Los muertos en el Mediterráneo encuentran su ‘memorial’ en el Palacio de Cristal
Estos días recordamos a nuestros muertos. Y nuestros son también los miles que mueren ahogados cada año en el Mediterráneo, huyendo de la pobreza o la guerra, víctimas de los más inhumanos de los traficantes, engañados, anhelando –exhaustos- una vida algo mejor en Europa. La artista colombiana Doris Salcedo les rinde un artístico, delicado y emotivo homenaje en el Palacio de Cristal de Madrid.
Cierra un momento los ojos e imagina (como dicen en los anuncios) un viaje por mar en una gran barca hinchable, junto a unas ochenta personas a las que no conoces. Respira el frío negro que exhala la noche. Hay un extraño silencio donde tose el motor achacoso y de vez en cuando llora un niño, y en la tiniebla presientes el agua revolverse como un animal hambriento. Imagina muchas horas así, quizá días, hasta que alguien dice que saltes porque allí está la playa. Aunque no la ves. Imagina que te empujan fuera de la embarcación y caes al agua, y que nadas tratando de alcanzar esa playa. Imagina que cuando llegas a la orilla, exhausto, aterido y hambriento, lo que encuentras es un muro. Miras a tu alrededor, pero no hay nadie más. Entonces te acuerdas de tantas personas que también iban en la barca, y te giras para ver si van surgiendo del agua. Pero el mar, ahí delante, parece haberlo engullido todo: es solo una masa opaca y viscosa que lame tus pies, donde fosforecen cintas de espuma blanca que dibujan formas caprichosas, como si una mano invisible estuviera trazando sus nombres. Ahora imagínalos, esos nombres.
Si quieres huir de tu país, en Facebook puedes encontrar páginas que te informan del precio incluyendo trayecto y sobornos, y hasta el contacto de los traficantes que organizarán tu viaje. No estarás solo; quizá hoy mismo, huyendo de la guerra o la pobreza, haya personas cruzando el mar en sus precarias embarcaciones para llegar a algún lugar de Europa. Mañana otras personas lo habrán intentado, y también pasado mañana, y cuando salgan publicadas estas líneas todavía más. Muchos de los que emprenden ese viaje aumentarán, en un trágico goteo, la cifra de desaparecidos que la Organización Internacional para las Migraciones actualiza constantemente en su página Proyecto Migrantes Desaparecidos. La última registraba casi 2.800, solo en el Mediterráneo, en lo que va de año. Dos mil ochocientas vidas perdidas en el mar sin dejar rastro. Personas desesperadas que no alcanzaron esas playas donde quizá hace un par de meses pasábamos cualquier precioso día de verano en plenas vacaciones.
En un homenaje delicado y efímero, los nombres de ahogados y desaparecidos se recuerdan estos días en el Palacio de Cristal de Madrid en la obra Palimpsesto de la artista colombiana Doris Salcedo (Bogotá, 1958). Allí, de un piso granulado con aspecto de arena surgen poco a poco miles de gotas que se espesan hasta formar letras, luego nombres que aparecen un instante y desaparecen como absorbidos por el suelo, donde enseguida van surgiendo otros. Algo sobrecogidos, los visitantes paseamos entre ellos con mucho cuidado para no pisarlos, con nuestros zapatos enfundados en los patucos que nos dieron al entrar. Bajo el enorme caparazón acristalado del edificio, las palabras tiemblan y chispean con la luz del otoño que atraviesa los ventanales; se diría que están hechas de lágrimas. Afuera el parque de El Retiro bulle de gente y de ruido pero aquí, deambulando entre los nombres de tantos desaparecidos, guardamos silencio o hablamos entre susurros, como si estuviésemos en un templo, como si rezásemos.
El pasado día 6 de octubre, para inaugurar su exposición, Doris Salcedo mantuvo una charla sobre su obra con la ensayista y catedrática de Arte Contemporáneo Estrella de Diego en el auditorio del Museo Reina Sofía. Su intención, explicó allí, era elaborar presencias a partir de las ausencias, y que los nombres escritos en el agua fuesen también una revelación: la construcción de lo invisible, lo que no existe. Como parte del proceso artístico, realizó un trabajo previo de investigación para rescatar la identidad de los ahogados; habló con instituciones y organismos, visitó cementerios en Grecia e Italia, buscó sus datos en hemerotecas y archivos. La complejidad técnica de la instalación, donde el agua adquiere tanto protagonismo, requirió de un equipo de ingenieros, bioquímicos y arquitectos para conseguir que brotaran los charcos de palabras. La artista concibió su obra como una oración fúnebre, una poética del duelo con la que restaurar la dignidad y la humanidad arrebatadas por el mar y por nuestra indiferencia a tantos desaparecidos, un contra-monumento simbólico y despojado de grandilocuencia donde nada estuviera grabado en grandes bloques de piedra; un memorial efímero que conectase al espectador con la vida de las víctimas. “El arte se sitúa entre la esperanza y la desesperanza”, dijo; “los artistas creamos un poco en vano, como si pudiéramos remendar la vida, arreglar lo que no se puede reparar porque es irreparable”. El lado de la esperanza, pensé yo en mi butaca mientras la escuchaba, es ese lenguaje invisible y silencioso con el que el arte nos conmueve y nos habla de lo que no queremos ver.
En 2015 la fotografía de un pequeño cadáver sirio en la playa con pantaloncito y zapatos, como cualquier niño preparado para ir al cole, situó en primer plano la tragedia de los ahogados y conmovió todas las conciencias. Solo en la semana anterior a ese naufragio, 23.000 personas habían cruzado el Mediterráneo para llegar a Grecia. La página del Proyecto Migrantes Desaparecidos advierte de que cuando las muertes ocurren en el mar, y ante la ausencia de registros de ninguna clase, se apoyan en el testimonio de los sobrevivientes rescatados. Pero al no ser exactas, para actualizar sus datos suelen utilizar los cálculos más bajos, así que es probable que haya muchas más pérdidas sin contabilizar.
Hace años que vivimos el mayor flujo migratorio desde la Segunda Guerra Mundial, desbordado ya en una tragedia cuyo número de refugiados y víctimas crece día tras día, al tiempo que la ultraderecha, los nacionalismos y los movimientos xenófobos van ocupando peligrosas posiciones. Parece que en 2018 se propondrá en la Asamblea General de la ONU un Pacto Mundial para Refugiados, destinado a promover entre los países “la responsabilidad compartida de una migración segura, ordenada y regular”. Hasta entonces y durante el tiempo en que la asamblea tarde en considerar y resolver el pacto, miles de desplazados y migrantes encontrarán al llegar muros y trabas burocráticas que los convierten en una especie de delincuentes, o perderán en el viaje su identidad y su vida. En su charla, Doris Salcedo denunció la vergonzosa “ausencia de duelo en Europa” por ellos, y recordó que cualquiera de nosotros puede convertirse mañana mismo en un desplazado, en un excluido. Y estamos tan ocupados definiendo nuestros territorios y ondeando banderas mientras blandimos satisfechos nuestras identidades de papel, que puede que todo esto se nos haya olvidado un poco.
‘Palimpsesto’. Doris Salcedo. Palacio de Cristal de Madrid. Museo Nacional de Arte Reina Sofía. Hasta el 1 de abril de 2018.
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