Las ‘verbenas’ reivindicativas y transgresoras de Maruja Mallo en el Thyssen
Sigue la excelente exposición ‘Maestras’ en el museo Thyssen-Bornemisza. Hasta el 4 de febrero. “Presentando un recorrido por la obra de pintoras del siglo XVI al XX, a través de ocho apartados que relatan el camino de las mujeres hacia su emancipación”, explica el museo. La compleja historia de estas artistas ha dado lugar a un ciclo de conferencias para ampliar el foco sobre sus vidas. Entre ellas, nos hemos detenido en una ‘maestra’ española, que refleja muy bien el espíritu transgresor y libre de su creatividad: Maruja Mallo. Se encargó de hablar de ella Mercedes Gómez Blesa, catedrática de Filosofía en Educación Secundaria, ensayista, crítica de arte y poeta.
Las obras de Maruja Mallo se pueden apreciar en el apartado Emancipadas, acompañada con las que también rompieron moldes en lo personal y en lo artístico. De Maruja Mallo se pueden contemplar dos de sus reveladoras verbenas y el bello cuadro La mujer de la cabra (1929), donde escenifica a la mujer decidida, trabajadora en un paisaje tinerfeño. Una mujer nueva no supeditada al hombre, lo que sería ella misma. Una pintura de gran vitalidad característica que plasmó en numerosas obras. Estos tres cuadros dialogan con los de Artemisia Gentileschi, Angelica Kauffmann, Clara Peeters, Rosa Bonheur, Mary Cassatt, Berthe Morisot, María Blanchard, Natalia Goncharova, Sonia Delaunay. Algunas ya fueron celebres en su tiempo; ahora se las reconoce como maestras de la pintura.
La vida de Maruja Mallo se ha relatado innumerables veces coincidiendo siempre en destacar su carácter indómito y como la gran surrealista figurativa de la generación del 27. Mercedes Gómez Blesa destacó en su conferencia que no hay ninguna necesidad de unir las figuras femeninas a las masculinas de la época para darles la importancia que tienen. Y eso que Maruja Mallo fue amiga y novia de algunos de los intelectuales de la generación del 27. Por ello también incidió y valoró Mercedes Gómez Blesa en su conferencia a figuras como la gran filósofa María Zambrano y la poeta, dramaturga y pionera en la defensa de los derechos de la mujer Cocha Méndez, resaltando las relaciones intelectuales y de amistad entre estas mujeres, ya que fueron de gran importancia, al alimentarse mutuamente.
Con Concha Méndez, su amiga de correrías por Madrid, formaba un tándem en lo personal y en lo intelectual; además, le sirvió de modelo cuando Mallo se interesó por el deporte y las verbenas. Méndez fue su compañera de aventuras desde que se conocieron en 1925 en un recital de Lorca. Esta dos muchachas, comenta Mercedes Gómez Blesa, “fueron el arquetipo del deambular desinhibido que frecuentaban los lugares destinados a los hombres a la conquista del espacio público que estos ocupaban para afianzarse como artistas”. Sus risas y sus gamberradas vienen a sumarse a las acciones de otras mujeres que, como expuso Gómez-Blesa, fueron llamadas las Sinsombrero, que retaban a una sociedad regida por el patriarcado. “Mallo era una mujer liberada, voluntariosa, juvenil, desenfadada e independiente. Se cuenta que se volvió un poco excéntrica para que no la dejaran fuera de los grupos artísticos de la época”. En 1926 abandonó su nombre de nacimiento para llamarse ya Maruja Mallo”.
Al tener una vida larga, se han podido conocer las anécdotas de toda una época en sus propias palabras. Maruja Mallo, con su carácter dicharachero, ha contado el significado para la época de lo que se llamó las Sinsombrero. “Un día a Federico, a Dalí y a Margarita Manso, otra estudiante, se nos ocurrió quitarnos el sombrero al atravesar la Puerta del Sol, esto ocasionó que nos apedrearan y recibiéramos numerosos insultos”. Continuando la narración, la pintora relata su interés por los cantos gregorianos: “Así que fuimos al Monasterio de Silos. Al llegar nos dijeron que no podían dejar entrar faldas”. Tuvo que improvisar una especie de pantalones. Este episodio lo califica Mallo de travestismo al revés. Méndez también ha retratado el carácter lúdico y desenfadado de sus andanzas: “Íbamos por los barrios bajos, pero también paseábamos sin sombrero por el Paseo de la Castellana”. Esta rebeldía del sinsombrerismo, destacada por Ramón Gomez de la Serna, significaba dejar un pasado y vislumbrar un futuro.
Su énfasis por eliminar las barreras de la exclusión se ven reflejadas en sus cuadros de las verbenas. “En 1928, Maruja Mallo exponía, en la muestra individual que le había organizado Ortega y Gasset en las salas de la Revista de Occidente, los cuatro óleos que constituyen la serie dedicada a las fiestas madrileñas, donde personajes variopintos componen unos cuadros llenos de colorido con profusión de personajes y donde Maruja Mallo entona un canto al espectáculo de la calle, donde lo popular se mezcla con los tiempos modernos de tiovivos, trenes y carruseles. Su barroquismo dentro de un mundo caótico cuenta con un gran equilibrio geométrico. Un mundo donde todo puede mezclarse. Poniendo su interés en las diferencias de clase”, explicó Gómez-Blesa.
