‘Lluvias de estrellas’ todo el año, no solo en San Lorenzo

Las Cuadrátidas es uno de los primeros episodios que se producen cada año. Suele desarrollarse entre el 1 y el 5 de enero.

Siempre, cuando escuchamos la expresión “lluvia de estrellas”, nos remitimos a las Perseidas. Se trata de la precipitación de meteoros que tiene su máximo hacia el 10–12 de agosto de cada año, coincidiendo con la festividad de San Lorenzo. Sin embargo, a lo largo del año existen otros muchos episodios similares. Por tanto, los aficionados a la astronomía cuentan con la oportunidad de disfrutar decenas de “lluvias de meteoros”. Os dejamos aquí un completo calendario para disfrutar de este fenómeno mirando al firmamento… aprender y soñar…

¿En qué consiste este fenómeno? Se puede definir como un “evento celeste” que permite observar la irradiación de diversos elementos galácticos desde un mismo enclave del firmamento, conocido como punto radiante. Dichos cuerpos –que, en ningún caso, son estrellas– proceden de “corrientes de desechos cósmicos”, denominados “meteoroides”, que entran en la atmósfera terrestre a unas elevadas velocidades, provocando su incandescencia. Además, su tamaño es muy reducido, por lo que en su mayoría se desintegran antes de llegar a la superficie planetaria.

En otras palabras, “las lluvias de meteoros son un acontecimiento astronómico que se produce cuando un cometa, que se acerca mucho al Sol, ve su cuerpo calentarse y desprender pedazos de sí mismo. Cuando los fragmentos dejados en el espacio entran a la atmósfera, se convierten en meteoritos. En ese instante se forma este vistoso fenómeno”, explica el divulgador Alberto Milo, en National Geographic.

“La altura a la que un meteoro se hace brillante depende de la velocidad de penetración en la Tierra, pero suele estar en torno a los 100 kilómetros. Sin embargo, el alto brillo y la gran velocidad transversal de algunos meteoros ocasionan la ilusión de que están muy próximos”, explican desde el Instituto Geográfico Nacional (IGN). “Los meteoroides de masa menor al kilogramo se calcinan completamente en la atmósfera, pero los mayores y más densos –de consistencia rocosa o metálica–, forman meteoritos, restos calcinados que caen sobre el suelo”.

Si la precipitación de estos cuerpos es muy intensa, recibe la denominación de “estallidos de meteoros”, o “tormentas de meteoros”. Para alcanzar estas denominaciones, se han de observar, como mínimo, la aparición de un millar de componentes a la hora. Para ello, se ha de considerar su Tasa Horaria Zenital (THZ), que se refiere al “número máximo de cuerpos por hora observables en condiciones ideales”.

Pero regresando al tema que nos ocupa, se han llegado a establecer más de un centenar de “lluvias de estrellas” entre el 1 de enero y el 31 de diciembre, aunque algunas de ellas –como las Perseidas, las Leónidas o las Gemínidas– son más conocidas, debido a su gran intensidad o mayor visibilidad. Se trata de un fenómeno que ha fascinado a la Humanidad desde su génesis, hallándose descripciones de este tipo de fenómenos con una gran historia a sus espaldas. Por ejemplo, las Perseidas fueron descritas en el siglo I, hacia el año 36 de nuestra Era; las Leónidas, en el siglo X, en torno al año 902; y las Cuadrátidas, a finales del XVIII…

Sin embargo, existe un cierto consenso al señalar que la primera gran tormenta de meteoros de la Era Contemporánea tuvo lugar en 1833. Se trató de un episodio de Leónidas, que, de acuerdo a algunas estimaciones, tuvo una THZ de hasta 100.000 cuerpos. Incluso se ha llegado a asegurar que, en algunas regiones –como en ciertos puntos de las Montañas Rocosas, en Estados Unidos–, la mencionada cifra llegó a duplicarse. ¡Impresionante!

El ‘radiante’ de las Perseidas.

Los episodios más conocidos

En cualquier caso, la lluvia de estrellas más célebre es la que se produce durante el verano boreal. Más concretamente, entre el 17 de julio y el 24 de agosto, teniendo su pico de actividad en torno a los días 10 y 12 de agosto. Nos referimos a las Perseidas –o Lágrimas de San Lorenzo–, que están compuestas por partículas de polvo del tamaño de un grano de arena, procedente del cometa 109P/Swift–Tuttle. Nuestro planeta atraviesa su órbita y es cuando se genera la precipitación de meteoros sobre la Tierra, a una velocidad de unos 210.000 kilómetros por hora.

