La literatura que nos llega desde Canadá, ese gran desconocido país
Dentro del ciclo de encuentros que organiza el Taller, recientemente recibimos la visita de María Jesús Llarena Ascanio, profesora en la Universidad de La Laguna y especialista en literatura canadiense. Aunque los nombres de Atwood, Ondaatje o Munro son los más internacionales, Canadá cuenta con otros autores relevantes, tantos como su diversidad cultural y racial. Nos lo cuenta en este artículo.
Por MARÍA JESÚS LLARENA
Durante siglos, Canadá no aparecía en el mapa y, desde la perspectiva de los primeros exploradores europeos, era una tierra que no debería haber estado ahí, un obstáculo en su ruta hacia las Indias. Una de las sugerencias del origen de la palabra Canadá fue la de los exploradores españoles que, al parecer, dijeron acá nada. Northrop Frye no dejaba de preguntarse Where is here? Parece que Borges dijo de Canadá que está tan lejos que casi no existe. Canadá elude su localización e identidad desde sus inicios y sus escritores más internacionales, como Michael Ondaatje o Yann Martel, escriben sobre otros lugares, convirtiendo la localización nacional en irrelevante. Es importante saber, sin embargo, que las primeras escritoras eran mujeres, como nos recuerda Atwood. Pioneras y monjas francesas que hablaban de la hostilidad del medio, el aislamiento de las pequeñas comunidades rurales y la mentalidad defensiva, the garrison mentality, que, como diría Frye, refleja el miedo del individuo a la naturaleza no domesticada, y la lucha por la supervivencia en un contexto en el que todos los peligros provienen del exterior.
Atwood profundizaría en esta idea en 1972 y lo matizaría en su famoso estudio Survival: A Thematic Guide to Canadian Literature, donde la supervivencia se convierte definitivamente en el emblema de la identidad nacional, ya sea tras la colonización británica o frente al neocolonialismo cultural y económico de Estados Unidos.
Los fantasmas de Canadá son los colonos europeos que poblaron el país y desplazaron a sus comunidades y lenguas indígenas, para luego obligar a los inmigrantes europeos y asiáticos a asimilarse a la cultura anglófona o francófona. En este marco aparecerá el nacionalismo canadiense en los años sesenta y setenta, que dará paso al multiculturalismo de los años ochenta y noventa. Lo que podría ser una fecha arbitraria como 1960 marcará una clara frontera entre lo antiguo y lo novedoso en la literatura canadiense, entre lo victoriano y lo postmoderno.
Las carreras de Margaret Laurence y Margaret Atwood fueron paralelas en estas fechas. La novela de Laurence, The Stone Angel (1964), y el primer libro de poemas de Atwood (The Circle Game 1966) tuvieron una aclamación conjunta. Laurence escribía en esta década desde Inglaterra su serie de novelas sobre la ficticia Manawaka, traducidas al español en los noventa, en plena efervescencia de la llamada “literatura femenina”: Una burla de Dios (1994), Los habitantes del fuego (1993), Un pájaro en la casa (1994) y El parque del desasosiego (1995). Sin embargo, la irrupción de Atwood en nuestro país se debe a El cuento de la criada (1987), novela de anticipación o especulativa, un género ausente en la literatura española de la época, que usa intertextos de Aldous Huxley y George Orwell y que no pretende la ciencia ficción ni la distopía, pero toca debates de la época como la fecundación in vitro en sus parábolas futuristas. Entre 1987 y 1996 se publican en España varias de sus novelas y aparece su poema largo Los diarios de Susanna Moodie (1991), texto importantísimo en el imaginario canadiense, que marcará la voz femenina de la autora a través de una mujer inglesa pionera que lucha contra la dureza de un paisaje inhabitable y que simboliza la esquizofrenia como enfermedad mental de Canadá.
Junto con Susanna Moodie quizá debamos empezar a leer a Atwood con Resurgir (1972) y continuar con su novela histórica Alias Grace (1996). A través de esta novela gótica, Atwood analiza la historia de la inmigrante irlandesa Grace Marks desde el misterio como elemento que amenaza la historia oficial de la nación. Grace, al igual que Susanna Moodie, representa la construcción problemática de la subjetividad femenina en la ficción atwoodiana, como si esa voz tuviera otra vida paralela, o una conciencia dividida que comparten casi todas sus protagonistas mujeres. Al igual que en Resurgir, Atwood vuelve, 20 años después, a subrayar las dimensiones de la esquizofrenia en el discurso canadiense de nación.
