Literatura para intentar comprender a esos religiosos de la maldad

Miguel Ángel Muñoz. Foto: Lisbeth Salas.

Miguel Ángel Muñoz. Foto: Lisbeth Salas.

Miguel Ángel Muñoz. Foto: Lisbeth Salas.

Miguel Ángel Muñoz. Foto: Lisbeth Salas.

“Mientras el mal viaja por autopistas, el bien lo hace por carreteras secundarias”. Esta frase de Bolaño me viene a la cabeza hoy, mientras escribo este artículo, sobrecogido aún por la matanza de Barcelona, donde el mal se ha cebado en una ciudad que forma parte de mi educación sentimental.

Me consuelo con las personas cercanas, con los mensajes de apoyo a las víctimas y de compresión que leo en las redes sociales. Por supuesto, evito la bilis de quienes tratan de intoxicar el discurso en las mismas redes. Y trato de entender lo que ha ocurrido. Las explicaciones no me llegan de los tertulianos y articulistas de los medios de comunicación, con sus análisis precipitados y exentos de la ecuanimidad y la grandeza de miras que exige el momento. Una vez más me llega de la literatura. Decía Sartre que la filosofía pasa, como las ideologías. Están sujetas a la contingencia de la época, al devenir del tiempo. Sin embargo, la buena literatura siempre permanece y nos da las claves de nuestra condición humana, de sus luces y de sus sombras.

De las sombras de nuestra especie trata Entre malvados (Páginas de Espuma), el tercer libro de relatos del escritor almeriense Miguel Ángel Muñoz, que ha pasado injustamente desapercibido por la crítica (¿atenta a otras cosas menos literarias aunque tengan que ver con la literatura?) y que estos días cobra más vigencia que nunca.

El mal, el origen del mal, su semilla y nuestra relación con él, es el hilo conductor de los diez cuentos que integran el volumen. Se abre con un relato de una atmósfera inquietante, que nos da las claves de lo que nos encontraremos luego, Somos los malvados, en el que un hombre, víctima de acoso escolar en la infancia, encuentra el momento de la venganza años después. “Los humanos no somos felinos, defecto, no somos capaces de ver venir el golpe, no husmeamos el olor que exhalan los sobacos sudados de los malos”, dice la potente voz narrativa de este cuento. El yihadismo, el 11-M visto desde la mirada del “hombre tranquilo”. Pequeñas venganzas cotidianas y sin importancia que acaban borradas por el mal con mayúsculas en Los nombres (uno de los mejores relatos). Un policía que se debate en un dilema moral con un detenido, mientras su hijo está en un hospital después de haber sido herido por los antidisturbios. El mal en sus distintas facetas, incluso las que tienen que ver con las relaciones padres e hijos.

¿Llevamos el mal incorporado a nuestros genes? ¿Cómo lo enmascaramos en la edad adulta, si es que lo hacemos?

El libro nos plantea preguntas que se han hecho antes filósofos, escritores, científicos, teólogos, a lo largo de los tiempos, con respuestas que van desde “El hombre es un lobo para el hombre” de Hobbes a la bondad innata de Rousseau (sobre este tema, a mí siempre me gustó la idea de Borges, quien identificaba la maldad con la estupidez y la bondad con la inteligencia). Por supuesto, como ocurre con la buena literatura, Muñoz no nos da ninguna respuesta y será el lector, después de leer las historias, quien tenga que asomarse a las cavernas de su interior y buscarlas él mismo.

Entre malvados es el mejor libro de cuentos de Miguel Ángel Muñoz y uno de los mejores que he leído en el último año. Por su madurez. Por su capacidad para ahondar en la condición humana, en su lado más tenebroso. Por un estilo propio, sencillo pero no exento de lirismo cuando se necesita, siempre al servicio de la historia que tiene entre manos. Por la variedad de registros y enfoques narrativos, que demuestran el dominio del género (al que le tiene respeto el mismísimo Stephen King) de Miguel Ángel Muñoz y que va, del potente monólogo del relato inicial, al “noir” de Aguantar el frío, del relato de no ficción en Los hijos de Manson a la parábola final que se encierra en Donde el Borgión se esconda, un maravilloso homenaje a La muerte del dragón, de Buzzati, muy a la altura del maestro, y ya es decir.

De todos los relatos, sin embargo, me quedo con el segundo, Intenta decir Rosebud, un cuento perfecto, en el que se ven más claramente los intereses de Muñoz: el cine y la literatura. Narrado en primera persona, con un virtuoso manejo del tiempo narrativo y del espacio, Muñoz nos trae la historia de un corresponsal de guerra capturado por los yihadistas en Siria. Como comenta el autor en las palabras finales, el relato le debe mucho a la experiencia vivida por Javier Espinosa, periodista de El Mundo. Si Adorno afirmaba que era imposible escribir después de Auschwitz, que era un acto de barbarie, en Intenta decir Rosebud (la mágica palabra de Ciudadano Kane, una de las obras maestras de Welles) Muñoz se pregunta si es posible recuperar la normalidad de la vida –con tu hijo, con tu madre, con tu mujer– después de haber estado cara a cara con el mal. Si como Dios la literatura está en los detalles, es en la elección de los detalles que elige contarnos Muñoz, su mirada, auténtica y nada condescendiente, lo que convierte Intenta decir Rosebud en un cuento inolvidable, de lectura imprescindible.

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