‘La seducción’ de una fotógrafa y una escritora 20 años mayor

La escritora Sara Torres.

Una joven fotógrafa se pone en contacto con una escritora 20 años mayor para tomarle unos retratos mientras trabaja en su próxima novela. Tras intercambiar varios correos, la escritora la invita a pasar unos días en su casa, una pequeña masía en la costa catalana. Sara Torres (Gijón, 1991) vuelve a deslumbrarnos con una novela llena de deseo y fantasía, ‘La seducción’ (Reservoir Books) . “Disfruto la belleza y los descubrimientos que nos da la sexualidad, con lo que la sexualidad tiene de vicio virtuoso. De artificio y de animalidad. Escribo igual que me muevo o miro”.

Desde sus prefacios, con palabras de la gran e innovadora Carson y el descarnado ímpetu emocional de Duras, el lector sabe que va a encontrarse con un libro estructurado a través de una potentísima entereza.  Sin embargo, es fácil asumir que ‘La seducción’ parte de un pensadísimo desequilibrio que mantiene en vilo a quien lee. ¿De dónde partió la necesidad de asentar la historia desde ese punto de falso desequilibrio que tanto bien le hace a la narración?

Creo que la experiencia del desequilibrio o de la a-sincronía nos acompaña en tantísimos procesos importantes, y suele permanecer en el silencio del relato. Especialmente durante el enamoramiento o en la búsqueda del deseo de otra, cuando nos preguntamos quién es y qué desea, qué busca o qué podrá encontrar en nosotras. No es fácil verbalizar qué falla cuando sentimos que una relación es ambivalente o que un vínculo pende de un fino hilo. Me importaba contar la angustia, la ansiedad y la mediación ideológica que atraviesa los primeros encuentros.

El ritmo de la narración es lento, cuidado, posee ese ritmo interno de los poetas cuando miran al exterior, cuando crean más allá del género que es su primera casa. Las afirmaciones de sus protagonistas son versos que no respetan la naturaleza de la poesía y que alargan la emoción de una forma incontestable. No hay pensamiento de la joven fotógrafa que no consiga arrastrar al lector hacía ese fructífero paraíso que es la duda. En la vehemencia de la juventud, en la inmediatez de las gloriosas súplicas que hace su joven protagonista habita el cáliz de esta historia, el que se pega a la memoria del que la sigue como el helado derretido por el calor sobre las manos de un niño. ¿Fue la ensoñación el primer camino elegido para contar esta historia? ¿Fue sencillo decantarse por los giros oníricos que brindan las páginas de tu novela?

Muchas gracias por tus palabras. El deseo moviliza la mente, hace que viajemos por caminos imaginarios hacia futuros posibles que alucinan la satisfacción o la frustración. Creo que no hay intensificación amorosa sin ensoñación.

La seducción suena a narrativa, pero también late con la ortodoxia con que late el corazón de un ensayo. Su texto se hibrida también con el teatro y lo corpóreo de sus diálogos. Se nota en las reflexiones de ambas protagonistas que quieren salir del libro para sentarse junto al lector hasta explicarle la necesidad de no vulgarizar el hermoso camino de la seducción. Su libro es exquisito desde lo estético. ¿Quién frena lo vulgar en su novela el ‘nacimiento’ de la fotógrafa o de la escritora?  

No tengo muy claro qué es lo vulgar para mí. Cuando me lo enseñaron de pequeña tenía sin duda un sesgo de clase, de aspiración de clase, que como adulta desearía olvidar. Quizás lo vulgar para mí ahora tiene que ver con la imposición de los tiempos de producción y exposición social, ese exceso que a veces impide darle un tiempo justo a la escritura, al pensamiento y al cuerpo. Vulgarizamos nuestro trabajo cuando tenemos más prisa por compartirlo que tiempo para realizarlo.

Hay una durísima competición y una durísima competencia entre ambas y dos velocidades narrativas muy fructíferas en la novela. Un versátil pragmatismo en la ausencia de la escritora y una infatigable búsqueda en la gravosa presencia de la fotógrafa. ¿Cómo consiguió que lo lógico no irrumpiera en el plano? ¿Cómo cambio de rango los papeles? ¿Con qué armas alimentó la paciencia de la escritora hasta convertirla en el poderoso talismán que es? 

