Llega septiembre y quedarán más visibles las heridas del Mediterráneo
En ‘El Asombrario’, hemos decidido navegar por el Mediterráneo un mes más en el velero GoOn con Martha Zein. Septiembre es un buen mes para apreciar mejor los cambios en este mar nuestro, padre de placeres, de enfrentamientos, de desigualdades, de sufrimientos, de muertes. En septiembre “el Mediterráneo exhibirá sus verdades cuando la mayoría de los terrícolas dejemos de asomarnos a él y le demos la espalda”. “Un final desolador para aquel que ofrece su desnudez y, aun así, transforma sus aguas en una alcoba tan íntima como abierta”.
Arranca Septiembre y el Mediterráneo empieza a vaciarse de barcos. Iremos desapareciendo del horizonte poco a poco como las prendas de un strip-tease, deslizándonos por el azul hasta quedarnos en la tierra. Sólo permanecerán las naves silenciosas, las menos cromadas, más lentas, nidos flotantes: los veleros o catamaranes usados como lugar de residencia. Es difícil (es caro) que alguien que quiera vivir largas temporadas sobre el agua elija una embarcación a motor. En esta desnudez el GoOn no es más que una peca de verano, a medida que se apague el sol iremos desvaneciéndonos.
Quedarán más visibles las heridas de este mar: Los grandes pesqueros atravesarán sus aguas con afilados dientes. Los buques militares intoxicarán en su piel, pintados totalmente de verde grisáceo, el color que tiene el mar en invierno. Los persistentes cruceros devorarán sus costas. Según la fundación Heinrich Böll, en 1980 estas naves paseaban a 2 millones de pasajeros en el mundo, en 2016 la cifra superó los 24 millones; de ellos, el 18,7% transitan por el Mediterráneo. Los barcos mercantes arañarán sus aguas con desesperación, inmersos en una cruel guerra de precios. Y entre esas enormes bestias seguirán hundiéndose las tristes pateras. El Mediterráneo exhibirá sus verdades cuando la mayoría de los terrícolas dejemos de asomarnos a él y le demos la espalda. Un final desolador para aquel que ofrece su desnudez y, aun así, transforma sus aguas en una alcoba tan íntima como abierta. Aferrada a su orilla, como una puntilla de su enagua, contemplo a los navegantes despidiéndose de los muelles. Se deslizan con la levedad de una camisa por la piel amante.
Nos quedan por delante tres semanas lentas. Sé que el juego será delicioso y que el GoOn acariciará con su índice la nuca desnuda de cada isla, le conozco. Pocas certezas son tan deliciosas. Paseo mi sonrisa entre los amarres de un club náutico vecino de ese puerto de Rodas en el que todos imaginamos al Coloso. Es el punto de partida y de llegada de nuestras tres últimas tripulaciones. Les dejamos, les tomamos, y salimos huyendo hacia las islas minúsculas, nuestra debilidad. Preferimos amarrar en los pequeños puertos, cuyos noráis comparten muelle con las sillas de las tascas, antes que en las elegantes instalaciones de las marinas. Sin embargo, sonrío. Camino envuelta en un instante creado por el silencio de las despedidas y las bienvenidas, capaz de despertar la memoria de todos los abrazos que hemos dado y recibido a bordo y transformar el bullicioso club náutico (una de sus terrazas ofrece música en directo) en el particular sitio de mi recreo. Paseo por el pantalán flotante, que baila a cada paso, y tarareo “Donde nos llevó la imaginación / Donde con los ojos cerrados / Se divisan infinitos…” cielos. Cambio la última palabra de la estrofa. Antonio Vega sabrá perdonarme.
En el de ahora la luna menguante es devorada por una nube. En los barcos vecinos se apagan las luces y las conversaciones. Tomo aliento. El viento hace hablar a las jarcias. Regreso en medio de la noche a ese lugar antiguo, “donde se creó la primera luz”, y juego mejor que entonces, aun más niña. Pongo nombres a las naves y sus habitantes. Les identifico y defino. Les invento. Señalo, por ejemplo, a los navegantes rebañadores. Imagino que en la vida terrestre suelen llegar con retraso o a destiempo, les cuesta dejar lo que están haciendo y siguen brindando aunque apenas les quede un culín de vino. En estas fechas alquilan el velero por una semana; es evidente que apuran la agenda marcada por el mercado laboral, pero estoy convencida que lo hacen porque les gusta alargar el tiempo del juego. Nosotros empezamos así, hace diez años. Junto a ellos distingo a los navegantes profesionales, esos que, tras un verano intenso, siguen manteniendo en pie su negocio. Descollan por su rostro curtido, sonrisa gastada y su facilidad para moverse en vertical (en un barco hay poco espacio horizontal). Les respeto porque, viendo de cerca la meta y deseando alcanzarla, no se precipitan. En el mar no funcionan los sprints porque la fragilidad permanece en cubierta, despelotada, gorgona perdida, poderosa, y marca el ritmo hasta el último minuto a bordo.
