Lecturas para verano: ‘Un mar violeta oscuro’, de Ayanta Barilli

La escritora Ayanta Barilli. Foto: Arduino Vannucchi.

“No hay nada más peligroso que un varón inferior a una mujer”. A partir de ahí, la escritora, actriz y locutora de radio italiana construye esta historia de tres mujeres que eligieron los hombres equivocados, hombres que no supieron amarlas. ‘Un mar violeta oscuro’, de Ayanta Barilli, una novela que quedó finalista del Premio Planeta en 2018. Dentro de su sección ‘Con Firma de Mujer’, Sonia Fides sigue recuperando historias que no son novedades, pero que no quiere dejar pasar, que las considera lecturas imprescindibles de verano. No solo como lectura de verano; porque ‘Un mar violeta oscuro’ contiene un significado especial para nuestra colaboradora (“Pero yo seré como Lázaro desafiando a su destino”…).

Hay siempre un vacío extenso entre el corazón y la memoria. Un baile lento que machaca los huesos y hace de la mañana una batalla de manos frías en la que de improviso deja de oler a sangre. A nuestro alrededor cruje la tristeza, pero también alza la voz el rastro de los sueños. Recordar nos aboca a una quietud rara, una quietud que nos alimenta como la madre improvisada que en lugar de un beso nos deja sobre la piel una marca que nos cambiará la vida.

La pérdida es una casualidad de ritmo lento, lo sabe muy bien Ayanta Barilli (Roma, 1969) autora de Un mar violeta oscuro. Autora de un libro que no pensaba leer, y que en un breve espacio de tiempo incluso he releído. Constructora de un confesionario de lucidez incontestable, superviviente  y conocedora de la importancia de saber reencontrarse con los muertos, de escuchar el sonido de sus tardías biografías hasta humanizarlas lejos de la tierra que los asfixia:

“Le besé la cara, los párpados, el cuello. Aún quemaba de fiebre inútil”.

“Y en el corazón, en efecto, me guarda otra memoria perdida”.

Barilli te convierte en alguien de su familia mientras dura esta historia de pérdida y de locura (inventada por ególatras, borrachos y  acomplejados individuos), de injusticia y abuso, de culpa y tozuda genética. Te hace amar a las mujeres que la precedieron, que la crearon a base de renuncias y maniobras suicidas, y te hace defenderte de todos y cada uno de los hombres que no supieron amarlas. De los que se comportaron como dioses, y de los que se comportaron como diablos:

“No hay nada más peligroso que un varón inferior a una mujer”.

Y no es que Barilli quiera ser la última heroína de una estirpe, no; por fortuna, Barilli es solo una escritora honesta y peripatética que aniquila su inseguridad sin ambages y con esa rotundidad con que aniquila el petróleo cuando cae sobre ella la lengua hasta entonces  hábil del mar. Que entrega una historia dura que no ajusta cuentas, sino que por el contrario logra darle sentido a la importancia de los supervivientes.

Ayanta, como dice su madre en una de las cartas que escribe y que la autora comparte con el lector, tiene muchas voces. La de la niña a la que nadie le ha enseñado a llorarle a la madre muerta, la de la nieta que le besa los párpados a su abuela dentro de un cuarto de limpieza cuando su carne está tan helada que el beso adquiere la dolorosa morfología de un epitafio, la de la bisnieta que entiende y respeta la inducida locura de su bisabuela. La de la hermanastra que no encuentra el idioma para ahuyentar el dolor de su hermana cuando el cinturón de un padre borracho e incontrolable le marca la piel entre las paredes de una habitación oscura. Ayanta aprende pronto a convivir con la violencia, aprende pronto que la violencia tiene muchas caras, aprende que convivir con ella te reordena o te destruye. Y aprende muy pronto que a ella le ha tocado pertenecer al linaje de las que tendrán la oportunidad de  reordenarse:

“En esos instantes, ¿cómo salvar a mi madre y a mi hermana de sus iras? Muriéndome un rato”.

“Hay niños heroicos. Yo nunca lo fui. Me sentía en peligro de muerte y estaba dispuesta a sobrevivir como fuera. Hasta fingiendo ser feliz”.

Ayanta se multiplica para abarcar con sus manos todas las cicatrices que definieron a sus predecesoras. Es oyente y también la lenguaraz historiadora que compartimenta su alma hasta caer en una venturosa globalización emocional. Se agarra con destreza a las verdades pretéritas y las usa como catecismos o como blasfemias para conseguir habitar cuerpos que no le pertenecen. Las usa como un manto de libertad que sin llegar a romperlo será lamido a diario por ese viento helado y visceral que sale con arrogancia de la ambiciosa boca del dolor.

Ayanta nos hace conocer a Sandra y nos hace desear destruir el eco de cada unos de los golpes que recibió su indefensa silueta.

Ayanta nos enseña a través de estas páginas que el futuro lo construye el segundo más válido y que el silencio es el idioma que más palabras posee.

Y por estas y otras muchas cosas que yo descubrí demasiado tarde, pero que ya forman parte de mí de manera incontestable, hay que leer Un mar violeta oscuro.

Y hay que leerlo sobre todo porque Un mar violeta oscuro es ese naufragio que sabe a bautismo, porque es la tempestad que limpia las heridas. Porque es una fortaleza de inteligencia ilimitada y es también la mano que borrará las llagas que provoca esa versión del napalm que creemos inofensivo porque lo escupe el incuestionable corazón de nuestro árbol genealógico.

‘Un mar violeta oscuro’. Ayanta Barilli. Planeta, 2018. 406 páginas.

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