‘La Librera de El Cairo’, una carta de amor al Egipto cosmopolita

Nadia Wassef, una de las impulsoras de la librería Diwan y autora de ‘La librera de El Cairo’.

De todas las ideas que el ser humano puede tener mientras le laten el corazón y la memoria, puede que la más acertada sea construirse un paraíso antes de marchar al otro mundo para la eternidad. Disfrutar de algún cielo en la tierra. Habrá que volver al símil de Borges: “Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Hablamos, en este caso, de una librería. Pero no una cualquiera, sino de Diwan, un sueño realizado, la primera librería moderna de Egipto que abrió sus puertas un 8 de marzo de 2002 en El Cairo impulsada por tres mujeres cultas y valientes: Hind, Nihal y Nadia. Nadia Wassef, una de las impulsoras, acaba de publicar un libro, ‘La Librera de El Cairo’ (Editorial Península), que repasa los 20 años de un establecimiento peculiar y sus no menos originales transeúntes.

Diwan ocupó un espacio en una arteria importante y peatonal del barrio acomodado del oeste de El Cairo llamado Zamalek, la calle 26 de Julio, donde se localizan dos edificios gemelos llamados Las Mansiones Baehler.  Los pocos libros que estaban a la venta eran reliquias mal cuidadas de librería de viejo abandonado. Un aburrimiento.

El nombre de Diwan fue una idea de la madre de las hermanas Nadia y Hind  Wassef (Nihal, la tercera social, era su mejor amiga), y puede traducirse como una colección de poemas en persa y árabe, pero también significa lugar de encuentro, casa de invitados, sofá para compartir.

Diwan vino al mundo en un Cairo regido, como todo el país, por un gobierno corrupto que despreciaba la cultura y su evolución. El dictador Hosni Mubarak gobernaba entonces el país. Una sociedad desnortada por la insatisfacción, que veía en un libro un objeto de lujo. Algo inaccesible para la mayoría, reservado para minorías excéntricas que, posiblemente, desconocían su valor. En estos 20 años, Diwan ha llegado a ser una cadena con diez tiendas y 150 personas empleadas.

Diwan no tardó en convertirse en la esencia de su nombre. Cosmopolita, progresista, feminista, solidaria, internacional, buena anfitriona… y tentadora, hasta el punto de convertirse en la tentación de alargar el rato que se gasta en el proceso habitual de compra-venta. “Somos una librería donde la gente no solo gasta dinero, sino tiempo”, escribe Wassef, con la que charlamos por zoom mientras se repone de un proceso de covid, por suerte lo suficientemente clemente como para dejar que Nadia nos atienda con mucha lucidez desde su casa de Londres, ciudad en la que vive junto a sus dos hijas.

Nadia Wassef ha estudiado Bellas Artes, Antropología y Filología Inglesa. Ha trabajado en el Foro de Mujeres y Memoria y en el Grupo de Trabajo contra la Ablación Genital Femenina. Su nombre se citó varios años en La Lista Forbes, que destaca a las 200 mujeres más poderosas de Oriente. Al enterarse de que esta charla se va a publicar en un medio llamado El Asombrario, pregunta muy interesada por el significado de esa cabecera. Se lo describimos como un lugar “sorprendente y con capacidad de provocar fascinación” y ella nos confiesa que, tras curiosear en Internet, le pareció “una revista culta, original y ecléctica”.

Diwan celebró su apertura un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. ¿Lo planearon así?

La verdad es que no. Fue una maravillosa casualidad. Nuestra intención era estrenarnos el primer viernes del mes, porque allí coincide con el fin de semana. Un viernes en El Cairo es como aquí el  sábado. La primera fecha prevista fue el día 1, pero se demoraron las obras de pintura y nos retrasamos una semana. Fue una casualidad, eso sí, maravillosa.

¿Cómo recuerda aquel día? 

Nublado y feliz. Estábamos agotadas, porque las últimas noches las habíamos pasado trabajando. Sacando libros, limpiando suelos y estantes, ultimando preparativos y, por fin, llegó el momento de recibir a los clientes. La afluencia fue toda una sorpresa. La tienda se llenó y todo el mundo parecía muy interesado en el proyecto. Todavía recuerdo intacta aquella sensación de celebración.

¿Cuándo estuvo usted en El Cairo por última vez?

Viajo cada Navidad para estar con toda mi familia y con los amigos que viven fuera y también acuden por las fiestas. En casa somos de creencias muy diferentes. Mi madre es cristiana, de modo que las Navidades son muy importantes para nosotros.

¿Visitó la librería?

Sí, claro. Pero ya solo como clienta. Reconozco que me asalta la tentación de tocar los libros, quizás recolocar alguno, hacer sugerencias a los clientes… Sé que no debo, porque todo eso ya no me corresponde.  Mi relación con Diwan ha cambiado; de cofundadora pasé a gerente y ahora solo soy accionista, pero no pertenezco al comité de dirección. Como cualquier clienta, entro, la recorro, la disfruto, visito la cafetería y siempre salgo con alguna compra.

¿Cuál era su rincón favorito? 

Una estantería con todos los libros de género que yo misma había seleccionado. Cuando montas una librería, marcas una línea, pero obviamente nunca el 100% de los títulos que ofreces están entre tus favoritos. Hay que vender, porque se trata de un negocio. Sin embargo, esos libros sí lo eran. Los había escogido uno por uno. Aquella era mi estantería.

