudié Periodismo, y aquí el doctorado.

¿Eras consciente de lo que sucedía con Fujimori, de la encerrona dictatorial que tendió al país?

Bueno, Fujimori era un personaje que apareció de la nada, porque en ese momento todo el mundo en Perú pensaba que iba a ganar Vargas Llosa. En ese momento, 1990, tal como estaba la situación, el país necesitaba un cambio hacia algo distinto. Y la gente veía ese cambio en Vargas Llosa, que traía ideas liberales, en el sentido estricto de la palabra, porque luego se ha manoseado mucho la palabra liberal, y sobre todo en el contexto español actual. En ese momento era la alternativa distinta. De hecho, Fujimori llega al poder con el apoyo de la izquierda, lo que resulta paradójico, porque luego son perseguidos.

¿En tus años universitarios eras muy activo políticamente, socialmente rebelde?

Lo que pasa es que las ideas de izquierda se desacreditan por el papel de Sendero Luminoso. Es una facción del Partido Comunista que en 1980 decide no participar en las elecciones y declarar la guerra al Estado peruano. Marxistas, leninistas, comunistas, pensamiento Gonzalo, que opinaba que en el Perú se iba a refundar el comunismo, que iba a ser el faro del comunismo mundial, porque China lo había traicionado. Así que la izquierda que participa en las elecciones se ve muy dañada por esta imagen. Eso a nuestra generación nos hizo menos activistas. Muy distinto a lo que ocurría en España, claro, aquí hubo 40 años de dictadura franquista. Y aquí ser de izquierda era apelar a la libertad, era el valor que representaba. Allá era todo lo contrario. La libertad no estaba del lado de ese sector de la izquierda.

Llegó un momento en que lo que se quería ante todo era seguridad, ¿no?, que no se fuera continuamente la luz por los atentados de Sendero Luminoso.

Claro. Y que hubiese agua. Y que no hubiese bombas ni sangre. Y eso que en Lima éramos los que menos lo sufríamos. Porque el 70% de las muertes fueron de campesinos. Ahí está Ayacucho [se conoce como Matanza de Ayacucho el asesinato entre los años 1980 y 2000 de unas 15.000 personas, en su gran mayoría campesinos andinos]. Así que en la Universidad, a finales de los 90 y comienzos de los 2000, había cierta conciencia entre mi círculo, sí, había una conciencia clara contra Fujimori, de que fue un dictador, que había disuelto el Parlamento y corrompido las instituciones de una manera obscena. Pero podemos decir que éramos unos desencantados, una generación desencantada.

Con todo esos posos, esos recuerdos de niño y adolescente, ¿cómo armas la novela, cómo es el proceso creativo?

Yo siempre quise escribir una novela sobre el paso de la infancia a la adolescencia, y siempre ha estado esa novela detrás de mí. Lo que me costó fue encontrar el tono, la voz. Esa voz a veces infantil y a veces adolescente, a veces rebelde y a veces inocente… Y la encontré al escribir un relato, que precisamente se publicó en El Asombrario, Viendo porno con santa Claus. El relato de un niño que está celebrando la Navidad. A veces, los relatos te sirven para eso, para encontrar una voz que luego puedas desarrollar en algo más extenso. Y a partir de ahí me senté a escribir la novela.

¿Y te salió tan fluida como parece?, porque se lee con mucha fluidez.

Sí, las pausas que tuve fueron por cuestiones de trabajos alimenticios, tú sabes. La escribí entre Madrid y Amberes, porque mantenía una relación con una chica de allí.

Entre los principales aciertos de ‘La furia del silencio’ veo la cantidad de diálogos que contiene, que le dan mucho dinamismo. Dialogas muy bien. Son muy creíbles, no tiene el lector esa sensación de estar ante el narrador omnipresente detrás de todos los personajes, como tan a menudo sucede. ¿Fue una opción de estilo desde el principio?

Hay algo en las novelas que es lo que a mí me interesa, que es el nivel de persuasión; para mí lo más importante es que le hagas creer al lector que lo que está leyendo está ocurriendo de verdad. Y los diálogos son desde el principio parte de la manera que tengo de construir las escenas. Y quizá también de las lecturas que he hecho y que más me han influido.

¿Qué lecturas?

