La necesaria reivindicación de ‘una homosexualidad propia’

La escritora Inés Martín Rodrigo. Foto: Lucia Faraig.

A menudo los libros delgados son los que suelen contener el sentido de lo importante. Narraciones concretas, estudiadas, que congenian con acierto con la naturalidad de quien las construye. ‘Una homosexualidad propia’, de Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983), pertenece a esta categoría y se nota desde la primera línea. Ahora que la ultraderecha española se atreve incluso a censurar a Virginia Woolf, Martín Rodrigo se remite al famoso título de la británica para proponernos “una reivindicación de la identidad lésbica a través de sus referentes culturales”.

Desde la primera línea, o incluso antes, cuando la autora convoca las palabra de la gran poeta americana Mary Oliver, que no pretende nada excepto relatar su experiencia, una experiencia que ofrece una delicada e inteligente multiplicidad, porque todas las palabras que usa esta joven periodista y escritora nos pertenecen.

Y no porque tengamos la misma orientación sexual que ella, que no es el caso de quien escribe estas líneas, sino porque la humanidad y la inteligencia que desprenden nos incluyen a todos aquellos que lo hemos leído.

Martín Rodrigo no conoce la exclusión, pero sí el daño que a veces el silencio inflige al porvenir y lo cuenta en este pequeño testigo vital que es Una homosexualidad propia de una forma pausada y explícita.

Martín Rodrigo ama las palabras y sus significados, las mima y las interpela en un fascinante equilibrio. Nombra las que pesan dentro de una biografía, pero también aquellas que la elevan hasta resultar sanadora para quien la ha de vivir.

Una homosexualidad propia está llena de palabras libertadoras, pero jamás libertinas. Este libro no es un desafío, sino un vivísimo testimonio. Un diario de palabras importantes, pero también un diario de palabras castradoras, de palabras que estigmatizan y que llaman la atención del lector desde el mismísimo índice.

Una homosexualidad propia es un libro que comienza con la palabra marimacho y termina con la palabra valiente, una palabra que es mucho más que una palabra, mucho más que un epílogo; es el testamento de una mujer que no tenía la necesidad de contar nada (y que paradójicamente no se siente valiente) y que de manera generosa se pone en la cabeza de la manifestación, porque soplan malos tiempos para las libertades propias y para las ajenas.

Martín Rodrigo hace de la brevedad un reto que deslumbra al lector y la estructura de su libro construye una ventana abierta para quien se sienta a leer. Es una narradora cruda, experimentada, muy alejada del simbolismo asfixiante, aunque inolvidable de narradoras como Djuna Barnes.

Rodrigo huye del laberinto. Adora la luz; ni la oscuridad ni el oscurantismo tienen cabida en este pequeño volumen de confesiones inclusivas al estilo de Didion o Hustvedt. Martín Rodrigo es una mujer acostumbrada a convivir con las respuestas y lo pone de manifiesto página a página, ofreciendo un asidero para quien está por llegar o para quien habita en un tártaro cada vez más helado e inhóspito.

Martín Rodrigo trata con aspereza las heridas, pero no las rehuye, está muy pendiente de su volumen durante las 134 páginas que arman esta valerosa confesión, aunque escribir esta última frase me haga contradecir el “yo no soy valiente” con el que la autora despide esta andadura venturosamente emocional y medidamente emotiva:

“Nunca en aquella época me masturbé conscientemente. No sabía cómo hacerlo, ni si debía”.

“Nunca me enseñaron a usar un preservativo. Ahora que lo pienso, creo que no he llegado a comprar ni una sola caja, ni en la farmacia ni en el supermercado. En su momento era algo
vergonzoso, y después innecesario”.

“El contexto lo es todo, nos define y condiciona, igual que lo personal (también esta historia) es siempre político, y mi contexto era ese”.

Y es que este pequeño libro está habitado por incontables y poliédricos despertares. Cada página es un amanecer. Cada página es una búsqueda y una certeza, la inquebrantable unión de los referentes ya descubiertos y de los ya están frente a la puerta esperando su turno para completar el conocimiento de quien cuenta esta historia tan abierta como cerrada.

Una homosexualidad propia es un honestísimo tratado de individualidad expansiva.

Lo que hace Inés Martín Rodrigo en este libro es un hallazgo, porque en él descansa el cuerpo del futuro, la guía para salir de los extensos callejones sin salida que los intransigentes orientan hacia demasiadas puertas. Rodrigo recuerda y en su memoria estamos todos, los que sufrieron por el escarnio, por el bullying, y los que lo infligimos. La adolescencia fabrica monstruos inmortales y por eso es tan necesario este libro, porque en él hay armas que previenen y educan, no armas que destruyen.

He disfrutado mucho leyendo esta “reivindicación de la identidad lésbica a través de sus referentes culturales” como reza el subtítulo de esta pequeña gran obra. Siempre es un placer y un ejercicio de crecimiento acceder a nuevas facetas de referentes como Woolf, Sontang, Didion, etc…, adentrarse en la profundidad que Martín Rodrigo pone de manifiesto sobre ellas para alejarlas de lo sabido, de lo pactado para su eternidad.

Martín Rodrigo ha escrito un ensayo devastador, pero también cercano y luminoso; ha construido una riquísima colmena existencial en la que no deja nada al azar, en la que todo está medido con esa perfección que otorga la sabiduría que siempre exhala la frágil corpulencia de las cicatrices.

No dejen de leerlo y no dejen de regalarlo, porque más allá de ser un libro testimonial, habilita un enriquecedor acceso a la jugosa erudición de una escritora que aún tiene mucho que decir y que contar.

‘Una homosexualidad propia’. Inés Martín Rodrigo. Destino. 134 páginas.

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