Los mundos recónditos y sin pudor de Rafael Chirbes

El escritor Rafael Chirbes. Foto Anagrama / Antonio de Benito.

“La movida, el cancaneo, Nacho Cano, Tino Casal, la legión de niños-niñas de crema pastelera: hombre lobo en París, y no controles, bailando, me paso el día bailando, la coctelera agitando”. “No tenía miedo a morir, pero sí a envejecer; miedo a pasar más miseria y hambre de las que había pasado los últimos años en los que había recorrido pisos sórdidos del extrarradio y pensiones del centro de Madrid; paraísos cutres de yonquis, de mariconas pobres en busca de una habitación por horas. Travestis, putas desahuciadas, culeros, hombres de todas las edades recién salidos de alguna cárcel dispuestos a hacer lo que fuese para comer o para drogarse”. Son los ‘Diarios’, los mundos recónditos, de Rafael Chirbes, recientemente publicados.

Puedes seguir al autor, Rubén Caravaca, en Twitter aquí. 

Mentiría si dijera que soy un apasionado lector de Rafael Chirbes. Leí siendo muy joven sus colaboraciones en la revista Ozono, he comentado en varias ocasiones que las revistas culturales de los años 70 fueron una escuela permanente de aprendizaje, donde nos introducía en el cine de Pedro Olea, de Visconti, en el teatro independiente…, y donde repasaba cada mes una decena de libros en su “reseñas literarias”, a los que no pude acceder por penuria económica –bastante tenía con comprar cuatro o cinco revistas (Sal Común, Disco Express, El Viejo Topo, Ajoblanco, Bicicleta…)– además de las inexistentes bibliotecas en nuestros barrios (el Bibliobus semanal casi nunca contenía novedades pero sí, importante reseñarlo, a Astérix y Tintín). He de decir que sentía cierta envidia de que el autor tuviera esa capacidad lectora y acceso a tan interesantes publicaciones que comentaba.

Al leer Mimoun, intuí que era un escritor singular, soldando de manera artesanal y detallada quimeras y realidades. Una novela tan breve como valiente –finalista del Premio Herralde de novela en 1988, cuando ganó Vicente Molina Foix–, basada en sus experiencias en Marruecos, narrando situaciones que para mí, en pleno descubrimiento de relaciones familiares magrebíes, tenían más que ver con los escenarios de las ciudades, pueblos y aldeas del país vecino que las señaladas por escritores extranjeros que, como siempre me recuerda el amigo Moha, nacido a pocos kilómetros de Tánger, poco tenían que ver con su Marruecos, Tánger; ni con las de Mohamed Chukri, añadiría yo. Chirbes admiraba de Paul Bowles su capacidad “para expresar la paranoia que desarrollan los occidentales que entran en contacto con el mundo marroquí: se activa un artefacto explosivo cuando se mezclan las relaciones paranoicas de los marroquíes con el afán destructivo de los sajones en una búsqueda de un paraíso que es engaño y muerte”, reconociendo que su primera novela “tiene que ver poco” con las del escritor americano.

Cuadernos refugio de la identidad inédita

Hace unos meses, Anagrama ha editado parte de sus cuadernos bajo el título de Diarios. A ratos perdidos 1 y 2. Podríamos escudriñarlos desde una perspectiva profesional, personal, familiar, histórica e incluso territorial, todas valdrían, pero posiblemente sea su propia sensación –“he dejado de creer que, para escribir, se necesite una situación perfecta”– lo que hace que encrespen, sin sulfurar. “Qué pulsión más rara, la de escribir, sin que importe lo que se escriba. Yo diría que escribir te permite seguir viviendo sin que te haga falta sentirte de alguna parte o de alguien”. Palabras chocantes cuando partes y personas son sus mundos, literatura imposible de disociar. Cuadernos “como refugio de cobarde, prácticas de caligrafía de un egoísta”, comenta al releerlos. El no ser “para nadie, que no compiten con nadie” los hace sugestivos. “Por qué tener pudor también aquí en la intimidad de un cuaderno escrito para nadie”. Acercándonos a una intimidad inédita, regodeos, apetencias, personas, lugares… lo privado, lo público.

Reconoce que toda la vida ha querido ser escritor: “Me falta valor para mandarlo todo a la mierda durante un año y pasarme todo el tiempo dedicado solo a escribir, pero, a continuación, pienso lo que me falta no es valor sino confianza”. En mayo de 2013, Alfonso Armada le hace la que es posiblemente la entrevista más extensa y profunda: “No soy novelista profesional, no tengo plano de mis novelas”, comentando en sus cuadernos que “el escritor se ha convertido en indiscutida estrella de la narrativa contemporánea”, por encima de las personas y la trama, reivindicando a Tolstoi y Dostoievski.