“Pero lo importante es que a la pintora le permite retratar también a la clase trabajadora, un proletariado que encuentra una vía de escape a través de la risa, el disfraz y el esperpento”.
En palabras de la propia Maruja Mallo, las fiestas populares representan para ella una revelación pagana, donde lo anacrónico se da la mano y los ángeles pueden cabalgar sobre un cerdo del tiovivo. Llevan alas y coronas, pero beben cerveza y limonada, y donde un demonio pasa en un coche de punto delante de los sacerdotes. También en estos cuadros se dan cita la aristocracia y las clases medias, para hacer saltar por el aire las convenciones y el orden social. Toda una sociedad puesta patas arriba y poblada de fantasmas. Este mundo lúdico y folclórico aparece también en sus estampas populares.
El cultivo del cuerpo tan en boga en algunas vanguardias servirá a la pintora para crear sus estampas con maniquíes para expresar lo caduco y lo desfasado y el encorsetamiento que existía con las mujeres. Maruja Mallo fue una persona que se forjó su propia imagen hasta el final de sus días. En los años 30, su hermano Justo realizó una serie de fotografías en Cercedilla con indumentaria andrógina. En estas fotos ya manifestaba su gusto por el juego y la escenografía. Luego, durante su exilio, se convertiría en una diosa oceánica llena de algas en las playas chilenas junto a Neruda.
“Maruja Mallo, entre Verbena y Espantajo, toda la belleza del mundo cabe dentro del ojo, sus cuadros son los que he visto pintados con más imaginación, emoción y sensualidad” (Federico García Lorca)
Previas a su partida a Argentina son las colecciones Cloacas y campanarios y La religión del trabajo. La primera es una oda al surrealismo, a la putrefacción, a lo tétrico y a la geometrización de los elementos. Un nuevo imaginario con una percepción de una España más negra y que tanto gustó a Bretón. “Presencia y ausencia del hombre como ella dice, solo esqueleto”, comentó Gómez-Blesa, recalcando que todo es personal en Maruja Mallo.
La serie La religión del trabajo comenzó en 1936 con La sorpresa del trigo, primera obra de la serie de siete lienzos. En ella, Maruja Mallo vuelve a darle otra vuelta a su iconografía, mostrando a la diosa Deméter con espigas en su mano derecha y en la palma de su mano izquierda tres pequeños brotes. Esas mujeres de cuyas manos salen espigas se han convertido casi en la imagen más reconocida y reconocible de Maruja Mallo e inaugura su fase americana. La Guerra Civil la sorprende con las Misiones Pedagógicas en Galicia, desde donde pasa a Lisboa acogida por Gabriela Mistral.
En el continente americano desarrolla la serie Las naturalezas vivas, caracterizada por su colorido y por la interrelación de elementos de la naturaleza terrestre y marina. América tendrá su influjo, y sus naturalezas vivas llenas de color y sus armonías matemáticas de fondo racionalista llenan su largo exilio. Los estudiosos de su obra coinciden en la fascinación que sintió por la variedad de la naturaleza: flores, caracolas y la geografía humana de América. Los retratos de mujeres de diferentes rasgos étnicos son poderosos, igual que su reivindicación de la diversidad.
En 1964 regresó a España, pero ya faltaban muchos de los que fueron sus contemporáneos. Así que fue ella quien habló de ellos, de una época dorada, cosa que no hicieron algunos con ella en sus escritos. Con la muerte de Franco llega su reconocimiento, que culmina en 1982 con la Medalla de Oro de Bellas Artes. En 1979, comenzó su última etapa pictórica con Los moradores del vacío; tenía ya 77 años, pero aún conservaba esa frescura y vitalidad que la acompañaron durante toda su vida. Como ella dijo: esta serie viene de investigar universos nuevos a través de la teoría de la relatividad de Albert Einstein, de pasar de una geometría euclidiana a una Eisteniana. Esto le permite inventar planetas y satélites. Homenaje, según ella, a la quinta dimensión, que puebla de símbolos, naves espaciales o nuevas constelaciones que ella misma inventaba y que bautizaba con nombres extravagantes como Agol, Geonauta y Selvatro.
En esa época, Mallo visitaba platós de televisión y daba entrevistas. Con sentido de humor contaba sus recuerdos, hablando incluso de la imagen que había elegido, una imagen de máscara por su excesivo maquillaje, que defendía como si de un cuadro se tratara. La periodista Paloma Chamorro la entrevistó a finales de los años 70 en el programa Imágenes de TVE, y a la pregunta ¿crees profundamente en la ciencia?, la artista contestó desafiante: «Claro. Para mí, la vida de este planeta es arte, ciencia o guerras».
Para los conocedores de su obra como es Mercedes Gómez Blesa lo fundamental es su maravilloso talento, único e irrepetible, transgresor, brillante, rebelde, político, reivindicativo, pero sobre todo libre, como era ella.
‘Maestras’. Hasta el 4 de febrero en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza.
Comentarios
Por Concha Heras, el 01 febrero 2024
He descubierto este interesante texto sobre la exposición Maestras y desearía recibir más de la autora Pura C. Roy.