Invento apodos mientras busco a un patrón con nombre propio: Javier. Este gallego de gesto afable forma parte del grupo de los navegantes hermosos, aquellos que han convertido su nave en hogar flotante y aprenden a vivir en él después de hacer una revolución sobre la escala de su vida económica. Les bautizo así en homenaje al libro e E.F. Schumacher, Lo pequeño es hermoso. Economía como si la gente importara. El GoOn suele ser un atractor para este tipo de capitanes, de ahí que terminemos conociendo su nombre de pila, su historia, la razón por la que dejaron de vivir en tierra para habitar un barco o, como Javier, la forma en la que se va desenganchando del modelo económico y laboral tradicional (trabajo por cuenta ajena, salario fijo, un cargo de responsabilidad bien remunerado) para vivir con menos bienes y más parabienes. Acercándose a los sesenta, ha reducido su jornada laboral, sus ingresos, el ritmo de su gasto y ahora la negociación que abraza es la que le exige el diálogo con la naturaleza. Nos hermanamos con él hace una semana a la manera del mar: celebrando la vida y la presencia, sin apegos, porque el agua nos une.
Javier pertenece a ese tipo de personas que descubren que la fragilidad no está donde les enseñaron, de ahí que se les alargue la sonrisa. No le encuentro. Ha debido de zarpar. En nuestra primera conversación andaba preocupado porque su perro se había comportado de manera inusual tras su paso por Nysiros (una isla volcánica cercana); entre ladridos y gruñidos, no les dejó dormir durante unos días, por eso llegó a la conclusión de que debía de tener una rata a bordo. El capitán le dio todo tipo de consejos, que Javier escuchaba arrugando la nariz porque terminaban en el enfrentamiento al animal para darle muerte o asumir la descomposición del cadáver en un rincón de la estructura interna del barco.
Nos despedimos con un “buena proa y que la rata se esfume”. Días después nos envió un mensaje: no era un roedor, su perro ladraba por los movimientos sísmicos. En medio de sus indagaciones comprobó que en esos días de inquietud canina se habían producido seísmos de baja intensidad en el entorno de Rodas. Esta mañana una de nuestras nuevas marineras, bióloga apasionada por la geología, nos aseguraba que estamos en una de las zonas del Mediterráneo en las que hay más actividad telúrica. Es decir, hemos surcado estas aguas olvidando la confluencia de las placas tectónicas, sin percibir que nuestro cerebro reptiliano también nos estuvo gruñendo ¡y encima con luna llena! ¿Seguro que no aullamos? La veo menguada ahora, entre nubes. La noche se está poniendo tupé y el vozarrón del Meltemi tiene la fuerza suficiente como para devorar el bullicio de Rodas. Parece que cambiará el tiempo.
Rodas. No consigo conciliarme con esta isla, creo que es por su forma de cumplir el papel de nodriza. Rechazo ese pecho que no sabe salirse de la norma. La generosidad mal entendida crea dependencias. He leído que provee de agua a Nysiros, un servicio por el que la islita llegó a pagar 5 euros por metro cúbico en 2008. También proporciona energía a la minúscula Tilos procedente del diésel. Como a otras islas con menos de 1.000 habitantes del Dodecaneso, quienes manejan este modelo económico convierten a las islas pequeñas en islas menores argumentando que el coste de llevar la energía a lugares tan alejados puede llegar a ser hasta 20 veces más caro que en el continente. No parece que se cuestione que con este modelo Rodas es a su vez dependiente de un petróleo que no es suyo. Al apostar por energías renovables, Tilos ha hecho este año algo más que apostar por su autogestión energética: ha dado una vuelta al concepto de rentabilidad. Crear dependencia para garantizar el lucro del 1% de la población de este planeta es un juego devastador.
En esa obediencia constante, Rodas se va debilitando progresivamente pues termina necesitando a esos clientes subordinados que le generan los ingresos necesarios. Este es el caso de Kastellorizo, la isla más oriental del Dodecaneso, especializada en el turismo, un monocultivo económico intrínsecamente adictivo, que necesita de Rodas para alimentarse. En 2010, el entonces primer ministro griego Yorgos Papandreu se trasladó hasta allí para pedir a la Troika que interviniera en la economía de su país, una bajada de pantalones que convirtió a toda la ciudadanía griega en dependiente de los dictados del FMI y alrededores.
Saltando de isla en isla en este mar que se apaga, intuyo que el cambio que necesita la economía para romper esta dependencia encadenada podría consistir en desprendernos de la grandeur y organizarnos en unidades de gobierno de pequeño tamaño, para los que la gente importa.
Comentarios
Por Josefa, el 04 septiembre 2018
Me gusta el Asombrario! descubierto gracias a Martha Zein y sus crónicas del #GoOnvaaCreta# .
Por Javier, el 04 septiembre 2018
Es tan certera tu visión de este mar que no se puede estar más de acuerdo. Estoy acabando mi segundo periplo por este gran azul, nada es para siempre, desde hoy navegaré solo, atravesaré el reino del meltemi para llegar a Egina y dejar descansar otro invierno al Area Secada. El nombre de mi barco proviene de la pequeña playa en la que nací, allí la magia del mar me hechizó, como a ti, como a Toni.
El tiempo pasa rápido, una isla, otra, otra cala, otro templo, gente distinta, en común el mar, el sol y el el preocupante meltemi.
Te quiero Grecia