Lo nuevo de Eloy Tizón, entre la oración y la poesía a una patata frita
Descansamos hoy del ajetreo del comienzo de curso con ‘Plegaria para pirómanos’, el nuevo y esperado libro del madrileño Eloy Tizón, que nos transmite toda la magia y profundidad de los relatos cortos.
El cuento goza de buena salud en España. Es verdad que sigue siendo un género minoritario, pero ya son pocos los escritores que aún ven el relato corto como algo menor (y no me refiero a la extensión), como un rodaje previo aunque indispensable para escribir una novela, eso a lo que uno se dedicaba antes mientras se escribía una. Decían los novelistas añejos.
En este florecimiento del relato corto, con propuestas estéticas muy diferentes, ha contribuido, por un lado, la apuesta de algunas editoriales por el género (en el caso de Páginas de Espuma casi en exclusiva), pero también los talleres literarios. De los talleres y escuelas de escritura han salido estupendos narradores, aunque diría que, sobre todo, han dado buenos lectores. Todos sabemos que los cuentos requieren de lectores activos, que acompañen al autor en la construcción del texto, de la historia, por mínima que sea.
Como profesor de escritura, creo que más que enseñar a escribir, lo que se pretende es enseñar a leer, especialmente la obra propia, y acompañar al autor para que encuentre su voz y su camino personal, alejado de cualquier fórmula o cliché, tan habitual en la novela que inunda el mercado. La guerra contra el cliché, nos enseñó el gran Martin Amis.
Tenemos, pues, buenos escritores, buenos lectores de cuentos y editoriales receptivas (la citada Páginas de Espuma, Candaya, Tres Hermanas, Baile del Sol, por citar solo a algunas) a publicar a nuevos autores y consolidar a quienes ya tienen una trayectoria. Quizá lo que hace falta ahora son críticos literarios que sepan leer relatos en el siglo XXI. “El criterio decisivo del gusto de la mayoría orienta también el hecho mismo de que existan revistas y suplementos culturales y la práctica de los críticos en ellos. El autor de reseñas vela por que la literatura se ajuste a ese canon; prescribe las normas para prevenir que ningún autor se desvíe de ellas y se atenga al uso social de la escritura; orienta a las empresas editoriales sobre qué deben publicar y qué no; y advierten a los nuevos escritores sobre las consignas que han de seguir marcándoles el ideal de escritura que deben procurar”, escribe Javier Sáez de Ibarra en un interesante artículo sobre el oficio de la crítica publicado en la revista penúltiMa.
Precisamente, con Javier Sáez de Ibarra, excelente y subversivo cuentista, asistí hace unos días en el Espacio Telefónica, en Madrid, a la presentación de Plegaria para pirómanos (Páginas de Espuma), el esperado nuevo libro de relatos de Eloy Tizón. El nuevo trabajo del escritor madrileño había despertado tanta expectativa que el auditorio se llenó enseguida y hubo que ampliarlo con sillas en los laterales. Algo insólito en la presentación de un libro de cuentos.
Era un trabajo muy esperado, porque desde que el autor madrileño publicó Velocidad de los jardines en 1992 (reeditado 25 años después por Páginas de Espuma), con el que revolucionó el cuento en España en los años 90, ha entregado un nuevo libro de cuentos cada diez años. Un tiempo, diez años, que puede parecer una eternidad en este mundo enloquecido y acelerado en el que vivimos, pero que al autor le parece lo más normal del mundo.
A Eloy Tizón le gusta depurar cada palabra, cada línea. Cocina a fuego lento. Con una rutina de relojero, se sienta cada mañana frente al ordenador para mover su imaginación y escribir sus textos, le dijo durante la presentación al también cuentista Carlos Castán ante lectores entregados. “Rehenes”, remarcó en su intervención el editor Juan Casamayor. Vanessa Simonka, locutora y pareja de Eloy Tizón, abrió y cerró el encuentro con la lectura de algunos fragmentos.
