La sexualidad femenina como arma para un tiempo nuevo

Belén Rueda en ‘Salomé’, en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Foto: Jero Morales.

Con Belén Rueda a la cabeza, la directora Magüi Mira estrena en el Festival de Teatro de Mérida ‘Salomé’, una obra de Oscar Wilde que rescata la sensualidad femenina como arma con la que luchar para conseguir la libertad sexual en un mundo misógino y machista. Estará en cartel hasta el 15 de agosto, y nuevamente del 18 al 20 de agosto.

“Dice la Biblia que lo primero de todo fue el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. La realidad es que lo primero de todo fue una mujer”. Así arranca, anunciando lo que vamos a presenciar, Salomé, una de las obras cabeza de cartel de esta edición del Festival de Teatro de Mérida, donde hasta el momento más de 30.000 personas se han congregado para disfrutar del teatro clásico en un templo como el que esta ciudad alberga.

Allí, bajo las imponentes columnas de mármol, donde la historia resuena con más fuerza, Magüi Mira nos trae una versión de Salomé de Oscar Wilde, una obra que el dramaturgo inglés se vio obligado a estrenar en Francia en 1896 a causa de la prohibición existente en el Reino Unido de llevar a escena argumentos bíblicos. Hoy, la censura política que ha llevado a la cancelación de obras en nuestro país no ha afectado, de momento, a la obra que nos ocupa. Aunque, por desgracia, no resultaría extraño.

Y es que esta versión feminista sobre la figura de Salomé, hija de Herodes Filipo I y Herodías, nos habla de una mujer libre que lucha por su tierra haciendo uso de su erotismo, el cual la empodera, y que apoya en secreto a los rebeldes que se resisten al poder de su padre, un simple títere corrupto nombrado por Roma. Un hombre sin moral y sin ley, que no duda en abusar de su hija. Pero Salomé lucha y lo hace con sus armas de seducción, con su capacidad para amar y desear. Aunque el deseo se convierta en muerte.

Mientras, en Judea, Juan el Bautista, líder espiritual de su pueblo, clama por un tiempo nuevo mientras permanece encerrado en la prisión del Palacio de Herodes. Dice que la esperanza es el aliento de todos los sueños. Sueños y pasiones que despierta en la princesa Salomé, quien le entrega su cuerpo, a pesar de ser rechazada. Pero ella paga caro su espíritu de femme fatale en busca de libertad y es humillada por la Guardia Real, representada en la obra por un grupo de diez actores que, a través de una coreografía milimétrica y una vestimenta fúnebre, nos advierten de un terror actual que nos recuerda, por ejemplo, a otra obra reciente: Jauría, de Jordi Casanovas, sobre la violación en grupo de la manada. Un caso de violencia machista en el que se llegó a cuestionar la inocencia de la víctima, la cual había podido incitar, debido a su vestimenta, al grupo de cinco hombres que la violaron durante las fiestas de San Fermín.

“¡Puta, puta, puta!”, gritan a Salomé cuando es vista seduciendo a Juan el Bautista. Para ellos, la princesa no tiene nombre. Simplemente es “una gata en celo a la que hay que capar”. Como dice el Rey Herodes, las mujeres son sagradas y no libres. A las mujeres hay que protegerlas, pero a cambio deben cumplir normas. Mientras, Salomé exclama que será sagrada allí donde su palabra pueda ser escuchada. Reclama un tiempo nuevo donde la seducción de las mujeres no provoque terror sino placer. Tiempos nuevos que, lamentablemente, aún están por llegar.

Por ello, el cuerpo de Belén Rueda –una actriz que vuelve a Mérida tres años después (2020) del estreno de Penélope para dar vida a Salomé– se retuerce de placer y de dolor ante un público ensimismado por la sensualidad trágica que desprende. Así, Rueda hace de su perenne sensualidad un arma con la que hacer justicia a esta y a otras tantas mujeres sepultadas por el machismo. Con ella, la figura de Salomé se ensalza sobre las ruinas del teatro romano para reivindicar la sexualidad femenina de ayer y de hoy. La de siempre. Una reivindicación sexual que sigue resultando necesaria para combatir el poder y amenazar a los que se resisten a otorgar derechos. A los que ven amenazas en un cuerpo femenino. Un cuerpo que busca justicia.

Fue un emperador romano, 40 años después de la muerte de Salomé, quien decidió ponerle a la princesa ese nombre. Salomé significa “mujer de paz”. Una descripción que, a sabiendas, poco correspondía a lo que esta mujer representaba. Una forma de borrar su legado. Pero sus grandes dotes seductoras, símbolo de guerra contra los poderosos, vuelven para recordarle a aquellos que justifican violaciones y niegan la violencia machista que Salomé no es aquella que quieren que sea.

Es ahí donde la obra de Magüi Mira (que cuenta, además de Rueda, con un reparto de lujo conformado por Pablo Puyol, Sergio Mur, Luisa Martín y Juan Fernández, entre otros) adquiere una relevancia trascendental y conecta con un público que asume la necesidad de contar la vida de esta mujer sepultada por la historia. “Debajo de este velo hay una mujer sin historia y sin nombre, esa historia escrita siempre por santos varones”, anuncia Belén Rueda durante la representación. Hoy, la sexualidad femenina tiene nombre propio: Salomé.

Consulta aquí todas las funciones del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. 

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