Leer el futuro desde Oriente y Occidente
Un nuevo año para imaginar. Un gran clásico de aventuras y un libro milenario han dado respuestas durante siglos a comunes mortales, emperadores y revolucionarios. La Eneida es el libro profético por antonomasia. El I Ching lleva 5.000 años regalando sus poemas visionarios. La cultura como forma de alcanzar la libertad, los sueños y, por encima de todo, a nosotros mismos. Una guía diferente para descubrir el futuro entre líneas.
El porvenir es tan irrevocable
Como el rígido ayer. No hay una cosa
Que no sea una letra silenciosa
Para una versión del ‘I Ching’, Jorge Luis Borges.
Acaba de terminar un año. La prensa se inunda de resúmenes y recopilaciones. Cada uno de nosotros hará sus listas. Las imágenes acudirán. Más de una nos invadirá. No ha sido un año nada fácil para todos y especialmente difícil para muchos. Lo pasado… no podemos cambiarlo ya. Sí es posible mirarlo, analizarlo e intentar imaginar otro futuro. Sí es posible hacer brillar nuestra luz, por más pequeña que sea. Iluminar el túnel para dar con la salida. Parece sencillo pero no lo es. Hay una herramienta. La cultura, en cualquiera de sus manifestaciones, nos permite trascendernos, vernos más allá y dibujar grietas. Nos lo recordaba Martirio en su entrevista en El Asombrario & Co.
Para llegar al futuro, hemos de empezar por el siglo I. Fue entonces cuando Virgilio aceptó el encargo de su mecenas, el emperador Augusto. La Eneida de Virgilio es un maravilloso libro de aventuras que ha inspirado a generaciones. Y de forma ineludible a Dante para su Divina Comedia. No es casualidad que sea precisamente Virgilio quien le acompaña. El poeta romano se inspiraba en Homero y en la Ilíada. La Eneida es de esos clásicos que más de un intelectual moderno aconseja no leer o que obliga a su lectura en más de un curso y a ser posible en una versión de muy difícil digestión. El día que se transforme en serie televisiva de calidad se convertirá en un claro bestseller, de la misma manera que lo fue en su tiempo. Las aventuras de Eneas no tienen desperdicio. Fue llevada al cine en 1962 por Giorgio Venturini, con Steve Reeves en el papel principal. El protagonista es Eneas, un héroe muy humano. Se las ve y se las desea, pasa muchas pruebas. Es un gran superviviente que no se ha olvidado de vivir. Visita muchos mundos, se enfrenta a grandes misterios. Antes de penetrar en el mundo de los muertos, consulta a una sibila. Fundamental.
Las sibilas eran inmortales, aunque envejecían. Eran celebrities en su tiempo. Incluso determinaban la historia; una de ellas avisó sobre Troya, por ejemplo. A ella el emperador Lucio Aurelio se entregó afirmando que la de Eritrea era su patria. Una de las más famosas de aquellos tiempos fue la sibila Cumana. Es la que le ofrece una guía a Eneas para entrar en el espacio de los muertos sin dejarse el alma. Una gran terapeuta. Su vida era parecida a la de la geniecilla de la botella. En efecto, Cumala vivía en una botella que se movía en el aire. Y para quien aún a día de hoy dude que la eternidad no es nada fácil de sobrellevar, ha de saber que Cumala siempre contestaba “Quiero morir”, cuando los niños le preguntaban por su mayor deseo.
Hubo un tiempo en que las profecías eran parte de la realidad. Eso fue hace mucho, cuando el género humano convivía más cerca del misterio de la vida y se abrazaba más cálidamente a sus intuiciones, incluso a veces con calor abrasador. Constantino el Grande, el que cambió la fecha original de la natividad al solsticio de invierno, era un gran adicto a las visiones proféticas. Gracias a él celebramos la navidad. Las profecías le sirvieron para fundar Constantinopla, entre otras efemérides de histórica importancia. Y mentó a la de Eritrea para demostrar que el Mesías había sido anunciado. El mensaje corrió como la pólvora. Y era un poema.
