Los sueños de los perros, los pulpos y los chimpancés

Truman soñando que el 23J no llegarán al Consejo de Ministros los que defienden la tortura animal como cultura. Foto: Manuel Cuéllar.

Durante mucho tiempo, hemos creído que solo los humanos soñamos. Nuestro antropocentrismo nos ha llevado a arrogarnos en exclusiva ese atributo, pero cualquiera que haya convivido con ellos sabe que los animales sueñan. ¿Quién no ha visto temblar a un perro mientras duerme? Nuestra área de descanso de este domingo de julio se detiene en dos libros: ‘Cuando los animales sueñan. El mundo oculto de la consciencia animal’ y ‘El sueño del perro salvaje’.

La censura ha vuelto a España. Obras de teatro canceladas o desprogramadas. Películas de Disney (¡de Disney!) que molestan a los ojos de los ultras. Franco murió en la cama, pero lleva unos años resucitando y la gracia divina (el capital, algunos medios de comunicación y ciertos intelectuales que un día fueron demócratas) han logrado el milagro y el dictador vuelve a estar con nosotros, con otra cara, con otros rostros, pero con la misma ideología nacional católica.
Veo más a Buxadé que a Abascal como la reencarnación de Franco, pero en todo caso, dentro de nada (le robo las palabras a Vázquez Montalbán), España volverá a ser un país al que le huelen los calcetines. Ya tienen hasta su ejército golpista y se han mostrado a cara descubierta en una lona colgada de una fachada de Madrid. La homofobia, el odio al diferente, el negacionismo de los crímenes machistas, del cambio climático, el destierro de la razón y de la compasión, los cazadores sin alma y los toreros se sientan ahora en los parlamentos autonómicos y en los ayuntamientos. Si la gente no sale a votar el 23 de julio por los partidos progresistas, los tendremos también en el Consejo de Ministros.

Ahora que el fascismo ha comenzado a apoderarse de toda Europa, necesitaríamos más que nunca a poetas como René Char. “Pienso en ese ejército de cobardes con gusto por la dictadura a quienes quizás volverán a ver en el poder, en este país olvidadizo, los supervivientes de nuestro tiempo de álgebra condenada” escribió proféticamente en Hojas de Hipnos (traducción de Jorge Riechmann), el cuaderno de resistencia que alimentó Char mientras combatía a los nazis con el nombre de guerra de capitán Alexandre. “Estas anotaciones dan fe de la resistencia de un humanismo consciente de sus deberes, discreto acerca de sus virtudes, deseoso de reservar el inaccesible campo libre a la fantasía de sus soles, y
dispuesto a pagar por ello el precio debido”.

Como sabemos, Hipnos, el hijo de la Noche, era el dios griego del sueño. Estamos hechos de la misma materia que los sueños, nos dijo Shakespeare en otro contexto y en otro sentido. Durante mucho tiempo, hemos creído que solo los humanos soñamos. Nuestro antropocentrismo nos ha llevado también a arrogarnos en exclusiva ese atributo, como si no lo compartiéramos con otros animales. Pero cualquiera que haya convivido con ellos sabe que los animales sueñan. ¿Quién no ha visto temblar a un perro mientras duerme?

Hasta ahora, ya nos vale, la ciencia no le había prestado la atención suficiente al sueño de los animales y apenas había publicaciones serias al respecto. De hecho, la primera de envergadura fue en 2020, de la mano de los biólogos Paul Manger y Jerome Siegel. ¿Por qué ese olvido de la ciencia? ¿Qué implicaciones tiene que los animales sueñen?

De todo esto nos habla David M. Peña-Guzmán en Cuando los animales sueñan. El mundo oculto de la consciencia animal, publicado por Errata Naturae. Peña-Guzmán es profesor de la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Francisco y, desde el activismo, se ha especializado en el estudio del comportamiento animal. En este libro exhaustivo y concienzudo, con una prosa muy amena y divulgativa, el autor hace un repaso de las pruebas científicas que tenemos a día de hoy que demuestran que los humanos no somos los únicos seres capaces de soñar: desde Heidi, una hembra de pulpo azul protagonista de un documental, hasta Washoe, un chimpancé.

