“La música que más escucharemos será creada por Inteligencia Artificial”

Ainara LeGardón, fotografiada por Rafa Rodrigo.

Puedes seguir al autor, Rubén Caravaca Fernández, aquí @rubencaravaca

Cuando empezó a actuar, formando parte de la banda Onion, lo hacía en escenarios a los que no podía acudir como espectadora, al ser menor de edad. Ainara LeGardón los ha recorrido por buena parte del mundo, incluyendo el legendario CBGB neoyorkino y festivales como el FIB Primavera Sound, Bilbao BBK Live o Monkey Week. En 2003 creó su propia compañía discográfica, Winslow Lab, donde se autoedita, apostando por la autogestión y el control al 100% de sus obras, realizando en paralelo labores de gestión cultural, investigación, difusión y formación. Temas suyos podemos escucharlos como parte de la banda sonora de ‘Abre los ojos’, de Alejandro Almenábar, desarrollando intervenciones en espacios de lo más diversos. Sus composiciones fluyen entre el rock, lo experimental, la improvisación y de, alguna manera, el indie folk. Hablamos con ella.

Ainara LeGardón actúa este sábado en Boñar (León) en el marco de una actividad organizada por la Fundación Cerezales Antonino y Cinia, cuya labor está “orientada al desarrollo del territorio y a la transferencia de conocimiento a la sociedad mediante dos vías de acción: la producción cultural y la etnoeducación”. La intervención sonora tendrá lugar bajo el Puente Viejo de esta localidad leonesa a las 19 horas.  Hasta el 5 de noviembre, su instalación Pausa pulsar forma parte de la exposición That Time en la Tabakalera donostiarra en colaboración con el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Aprovechamos para conversar con esta artista coherente, honesta, referente trayectoria, sobre la industria musical, la IA…

Llevas más de 30 años de carrera musical, ¿cómo ha evolucionado la forma de componer y distribuir desde entonces?

En general, el avance tecnológico ha posibilitado crear material en tu propia habitación, con un equipo de grabación asequible. Eso ha derivado en un montón de proyectos unipersonales y géneros musicales que se apoyan más en lo digital y en la colaboración a distancia. Me da la sensación de que hay menos grupos o colectivos que trabajan como nosotros hacíamos en los 90, aunque últimamente noto un repunte en ese enfoque colectivo y asociativo.

Mi forma de crear ha cambiado, pero creo que no tanto debido a los avances técnicos como al propio proceso vital de búsqueda y de madurez. El cambio más importante ha sido y seguirá siendo a través de las formas de difusión y distribución. Cuando a alguien de 20 años le cuentas que tus primeros conciertos los cerrabas por fax y los promocionabas enviando cartas postales, le parece increíble. Sin embargo, no creo que fuera entonces más difícil que ahora. Hoy día es más barato e inmediato distribuir un disco, pero mucho más difícil destacar, o simplemente encontrar tu hueco, en un mundo tan saturado de opciones, con el nivel de atención del público potencial por los suelos y la escucha totalmente denigrada a lo epidérmico.

Abandonaste hace tiempo la industria musical, ¿qué te llevó a ello?

A lo largo de los primeros 10 años de trayectoria me fui dando cuenta de que los mecanismos que alimentan esa industria no van conmigo. Me fui haciendo preguntas acerca de la pérdida de control sobre mis decisiones y mis derechos, y la respuesta a casi todas ellas desembocó en la creación de mi propio sello en 2003. 

¿La industria musical maltrata a los artistas? ¿Y a la diversidad?

Nos maltrata y nos desprecia, y lo peor es que le da igual que seamos las personas creadoras quienes la sustentamos. La industria sabe que quien es artista no va a dejar de crear o de querer tocar en directo, porque sencillamente esa pulsión es incontrolable. Creo que estamos tendiendo a una homogeneización de pensamiento y un estancamiento cultural en general bastante grave, y las primeras responsables han sido las plataformas, en complicidad con las grandes productoras.

¿Se puede hablar de acoso por parte de la industria?

No sé si la palabra acoso es la que mejor describe la situación, pero lo que sé es que exprime hasta nuestra última gota de vitalidad, energía y paciencia.

Apostaste por la autogestión, ¿merece la pena? ¿Viable en un mundo tan competitivo?

A mí me ha merecido la pena. Nunca me he arrepentido de haber tomado ese camino, pero soy consciente de que la autogestión no es para todo el mundo. Se necesitan unas ciertas habilidades relacionadas con la organización, la gestión y la constancia en el trabajo que son difíciles de compatibilizar con los procesos creativos.

Respecto a tu segunda pregunta, el mundo tan competitivo en el que vivimos hace que las cosas sean tan difíciles para alguien que decide autogestionarse como para quien está en un sello multinacional. Es más, en los circuitos autogestionados se puede encontrar más apoyo mutuo que en otros entornos.