Cicerón lo tradujo al latín. Sin poesía no celebraríamos la navidad en el mundo cristiano. San Agustín le otorgó a la sibila la calidad de bendita en su obra La Ciudad de Dios, apoyándose en la verdad del poema sagrado. Es más, durante muchos siglos se creyó que tanto los versos como la visión eran verdad absoluta. Incluso a pesar de que ya en su momento Cicerón se desmarcara de tales ficciones. A Constantino no le bastó con un poema. Defendió que Virgilio había escrito unos versos, una égloga en concreto, anunciando la llegada del Mesías y de una nueva edad de oro. No fue entonces cuando se empezó a creer que la Eneida era un libro profético. Ya se consultaba en Roma, aunque en versión pagana. Tenía un nombre: sortes vigilianae.
Parece que el emperador Adriano fue uno de los primeros en consultarlas, quería saber qué pensaba Trajano de él. La respuesta le satisfizo. Se cuenta que se cumplieron los vaticinios, especialmente cuando Trajano lo adoptó. Que a nadie le extrañe. La Eneida se ha utilizado durante siglos con propósitos adivinatorios. Basta con tomar el libro entre las manos, hacer la pregunta de la forma más clara posible con los ojos cerrados, abrirlo y entregarse a la lectura de los primeros versos que se topen con nuestros ojos. Hasta Napoleón lo consultaba. Robespierre también lo había hecho. El emperador llegó al extremo de encarcelar a la famosa cartomante con la que consultaba Josefina a diario cuando predijo su divorcio, pero aun así siguió consultando La Eneida.
Al libro de Virgilio se unió el uso de la Biblia en la cleromancia evangélica. Si bien el Concilio de París prohibió este tipo de lecturas, fueron muy populares. No por nada en el siglo XVI, en el libro Gargantúa y Pantagruel, su autor, el francés Rabelais, hace que su protagonista consulte las sortes vigilianae. Rabelais aconseja otro método. Consiste en elegir una página al azar. Luego se tiran tres dados y el valor resultante de la suma indica el verso preciso. Carlos I de Inglaterra también consultó su fortuna con las sortes vigilianae. Corría el año 1642. El monarca estaba de visita en Oxford. Para matar el tiempo le dio por las sortes. Le tocó leer el verso: “Que sea forzado a la guerra por tribus audaces y exiliado de su tierra”. No se conoce qué preguntó, pero unos años después fue condenado y decapitado por traición.
Ya más reciente es la alusión que encontramos en Bomarzo, de Manuel Mújica Láinez. El Renacimiento, los Orsini, un jardín misterioso donde habitan elefantes y sirenas, la lucha por la identidad, el descubrimiento de la sexualidad y la magia del universo son algunos de los temas de ese excepcional libro. Así nos lo desvela en sus páginas: “Una rosa cayó a mis pies, como cuando huía de Florencia, y se me antojó que, como por un prodigio, la máquina del Tiempo había andado hacia atrás y tornaba a proyectar gastadas imágenes, porque, gracias a la mágica virtud de esa flor y ese can, escapados de una figura trascurrida, la muchedumbre tumultuosa que se encrespaba a diestra y siniestra, en toda la amplitud de la plaza, en vez de esperar la salida de Carlos V de San Petronio, acechaba la de los Médicis, desterrados de su palacio florentino. ¿Acaso no corría sangre de magos por las venas de Virgilio? ¿Acaso, a través del hechizo dantesco, no lo consideramos como un nigromante, como un vaticinador? Me sometería a lo que me decretara La Eneida”.
De la eterna escritura indescifrable
Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
Es la senda futura y recorrida.
Para una versión del ‘I Ching’, Jorge Luis Borges
Los mensajes son casi infinitos. Las maneras de encontrar el texto preciso en el momento adecuado responden a órdenes que muchas veces se nos escapan. La cultura nos abre puertas hacia nosotros mismos y nos impulsa hacia el futuro. La cultura nos entrega mensajes que no nos llegan de otras maneras. Hay mensajes únicos que nos sacuden. Nos lo ponía en evidencia Marcos Ana también aquí mismo. Podemos trascender al lobo o volvernos caperucitas feroces. Apostar por un sueño que parece a veces más que imposible, en el que nos cuesta creer o hacerlo acompañados de quienes saben cuidar con mimo de los sueños. El camino puede consistir en romper estereotipos, los límites de lo imaginable o empezar a ver más allá de nuestros perímetros hasta zambullirnos en la fuente primigenia de nuestro ser. Es evidente que hay que prestarle atención al pasado y a las narrativas que nos rodean. La historia también miente a nuestro gusto. Es más que aconsejable agitar el cuerpo, la mente y el alma. Queda la memoria de lo hipster que fuimos para reinventarnos. Queda el sabor del tiempo. Entregarnos al poder del arte que más allá de las barreras nos revela y transforma para descubrir y pasear por las fronteras de lo íntimo hasta descubrir qué queremos. Todo ello sin dejar de escuchar música, sin dejar de escucharnos y amarnos. O devorarnos rodeados de mar.
