Lisa Ginzburg cuenta la historia de dos hermanas que ven huir a su madre

La escritora Lisa Ginzburg, autora del libro ‘Caparazón’.

Cuando sobre la cubierta de un libro el lector se topa con el apellido Ginzburg, automáticamente llena su corazón de altas expectativas, aunque sepa de antemano que a veces la genética narrativa no es más que un fraude asociado a las labores de marketing de las editoriales. No es este el caso de Lisa Ginzburg (Florencia, 1966), nieta de la famosa escritora y política Natalia Ginzburg y autora de ‘Caparazón’, novela recién publicada por Tres Hermanas que cuenta la historia de dos muchachas que han de aceptar la huida de su madre, que han de comportarse como huérfanas.

Caparazón acoge entre sus páginas el legado de una literatura en la que el realismo emocional es pura luz. Una novela que conmueve, un rico diario que está escrito a cuatro manos, aunque solo exista una narradora. Ginzburg ha construido una preciosa imagen para una genealogía inflexible, la del abandono. Caparazón cuenta la historia de dos muchachas que han de aceptar la huida de su madre, que han de comportarse como huérfanas, a pesar de que el cuerpo de ésta lata con briosa viveza en otra ciudad, y en otra casa distinta de la que ellas habitan.

Maddi y Nina son testigos silenciosas de la desintegración de su familia, de los abismos y de los triunfos de sus progenitores. Son dos niñas que han de alimentarse con ese alimento podrido e inconsistente que dejan en los labios los fantasmas:

“Nina era la única en el mundo con la que podía contar de verdad. Éramos orilla la una para la otra, bastión ante el caos que teníamos que atravesar, ese gran enredo en el que sin preguntarnos nos habían metido. Nuestro pacto era un escudo, un caparazón. En momento de máxima fragilidad lo sentía, una idea distinta, clara, del cuerpo transmitida al alma sin pasar por ningún punto intermedio”.

Caparazón es un libro apasionado y estéticamente arrollador. Un texto que hipnotiza al lector con los vicios y virtudes de sus protagonistas, con su belleza expansiva y a ratos inarmónica, con sus férreas maniobras emocionales, con la pragmática visceralidad de estas dos hermanas que hablan sin tapujos del dolor, del fracaso, de esa herida infectada e irrecuperable que es pertenecer a una familia desestructurada:

“Ahora que Gloria ha muerto, ahora que nos ha dejado de golpe, esta vez de verdad, nuestra infancia estalla a punto de borrarse”.

Lisa Ginzburg conoce el lenguaje con el que ha de contarse la verdad y lo hace explotar entre los órganos vitales de esta gran novela. Es una narradora cruda y expertísima a la hora de escoger cada palabra. Ginzburg sabe qué hacer con ellas, su orden y las certezas que cada una ofrece al conjunto de la narración. Por eso escoge a Maddi, la hermana virtuosa, para contar esta historia, y hace de Nina, la hermana pequeña, la interlocutora necesaria para que la primera vaya destrozando ese caparazón que con tanto acierto da título a la novela:

“Tiempo después fue el funeral de la abuela y nos impidieron asistir. Yo, mi despedida de la abuela Inma la daba por hecha desde aquella noche que espié su anatema. ¿Cerda? A mi madre nadie se atrevía a ofenderla, a insultarla. Nadie podía”-

He de decir que los matices con que la autora enriquece esta historia son preciosas armas que defienden con ahínco la heterogeneidad de cada página. Una historia que escuece como lo hace esa herida abierta que se resiste a los envites sanadores de todos los medicamentos:

“Seríamos mayores anticipadamente. Instruidas por una gobernanta contratada para salvar las apariencias, pero en realidad, abandonadas. Huérfanas sin serlo”.

“Solo por esa primera vez nadie sufrió al ver a Gloria ya al otro lado de la calle haciéndonos gestos para simular alegría, atrincherada detrás de las gafas de sol debía de llevar el disgusto de tener que dejarnos que la atenazaba. Después sería distinto, cada cita un dolor, cada separación una dosis de abandono más. Entonces todavía no. Entonces solo celebrábamos el final de la ausencia”

Sobrecoge el mapa de la discriminación que despliega Lisa Ginzburg para contar esta historia; Seba maniatando la maternidad de Gloria, para poner sobre la mesa esa ansia inagotable del patriarcado por convertir en parias a todas la mujeres del mundo.

Y conmueve la destreza con que Ginzburg va guiando a sus protagonistas hacia la edad adulta sin necesidad de malversar el tono emocional de las niñas que siempre serán.

Caparazón es un libro en el que los deseos pesan más que la verdad, un libro en el que la fortaleza  es un personaje seductor y transgresor y donde el abandono duele más que la muerte; un libro en el que la elección pelea  sin reservas contra la imposición:

“Gloria se levantó, quiso seguir hablando, con el bikini y el sombrero blancos, destacando contra el color oscuro de la roca, parecía una diva, una misteriosa, encantadora  Cassandra”.

“¿Con que voz corresponder a aquel grito de amor?”.

Un libro en el que la virtud es un castigo castrador para quien ha de mirarla de frente. Un libro magnético y con un ritmo narrativo brioso y contestatario que interpela frase a frase a quien lo lee.

He de confesar que tuve miedo al empezar a leer este libro, miedo a la decepción, a lo melifluo, al aprovechamiento de un nombre, de un parentesco, pero nada más comenzar la lectura tomé conciencia de que Lisa Ginzburg pelea sola y con extraordinario éxito en este ring con demasiados adversarios que es la literatura. No negaré que esperé ecos de Natalia entre las páginas de Caparazón, pero por fortuna me equivoqué y pude disfrutar de la honesta autonomía con que Lisa se defiende y defiende la exención de su literatura del ya eterno universo narrativo de su abuela.

‘Caparazón’. Lisa Ginzburg. Traducción de Natalia Zarco. Tres Hermanas. 230 páginas.

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