Creo que no intentaba en absoluto generar una competición entre ellas, puesto que de algún modo cada cual compite contra sí misma, movida por el miedo hacia el rechazo de la otra. La escritora teme menos el rechazo, porque tiene más relajada la idea de amor-pareja. Ha encontrado la belleza y el equilibro en una casa, un grupo de amigas y un perro. Eso hace que su punto de partida sea más calmado, menos ansioso, y la predispone a la belleza de la seducción. El disfrute de la belleza es un privilegio que no se puede permitir un cuerpo ansioso. Todo esto no podría contarse desde la lógica, hacen falta afectos, imágenes.

Hay un laberinto excepcional por el que sus protagonistas van avanzando hacia un final que supondrá la muerte de la fantasía. Un destino peligroso después de alimentar el deseo de forma tan inteligente. ¿No temiste que esa última bifurcación acabase con la verosimilitud tan bien engendrada desde el principio, que llegase hasta el lector como un capricho imperdonable?

La muerte de la fantasía solo ocurre cuando creemos que lo sabemos todo de la otra. Cuando nos situamos por encima de su libertad y su potencia, cuando nos adelantamos a sus actos con pensamientos que los sintetizan. La vida es a la vez costumbre y misterio. No quise que la fantasía entre ellas muriese, sino lo contrario.

Desde el principio narra el deseo como si no fuese nada excepcional o llamativo en la vida de un ser humano y eso hace de su narración un imán de fuerza descomunal en la que incluso los polos más opuestos luchan por vencer su destino. Te alejas de manera premeditada de la perfección, tu literatura simula en ese punto a la de Santa Teresa, “Dios está en los pucheros” contra esta frase tuya que hace de esta novela un hallazgo:

“Siento el privilegio de poder mirarla en su cocina, una mañana cualquiera”

Usas el deseo como el relojero usa el engranaje para quitarle poder a la tiranía del tiempo. ¿Escogiste desde el principio la sencillez? ¿Tuviste que luchar mucho para no elegir la sofisticada idiosincrasia que siempre se le presume al deseo, a la seducción?

La sencillez lleva tiempo. Poder hablar con sencillez para mí llegó con la madurez de algunas experiencias. 

Es evidente que la brecha generacional construye dos visiones muy distintas del deseo y de sus necesidades. Y también lo es que esa misma brecha generacional hace que el deseo de ambas lata de forma distinta en su imaginación. Y eso se convierte en un arma muy potente en el resultado de tu libro, en un éxito rotundo. Has huido del estereotipo al labrar con tanto tino esas dos éticas del deseo que marcan de forma magnética la lectura. ¿Apostaste por esa bicefalia desde el principio? 

El libro se pregunta sobre la necesidad de una ética en el deseo, que tenga en cuenta nuestra especial vulnerabilidad, pero también nuestros poderes, en el tiempo de la seducción. Una ética que no sería desde luego un conjunto de normas, sino una disposición hacia el cuidado.

La escritura tuvo al inicio la fotógrafa como punto de vista. Luego me di cuenta que, dado que yo sabía que las angustias de ésta no estaban fundamentadas en la realidad de la otra, era justo que lo mostrase. Mostrando que no todo lo que tememos tiene una base en lo real quería tranquilizarnos un poco a todas, a todas las que imaginamos el rechazo en el día a día.

También es evidente que la eficacia de la entrega de la fotógrafa pasaba por introducir un personaje seductor y concreto como Greta. Ella es el nexo y la diáspora que trae de la mano el final ambiguo, pero al mismo tiempo serenísimo de tu novela. Tenía que haber tentación para llegar al conocimiento del deseo propio y del deseo ajeno. ¿Te costó incorporar este personaje que a priori podía ensuciar la pureza de una relación como la que se establece desde el principio entre la escritora y la fotógrafa? ¿Eres consciente que esa intromisión pudo dar al traste con la ávida sutileza de la narración? 