De hecho, estas estrellas fugaces tienen su radiante en la constelación de Perseo y su THZ es de 100 meteoros a la hora. Así, se convierte en la tercera lluvia de mayor intensidad del año, tras las Cuadrátidas y las Gemínidas. Sin embargo, las Lágrimas de San Lorenzo son las más reconocidas, ya que se muestran visibles durante el periodo estival del Hemisferio Norte. “Su alta actividad, junto con las condiciones atmosféricas favorables para la observación a lo largo del verano boreal, hace de las Perseidas la lluvia de meteoros más popular –y más fácilmente observable– de las que tienen lugar a lo largo de las cuatro estaciones”, indican desde el IGN.

La referida precipitación astronómica se puede gozar a simple vista. Los especialistas recomiendan mirar hacia el firmamento varias noches consecutivas, porque incluso se llega a divisar “algún regalo ocasional”, como una “extraña y espectacular bola de fuego”, explica el astrónomo Edward Bloomer, de los Museos Reales de Greenwich, en Reino Unido. Así, el mejor momento para disfrutar de las Perseidas es “durante las horas de oscuridad, antes del amanecer”, asegura Bill Cooke, de la Oficina de Medio Ambiente de Meteoroides de la NASA en el Centro Marshall para Vuelos Especiales. Además, y como es habitual, no es necesario el uso de un telescopio para disfrutar del espectáculo, ya que con mirar al cielo es suficiente.

Otro de los fenómenos más afamados es el de las Leónidas, que tiene lugar –normalmente– entre el 6 y el 30 de noviembre. El mismo se produce debido al paso de la Tierra por la órbita del cometa Tempel–Tuttle. En años normales, se atisban de 10 a 20 meteoros por hora. Los trazos de los cuerpos proceden de la constelación de Leo, que dio su nombre al evento. Estas estrellas alcanzan una velocidad de 71 kilómetros por segundo, mientras que su luminosidad es destacable por su potencia, su color rojizo y su estela verdosa.

Sin embargo, su tasa de actividad suele ser modesta, entre 10 y 20 meteoros por hora, pero cada 33 años, “coincidiendo con el paso del cometa 55P/Tempel–Tuttle por el perihelio de su órbita, las Leónidas dan lugar a espectaculares tormentas de meteoros”, confirman desde el IGN. “Se conoce la existencia de esta precipitación desde hace siglos, pero su fama llegó en 1833. Los observadores divisaron una tormenta de miles de meteoros por hora. El acontecimiento cambió la forma de observar las lluvias de estrellas”, explican en National Geographic.

Asimismo, se ha de mencionar a las Cuadrátidas, que, como se indicaba, es uno de los primeros episodios que se producen cada año. Suele desarrollarse entre el 1 y el 5 de cada enero, siendo el punto máximo hacia el día 4. Su THZ es de unos 120 elementos a la hora, que cuentan con una velocidad de 41 kilómetros por segundo, por lo que son fáciles de divisar, siempre que el público escape de la contaminación lumínica. De hecho, es uno de los fenómenos más activos del año, junto a las Perseidas y las Gemínidas. El lugar del que surgen los meteoros se emplaza al norte de la constelación de Bootes (el Boyero), cerca de la cola de la Osa Mayor.

Lluvia de meteoritos con la Vía Láctea de fondo.

El nombre de este fenómeno proviene de la constelación Quadrans Muralis, designada así por el astrónomo francés Jerome Lalande en 1795, aunque actualmente no se encuentra reconocida por la Unión Astronómica Internacional (IAU). Las Cuadrátidas se generan cuando nuestro planeta atraviesa, al inicio de cada año, un anillo poblado con los fragmentos desprendidos del asteroide 2003 EH1, un posible vestigio del cometa C/1.490 Y1, actualmente extinto. Este cuerpo fue observado por especialistas asiáticos hace más de medio milenio.

En el caso de España, las Cuadrátidas se vislumbran desde cualquier punto de la Península Ibérica, así como desde Baleares y Canarias. Lo único que se ha de hacer es acudir a una zona elevada y con un cielo despejado. Además, este enclave tiene que estar libre de contaminación lumínica. Así, la concurrencia se asegurará una visibilidad clara.

Otras ‘lluvias de estrellas’

Sin embargo, a lo largo del año también se producen otros fenómenos parecidos y de semejante impacto. Uno de los más relevantes son las Líridas, que se desarrollan durante la segunda quincena de abril, siendo su máximo hacia el día 22 de dicho mes. Su radiante se encuentra en la constelación de Lyra, cerca de su estrella más brillante, Vega. El origen de este fenómeno son las partículas de polvo que se desprenden del C/1861 G1 Thatcher.