He dicho que la ciencia no le había prestado atención al sueño de los animales, pero no es cierto del todo. Ha sido así durante el siglo XX, como en otros aspectos de la etología de los animales. Porque en el siglo XIX, George Romanes, un discípulo de Darwin, aseguraba ya que los animales sueñan y lo contó en una obra que es un clásico de la etología: Mental evolution in animals, de 1883. Un médico escocés, Lindsay, había sugerido ya esta posibilidad.

Sin embargo, durante la primera mitad del siglo XX y parte de la segunda, la mirada de los científicos cambió y, de alguna manera, volvimos al cartesianismo. Como sabemos, el filósofo francés comparaba a los animales con las máquinas. Era el instinto quien guiaba su comportamiento, como si tuvieran un reloj suizo en su interior y no sintieran ni padecieran. Durante esas décadas, los estudios avanzados en torno a la conciencia animal pasaron a un segundo plano, incluso fueron menospreciados. A ese periodo, que va más o menos de 1900 a 1980, Peña-Guzmán lo ha llamado “el siglo silencioso”. Ese desprecio está detrás del desarrollo de las granjas industriales, por ejemplo, y responde a un prejuicio cultural que otro
científico, Donald Griffin, llamó “mentofobia”, el miedo a ver a los animales con mente propia. En los últimos años, hemos visto cómo ese paradigma ha cambiado, por suerte, y no pasa un día sin que tengamos evidencias de que los animales son mucho más complejos de lo que pensaban algunos durante el siglo XX.

Que los animales sueñan lo tienen muy claro los aborígenes australianos. En su cosmovisión se consideran herederos de los dingos, unos perros salvajes. Cuando se encuentran a uno ahorcado, como sucede con mucha frecuencia, se ven a sí mismos como víctimas. Lo cuenta la antropóloga Deborah Bird Rose en El sueño del perro salvaje, publicado también por Errata Naturae. Bird Rose ejerce ese tipo de filosofía que reclamaba Thoreau, a pie de calle, fuera de la torre de marfil.
Durante años convivió con los aborígenes australianos, de quienes aprendió “la sabiduría salvaje”. Esta pensadora y activista australiana señala como sus maestros al filósofo Lev Shestov y al sabio aborigen Old Tim Yilngayarri.

En El sueño del perro salvaje, Bird Rose concilia ambos mundos, el de la academia y la cosmovisión de Old Tim, en una narración híbrida, en la que se mezcla el ensayo, la memoria y la experiencia vivida en una suerte de existencialismo ecológico. De lo que ha aprendido de sus maestros de la academia, podría servir esta cita: “Hay dos grandes momentos en la historia de Occidente en los que los seres humanos han perdido el rumbo y se han sentido sin hogar. El
primero tuvo lugar hace unos 2.000 años, y el segundo empezó con la modernidad y alcanzó el culmen en el siglo XX. El filósofo Hans Jonas propone que en ambas épocas se produjo una mudanza en la visión de la naturaleza (o ‘medio cósmico’), y que esa transformación dio pie tanto al gnosticismo antiguo como al nihilismo contemporáneo” (traducción de Silvia Moreno Parrado). De sus maestros aborígenes, señalo por ejemplo: “He logrado comprender que mis maestros mantienen un vínculo de parentesco con las plantas y los animales. Sus relaciones son tangibles y están engastadas en la creación, la ética y la responsabilidad”.

Como Peña-Guzmán también esta filósofa cuestiona el dualismo cartesiano, que tanto daño ha hecho a los animales y a la vida en el planeta. A partir de ahí, la autora de El sueño de un perro salvaje apela a nuestra interdependencia respecto a los otros seres vivos para cambiar nuestra mirada hacia ellos, lejos del antropocentrismo, y descubrir quiénes somos en realidad. Solo así tendremos alguna opción para sobrevivir en un mundo que se apaga, o que se quema, y evitar la sexta extinción en la que estamos inmersos.

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Comentarios

  • Los sueños de los perros, los pulpos y los chimpancés – Diario Público - Taitoru

    Por Los sueños de los perros, los pulpos y los chimpancés – Diario Público - Taitoru, el 22 julio 2023

    […] https://elasombrario.publico.es/los-suenos-de-los-… En este artículo, el autor destaca la importancia de reconocer que los animales también sueñan, […]

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