Para mí Greta representa la alegría del cuerpo que nos hace sentir plenas y pone fin a la neurosis. También la potencia sanadora de lo sexual y la calma que produce el deseo correspondido en acciones compartidas. No creo en la suciedad ni en la pureza, aunque los fantasmas de la suciedad y la pureza me atraviesen, como a todas las que hemos recibido una educación cristiana.

A pesar de que los pensamientos de la fotógrafa son animales frenéticos, tu propuesta está amparada por esa calma explícita y duradera que necesita el deseo para hacerse único, grande y perturbador. Tu protagonista entra en una contundente contradicción y, a pesar de hacerlo, jamás pierde pie o abandona el contexto que necesita para que su deseo alcance la perfección intelectual que alcanza. Tu protagonista no se niega nada, aun a sabiendas de que tiene mucho que perder; es explícita cuando su deseo arde e introvertida cuando consigue controlarlo y tomar las riendas de sus aspiraciones primigenias. ¿No temiste que en un libro tan marcado por la elegancia el uso de palabras adscritas a la más ardiente intimidad confundiese al lector? 

He empleado las voces que conozco para investigar pasiones que yo misma he atravesado. Mis personajes son porosos y se fusionan entre sí. Esa es mi apuesta en este existir entre la poesía, el ensayo y la narrativa. 

La seducción también deja claro que el deseo lo forma lo simple, porque lo premeditado en ese ámbito casi siempre da paso a algo demasiado parecido a la pornografía. En tu novela hay sexo, y deseos sexuales, pero siempre amparados por la estricta dinámica de la sencillez, de lo cotidiano, de ese testamento que deja sobre la carne lo inesperado, que deja frases como esta: 

“Porque su lenguaje desborda, imaginé un cuerpo capaz de entregarse. Pensé que volcaría hacia mí, estando presente, el mismo aprecio que ponía en las palabras que me dedicó”.

¿El deseo fábrica mentiras que la razón se niega a reconocer, Sara?

Pienso que es imposible para mí contestar una pregunta así, Sonia; cada palabra detrás de tu pregunta precisa de una conversación específica para que yo lograse entender qué quieres decir. Qué es para ti el deseo, el acto de fabricar, la mentira… cómo entiendes la razón. No comprendo tu pregunta y quizás esto sea lo más interesante que puedo contestar.

Creo que el deseo nace simple, pero tiene la capacidad de complejizarse, abstraerse, educarse. Por lo que el deseo de una adulta está lleno de complejidad y contradicción. Nadie conoce su deseo, sino expresiones de este.

La seducción’ habla del deseo carnal, pero también de otros muchos deseos. El de ser querida, respetada, el deseo de ser otra. Hay temas que desasosiegan entre las páginas de tu novela. Hay sombras y fantasmas, biografías reventadas, duelos y quebrantos que afectan y personifican a muchas mujeres de la sociedad actual y de generaciones anteriores. Algo que me hace reflexionar y preguntarte si el título de tu novela es una metáfora que nace con el deseo de proteger a las mujeres, de darles herramientas. 

El título es un espacio dispuesto a la imaginación sí, es ofrecer un término a una conversación colectiva. ¿Qué podría ser la seducción sin seductores y seducidas? Imagina conmigo, no será un tiempo libre de tensión, pero quizás pueda ser también uno libre de la metáfora de la caza, de la conquista, del consumo.

Hay mucha realidad en ‘La seducción’, muchos temas de máximo calado. El cambio climático, por ejemplo, es uno de ellos. La fotógrafa no solo se ocupa, por tanto, del ritmo de su deseo, sino de muchas más cosas. Es una bomba de relojería que goza añadiendo segundos y segundos a su ya exponencial peligrosidad. ¿Eres consciente del eco que deja su manera de vivir en quien lee? 

La escritora quizás tiene mayor perspectiva y se preocupa por más cosas, porque su deseo no es tan urgente como el deseo de la fotógrafa. Cuando tenemos mucha ansiedad por el rechazo, nos volvemos sujetos egocéntricos.

Lo irreal y lo irracional son también dos potentes personajes dentro de la seducción y también la falibilidad de quien narra, de quien persigue el compromiso de su interlocutora. A ese respecto tu libro ofrece frases concisas, explícitas, necesarias:

“Una respuesta incorrecta arruinaría mi libertad para seguir fantaseando”.