El rigor ha tejido la madeja
No te arredres. La ergástula es oscura,
La firme trama es de incesante hierro,
Pero en algún recodo de tu encierro
Puede haber una luz, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.
Para una versión del ‘I Ching’, Jorge Luis Borges.
Leer el futuro se debate en cada línea, en cada frase. Cuando un texto nos habla de forma directa, cuando nos golpea de manera intransferible es una experiencia asombrosa. Es un guiño del infinito. Hay una explicación para justificar tales hallazgos. Se trata de la teoría sobre los campos morfogenéticos de Sheldrake. Corría el año 1952 cuando en la isla de Koshima (Japón) se llevó a cabo un experimento con una especie de monos autóctonos. Los científicos alimentaban a estos simios a base de boniatos sin lavar. Una hembra descubrió que lavando el tubérculo en el mar, además de perder la tierra, tenía mejor sabor. Pronto todos los monos de la isla de Koshima aprendieron el truco. Al mismo tiempo que esto sucedía, todos los monos de Japón y más tarde los del resto de Asia comenzaron a lavar sus boniatos. Esto se explica mediante los campos morfogenéticos. Se argumenta que se trata de una superficie intangible, es energía y sobre ella nuestro inconsciente puede materializarse. Es la base de grandes áreas de la psicología moderna.
Podemos llamarlo de muchas maneras. No se puede dudar sobre la necesidad del ser humano en prever lo que puede acontecer. Tampoco podemos negar las veces que abrimos ventanas y vemos el universo entero en un segundo apenas. Puede tildarse de ignorancia o inspiración o campos morfogenéticos… fe (más allá de creencias). Lo que no se puede negar es que cada lector descubre significados nuevos en las palabras que lee. Cada lector se convierte en un dador de identidad y ser a las historias que lee cuando se vuelve activo y participa de la creación. Desde tiempos remotos, la poesía se adecúa a la necesidad de vernos reflejados en la eternidad. En Occidente son los versos de Virgilio y en Oriente el libro de I Ching, tan amado por el mismo Borges, gran defensor de lo que soñamos como materia vital y poética.
Carl Gustav Jung fue el primero en dedicarse a estudiar de forma científica sobre las mancias, los sueños y las magias como formas culturales y psicológicas, como manifestaciones del inconsciente. Conocía como nadie Oriente y Occidente. Sabía que los occidentales nos sentimos perplejos cuando tropezamos una y otra vez con nuestro prejuicio, nuetras ideas sobre el bien y el mal o con la noción de causalidad. Era el primero en recordarnos que la antigua sabiduría de Oriente pone el acento en el hecho de que el individuo inteligente entienda sus propios pensamientos y que la mejor manera de hacerlo es mediante la poesía. La poesía es una manera de ver, no solo versos. Puede que los versos que encienden nuestro futuro estén en La Eneida o en el I Ching. O en cualquier otro libro. Para guiñarle al futuro, lo más indicado es pasar por una librería o una biblioteca, dejarse llevar, abrir un libro al azar y revelarnos. Así lo hacemos desde hace siglos porque, simplemente, funciona.
Felices lecturas, ríos de felicidad y alegría, ráfagas de sueños imaginables.
Comentarios
Por Precipicios musicales, el 04 enero 2014
Un artículo maravilloso. Denso, pero también fluido… como los sueños y la poesía.
Por Beatriz, el 07 enero 2014
Sencillamente maravilloso, evocador y clásico en la acepción de que nunca envejecerá. Gracias por tu buen hacer y ojalá vivas tus mejores sueños.