La Intrusa (o el verano maldito)

Foto: Manuel Cuéllar.

Foto: Manuel Cuéllar.

Aquí nuestro cuarto ‘Cuento de Verano’, sobre cómo algunas presencias inoportunas nos pueden sacar de nuestras casillas, más cuando el calor y la claustrofobia aprietan. Su autor es Toño Bazaga, el fichaje más reciente de ‘El Asombrario’, que ha estrenado este mismo mes su sección quincenal ‘Un viernes de cine’.

***

La odio. Lleva ya tres días aquí y no puedo soportarla más. ¡Vaya veranito! Por si no era poco haber perdido la prestación del paro, mamá se rompe el tobillo y ni siquiera podemos ir al pueblo. Y encima ésta.

Apareció el sábado por la tarde, con el calor. Así, como si nada. Y mamá tan tranquila… Es que tiene nervios de acero, la pobre, no sé ni cómo me aguanta a mí, después de mi desafortunada vuelta.

Despedida y abandonada. ¿Y qué vas a hacer en esas circunstancias? Pues volver a casa de tu madre. Pobre, digo, si no tenía suficiente, se descuajaringa el tobillo intentando alcanzar el bote del café que tanto me gusta, y que, tonta de mí, había dejado en el estante más alto sin pensar lo que le costaría cogerlo ¡Qué susto! ¡Tremendo estruendo! Salté de la cama como alma que lleva el diablo y corrí a la cocina. Allí estaba, tirada a lo largo, apretando los dientes y con el pie doblado hinchándose por segundos. Casi me da algo. ¡Qué dolor!

Siete horas en urgencias. 20 euros de taxi. Aunque eso es lo de menos, pero, vamos, que no estamos para derroches. Y ella que quería volver en el autobús. Ni mucho menos iba a dejar yo que mi madre recién escayolada volviese en autobús, ¡ni mucho menos!, como si son cuarenta, faltaría más… Después de todo, lo que hace por mí y por mis hermanos, pero sobre todo por lo que hace por mí, lo de mis hermanos ya sabrán ellos cómo agradecérselo.

¡Mi pobre!, seis horas aguantando el dolor como una troyana, ¿o era espartana?, bueno, no sé, el caso es que apenas se quejaba. Con aquel bote helado, de esos que ponen en los goteros, pegado al tobillo, supongo que era suero, y la pierna sobre mis rodillas.

Parecíamos de un circo ambulante. Ni una puñetera silla de ruedas para que estuviera más cómoda y pudiera moverla, y cómo quemaba aquel bote que le sujetaba yo con mis manos.

Que si es que es lunes y los lunes hay más gente en urgencias y además en verano…, que si es que no hay tantas sillas de ruedas como quisiéramos, que si es que los de radiografías están a tope y que tuviéramos un poco de paciencia… Me voy a callar por dónde podían meterse la paciencia, pero, en fin, seis horas esperando la puñetera radiografía y ella ni una queja, ni una mala cara.

Y para colmo aparece ésta, haciéndose con la casa, como si fuera ella la que pagase la dichosa hipoteca que papá el pobre no pudo acabar de liquidar y que se come la mitad de la pensión de mamá. La odio. Me está amargando más aún de lo posible este insufrible verano. Pero se va a acabar, voy a acabar con esto hoy mismo.

¡Y con este calor! Con lo bien que estaríamos en Rebuejar ahora. No es que me apasione el pueblo, más bien todo lo contrario, pero ya me había hecho a la idea. Tía Irene, Tío José, Canelo y el bruto del primo Salva. Al menos podría salir al campo, bajar al río y descansar horas bajo una sombra. Y no, aquí estamos en medio de agosto en Madrid, asadas de calor, sin poder encender un aire acondicionado que le costó a mi padre un ojo de la cara y que mi hermano Fernando se empeñó en que había que comprar. Y la verdad que tenía razón, no sé cómo pudieron aguantar tantos años con este calor en esa casa que parece que puedes freír huevos en las paredes.

Ni una puñetera sombra en la calle. ¿Pues no va y dicen que se están cayendo los árboles a pedazos? No me extraña, ¡mira que está sucio todo! Ya podían darle un agua al menos, que nos tienen abandonados y mucho presumir del centro de Madrid y nos lo tienen hecho un asco.

Menos mal que ha bajado la señora Teresa un rato de visita y así puedo salir a comprar. Seguro que la otra está escondida a estas horas y no se le ocurre pasar por el salón; si no, la Teresa le daba su merecido, menuda es… Esa no se anda con chiquitas. Mamá es de otra pasta, parece casi que no le molestase.

– Nena, cuanto más caso le hagas, peor.

– Nena, ignórala y ya verás cómo se irá, te estás poniendo histérica sin tener por qué, ya verás cómo cuando se dé cuenta de que pasamos de ella se ha ido y santas pascuas.

Pero es que la maldita no deja de molestar, se diría que nos acecha, aparece y desaparece como un fantasma, y siempre para joder. ¿Que voy a limpiar la casa? Ahí está, dando vueltas sin dejar que me concentre. ¿Que vamos a comer? Por supuesto, aparece. ¿Pues no que ayer me estoy duchando y la muy cabrona se mete en el baño? Menudo grito, y ella como si nada, despacito, tranquilamente, ni un respingo, si salgo de la ducha la mato. Sí, la mato.

No soy partidaria de la violencia, la verdad, siempre he presumido de lo contrario, pero es que estoy pasando una mala racha, la vuelta a la casa de mi madre no ha sido fácil. Ella es muy buena y no tiene mi genio, pero ahora me siento supeditada a sus costumbres, y eso que la buena mujer es un ejemplo de paciencia y tolerancia.

Nunca pensé que seguiría debiéndole tanto a estas alturas. Siempre supuse que llegados estos años sería al revés. Que con Ernesto, ¡menudo pájaro Ernesto, qué bien me la jugó!, seríamos felices y nos la llevaríamos de veraneo a Altea, para que así se distrajese de la rutina y disfrutase del mar unos días. Pero no, es como el cuento de la lechera, se nos rompió el cántaro. Dos mujeres encerradas en un piso del centro en un Madrid a 37 grados, con un tobillo fracturado y sin casi un duro para hacer nada. Y encima llega ella poniendo mis nervios patas arriba. ¡No gano para orfidales! Pero qué digo. No gano para nada, caray, qué veranito.

Aquí están, ¡pero bueno, ni que fueran de oro!, y necesitaré seguro cuatro de éstas y al menos uno de esos grandes para acabar con ella. Dios mío, no sé, pero es que no puedo más, ni siquiera puedo dormir y voy a acabar en urgencias en agosto.

No. Tengo que hacerlo, estoy convencida, no podemos pasar ni un minuto más con esa en casa o será el peor verano de nuestras vidas. Está decidido.

– Perdone, señorita, ¿es seguro que esto funciona bien contra las avispas?

¡Maldito verano!

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Comentarios

  • Ángel

    Por Ángel, el 18 agosto 2014

    La voz que cuenta el relato divierte. Sobre todo si no estás en el pellejo de la protagonista. En verano da gusto leer historias como ésta.

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