Las directoras que abrieron una brecha en Hollywood

Laura Dern (izquierda) y Margaret Welsh, en una imagen de ‘Palabras suaves’, de Joyce Chopra.

El Hollywood que había sido un coto cerrado de hombres para dirigir películas empezó a agrietarse en los años 70 cuando un grupo de cineastas se colaron en el sistema avaladas por sus primeros filmes, que despertaron la atención de grandes festivales en Estados Unidos y Europa. Claudia Weill, Joyce Chopra, Joan Micklin Silver y Nancy Savoca, entre otras directoras, aportaron una mirada propia a las relaciones entre hombres y mujeres, el sexo, la amistad, la familia… A ellas les acaba de dedicar la Cineteca Madrid ‘Working girls, un pequeño ciclo de cuatro películas (‘Las amigas’, ‘Palabras suaves’, ‘Household saints’ y ‘Un pez en la bañera’) que aquí reivindicamos.

Durante el rodaje de Ahora me toca a mí, el productor Ray Stark se acercó al estudio y en un momento determinado le pasó la mano por la espalda a la directora del filme, Claudia Weill, y le dijo: “Claudia, hoy no llevas sujetador”. Ella no respondió. Si lo hubiera hecho, le habría caído un sambenito. “Ahí va esa zorra, habrían dicho”, contó en una entrevista al diario The Guardian sobre su fugaz paso por Hollywood, al que había llegado gracias al reconocimiento internacional de su primer largometraje de ficción en 1978, Las amigas. Ya no volvió a dirigir otra película para el cine. Se refugió en el teatro y posteriormente en la televisión, donde hizo películas semanales de escaso presupuesto y series.

El caso de Weill, nacida en Nueva York en 1946, muestra cómo la pequeña brecha que rompieron en la dirección de películas ella y otras cineastas a partir de la década de los 70 en un sistema hollywoodiense fundamentalmente masculino planteó fuertes resistencias. “Hasta los 70, sólo Dorothy Arzner e Ida Lupino habían logrado dirigir películas comerciales”, señala a El Asombrario la crítica y programadora de cine Nohah Benalal, responsable del ciclo Working girls junto a Irene Castro, dentro del proyecto Roedor, que ambas fundaron para recuperar películas poco conocidas en nuestro país.  La oportunidad para Weill y otras cineastas les llegó “cuando los grandes estudios de Hollywood comenzaron a perder fuerza y fue posible para otros agentes entrar en el mercado cinematográfico sin tener que seguir la ruta tradicional, que solía relegar a las mujeres a oficios del cine (editoras, guionistas) entre los que no se encontraba la dirección”.

Las dificultades fundamentales que se encontraron estas directoras para sacar adelante sus proyectos fueron, según Benalal, lograr financiación y la condescendencia de algunos productores, como el citado Stark, que hizo la vida imposible a Weill. Joyce Chopra tituló su autobiografía como Lady director (Directorcilla), porque decía que era así como la trataban a ella y a sus compañeras, y Joan Micklin Silver pudo comenzar a hacer películas porque su marido las produjo con el dinero que ganaba de su negocio inmobiliario. En el caso de Weill, se benefició de becas y de dinero público para rodar Las amigas. Ni siquiera le sirvió que su documental The other half of the sky fuera nominado al Oscar en 1976. “Convencer a los productores convencionales de que apostaran por ellas no era fácil”, afirma Benalal.

El comienzo de Las amigas (el despertar en penumbra de una joven acostada en un colchón tirado en el suelo al escuchar los disparos continuos de otra que le toma fotografías) y su final (en el que de repente se congela la imagen de la protagonista) son señales que anuncian a una cineasta. Claudia Weill llevaba desde finales de los 60 rodando documentales y quería “hacer otra cosa”, según recordó en un texto escrito para el portal digital Talkhouse en 2018. “Cuando estaba haciendo Las amigas, no sabía nada. Era increíblemente ingenua”, cuenta. Pero al terminar el filme, fue seleccionado en el Festival de Rotterdam y en el de Cannes, y al regresar a Estados Unidos pudo ofrecerlo a Hollywood. Warner Bros se encargó de distribuirlo. “Nunca ganó una gran cantidad de dinero”, anotó Weill, “pero obtuvo una muy buena respuesta crítica”.

Las amigas se inspira en el cuento Felicidad, de Katherine Mansfield, y está protagonizada por una fotógrafa judía que intenta abrirse paso en Nueva York como artista, mientras se costea la vida haciendo fotos de bodas. El filme derrocha humor judío (el de su directora), desprejuicio y un, a veces, descorazonador retrato de la soledad. Hay en él una fuerte reivindicación de la autonomía de la mujer, de búsqueda de su “propio lugar”, como reclama el personaje protagonista cuando rechaza la propuesta de su novio de compartir un solo piso, para ahorrar gastos, en lugar de sufragar cada uno el suyo. Resulta tentador verlo como la contraparte femenina del cine judío de Woody Allen; pero tiene entidad propia como para dejarse seducir por él sin recurrir a referencias externas.