Plegaria para pirómanos lo integran nueve cuentos (número mágico, recuerden a Salinger) poéticos, fronterizos y cimarrones que buscan siempre romper las reglas canónicas del género para contar de otra manera. Algo al alcance solo de los maestros. ¿Qué diablos es un cuento? ¿De qué hablamos cuando hablamos de relato? Es lo que trata de averiguar Tizón. De eso va la literatura. Desde el origen de los tiempos, los temas que abordan los relatos siempre han sido los mismos: la muerte, el amor/desamor, los celos, el poder, los pesares y el asombro ante la vida cotidiana, el deseo de otra vida mejor, la fantasía de un mundo imaginado y que aún no existe o la identidad.
La identidad es uno de los hilos que tejen los relatos de Plegaria para pirómanos. En la mayoría de ellos aparece un personaje, Erizo, que podría verse como un alter ego del autor (sin duda hay mucho de Tizón en él, como ha explicado el autor), pero yo a Erizo lo veo más como la representación de la posibilidad que todos tenemos de haber llevado una vida diferente. De cómo gran parte de nuestra existencia se rige por el azar. Ahí reside nuestra fragilidad, pero a veces también nuestra fortaleza. Somos y no somos iguales al resto de la humanidad. En el relato inicial que abre el libro, Grafía, el más metaliterario, Erizo es escritor, pero en otro cuento posterior es fotógrafo. A pesar de las diferencias, el punto de partida o de llegada de Pirómanos me ha recordado la última novela de Paul Auster, 4, 3, 2, 1, en la que el autor neoyorkino juega con las posibilidades vitales de un mismo personaje si se hubieran dado otras circunstancias. A diferencia de los personajes del cuento clásico, no hay evolución de Erizo. No es un personaje redondo, por utilizar las palabras de Foster, porque Erizo es un puzzle hecho de múltiples personalidades, un ente fragmentario que, salvando ciertas circunstancias y anécdotas personales, podríamos ser cualquiera de los lectores de Tizón. Construimos con él estos relatos llenos de poesía y de magia, de iluminaciones. Como estas:
“Todas las historias, al final, cuentan lo mismo: la fiesta ha terminado.
Nubes como cromosomas.
Vivimos y morimos por encima de nuestras posibilidades.
Las tardes en la comisaría suelen ser aburridas. Las paredes pintadas de yodo deprimen el ánimo, contribuyen al descreimiento y fomentan el ateísmo.
A partir de cierto punto todo es caída
Nunca he sabido tener pelo, ni uñas, ni caderas. Mi vida es una colección de accidentes, sin la menor relación unos con otros”.
Como en obras anteriores, los relatos de Plegarias para pirómanos están narrados siempre desde la primera persona, incluso el último, Confirmación de un susurro, uno de los más hermosos del libro, en el que Tizón asume el reto de meterse en la cabeza de un Leonard Cohen que acaba de ingresar en Mount Baldy y le escribe a Marianne. Siempre Marianne.
Eloy Tizón confesó que suele acercarse a la literatura con mucho respeto y que, por eso, lo hace siempre bordeando los límites, desde la periferia, que es desde donde creo que se escriben los libros que importan. A diferencia de uno de los personajes de la legendaria serie Mad Men, Duck, que en un debate sobre la creatividad publicitaria hablaba de lo fácil que es escribir poesía de una patata frita, la ambición de Tizón –confesó– es precisamente esa, escribir poesía de una patata frita, por lo difícil que resulta, a sabiendas de que nunca lo conseguirá y de que es una batalla perdida de antemano.
Quien vaya buscando tramas fáciles y personajes predecibles, historias que se mueven según un mecanismo calculado, que no se acerque a Plegaria para pirómanos. Es un libro escrito para lectores que busquen palabras que incendien, que piensen que un cuento, además de una historia, es sobre todo una oración. Como la buena poesía.
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