«La literatura viene de la literatura»
Liliana Díaz Mindurry es una poeta, narradora y ensayista nacida en Buenos Aires, donde ha publicado más de una veintena de libros que han sido traducidos al alemán, inglés, francés y portugués. Actualmente reparte sus días entre Madrid y su ciudad natal. La editorial Huso ha reeditado en España sus novelas Pequeña música nocturna (Premio Planeta 1998, Biblioteca del Sur), Hace miedo aquí y su ensayo La maldición de la literatura. La dicha, una novela epistolar que narra, con una belleza desgarradora, las vacaciones de Inés en la isla de Hydra, es el último libro reeditado en España. A propósito de esta reciente publicación, Valeria Correa Fiz entrevista a su autora para ‘El Asombrario’.
Por VALERIA CORREA FIZ
En tu novela hay una fuerte influencia de tus lecturas filosóficas. ¿Es allí donde ‘La dicha’ encuentra el germen para su creación o partiste de algún personaje, situación o imagen en particular?
Yo parto de distintos enfoques. En toda mi obra la cuestión filosófica es un motivo fundamental, pero una obra no nace solamente de una idea, sino también de imágenes mezcladas con pedazos de recuerdos, de sueños, de obsesiones que pueden llevar a las ideas o al revés. En La dicha me importaban más que los problemas del conocimiento, que son secundarios, el planteo dionisíaco de la tragedia y el placer que interesó a Nietzsche y que aparece en Las bacantes de Eurípides y en los misterios iniciáticos que desde Tracia llegaron a la Hélade. Quiero destacar que Nietzsche no es un mero filósofo materialista, practicaba una suerte de mística pagana, muy alejada del planteo judeo-cristiano, por supuesto, al que combatía. No sé ni puedo recordar, porque hace muchos años que escribí esta novela, cuál fue el germen inicial, pero de seguro, no fueron meros temas vivenciales, sino lecturas. La literatura viene de la literatura y es bueno recordarlo.
Más allá del planteo primario acerca de qué podemos conocer del mundo sensible y el coqueteo con las distintas posturas filosóficas acerca del conocer, ‘La dicha’ trata y cuestiona la narrativa misma: su (in)capacidad para decir. Creo que este tema es recurrente en tu obra. ¿Estás de acuerdo? ¿Por qué te interesa tanto dejar constancia de esta (im)posibilidad?
Voy a dar un rodeo antes de contestar tu pregunta. Considero la poesía el sustrato de todo género literario y descarto la llamada literatura pasatista que, a mi entender, no es literatura o no la considero como tal aunque otros la llamen así. No hablo de la poesía en el sentido del género literario poema y sus retóricas, sino de la poiesis, lo que se crea a sí mismo, lo que constantemente está haciéndose. En La dicha lo poético tiene el sentido, sí, de la imposibilidad de contar: el personaje Inés descubre que lo que quiere comunicarle de forma perentoria a su padre es muy duro y complejo y no cuenta con las palabras adecuadas para que él “vea” (y para que ella misma “vea”) lo que necesita explicar y explicarse. Entonces y solo por eso aparecen imágenes y paradojas. Porque tú me preguntas si yo cuestiono la capacidad de narrar y es así. Mis temas son la falta de certezas y el agujero de lo incontable. Y la poesía en sentido amplio es eso: intentar contar, decir de otra manera y fracasar siempre. Es el camino de la escritura literaria que se pone en la otra orilla del periodismo que cree posible contar, decir. Por ello la literatura es gratuita y el periodismo, pragmático: debe informar.
Algunas de tus historias están narradas desde la perspectiva de una niña o desde la de una joven en su primera adolescencia. ¿Qué posibilidades te ofrece esa perspectiva y por qué te interesa tanto?
Solo en esta novela y en Pequeña música nocturna (pasando de largo el relato Muriel, que ni siquiera es una niña y que es apenas una parte de la novela Summertime) entre mis 15 obras narrativas, hay dos niñas casi púberes o púberes. En Pequeña música nocturna desde la perversión infantil, tema que hoy nadie desea admitir. En La dicha es una elección que responde a una edad donde uno es capaz de contemplar el mundo en la forma heideggeriana, opuesta a la mirada pragmática o de pensamiento aplicado. No hay belleza, ni misticismo, ni placer, en la mirada necesariamente pragmática de los adultos, ni aún en los que somos buscadores de la contemplación, y practicamos una contemplación a medias. Carmencita, de Pequeña música nocturna, e Inés, de La dicha son voces opuestas. La primera tiene una refinada malignidad adulta que también guardan los niños. En el segundo caso, Inés guarda un extraño optimismo y es capaz de integrar la tragedia en él. Son casi antagónicas.
La familia y la problemática familiar también suelen estar presentes en tus libros. ¿Se podría decir que existe algún tipo de obsesión alrededor de esta temática? ¿Por qué la eliges?
El nudo que significa la familia está, me atrevo a creer, en todas las obras literarias, salvo algunas distopías, obras de ciencia ficción o en el género de aventuras. Es sugerida, incluso, en la novela negra. Simplemente porque en ella somos hechos y deshechos.
‘La dicha’ también incursiona en los límites psicológicos del equilibrio y las enfermedades mentales, en las experiencias o situaciones traumáticas o perversas y en el deseo. Cito: No hay obediencia más puntual que el deseo. ¿Crees que la razón trabaja en contra de la felicidad?
También lo racional participa de las felicidades intelectuales y del humor. No creo que la única felicidad sea la de los sentidos corporales. En cuanto a la locura, creo que es un camino de placer (y angustia, porque los opuestos son complementarios) muy diferente al que conocemos y que no estaría mal que nos tomáramos el trabajo de investigar mejor. Las bacantes vivían estados maníacos que hoy llamaríamos psicóticos. En cuanto al deseo, es lo que nos mantiene vivos.
Poesía, narrativa, ensayo son especies literarias en las cuales profundizaste a lo largo del tiempo. ¿Cómo es el encuentro con cada una de ellas a la hora de escribir? ¿En qué género te sientes más cómoda?
En todos los géneros, según lo que se me plantee en cada momento. En mí se me entremezclan. Para una mirada más intelectual de la problemática busco el ensayo, para una síntesis elijo el poema, para darme el gusto de contar arquitecturas narrativas elijo novela y relato. Mis narraciones tienen temas filosóficos, un lenguaje cercano a la poesía, mis poemas son narrativos, mis ensayos pueden tener algo de los otros géneros.
Harold Bloom inserta en el campo de la crítica literaria el concepto de angustia de la influencias, con el que define el proceso de lucha interna del escritor o escritora con sus predecesores en pos de encontrar su propia voz. ¿A quiénes consideras tus predecesores o predecesoras en narrativa?
Shakespeare, el teatro griego, Kafka, Beckett, Bernhard, Proust, Camus, Faulkner, Onetti, Saer, Rulfo, Felisberto Hernández, algunos cuentos de Cortázar, los cuentos de Ana María Matute, la peculiar narrativa de Clarice Lispector. Mucha poesía contemporánea y algunos pensadores que me interesan como Kierkegaard, Foucault, etc… A Borges lo he tratado de soslayar porque es muy adictivo y pegadizo.
Y para concluir, me gustaría que me hablases de nuevos proyectos y próximas publicaciones. ¿En qué estás trabajando ahora?
Una novela sobre el exceso y la casi bestialidad del amor maternal y un libro de poemas sobre almas de muertos, esperando en una sala algún enorme disparate.
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