‘Las olas son las mismas’…, todos hemos estado perdidos alguna vez

La escritora Ariel Florencia Richards.

Hay itinerarios que los traza Dios y otros tantos que los traza el diablo. Encontrar el equilibrio entre los pasos que le entregamos a cada uno de ellos es una larga y bellísima batalla contada con un talento desbordante por Ariel Florencia Richards (Santiago de Chile, 1981) en su exquisita bitácora narrativa ‘Las olas son las mismas’. A través de un cuaderno de viaje, una reflexión sobre el relato mismo, sobre lo que se escribe y lo que se calla, lo que nos libera y lo que nos ata. ‘Las olas son las mismas’ es un beneficioso método para la recuperación de la esperanza, porque todos hemos estado perdidos alguna vez.

Un libro delgado y, sin embargo, de unas dimensiones emocionales y literarias inabarcables. Un libro honesto que jamás olvida las reglas de la buena e inolvidable literatura.

Las olas son las mismas sabe a ensoñación y, por eso también, sabe a realidad. Tiene un poder evocador como pocas veces he sentido y presenciado en mis ya larguísimos años como lectora. Cada capítulo es un tour de force perfectamente cincelado por la exigencia de la naturalidad, y avalado por un prólogo valiente, inteligente e intrépido que sostiene entre sus manos heridas una joya.

Las olas son las mismas es ese catecismo para rastrear la ansiada  libertad que a Jesús no le dio tiempo a saborear. En él hay oraciones capaces de salvar el destino de muchas lectoras y lectores, hombres y mujeres que han dejado de creer en la belleza y en el lirismo de un día cualquiera. De hombres y mujeres a los que la inercia va dejando sordos.

Las olas son las mismas es un beneficioso método para la  recuperación de la esperanza, porque Juan, su protagonista, somos todos, porque todos hemos estado perdidos alguna vez, porque todos hemos sido voyeurs, porque todos hemos querido alguna vez escribir el final de esa historia inconclusa que acabaría con la soledad de otro.

Escrito con una elegancia densa y al mismo tiempo frugal, Ariel Florencia Richards nos involucra en la historia como si después de la lectura de Las olas son las mismas fuéramos a obtener esa sustanciosa recompensa que supondría recuperar los pasos no dados, los movimientos no ejecutados, las palabras no dichas. Hay tanta realidad entre sus páginas, tantos deseos dibujados, tanta supremacía de la emoción que es imposible leer una sola vez este pequeño e íntegro testamento. Entre sus páginas hay calles que se redibujan una y otra vez. Nada es igual en ellas, porque la autora tiene el poder de reinventarlas a medida que se avanza en el conocimiento de esta historia triangular en lo humano y en lo geográfico (París, Valparaíso, Nueva York), capaz de redimirnos desde lo inexistente y al mismo tiempo desde lo fundamental:

“La orilla está pronunciándose, las olas son siempre las mismas”.

Ese detallar lo mínimo hasta hacerlo estallar en la memoria del lector sin que cause daño sino crecimiento es extraordinario:

“Una vez en la calle recupera la respiración, saca el cuaderno de su mochila y piensa que hay dos formas de abordarlo: como un relato inconcluso o uno que todavía se está escribiendo. La distancia entre esas dos posibilidades es, a sus ojos, similar al vértigo que separa a un fenómeno climático del pronóstico que lo predice”.

Las vidas lentas de sus protagonistas nos construyen mientras leemos para deconstruir sin reparo la intención inicial de quien lee. Las olas son las mismas parece a priori un cuaderno de aprendizaje literario para su autora, pero, sin embargo, encierra claves muy arriesgadas en lo que a construcción literaria se refiere. No es fácil ni aconsejable adentrarse en la casualidad para abrirse camino en la literatura y, sin embargo, ella lo hace y cimienta su historia como si la erosión fuese un elemento aniquilado a través de la contagiosa frescura de su relato.

Juan, Maxime y Aurelien, sus tres protagonistas, son preciosistas arquetipos que nos llevan en volandas hacia el núcleo esencial de la vida.

Juan es un héroe extraño que enamora. Es hipnótico su devenir, desde su pequeña y errática vida, una vida que depende del horóscopo y de la meteorología; se comporta como ese único soldado que queda en pie al final de una cruenta batalla, solo porque conoce lo necesaria que es la paz:

“Mirar hacia dentro es como encender la luz en una pieza oscura, pero también es como encontrarse con algo insospechado en un lugar común”.

“El día es deslumbrante y claro. Míralo, no preguntes quién es. Lo conoces porque lo has buscado bajo todas las piedras y todos los abismos”.