Cuando hay tanto que contar, no debes callar

Su primera novela, elogiada por la mayoría de la crítica, recibió un buen varapalo de Juan Carlos Suñén: “Lo peor –según Herralde (editor)– es el efecto de mímesis que tiene El País: primer libro, primera crítica, primer palo. Puede cundir el ejemplo en este país con minúsculas, con el que la gente no suele perder el tiempo preocupándose por un pobre tipo ya condenado por el diario oficial de la cultura”. Escritor y editor erraron sobre tal influencia, pero sirve de pretexto para inquirir sobre la relación entre crítica y creador: “El novelista sería el albañil del que el arquitecto (el crítico) no puede prescindir para convertir en verdad sus brillantes disquisiciones”, ahondando en realidades próximas: “Leo la crítica de Echevarría al último libro de Bolaño… la coherencia del autor en su capacidad para ser chamán… el propio Echevarría: en el fondo es quien lo descubre como tal; es decir, sobre él es sobre quien recae la verdadera autoridad, él es el auténtico chamán… Por cierto, Echevarría es el editor de los textos de Bolaño, no parece el crítico más imparcial” señala, para nada parecido a “el estratega en el combate literario”, papel que según Walter Benjamin correspondía a cualquier crítico.

Plantea también la legitimidad del narrador: “Quién es para narrar, quién para incluir y excluir, para tomar un camino u otro, en nombre de quién y con qué derecho lo hace”, señalando que “el trabajo del escritor es escribir… pero para escribir necesita algo que tener que contar…”. No todo se reduce a novelas y escritos. Chirbes da buena cuenta de ello en estas entregas: “La propia escritura es el aprendizaje de lo que estás escribiendo, y esto yo creo que hace que cuando termines una novela no has contado una historia ajena a ti”, comentaba a Armada.

Recuerdos alejados de una “infancia como una cocina de Andersen o de los Hermanos Grimm, todo cálido, apacible”, poco que ver con su realidad de interno en colegios para huérfanos de ferroviarios en Ávila, León y Salamanca. “Éramos los pobres de los pobres… Seiscientos niños sin padre a cientos de kilómetros de sus familias, sometidos a una disciplina con frecuencia más cruel que rigurosa”. Con posterioridad viajes nocturnos en tren, el París de la banlieue, clubs de ambiente, presentaciones, Valencia, la Extremadura vacía: “Después de doce o trece años de vivir en el campo, relativamente separado de todo, sería hora de pensar en volver a la ciudad”.

Escribiendo y cancaneando por Madrid

La gran ciudad, “catalizador de las contradicciones de nuestro tiempo”; Madrid, “donde no desaparece el tufo de la miseria” que mostraran Galdós, Baroja y otros novelistas. El Rastro, la Latina, calle Calatrava, el Atril, el Mercado de la Cebada. La Biblioteca Nacional, el Prado, el Retiro, donde el cruising le conduce a laberintos carnales. Locales-refugio a base de Larios con tónica escuchando a Los Chunguitos, la versión de Manzanita de Un ramito de violetas, sexo, drogas, alcohol. Amistades sobrevivientes sin renunciar a “la movida, el cancaneo, Nacho Cano, Tino Casal, la legión de niños-niñas de crema pastelera: hombre lobo en París, y no controles, bailando, me paso el día bailando, la coctelera agitando”. Rememorando relaciones: “No tenía miedo a morir, pero sí a envejecer; miedo a pasar más miseria y hambre de las que había pasado los últimos años en los que había recorrido pisos sórdidos del extrarradio y pensiones del centro de Madrid; paraísos cutres de yonquis, de mariconas pobres en busca de una habitación por horas. Travestis, putas desahuciadas, culeros, hombres de todas las edades recién salidos de alguna cárcel dispuestos a hacer lo que fuese para comer o para drogarse”. Imaginario impalpable de la capital fashion proyectada, soslayando que “buena parte de la historia de la humanidad se explica por las pandemias transmitidas en el roce cuerpo a cuerpo entre seres humanos, en el contacto con flujos y deyecciones”, donde la “vigilancia ahuyenta el sexo, que el deseo que notas en ti mismo empieza a ser una manifestación de tu pérdida de libertad, porque te ata al depredador… si lo acosas, el sexo huye”.

“¿Dónde guarda su sensualidad Madrid, su alegría de vivir?”. Quizás en las ridiculeces municipales habituales. Cuando el matrimonio Reagan visitó la ciudad, la primera dama quiso conocer un mercado tradicional, la visita fue al de San Miguel, el más turístico de la ciudad, que hubo que transformar porque no se diferenciaba en nada de cualquiera del país de donde provenía la ilustre visitante. Cuando mostró interés por un espectáculo flamenco intentaron convertir el Círculo de Bellas Artes en tablao, como si en aquel Madrid no existieran, actividad que no llegó a realizarse por la negativa de los responsables del centro cultural de la calle Alcalá.

