‘Codicia’: tras la Gran Desconexión, las mujeres son vientres de alquiler

La escritora María Reimóndez. Foto: Iván Reimóndez.

‘Codicia’ (Dos Bigotes), de María Reimóndez, es una obra de ciencia ficción originalísima y reflexiva, donde el ecologismo, la diversidad afectivo-sexual y el feminismo son pilares fundamentales, siguiendo la estela de escritoras pioneras como Ursula K. Le Guin y Octavia Butler. De plena actualidad por el debate en torno a la gestación subrogada o ‘vientres de alquiler’, ‘Codicia’ plantea un escenario post-apocalíptico tras la Gran Desconexión, y aborda de forma muy crítica temas como la destrucción ambiental del planeta, el abuso de las nuevas tecnologías, la explotación del cuerpo femenino y la maternidad, la construcción de las identidades sexuales y de género, la esclavitud y la división sexual del trabajo.

María Reimóndez (Lugo, 1975) es, además de una de las escritoras gallegas más prolíficas y traducidas, doctora en Traducción e Interpretación especializada en feminismo decolonial, hegemonía lingüística, ideología y poder, algo que queda muy patente en su novela, donde despliega, a través de un estilo radical, muy creativo y peculiar, su compromiso social con las mujeres y la diversidad LGTB+.

Este compromiso, precisamente, hizo que Codicia (en su versión original en gallego, Cobiza) fuera reconocida con el I Premio literario Pinto e Maragota, un galardón creado en el año 2020 por el Concello de Pontevedra con el fin de terminar con “los prejuicios y la invisibilidad que afectan a la diversidad sexual y de género”. Un premio muy necesario porque, como afirma la propia autora, “les escritores no heterosexuales seguimos viendo mucha violencia desde el punto de vista de la crítica”.

Una mirada comprometida a los posibles mundos futuros

“Siempre actúo y escribo desde la esperanza, desde el optimismo. A través de nuestros actos del día a día y de las decisiones cotidianas, y a partir de ellas a través de nuestras alianzas, sobre todo con aquellas que están del otro lado de nuestra sociedad depredadora y consumista, creo en la capacidad que tenemos las personas para transformar el presente y el futuro”. (María Reimóndez)

En un futuro no necesariamente muy lejano, en el que las nuevas tecnologías han agrandado aún más la diferencia entre clases y continentes, Luz es arrancada de su familia y de su explotado y empobrecido lugar de nacimiento a causa de la Lotería de la Fertilidad. Esta “lotería”, que no es más que una macabra forma de llamar a un encierro en el que Luz se verá obligada a engendrar tanta descendencia como su cuerpo aguante, es la manera de velar por la natalidad y vigilar el comportamiento de todos sus ciudadanos de la LifeCorps, corporación que controla la Capital del Oeste, principal potencia mundial en el futuro.

La otra línea temporal, situada varias decenas de años después, sigue a Tassi, Dandara y Seh-Dong, tres seres de apariencia humana creados a partir de materia vegetal que son apresados y buscan la forma de liberarse y volver a su hogar. Nos encontramos ahora en un mundo post-apocalíptico en el que la humanidad ha retrocedido cientos de años y esclaviza a la mujeres, alaba de forma casi religiosa la maternidad y repudia la ciencia tras experimentar un apagón energético y tecnológico masivo.

Identidad sexual y de género

Reimóndez se sirve de planteamientos muy poco convencionales ­–aunque brillantes– para reflexionar sobre temas de total modernidad y relevancia, como la identidad de género, tan en boca de todo el mundo últimamente. A lo largo de la novela aparece un amplio abanico de personajes cuya identidad sexual o de género es fluida o abarca un amplio espectro de posiciones: personas intersexuales, hombres con vagina, mujeres con pene o incluso seres con apariencia humana pero sin un género determinado. Como en la actualidad, todas ellas son formas de ser, de vivir y de expresarse que reciben incomprensión, rechazo y persecución desde el poder.

“Todo ese rollo de ser hombres y mujeres es un invento. Un engaño para controlarnos. Las Capitales necesitan que la gente encaje en esas cajitas. Necesitan a cada persona bien definida. Las cajas son como las cadenas que ahogan. Antes de que tú nacieras, mucho antes, determinaron que nuestras culturas, en las que no nos relacionábamos de esta manera en parejas, eran primitivas y nocivas. E impusieron normas para el control”. (Andrés, Codicia).

Feminismo

Todo el libro, de principio a fin, es una clara denuncia al dominio del hombre sobre la mujer, a la perspectiva predominantemente masculina que ha dado forma a nuestro sistema político, económico, reproductivo, social y familiar, ese “monstruo de rostro cambiante que vuelve una y otra vez”: el cisheterpatriarcado. En el mundo que la autora construye impera una visión y un imaginario machista, donde las mujeres son únicamente validadas en cuanto que poseedoras de la capacidad de reproducirse, lo que las lleva a ser explotadas, esclavizadas y utilizadas como vientres de alquiler.

“Cuando cayeron las Capitales, al principio celebramos (…) Pero, si bien la memoria de la tecnología desapareció, no lo hizo la del prestigio y la del dominio. Pronto vinieron a por nosotras de nuevo, como habían ido en el pasado. A por nuestros cuerpos de mamíferas. Y nuestras formas de vida, nuestras lenguas y conocimientos, estaban ahora tan deterioradas que no tuvimos manera de reaccionar. Cuando nos dimos cuenta, seguíamos luchando contra lo mismo. Un monstruo de rostro cambiante que vuelve una y otra vez”. (Tehoro, Codicia).

Ecologismo

El universo de Codicia está indefectiblemente marcado por un capitalismo muy similar al actual, competitivo, inhumano, desproporcionado, que lleva al planeta a sus peores consecuencias, en este caso el agotamiento de los recursos naturales, la crisis medioambiental, el agravamiento de las desigualdades sociales y, por fin, el fin del mundo natural tal y como lo conocemos. Reimóndez advierte en su obra, desde un discurso con base científica pero muy crítico a la vez, de los riesgos de no cuidar el planeta, de poner la tecnología por delante de todo y de olvidarnos de lo básico y natural.

«Mi piel y mi cuerpo chupado de respirar aire contaminado y comer cenizas me marca como hija imperfecta de la Gran Mutación. Del momento en el que los seres humanos dejamos de poder vivir en la Tierra y nos convertimos en residuos (…) El agua que bebemos nos mata. La tierra produce veneno. Nuestros cuerpos enferman y tal vez en otra época antes de la Gran Desconexión se podían curar. Ahora no. Donde yo vivo no crece nada. Los únicos animales que sobreviven son los insectos» (Jenny, Codicia).

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