Muchas. Fitzgerald, Dostoievski, Hemingway, Dos Passos, Faulkner, Dickens…

En la faja –ay, las fajas de promoción, a veces tan falsas, tan exageradas– te comparan con Vargas Llosa…

Bueno, a un escritor peruano siempre le van a comparar con Vargas Llosa, lo quiera o no. Es algo inevitable. Pero te diré una cosa, a Vargas Llosa, los niños lo veíamos más como un personaje público que como un escritor. Lo leíamos en la Secundaria ya. Pero de niños lo veíamos como un personaje público, lo veías en la tele enfrentándose al poder político que en ese momento encarnaba Alan García. Y lo veíamos como una especie de, una especie de… superhéroe. Que es mucho más que escritor. Yo creo que todos los autores del boom latinoamericano han tenido esta imagen. Son mucho más que escritores, salen a la palestra, a la plaza pública, y hacen política, se enfrentan al poder.

Y tú, sin embargo, no me has mencionado a ninguno en esas lecturas que te han influido…

Bueno, por supuesto, el boom, por supuesto, me había olvidado. Vargas Llosa, García Márquez, Rulfo, Borges… Por supuesto, por supuesto.

La novela me recuerda mucho a esa maravillosa película que es ‘Roma’, de Alfonso Cuarón, porque está la Historia, con mayúsculas, y las pequeñas historias, y son precisamente esas pequeñas historias domésticas, con sus clases, su desigualdades sociales, las que van contando la Historia.

Es curioso lo de Roma. Porque sí, la comparan. Y también mi editora vio esa similitud. Cuando yo vi la película, el manuscrito ya estaba terminado, y cuando la vi, dije: guau, aquí hay algo, Cuarón y yo hemos estado haciendo algo parecido, él con su realidad en México, y yo con la mía en Perú. Y sí, literatura es eso. Como diría Balzac, la novela son las historias privadas de las naciones. Al menos así lo entiendo yo.

‘La furia del silencio’ aborda, desde la furia y desde el silencio, muchos temas: desde la telebasura y los secretos de familia, a la homosexualidad reprimida, los abusos en la Iglesia, el aborto, las drogas en la adolescencia. Todo contado de una manera muy fluida, y creo que es otro acierto de la novela, cómo construyes la trama encajando tantas piezas sin hacer grandes alharacas ni dramatismos, sino que todo encaja muy bien en ese gran puzle social, con la naturalidad de la vida.

Sí, esa era la intención, contar todo eso sin que parezca impostado, falso. Yo creo que lo más importante en la literatura es esa persuasión, que resulte creíble. El personaje está viviendo una edad en la que todas esas cosas se precipitan en tres / cuatro semanas, las últimas del quinto grado de Secundaria, lo que aquí sería Bachillerato. Todas estas contradicciones de los adolescentes… Y cuando el protagonista se da cuenta de que ocurren ciertas cosas en su colegio y en su familia y en su país, reacciona y actúa como actúa.

Hay un recurso, la narcolepsia del protagonista, en plan ‘Mi private Idaho’, con River Phoenix y Keanu Reeves, que no sé si te sirve para salirte por la tangente en las situaciones de mayor tensión, no resolver las situaciones más complicadas.

Yo necesitaba que se viera la vulnerabilidad del personaje. Y lo de quedarse dormido me pareció una buena forma de dibujarlo. Tampoco quería asociarlo a una enfermedad en particular, sino a una vulnerabilidad del personaje, y a esa tristeza, esa depresión que le envuelve, por eso no hay un diagnóstico más preciso en la novela.

Una depresión que refleja el estado del país en esos años…

Lo dicen en una escena: al niño se le va la luz como al país… Vive entre un apagón y otro.

Y también un reflejo de Lima, con esa permanente neblina que no deja ver el cielo.

Así es.

¿Vuelves mucho a Lima?

Una vez cada año o dos años.

¿Y cómo la ves?

Hay elecciones este mes de abril, el día 11, y el panorama es bastante desolador, la verdad. Porque tenemos un menú de candidatos que deja mucho que desear.

Es curioso, porque ahora en España se habla muy poco de Perú. Mucho menos que de Bolivia, de Ecuador, Colombia, Chile…

Bueno, alguien me decía que cuando no se habla mucho de tu país, es que las cosas van bien. Fujimori hizo algo en los 90, acabó con los partidos tradicionales, no le interesaba ese juego de partidos. Él lo que quería era comprarlo todo y simular una democracia, cuando era una dictadura que compraba a todo el mundo. Y creo que eso está pasando factura. A Perú lo veo con escepticismo. No sé. Por primera vez no voy a votar, porque no veo a nadie con valores genuinos. Quizá en la segunda vuelta.

¿Y a España cómo la ves respecto a cuando llegaste en 2004?