¿Es Diwan un espacio feminista?

Para mí, sí. ¡Creo que mucho más que para mis socias! Yo estaba obsesionada por construir un espacio público donde las mujeres se sintieran cómodas y seguras, algo poco frecuente en todo Egipto y en la mayor parte del mundo. Así que me lo tomé como un objetivo por el que trabajé bastante. No sé cómo estará el asunto en España, pero aquí en Inglaterra cada quince días hay una noticia protagonizada por una mujer que sufre algún tipo de abusos, incluso de agresiones físicas graves. Si pudiéramos observar a todas las mujeres que regresan solas a sus casas cuando ya es de noche, veríamos, por desgracia, cómo se repiten ciertas escenas. Van apresuradas, buscando las llaves con nerviosismo, pendientes de su teléfono en una actitud muy a la defensiva. Los espacios púbicos no son seguros para las mujeres y ocurre en cualquier sitio del planeta. Soy consciente de que el mundo no nos pertenece  y lucharé siempre por conseguir más lugares públicos donde nos podamos sentir libres y a salvo.

Una librera activista.

Sí, mucho antes incluso de abrir la librería yo ya trabajaba por los derechos de la mujer. He estudiado e investigado la violencia machista y peleado por los derechos de las mujeres desde los años 90. Jamás abandoné esa línea y con Diwan supe que ser librera es una forma de activismo. Es el ejemplo que he intentado darles a mis hijas y creo que lo he conseguido.

El Tribunal Supremo de EE UU ha derogado el derecho al aborto en su país. ¿Hasta dónde retrocedemos con esta noticia? 

Creo que es una tragedia. El problema se agranda para las mujeres más vulnerables, las mujeres racializadas sin recursos quedan en manos del hombre blanco, que de nuevo decide por ellas. América tiene que arreglar su propia democracia y dejar de decirle a la gente cómo debe organizarse.  Porque los políticos y los jueces ya tienen bastantes problemas pendientes. ¿Debemos vivir vigilando siempre lo que hacen los demás? ¿Con qué derecho Estados Unidos da lecciones sobre Derechos Humanos a los demás, incluido el Tercer Mundo, cuando ellos mantienen lugares como Guantánamo?

¿Ser librera es mucho más que un trabajo?

Es un regalo y una llamada para hacer algo importante. Puedes amar mucho los libros, pero si vas a ser librera, tienes que saber de libros. Conocer títulos, catálogos, editoriales, tener claro lo que estás vendiendo y lo que pide la gente, mover las cosas de sitio para aprender a manejar el flujo del negocio, ser amable y dar con gusto las explicaciones a los clientes a la vez que aprovechas la información que te regala cada comprador, porque ellos también entienden de libros. Es un intercambio de sabiduría entre el librero y los lectores.

¿Qué opina de la venta online y sus gigantes?

Que tiene mucho efecto, pero apenas crea comunidad. El contacto con el librero es incomparable. Sí, Amazon me vende un libro con el 20% de descuento, pero no tengo la interacción con las personas que quizá ya lo han leído, que puede que conozcan al autor, que conocen detalles curiosos y me los cuentan…  El covid también nos ha enseñado que no se está en ningún lado sin gente alrededor.

¿Hubo o hay textos en Castellano en Diwan?

[Nadia se toma unos segundo para hacer memoria]. Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Carlos Ruiz Zafón, Gabriel García Márquez, Federico García Lorca… Saramago, ¿es portugués, verdad? Antes de la pandemia viajaba a España con frecuencia y siempre me gustó visitar librerías y museos. Bueno (risas), restaurantes también.

Tal como nos cuenta en el libro, la librería acaba cobrando vida a través de su curiosa clientela. ¿Podría describirla? 

La librería estaba abierta desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche. En las quince horas diarias de actividad, veías temprano a mucha gente de paso hacia su trabajo. Más tarde llegaban las madres jóvenes con sus hijos, porque los niños también tenían allí su espacio propio. Siempre eran ellas, jamás los padres. Lo más impresionante era la diversidad. Gente que entraba y se sentaba en la cafetería para leer, estudiar e incluso dar alguna clase, otros que se quedaban todo el día y apenas consumían una botella de agua, algo que no era rentable, pero nos gustaba porque significaba que aquel sitio era agradable. Tuvimos a una mujer que leía el futuro en las manos y hasta alguna prostituta que descansaba del trajín callejero, pero también captó a algún que otro cliente. El local iba tejiendo su propia personalidad. Fue lo que quiso ser a pesar de nuestras intenciones, que por suerte coincidían. A veces pienso si Diwan no me escogería a mí, y no al revés.

¿Por qué ha escrito ‘La librera’ de El Cairo?

La escritura de este libro me ha servido para cerrar un capítulo muy importante de mi vida.  Representa todo lo que yo quiero salvar de mi relación con esa época. Diwan es mi carta de amor a Egipto y este libro es mi carta de amor a Diwan.

Spoiler. “Diwan tenía nueve años en 2011, cuando El Cairo estalló. Tenía 11 en 2013, cuando Mohamed Morsi, el primer presidente de Egipto elegido de forma democrática, fue destituido. Tenía 15 años cuando Nihal volvió y la revitalizó con la ayuda de dos nuevas socias. Mi madre tenía razón. Egipto está bendecido”.

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