Y Aurelien y Maxime son el ying y el yang para el lector de esa libreta colocada por el azar en el lugar más insospechado del corazón de una ciudad, Nueva York, que a priori no tiene corazón.

Las olas son las mismas es un libro exigente y caleidoscópico, un libro lleno de miradas con distintos objetivos. Maxime quiere sobrevivir, Aurelien vive para el deseo:

“¿La verdad?, dice Maxime. No podía creerme que me hubieras seguido. Un ángel moreno y resfriado”.

Y Juan vive para luchar, y para no caer en el olvido:

“Un avión pasa por sobre su cabeza y a sus espaldas las olas empujan el río hasta donde ya no se distingue nada”.

La narración de Ariel Florencia Richards posee una sutileza inextinguible, pese a que el eco de este triángulo esté atravesado por rigurosos finales.

La autora conoce la laboriosa liturgia de la belleza y la comparte con el lector de esa forma cuidadosa en que un sacerdote, con las manos manchadas por el deseo, reparte entre sus feligreses el cuerpo de Cristo.

Sabe habitar la realidad y deshacer dentro de una historia ajena, sabe disfrutar de esa dualidad como si de los mejores episodios de su biografía se tratase.

Ariel Florencia Richards nos llena la memoria de reflexiones de una profundidad lisérgica:

“Lo desconcertante de la nieve, piensa Juan cuando lanza una mirada a la calle, es la suma que supone”.

“Dejar de pensar en lo que vendrá. El porvenir es inevitable”.

“Afuera corre un viento que se ha equivocado de temporada”.

Las olas son siempre las mismas es un diario para lectores, sí, pero también para escritores, un libro de consulta, una biblia en la que encontrar los silencios más útiles, esos que dan paso a un idioma literario convulso y productivo:

“Z dice que la buena literatura nace de la duda. Y que el gran tema secreto de la literatura chilena es ese abismo entre lo que se dice y lo que se escribe”.

Es el libro del que Patti Smith se enamoraría al instante. El libro que le haría olvidar su devoción por Bolaño. Un poema largo y anárquico, la elegía que por fortuna desoye su destino. Un puente lleno de obstáculos de los que no hay opción de deshacerse. El zumbido que fuerzan las abejas frente a un cuerpo desnudo al que  ya le resulta imposible huir. Un cántico adictivo. Un ejercicio de locuacidad instintiva. Un libro delicado, perfecto e inteligente cuyo aliento es como una caricia que procede de la mano más inesperada, de esa que asocias a lo imposible.

Salid a comprarlo porque es una metáfora perfecta para hablar de esa resurrección que jamás procederá de un milagro, porque su honestidad forma un valeroso y emocionante diccionario que muchos deberían aprenderse de memoria. Salid a comprarlo porque es un libro que invita una y otra vez a la relectura. Salid a comprarlo porque su versatilidad narrativa y su poética sentimental construyen al yuxtaponerse un paraíso en el que mantener la esperanza en la buena literatura.

‘Las olas son las mismas’. Ariel Florencia Richards. Paripé Books. 94 páginas.

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Comentarios

  • angel coronado

    Por angel coronado, el 20 abril 2022

    Elegir, optar. He ahí, se nos dice, lo propiamente humano. ¿Y si decimos que la ética, la moral es un ardid que nos alivia en esa dura tarea de optar, elegir? ¿Y si decimos que “Las olas son las mismas” es un manual, el manual que nos cuenta otra forma de asestar un duro golpe a esa dura tarea? ¿Y si en lugar de decir que nos cuenta decimos que nos dice, que nos dice a secas, que nos dice el propio decir dejando a los cuentos de lado, que nos dice como a nosotros mismos decimos, solo eso, que nos dice como a nosotros mismos decimos?
    Y me digo: “… acabar con la soledad de otro” (Sonia Fides), y le digo acerca del “… vértigo que separa a un fenómeno climático del pronóstico que lo predice” (Ariel Florencia Richards), y digo que “… construyen mientras leemos para deconstruir… “ (Sonia Fides), y que alguien “se comporta como ese único soldado que queda en pie al final de una cruenta batalla, solo porque conoce lo necesaria que es la paz.” (Sonia Fides), y que “mirar hacia dentro es como encender la luz en una pieza oscura, pero también es como encontrarse con algo insospechado en un lugar común.” (Ariel Florencia Richards).
    En un lugar común, en un lugar común.
    Y que hablo de “ese abismo entre lo que se dice y lo que se escribe.” (Ariel Florencia Richards), ese abismo que se abre, ese abismo…, ese abismo ajeno a toda ética, moral…, y que hablo de que las olas son las mismas, solo atento a ese abismo, ese lugar común. ¿Ese paraíso perdido?

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