En los años dorados de la literatura canadiense en España (1985-2008), Atwood fue conocida a través de reseñas en revistas españolas como una autora transgresora ideológicamente siendo en realidad una escritora de realismo social. Su capital cultural es el manejo de todos los géneros con éxito, superando las expectativas de cualquier lector por su ironía inquebrantable en el melodrama, romance, novela histórica, gótica o eco-crítica, y participando activamente en el marketing de su figura y de su escritura, lo que satisface al público español.
Alice Munro también comienza a ser traducida al castellano en los noventa. Volcada en el mundo de las relaciones humanas en un entorno cotidiano, cada cuento suyo es todo un universo lleno de preguntas, algunos de ellos llevados al cine por Sarah Polley (Lejos de ella, 2006) o Almodóvar (Julieta, 2016). La narrativa de Munro está localizada geográficamente, y la identidad de sus protagonistas siempre tendrá sentido en relación al lugar de pertenencia. Los relatos de Munro hablan de protagonistas que huyen como si la vida pudiera vivirse simultáneamente en dos dimensiones, o experimentarse desde dos perspectivas diferentes con el resultado de personajes anfibios o plurales. La voz femenina intenta así escapar a las expectativas impuestas para decir lo indecible, mientras el cuerpo femenino permanece anclado en un paisaje canadiense que invita a la huida.
Más de 300 títulos han sido publicados en España en los últimos 40 años, entre otros las canciones de Leonard Cohen y la traducción de sus poemas. La gran ausencia son los escritores racializados; sudasiáticos como M.G. Vassanji, Anita Rau Badami, Shauna Singh Baldwin, Sharon Bala o Shani Mootoo. Rohinton Mistry ha sido el más traducido con sus maravillosos Cuentos de Firozsha Baag (2007). Lo sorprendente es la indiferencia ante las asiáticas que cambiaron el imaginario canadiense, como Joy Kogawa, Hiromi Goto, Kerry Sakamoto, Larissa Lai, o las nativas Lee Maracle o Eden Robinson, entre otros.
Los estudios canadienses llegaron a España con el poeta y profesor Bernd Dietz en 1985 y su antología de poesía canadiense bilingüe. Así nos acercamos a una literatura que no estaba traducida, completamente desconocida en nuestro país, a excepción de Douglas Coupland con su Generación X (1993), o Michael Ondaatje, ganador del Booker Prize con su novela El Paciente Inglés en 1992, que no llegó a nuestras librerías hasta que Anthony Minghella la adaptó al cine en 1996, abriendo entonces la puerta grande a una oleada de autoras y autores como Ann Michaels o Anne-Marie Macdonald, que comenzaron a ocupar un espacio en las bibliotecas españolas.
Este “boom multicultural” en nuestro país se ha limitado a la literatura de autoría sudasiática, identificada como literatura de la India y no canadiense, y promocionada con unas intenciones globalizadoras por el sistema editorial. Sólo se ha publicado uno de los títulos de Shani Mootoo, El cereus florece de noche (1999); de Anita Rau Badami, El paseo del héroe (2001); de Shyam Selvadurai, Jardines de Canela (2001, 2015); de Shauna Singh Baldwin, Lo que el cuerpo recuerda (2002), y de M. G. Vassanji, El mundo incierto de Vikram Lall (2006, 2008). El interés de las editoriales españolas reside en su temática “india” y en su carácter de diáspora. La percepción de estos textos como canadienses es mínima. Esta narrativa de autoría indocanadiense en castellano tiene lugar en lugares exóticos del Caribe, África o Asia, que poco o nada tienen que ver con el Canadá helado y hostil que aún hoy pervive en el imaginario español. Esto sirve a intereses políticos e ideológicos que buscan proyectar la utopía del multiculturalismo más armonioso, frente a otras versiones sobre la convivencia racial en Canadá. Los relatos de historias, trágicas en su mayoría, que tienen lugar en países lejanos refuerzan la imagen de Canadá como refugio, como país acogedor y pacífico. Sin embargo, son muchos los textos literarios que ofrecen un retrato del país menos favorecedor y desvelan los secretos de la nación canadiense, como el internamiento forzoso y expolio de los bienes de la comunidad japonesa de Canadá durante la Segunda Guerra Mundial, las leyes de exclusión de inmigrantes de China, la exclusión de inmigrantes procedentes de India, el genocidio de los pueblos indígenas y su reclusión y abusos sexuales en reservas e internados llamados residencias.