Yo llegué a España cuando todo estaba en una fiesta permanente. Y luego llegó la crisis de 2008. Cuando yo llegué, Madrid era una orgía perpetua, una fiesta permanente, el dinero parecía que salía de las orejas, de los árboles, todo el mundo estaba feliz, de fiesta… Y de repente llega la debacle de 2008, como una bofetada que dejó a todo el mundo descolocado. Y yo creo que Madrid no ha vuelto a recuperar esa dinámica que yo encontré cuando llegué. Yo me sentí madrileño en el momento 1. Yo pisé Madrid y me dije: ¿dónde has estado todo este tiempo que no has estado aquí antes? Sentí que Madrid era la ciudad en la que tenía que estar. Madrid es una ciudad encantadora, acogedora…

¿Y eso ya no lo sientes?

Esa dinámica es distinta. Las cosas no estaban tan politizadas como están ahora. Yo creo que la religión de nuestro tiempo es la política, donde todo el mundo defiende unas ideas a ultranza, y no es capaz de ver más allá, y el que piensa distinto es Satanás. No hay la mínima intención o ganas de querer entender al que piensa distinto.

Posiciones mucho más radicalizadas.

Exacto. Y eso no existía de una manera tan profunda como se vive ahora. Hay mucha más virulencia, polarización.

Quizá porque cuando las cosas van bien, la gente necesita menos la ‘religión’…, sea de dioses, sea de ideologías…

Sí, es verdad. Cuando las cosas van bien, la gente no necesita rezar. Y yo no sé si a Madrid le va bien esta polarización, porque pierde parte de su esencia. Madrid es una ciudad mucho más festiva, capaz de interactuar sin esta especie de mirarse en el reflejo del polo opuesto. Ahora todo está ideologizado, cada uno en su trinchera. Y las redes sociales además ayudan a eso. Y no ocurre solo en Madrid, mira cómo está Cataluña, y es una pena.

¿Por qué crees que les puede interesar ‘La furia del silencio’ a los españoles?

Más allá del contexto local, yo creo que es una historia universal, con temas universales, como el desengaño, la decepción, el suicidio, el aborto, la homosexualidad oculta, la falsedad institucional, de la política, de la religión… Es la historia del crecimiento de una persona, de niño a adolescente, que descubre que lo que ocurre en su entorno no es como lo que él creía, sino que descubre que todo es falso.

Va de desencanto en desencanto.

Se desencanta de su colegio religioso, de su padre, de su país. Siente que vive en un entorno de mentiras.

¿Te costaron más algunas partes que otras?

No, la verdad es que no. Escribiendo, se sufre mucho, porque es una toma constante de decisiones, con el miedo constante a tomar la decisión equivocada. Pero llega un momento en que los personajes cobran vida propia y tu intuición misma te dice por dónde hay que ir. Cuando llegas a ese punto, uno ya se la pasa bien y disfruta con los personajes, y explora todas sus posibilidades.

¿Y en el cajón qué tienes?

Uno se da cuenta de que hay muchas cosas que hay que tirar, y es ahí donde se forja el oficio.

¿En el cajón útil qué tienes?

Estoy escribiendo una novela ambientada en el Perú del conflicto armado. Y está avanzando muy bien. Es una novela un poco más ambiciosa, en el sentido de que quiere abarcar más, muchos más tiempos y contar la historia de cómo se vivió el conflicto en los Andes en los años 80, en los sectores, digamos, menos favorecidos del país. Y cómo fue la captura del líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán. Que fue un trabajo de la inteligencia muy pulcro, sin derramar ni una gota de sangre. Y en esa misma historia se cuenta el inicio de un joven periodista que comienza a escribir crónicas.

Tú te dedicas sobre todo al periodismo, incluidas tus colaboraciones con ‘El Asombrario’. ¿Qué tal tu relación con el periodismo?

Bueno, también ha ido cambiando conforme los medios en papel han ido desapareciendo. Antes se le dedicaba más tiempo. Ahora el clic es lo que manda. La forma de hacer periodismo ha cambiado. Yo no he vuelto a escribir reportajes de largo aliento, esos en los que estás un mes investigando, que es algo muy divertido y enriquecedor, que vas como pelando cebollas, eso ya no se puede hacer, porque no sale a cuenta, no es rentable, y porque se lee distinto. Esa crónica latinoamericana de la que bebimos tantos, en la que uno podía utilizar todas esas herramientas literarias para poder contar una historia, se están perdiendo, porque ya se lee de otra forma.

En pantalla se lee distinto. Necesitas otro lenguaje. La demora del papel, al trasladarla a lo digital, puede resultar hasta pedante, ¿no?

Yo no me imagino una crónica de Gay Talese en el móvil; puede resultar infinita e insufrible.

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