La primera vez que se registró este proceso fue en el año 687 antes de Cristo, y suele observarse la precipitación de entre 5 y 25 cuerpos cada hora. Algunos de estos elementos incandescentes presentan un brillo mayor, conociéndose como “bolas de fuego Líridas”, que dejan rastros humeantes en su recorrido.

También en abril, los aficionados a la astronomía cuentan con la posibilidad de divisar una nueva lluvia de meteoros. Se trata de las Eta Acuáridas, que se prolongan entre el 21 de abril y el 20 de mayo. Estos meteoros consisten en fragmentos del cometa 1/P Halley. “La Tierra atraviesa un anillo poblado con los fragmentos desprendidos de Halley. Cuando uno de esos pedazos entra en contacto con la atmósfera terrestre, se calcina por la fricción con el aire, creando así el resplandor luminoso que conocemos como estrella fugaz”, aseguran desde el IGN.

“Su observación es más favorable desde lugares ubicados en el trópico, como las Islas Canarias, y en el Hemisferio Sur, aunque también pueden llegar a ser observadas en el ámbito boreal”, añaden los expertos del IGN. Las Eta Acuáridas tienen su radiante en la estrella Eta de la constelación de Acuario, de la que toman su nombre. La máxima actividad de esta lluvia es de un meteoro por minuto. Se divisan mejor durante las horas previas al amanecer, lejos del brillo de las luces de las áreas urbanas muy pobladas.

El origen de las Oriónidas también es el cometa Halley, teniendo lugar entre el 2 de octubre y el 20 de noviembre. La velocidad de los mencionados cuerpos llega a ser de unos 300 kilómetros por segundo. De hecho, son meteoros de alta velocidad que radian de la constelación de Orión, que da nombre al proceso. Su observación es posible desde todo el planeta, cuyos ciudadanos se deleitan de su color verde amarillento, de gran tamaño.

Asimismo, en ese mismo mes –entre el 6 y el 10 de octubre– se pueden observar las Dracónidas, cuyo origen está en el cometa 21P/Giacobini-Zinner. El fenómeno es divisable al inicio del crepúsculo, en lugares con cielos despejados y oscuros de todo el Hemisferio Norte, franja ecuatorial y hasta la latitud 10° Sur. El máximo tiene lugar el 8 de octubre, siendo su radiante principal la cabeza de la constelación del Dragón, que da su denominación al presente episodio.

Y para finalizar el año, ¿qué mejor que disfrutar las Gemínidas? Su actividad suele desarrollarse entre el 7 y el 17 de diciembre, aunque su pico se divisa en mitad de dicho periodo, hacia el día 13. Su cuerpo progenitor es el asteroide (3200) Faetón, que podría ser un asteroide remanente de (2) Palas, siendo la primera lluvia asociada a un cuerpo celeste de estas características. Este fenómeno fue observado por primera vez relativamente tarde –en 1862–, siendo su radiante la constelación de Géminis. “Tienen una THZ por encima de los 120 meteoros por hora y una velocidad de 35 kilómetros por segundo, lo que las convierte en una de las lluvias más activas del año, junto a las Cuadrátidas de enero y las Perseidas de agosto”, explican desde el IGN.

Tras esta alternativa, las siguientes lluvias de meteoros son las Coma Berenícidas –que se extienden desde el 12 de diciembre hasta el final de año– y las Úrsidas, que florecen entre el 17 y el 25 de diciembre. “Ambas tendrán una tasa de actividad mucho más baja que las Gemínidas, de entre 3 y 10 meteoros por hora”, añaden desde el Instituto Geográfico Nacional de España.

Todas estas opciones permiten a la ciudadanía un primer acercamiento a la astronomía, al mismo tiempo que disfrutan del medio natural. Al fin y al cabo, estas lluvias de meteoros se han de divisar desde zonas escasamente iluminadas, con el fin de disfrutar del fenómeno en toda su plenitud. “El lugar de observación puede ser cualquiera que proporcione un cielo oscuro. Es preferible observar desde un emplazamiento que tenga pocos obstáculos para la vista –como edificios, árboles o montañas–, y no utilizar instrumentos ópticos que nos limiten el campo de visión”, concluyen los especialistas del IGN. Al y al cabo, y como señaló Carl Sagan, “somos el medio para que el Cosmos se conozca a sí mismo”.

 

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