Weill fue amiga y colaboradora de Joyce Chopra (1936), para quien escribió el guión y dirigió la fotografía del cortometraje Joyce at 34, que documenta los cambios en la vida personal y laboral de Chopra después de ser madre. Weill dirigió también la fotografía de otros cortos de Chopra, como Girls at 12, en el que más adelante se inspiró para realizar Palabras suaves, su debut en el largometraje de ficción en 1985.

https://www.youtube.com/watch?v=eeldjKJNQ6w

Basada en un relato de Joyce Carol Oates y premiada en el Festival de Sundance, esta es la película más famosa de Chopra, un delicado retrato de una adolescente (interpretada por Laura Dern) en conflicto con su familia y consigo misma. Es el momento del tránsito a la juventud, cuando se insinúa el sexo en las relaciones con los hombres, a los que ella ve idealizados, contrariamente a como los muestra Chopra: excitados, materialistas, calculadores.

Como Chopra subraya en varios planos, esa idealización la modela en su personaje la imagen del conflictivo y sensible adolescente James Dean de Rebelde sin causa y Al este del edén, cuya figura exhibe el personaje de Dern en varios póster pegados en las paredes de su habitación.

Al igual que Weill, Chopra, víctima de abusos sexuales de su hermano y de un ex novio, según narró en su autobiografía, se enfrentó a la incomprensión y el rechazo dentro de Hollywood, que dificultó sus siguientes películas (la adaptación de Luces de neón, la popular novela de Jay McInerney, y Las hermanas Lemon) y la abocaron a abandonar el medio y trabajar en la televisión.

La trayectoria de Joan Micklin Silver (1935) corrió paralela a la de Claudia Weill y dirigió, como ella, programas educativos de televisión y documentales en Nueva York, financió sus primeras películas de forma independiente y, gracias a su éxito en festivales, consiguió contratos con los estudios.

Miklin procede de la emigración. De padres judíos rusos, volcó sus orígenes en su película de debut en 1975, Hester street, “el mejor retrato de la emigración judía a Estados Unidos que se puede ver”, según Benalal, y al que los Oscar prestigiaron al nominar a la protagonista Carol Kane por su interpretación. Miklin es otra directora de iniciación tardía, del que el ciclo Working girls proyectó la comedia Un pez en la bañera (1998), su último largometraje rodado para el cine.

Esta comedia neoyorquina narra la crisis de una pareja que lleva casada varias décadas y hace aguas cuando el marido lleva a la casa una carpa que suelta en la bañera. Miklin explora el desgaste de un amor que ha quedado arrumbado y su lugar lo afean la costumbre y las discusiones.

La influencia de Claudia Weill también tocó a la más joven de las cuatro cineastas, Nancy Savoca (1959), según señala Noah Benalal. Esta directora de madre argentina y padre siciliano declaró que Las amigas fue la película que la inspiró y por la que decidió dedicarse al cine.

El ciclo de la Cineteca ofreció la oportunidad de ver por primera vez en España la restauración de Household saints (1993), el tercer filme rodado por Savoca, que trata “la relación con la cultura de diferentes generaciones, la tensión entre conservadurismo y asimilación”. Adaptación de una novela de la estadounidense Francine Prose, sigue la historia de una familia italiana católica a mediados del pasado siglo en Nueva York. En la crítica de su estreno, el recordado Roger Ebert destacó cómo Savoca explora la posibilidad de la santidad en un tiempo secularizado y destacó el humor del filme. “Siempre es más fácil encontrar la verdad a través de la risa”, escribió.

En este vínculo religioso convergen las cuatro cineastas; italiana católica Savoca y judías Chopra, Weill y Micklin. Estas dos últimas también lo transfundieron a su cine. Noah Benalal destaca la primera película de Micklin, Hester street, “un drama sobre la primera ola de judíos que emigraron de Europa a Estados Unidos. Es una película espectacular y los personajes hablan en yiddish. En Crossing delancey o Un pez en la bañera, la religión y la cultura judía también aparecen, aunque tratados de forma más cómica. A mí, que también soy judía, me entusiasma esta faceta de su cine. Las amigas de Weill también es irredentamente judía. ¡La protagonista tiene un affaire con su rabino!”.

La trayectoria de las cuatro directoras, tan marcada, apunta Benalal en un artículo en la revista Sofilm, por “la negociación incesante con el circuito comercial, tanto cinematográfico como televisivo, que amenazaba con expulsarlas y suplantarlas en cada giro en el camino”, está siendo recuperada gracias a la restauración de algunos de sus filmes. Gran parte de su producción cinematográfica ha salido directamente al mercado del vídeo, lo que afecta a su conservación, del mismo modo que les ha sucedido a las películas realizadas para televisión. “Solo la labor de instituciones como Criterion Collection y el Lightbox Film Center, y a distribuidoras como Kino Lorber o Park Circus que apuestan por estas películas”, señala Benalal a El Asombrario, “nos está permitiendo conocer sus carreras y tratarlas con la seriedad que merecen”.

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