La importancia de tener un ‘pack ideológico-cultural’

Foto: Pixabay.

Un par de miles de ‘trols’ de ultraderecha me estuvieron riñendo varios días en Twitter cuando se enteraron de que yo tomaba leche de avena, y varios días estuve combatiendo con ellos con la minuciosidad y la entrega con la que Joel Miller elimina infectados en ‘The Last os Us’. Y es que esto tiene mucho que ver con el ‘pack ideológico’ que está construyendo la derecha para que sus votantes sepan qué opinar sobre estilos de vida. Qué pienso y qué me pongo para cada ocasión. Es muy cómodo y, de paso, hacen frente a lo que llaman “marxismo cultural”.

Al parecer, la leche de avena es muy cara, decían, cosa de pijos, aunque si van a un supermercado comprobarán que cuesta más o menos lo mismo que la leche normal. Al parecer, es muy sofisticada, pero más sofisticado me parece criar un animal, alimentarlo, ordeñarlo cada mañana, etc…, que machacar avena con agua. Y, sobre todo, al parecer, la leche de avena es una bebida de marxistas-leninistas, aunque yo la tome, simplemente, porque sufro gastritis crónica. Algunos, los más cenutrios, anónimos y ocultos tras una imagen de Viriato o de los Tercios de Flandes, me enseñaban fotos de suculentos chuletones como supuesto desayuno porque, al parecer, los chuletones ahora son de derechas. Pobres chuletones.

El otro día entrevisté al filósofo Ernesto Castro en El País y me habló de la oportunidad de los “packs ideológicos”. “Los movimientos políticos se vuelven fuertes cuando plantean un modo de vida que da respuestas, a modo de pack ideológico, a todos los asuntos de la vida”, dijo. Según observaba, uno de los defectos tradicionales de la derecha liberal es que tenía posturas claras en lo económico, pero decía poco de los otros aspectos de la vida. ¿Cuál es la novela liberal? ¿Cuál es la música liberal? ¿Cómo viste un liberal? “En cambio, la izquierda”, me dijo Castro, “siempre ha tenido su arte, su literatura, que ha sido hegemónica. Un programa vital total”.

Me pareció interesante que la idea del pack ideológico, que frecuentemente es criticada por incitar al borreguismo gregario, fuera para Castro tan importante para que un movimiento político tuviera éxito. No solo Castro, en el reciente libro Democracia de trincheras (Península), el politólogo Lluís Orriols habla del partidismo que traspasa nuestra sociedad, y aunque reconoce que puede presentar problemas, también le ve virtudes: “Los votantes con una identidad de partido cumplen un papel fundamental”, escribe. “A pesar de que se les acusa de ser dañinos para el sistema, son los garantes de que haya partidos fuertes y estables, algo esencial para que las democracias funcionen”.

La identidad partidista y el pack ideológico que suele acarrear permiten a muchos tener puntos de vista sobre asuntos sobre los que quizás no tienen tiempo de informarse, explica Orriols. Si somos de izquierdas, o de derechas, probablemente sabremos qué opinar sobre el arte de vanguardia, el aborto, las drogas o la crisis medioambiental. De alguna manera, confiamos en que aquellos que piensan más o menos como nosotros y tienen tiempo para pensar en esos asuntos, nos digan lo que han concluido. Es una cuestión de confianza. De otra manera, el mundo sería inabarcable.

De un tiempo a esta parte la derecha más extrema (incitados por la alt right estadounidense) ha iniciado una “guerra cultural”, combatiendo a la izquierda precisamente en el ámbito de la cultura, entendida esta en sentido amplio, como el conjunto de costumbres, de valores, de creencias que tiene una sociedad. Combatiendo lo que llaman, de forma conspiranoica, el “marxismo cultural”. Y no le está yendo mal: ahora los votantes de esos sectores de las derechas saben qué opinar sobre más cosas y tienen más campos en los que sentirse parte de un grupo, más facilidad para formarse una identidad.

Por eso un par de miles de trols de ultraderecha en Twitter me regañan por tomar leche de avena, argumentando que es una cosa de rojos: creando esta diferencia de campos en las costumbres también están reforzando su identidad grupal. Tal vez algún día hasta se atrevan a dar la cara.

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