En los últimos 30 años se producen cambios notables en la literatura anglocanadiense que la acercan a su madurez. La idea de textos recreados en otros países son parte de la norma, y los fantasmas de la memoria son los que ahora habitan el país bajo la firma de escritores que han sentado las bases de la nueva literatura, ganan los premios literarios y se estudian en las universidades: las canadienses de origen chino Larissa Lai o Madeleine Thien; japonés como Joy Kogawa, Hiromi Goto o Kerry Sakamoto; caribeño o sudasiático como Shani Mootoo, David Chariandy o Sharon Bala son herederas de una segunda generación que mira al país con una mirada hemisférica y transnacional. La literatura no tiene ya frontera nacional, por lo que estas obras deberían ser leídas y analizadas desde un punto de vista global frente a modelos centrados en Estados Unidos. La literatura se ocupa ahora de otras miradas de nuestros ancestros, como hacen Dionne Brand o Esi Edugyan, o la marginación y el racismo en Hermano de David Chariandy. La recuperación de la memoria de los campos de internamiento de los inmigrantes refugiados la leemos en The Boat People de Sharon Bala o de los japoneses expulsados de la Columbia Británica y despojados de sus bienes en The Electrical Field, de Kerri Sakamoto. Ésta es la voz intimista y global de las últimas décadas, la revisión de las historias traumáticas que abraza una metanarrativa nacional para mostrar que lo privado es político, y no autobiografía.
El abandono del antiguo concepto atwoodiano de nacionalismo canadiense, blanco, anglófono y protestante, será clave para el resurgir de una nueva cultura canadiense en el contexto de los estudios transnacionales. La estructura temática que ella defendió se ha transformado en una subjetividad nacional más compleja, forzando a un reconocimiento de la diferencia a través de los desafíos postcoloniales y de las poblaciones indígenas que reescriben la narrativa nacional formulada por la generación anterior. De ahí la imposibilidad de adaptar la novela realista burguesa a la realidad étnica canadiense, apareciendo en su lugar formas simbólicas y alegóricas, relatos góticos y fantásticos, junto con mitos que se adaptan fácilmente a dicha identidad. La esencia está en los orígenes y en la historia y, como resultado, inmersa irremediablemente en el mito. El desaprender y el des-nombrar la literatura europea y estadounidense hermana así el relato canadiense con el latinoamericano, donde la historia es arqueología, donde lo simbólico y lo documental revelan los diferentes orígenes. Al institucionalizar el multiculturalismo, Canadá ha reforzado la identidad a través de la alteridad, de la visión del otro, y, de este modo, ha institucionalizado la marginalidad. Escritores y artistas desafían continuamente y tratan de reconstruir cómo se debería entender este concepto anfibio de nación que mercantiliza lo exótico al subrayar la idea del origen de ese canadiense asiático o caribeño, principalmente de segunda generación, que no conoce ni su país de origen ni otra lengua que no sea el inglés o el francés. Ellos son canadienses sin más. Sin embargo, para lograr ser oídos es necesario mirar más allá de un simple proceso de inclusión, y comprender el concepto de diferencia.
Un ejemplo sería escuchar a esa generación de canadienses de origen japonés, que busca reconocimiento y compensación por el encarcelamiento, desplazamiento y deportación de sus padres inmigrantes en la Segunda Guerra Mundial gracias a Joy Kogawa, que abrió las puertas al Redress Movement de los años ochenta. Estos escritores son canadienses, ni japoneses ni angloindios, sólo hablan inglés y viven en Toronto o Vancouver. Este marketing resulta alarmante en un país que continúa oprimiendo a las comunidades indígenas mientras se enorgullece de su diversidad multicultural. Lo que existe es una política sedativa, que pretende reconocer la diferencia étnica de manera contenida, un orden cosmopolita que pretende ser tolerante pero no necesariamente inclusivo.
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Comentarios
Por Pilar Pineda, el 19 noviembre 2020
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Por Edgar González Vega, el 02 noviembre 2021
Saludos cordiales, me interesa todo lo relacionado con escribír, agradezco mucho su ayuda.