¿Libro o ‘e-reader’? Un debate sobre los ‘no objetos’

Nabokov / ©los díez

Vuelvo a hablar de libros, pero, tranquilos, no me propongo soltaros el consabido listado de recomendaciones para este verano. Tampoco voy a hablar de las virtudes de la lectura como espacio mental, como realidad paralela de refugio y desconexión, cosa que ya hice hace unos meses en este mismo espacio. Esta vez me gustaría centrar mi atención en el libro como puro objeto físico, como artilugio cuya conformación básica fue definida hace ya unos siglos y que, con mínimas variaciones y algunas mejoras, ha llegado hasta nuestras manos en la actualidad.

Tengo que reconocer que voy a utilizar al libro para confrontarlo con un pariente suyo que no, no viene del futuro, sino del pasado, porque tiene en el propio libro su referente directo y cercano. Se trata del e-reader (no confundir con el e-book), ese aparato de portada muda y una única página, eso sí, infinita.

Y me interesa enfrentarlos porque quiero valerme de ellos para intentar poner en circulación un término que al menos en el ámbito de la creación proyectual, del diseño y el mundo objetual no tengo identificado, al menos en los términos que yo quiero ubicarlo y que se trataría del concepto del “no objeto”.

Éste estaría relacionado, y busca su referente inmediato en el concepto de “no lugar”, acuñado por el antropólogo y etnólogo francés Marc Auge para designar todos esos espacios propios de la modernidad, a estas alturas globalizados y globalizantes, que, faltos de identidad y carácter propio, son fácilmente intercambiables; ejemplos típicos serían los aeropuertos, centros comerciales, supermercados, etc., etc., etc…

Pues bien, lo que me propongo en este artículo es, colocando frente a frente al libro y al e-reader dar carta de naturaleza al “no objeto”.

Comencemos pensando qué nos ofrece un libro sin ni siquiera haberlo abierto: una portada –ilustrada o no–, unos mínimos textos que nos informan del título, del autor, a veces de la editorial y si acaso de la colección a la que pertenece ese título, todo ello, información; queda, por supuesto, de la mano del diseñador hacerlo inolvidable.

Pero además el libro nos ofrece su presencia física, su tacto, el olor de la tinta que lo impregna, del papel que lo conforma o del tiempo que se ha colado entre sus hojas.

Frente a todo esto, y mucho más, ¿qué nos ofrece el e-reader? Vale, sí, ahorra espacio y peso en el bolso, el bolsillo, o en preciado espacio de nuestras casas, permite escoger el tamaño de la tipografía y almacenar, hasta que la pierdas digital o analógicamente, toda una biblioteca.

A cambio de esas ventajas innegables, ¿qué tenemos entre manos? Un objeto anodino, frío, impersonal, que puede contener, sin inmutarse, de igual manera los versos del poeta, un tratado de cirugía cardiovascular, o el reglamento de fiscalidad intracomunitaria, si es que tal cosa existe, que a estas alturas cualquier cosa es posible. Qué lejos ha quedado aquello de que “en edición diferente los libros dicen cosa distinta”; ahora una única, unificadora y uniformadora “no portada” puede encerrar la biblioteca infinita de Babel.

¿Alguien se imagina las fotografías que inundan las redes sociales con la consabida taza de té o mug de café junto a un libro, sustituyendo éste último por un e-reader? ¿A que no?

Además, ¿dónde firma un e-book el autor, o lo dedicas cuando le regalas a alguien un e-reader? ¿Dónde se cuela la arena de la playa o guardas la hoja del árbol bajo el que leíste un libro electrónico?, ¿dónde alojas en ese aparato esa entrada de cine, esa postal o esa reseña que convierte al libro, además de contenedor de ideas, sentimientos y pensamientos ajenos, en almacén de recuerdos propios?

Y aquí quería llegar; quería hacer ver, utilizando el e-reader como excusa, cómo empiezan a proliferar en nuestra vida cotidiana toda una serie de artefactos (móviles, tablet, asistentes personales…), esos que yo denomino “no objetos”, que cumpliendo estrictamente sus obligaciones utilitarias son incapaces de despertar en nosotros la más mínima empatía, que únicamente nos ofrecen el gozo efímero y engañoso de la novedad, porque esos aparatos llegan a nuestras vidas no para quedarse, sino inoculados de una obsolescencia programada que va más allá de su desgaste físico y funcional, de un desgaste que los hace llegar a nuestras manos ya caducos, apagado su brillo bajo la sombra alargada de la novedad que lo reemplazará en poco tiempo y que acaba de presentar el fabricante en la última feria tecnológica.

Y para elevar el nivel intelectual de este artículo me gustaría, intentando visualizar un punto de confluencia entre sus “no lugares” y mis “no objetos”, finalizar citando a Auge, quien hacía ver, hace ya algunos años, cómo “con la tecnología llevamos ya el “no lugar” encima, con nosotros”.

En todo caso, ¡feliz verano!, ya sea con un libro o un e-reader en la maleta.

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Comentarios

  • Rosario Dueñas

    Por Rosario Dueñas, el 27 julio 2021

    Muy poético artículo y sin embargo son banalidades q no reflejan para nada el deseo principal de un lector.
    He tenido librería y sé como huelen los libros, los míos y los q iban destinados a otros.
    El sentimiento de lectura, va con la historia q nos envuelve, nos enamora y hace q perdamos incluso la noción del tiempo.
    Y eso es mi e reader.
    No hay libro físico, olor de tinta ni tonterías varias, q puedan competir con MI ereader, pq es con él , con quién paso horas y horas, historias e historias …en privado sentimiento de gozo.
    Por cierto, recomendado por los oculistas!

    • Claudia

      Por Claudia, el 10 octubre 2022

      Más allá de la suspicacia que me produce su afirmación de que los oculistas recomiendan los e-readers, lo que más me llama la atención de su comentario, es la calificación de «banalidades y tonterías» a lo expresado en este artículo, por cierto personal, el cual termina con una frase de saludo «incluyendo» al e-reader (dentro de la maleta), y en ningún momento defenestrándolo ni rechazándolo, simplemente comparándolo (aunque obviamente, queda clara la preferencia del autor del artículo). De hecho culmina también aceptando la aceptación, valga la redundancia, de este objeto , muy a pesar de su lamentable obsolescencia, como la de todos los nuevos aparatos, ya que debido al avance de la tecnología, hasta la gente mayor, hemos debido aceptar, incluir y naturalizar el uso de toda clase de objetos como computadoras, laptops , smartphones, tabletas digitalizadoras, etc. a pesar de la aún existencia de teléfonos comunes, libros de papel, diccionarios, pinturitas y pinceles.
      El «progreso», la tecnología, la modernidad, existen, si. Pero no dejaron de existir, y pueden «aún» ser elegidas las cosas «antiguas», en este caso del artículo: «un libro», y para cada uno de nosotros será mejor uno u otro objeto, de acuerdo a «la historia que nos envuelve». Pero tampoco dejaron de existir los buenos modales, las buenas palabras, y el respeto.
      Es una cuestión de elección, también.
      Saludo cordial.

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