“Hay un placer en la fantasía que no siempre valoramos”.

¿Construiste ‘La seducción’ como una pseudo ensoñación con el deseo de asegurar que sería un incontestable acto de pluralidad?

Quise enhebrarla como una pluralidad de voces que permitiesen habitar perspectivas distintas frente a preguntas que nos atraviesan a todas. Creo que lo irracional y lo racional no existen por separado en el cuerpo.

En los Cuadernos de notas que vas intercalando en tu novela parece latir un amago de autobiografía que no es recibido por el lector como un acto de exhibicionismo, sino todo lo contrario, como un rastro de la parte más tierna de su imaginación. ¿Presentiste mientras los escribías que el lector haría esa especulativa comparativa?

No me importa, no temo la especulación, no soy yo lo que importa a las lectoras, sino su propia vida aparecida en el texto. Mi biografía como texto individual no tiene ninguna importancia. 

También queda claro en ‘La seducción’ que el dolor otorga al ser humano la madurez que jamás sabrá otorgarle la alegría. Pese a ser un libro luminoso, el peso del dolor está colgado sobre el cuerpo de la gran mayoría de las palabras que lo componen. ¿Cómo supiste qué palabras debías liberar para que la narración fuese terapéutica y no dramática? ¿Cómo supiste que debías escoger a la escritora como terapeuta de cada una de las palabras que debían quedarse?

Buscaba palabras para poder dar un orden más amable al relato de la vida compartida. Tengo voluntad de calma, voluntad amorosa, voluntad erótica, pero terapéutica no, dramática tampoco. Con la escritura no busco causar impacto ni mostrar talento. Intento estar a la altura de la vida, es decir, de la alegría y el dolor. A la justa altura, ni por encima ni por debajo ¿Es esto posible? Seguramente no, pero lo intento.

Las verdades que comunicas a través de este libro son ásperas, pero muy meritorias. A través de ellas, la seducción queda libre de mitificación y deja de ser sustento retórico. Hay un juego exquisito en tu libro que, sin embargo, pudo acabar en descrédito para el lector, ante el impertinente desinterés que muestra casi hasta el final la escritora. ¿Tuviste siempre claro que la dialéctica de la escritora debía ser sustentada sobre su a veces irritante omisión? 

Sí, para mí era muy importante ver cómo desesperamos ante la ambigüedad, cómo impacientamos en el deseo y le robamos tiempo al cuidado de lo que está ocurriendo.

Hablemos de la sexualidad en la novela. Una sexualidad que pese a ser tan explícita constituye un trance muy halagador para quien lee. La sencillez por alcanzar cada paso deseado entre la mirada y la memoria encaja con las expectativas del lector sin defraudarle y sin sembrar un escándalo en su memoria. Los instintos son entre tus manos objetos perfectos, maquinaría de alta precisión, porque has decidido de manera sabia encuadrar la seducción en el territorio de la virtud y no en el del vicio. ¿De qué manera, con qué armas además de la deconstrucción de lo establecido conseguiste transformar lo maniqueo en un ballet de perfecta armonía? No hay nada atildado, sólo un tino insólito para acomodar lo fundamental, ¿con qué armas lograste alcanzar ese grado de transformación de lo animal en su narración?

No tengo armas narrativas. Disfruto la belleza y los descubrimientos que nos da la sexualidad, con lo que la sexualidad tiene de vicio virtuoso. De artificio y de animalidad. Escribo igual que me muevo o miro.

Para terminar, hablemos de que tu novela articula un relato y una realidad profunda e integradora. Ese yo que late siendo un novedoso pronombre plural es un hallazgo que convierte tu libro en una estruendosa conversación que cura. ¿Fue tu intención incidir en ese acto de pluralización o se trató solo de una hermosa causalidad?

Sí, así es, un fundido de voces que ocurre progresivamente muestra la hibridación de mundos en las amantes y también muestra que quien escribe es sólo una con sus voces. Creo que la pretendida coherencia de los monólogos es muy peligrosa, tanto como las ideologías.

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