¿Por qué no podemos escuchar tu música en plataformas?

Es un paso más para alejarme de los mecanismos de la industria que considero injustos y dañinos, tanto para los y las artistas como para el propio público.

¿Cómo salvaguardar la autoría en tiempos de IA? ¿Qué hacer para no perder el control de la obra?

No creo que la clave esté en salvaguardar los derechos de autoría, sino en salvaguardar lo genuino, la autenticidad, lo que sólo tú como artista y persona eres capaz de hacer y, por tanto, controlar. Pienso que ahí es donde va a residir el verdadero valor de lo que hagamos y comuniquemos, y, desde luego, no va a ser una tarea fácil en los tiempos que se avecinan.

¿La música que más escucharemos estará creada por la IA?

La música que escuchará el público general, sin duda. Pero, de igual forma que miramos la etiqueta de un producto para saber si es de comercio justo, si es bio o km 0, habrá un reducto de oyentes que sigamos valorando esa autenticidad de la que te hablaba antes, y que sigamos apostando por proyectos humanos con los que nos identifiquemos y en los que nos veamos reflejados, aunque tengamos que buscar bajo la superficie.

La forma de intervenir de la industria, las plataformas, las maneras de difundir… ¿Afecta a la salud mental de los creadores? ¿Y a la de las personas, en general?

Sin ninguna duda. Tenemos nuevas adicciones, nuevas preocupaciones relacionadas con la proyección de la imagen personal (aunque sea pura ficción), déficit de atención y nula capacidad de retener en la memoria tanto simples datos como emociones vividas. Desde hace ya un tiempo pido que el público que asiste a mis intervenciones apague el móvil y sea partícipe de la experiencia sonora junto a mí, sin la mediación de una pantalla. Grabar las cosas en un dispositivo para decir que estuviste ahí sólo significa echar más basura digital al mundo y privarte de vivir una experiencia efímera y única, que, por mucho que vuelvas a ver en pantalla, no podrás recuperar. La mejor grabación es la que puede quedar en nuestra memoria.

¿El exceso de individualismo contribuye también?

Por supuesto. La falta de unión y el ir a salvar “lo nuestro” hace que la posible fuerza colectiva se disperse y nos veamos abocados/as a vivir en un bucle de precariedad constante, que afecta a nuestra calidad de vida.

¿Hace falta reflexionar más? ¿Escucharnos? ¿Cuidarnos?

Sin escucha, reflexión y cuidado, a lo que podamos generar creo que no se le puede llamar ni arte ni cultura.

En estos momentos estás en proyectos musicales que van más allá de conciertos, giras, festivales…

Actualmente mi instalación sonora Pausa pulsar está expuesta en Tabakalera (Donostia) y trabajo en la deriva performativa de esa pieza. Me siento más cómoda en otro tipo de circuitos y formatos fuera de los estrictamente musicales, ya sean instalaciones o propuestas que implican experiencias sonoras de las que forman parte activa tanto el público como los lugares donde se desarrollan.

¿Qué vas a presentar en Boñar?

Un concierto site-specific para sonar en y con el Puente Viejo.

¿Cómo ha sido el proyecto? Idea, manera de concebirlo, desarrollo…

La propuesta parte de la Fundación Cerezales (FCAC), que en su línea de trabajo en torno al sonido incluye el ciclo Secuencias, en el que invitan a artistas a un lugar en el entorno rural de León para preparar un concierto concebido específicamente para ese contexto. En mi caso, trabajamos en el terreno durante una primera estancia de varios días en julio para poder elegir el lugar entre varias opciones posibles. En septiembre pasaré una semana trabajando in situ y el día 23 ofreceré el concierto, que será único.

¿Participa la población? ¿El entorno?

Es impensable realizar una pieza site-specific sin la participación del entorno. En este caso, he realizado una investigación sobre la relevancia del agua en ese lugar, para lo que me he reunido con algunas personas que trabajan poniendo en valor esos aspectos. He podido visitar un antiguo balneario y he realizado grabaciones vocales en las propias instalaciones, hoy en desuso, que tomaré como material base para la creación de la pieza.

¿Te sientes una privilegiada?

Sí, soy consciente de la posición privilegiada desde la que hablo y tomo decisiones. Cuando rechazo un trabajo que considero precario o injusto, procuro explicar claramente mis razones y tratar de cambiar las cosas. A veces te enfrentas contra un muro, pero, otras veces, la otra parte ni siquiera se está dando cuenta de que sus condiciones son abusivas hasta que le explicas tu situación y le haces ponerse en tu lugar (o hasta que le indicas lo que dice la ley). Cada cláusula leonina que se consigue eliminar de un contrato modelo a priori innegociable es una gran victoria. Otras veces, sencillamente pierdo el trabajo, pero quiero pensar que mi reivindicación no cae en un saco completamente roto.

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