Aquellos días sirvieron para que calificara al entonces alcalde Tierno Galván como oportunista, de zorruno al entonces vicepresidente de Gobierno Alfonso Guerra, señalando una ciudad a la que los novelistas madrileños no han prestado relevancia; sus mejores relatos a cargo de migrantes: Galdós, Baroja, Martín Santos, Aub, Valle, Gaite…, a diferencia de los de Barcelona, que “se presentan como inequívocamente barceloneses”. Apostillando páginas más adelante: “En el libro sobre Gil de Biedma, nos cuenta las estrategias de mercado de los señoritos catalanes: escalar la montaña de la posterioridad abriéndose paso a hachazos en el mundillo literario gracias a su privilegiada red de relaciones”. Algunos de sus muchos comentarios y recomendaciones sobre literatura, cine, música, viajes y vida cotidiana ocasionan que, al acabar la lectura del libro, uno husmee en páginas de librerías de coleccionista buscando ejemplares de Corpus Barba, Mario Lacruz, Carranque de Ríos… que acabas de recordar o conocer, recuperando invisibles de nuestra cultura.

Frente al felipismo

Escritor de izquierdas, militó en los primeros 70 en la Federación de Comunistas –grupo que se uniría al Movimiento Comunista (MC) que posteriormente, junto a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), daría lugar a los actuales Anticapitalistas– provocándole alguna sensación “que serpentea entre la ira y el temor”.

Nunca se arrugó en los años duros del felipismo: “Hoy estos modestos militantes se consideran autores de titánicos avances políticos y nos recriminan a los que no militamos con ellos que no estamos donde ocurren las cosas”. Para añadir: “El franquismo lo ha envenado todo: ha convertido las ideas en mazas. O conmigo o contra mí (pero si esto viene mucho antes: eso es Goya, Machado, es Azaña, el cabrón de Quevedo). De hecho, en el altivo desparpajo con los que se comportan los que se han pasado al PSOE hay algo de eso, una ilusión de irredentismo por lo que todo les parece poco para pagar sus muchos méritos de guerra (cargos, sueldos estratosféricos, comisiones) los servicios que nos prestan (mientras se enriquecen). Quien no avanza con ellos es enemigo y, efectivamente, acaba siéndolo, porque no hay otra actitud decente que la de serlo”.

Militante del movimiento de radios libres –que recuerda escuchando el Himno de Riego en Radio Cero– y en el anti-OTAN. Un año después del famoso referéndum tras el “OTAN de entrada NO”, escribía: “La gente se cree progresista porque vota PSOE, y eso les permite defender posiciones de individualismo a ultranza y justificar el pelotazo, la rapiña: a ratos lo más negro; otros, lo que es simplemente estúpido: la pegajosa bobaliconería de la gente de bien, la clase media franquista que tanto odiábamos ahora se ha refugiado en el socialismo; los franquistas furiosos han empezado a aparecerse con el halo romántico de quien mira la vida a contrapelo, esa mirada sesgada, la posición hirsuta, los correajes y pistolas, los socialistas son más de colegios de monjas. Pero no te fíes”.

La política, más que espectáculo

En agosto de 1995 veranea en Denia, un incendio próximo le hace reflexionar más que en las llamas y lo destruido en la representación, la maquinaria utilizada para mitigar el desastre: coches, camiones, furgonetas, todoterrenos, emisoras, teléfonos móviles… “El espectador está contento, y claro todo esto mueve dinero, genera comisiones, se compran y se venden cosas y eso deja un rastro de dinero a alguien… apagar el fuego era otra cosa, la excusa para el despliegue. Me fijé en que buena parte de los carísimos vehículos aparcados por todas partes eran matriculados en Castellón, donde mangoneaba un político corrupto”, agraciado varias veces con premios de la lotería, con hija famosa al jalear “que se jodan” en el Congreso, cuando Mariano Rajoy anunciaba reducciones por desempleo. Aquella performance incendiaria seguramente instigó Crematorio, su octava novela (Premio de la Crítica de narrativa castellana en 2007), adaptada como serie televisiva de culto tiempo después.

“¿Para qué escribimos?”, se preguntaba. “Para eso que has hecho en tu novela: para salir limpios de experiencias atroces, ¿te parece poco?”, le contestaba Carmen Martín Gaite. “La inteligencia, un lujo culpable; la literatura, una vanidad inútil, de la que hay que desnudarse”, lo hace en estos cuadernos. Inconformismo, rebeldía, lealtad a las creencias, a las personas, la vida “siempre una novela mal resuelta”. Ni “la inutilidad de los libros: ni Rimbaud (cambiar la vida), ni Musil (cambiar al artista), ni Marx (cambiar el mundo)”, modificaron su posicionamiento, mismos lugares, gentes, ambientes, situaciones a descubrir. Nociones profundas recibidas siendo crío: “Fíjate en los que saben hacer cosas, las que sean, y no de los que lo único que saben hacer es mandar que se hagan”.

Estos cuadernos embrujan y vampirizan, lo mismo que le ocurrió a Manuel mientras estuvo en Mimoun, como comentó Gaite. Que los hayamos conocido tras la muerte del autor hace pensar sobre el nivel de nuestra libertad, teniendo presente sus palabras: “Con demasiada frecuencia nos inventamos los recuerdos. Lo malo es que no nos damos cuenta y somos capaces de discutir algo encarecidamente, convencidos de que tenemos razón”.

A pesar de narrar como pocos el Madrid de aquellos años nadie le ha propuesto como “hijo de honor” de la ciudad, ni para poner su nombre a una calle, plaza, centro cultural o biblioteca.

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