Los tiempos cambian: ahora tocar vivir peor que nuestros padres
‘Vivir peor que nuestros padres’ (Anagrama), de la escritora y periodista Azahara Palomeque, es un pequeño pero lúcido y combativo ensayo, nacido casi como un grito, en el que sin ánimo de revancha y, precisamente en busca de ese pacto intergeneracional, cuestiona el mundo que los ‘boomers’, los nacidos en los años 60, han dejado a sus hijos, los ‘millennials’.
El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, que cantaba el gran Pablo Milanés, y, aun así, seguimos midiendo los años y lo que queda por delante en nuestros trabajos y jornadas según nuestro antiguo calendario escolar. Llega septiembre y todo se reinicia: la vuelta a la escuela, el regreso a otros cursos menos atractivos como el político o el judicial. También llega la ilusión renovada de que ahora sí, de que por fin nos meteremos de cabeza en eso que deseábamos hacer desde hacía tiempo. La vuelta de vacaciones y el viento del otoño que se avecina (por desgracia la pauta de las estaciones se está quebrando irremediablemente) nos traen el olor de los sueños por cumplir.
Parece que este año hay menos alumnos por el descenso de natalidad. El motivo de ese descenso está más que estudiado. En España, la precariedad laboral, el precio de la vivienda, las dificultades para conciliar la vida familiar y el trabajo convierten la maternidad y la paternidad en una tarea casi titánica para las clases medias y trabajadoras, no digamos ya para los parados. Los jóvenes aguantan en casa de sus padres hasta que la situación les permite independizarse y las parejas se lo piensan antes de tener hijos.
No tengo claro si en esa decisión de aplazar la maternidad influye también entre nuestras jóvenes el peso del futuro cercano, tan poco alentador, en el que ya hemos empezado a notar (aún tibiamente si tenemos en cuenta lo que se avecina si no lo remediamos) los efectos de la emergencia climática y de otras crisis ambientales y sociales. Según un estudio publicado en la revista Science, hemos superado ya siete de los nueve umbrales que garantizan una vida habitable para los humanos en la Tierra. Nos comemos el plástico que acaba en el mar. El récord de deshielo marino ha matado este año 10.000 polluelos de pingüino emperador en la Antártida. Son solo algunos datos que no invitan al optimismo, precisamente, y que nos hablan de que vivimos en un mundo en llamas.
La mayoría de los padres siempre han deseado un futuro mejor para sus hijos, pero la generación que tendría que renovar ese “contrato” lo tiene ahora mucho más difícil que sus progenitores. Es el punto de partida de Vivir peor que nuestros padres (Anagrama), de la escritora y periodista Azahara Palomeque, un pequeño pero lúcido y combativo ensayo, nacido casi como un grito, en palabras de la propia autora, en el que sin ánimo de revancha y, precisamente en busca de ese pacto intergeneracional, cuestiona el mundo que los boomers, los nacidos en los años 60, han dejado a sus hijos, los millennials.
“He decidido hablar de una generación, los millennials, a partir del cual las certezas, ya relativamente maltrechas, se acabaron de resquebrajar, y de otra generación, la de los boomers, para quienes, mientras crecían y maduraban, mayoritariamente el universo se levantó como un escenario anclado al progreso que prometía avances en su calidad de vida”, escribe Palomeque, formada entre España y Estados Unidos, donde se doctoró en la Universidad de Princeton.
Muy crítica con algunos aspectos del modo de vida norteamericano, al regresar a España vivió sin embargo en primera persona cómo ni los títulos ni la formación sirven de mucho en un país donde el ascensor social viene marcado principalmente por el origen social, como señalaba hace poco muy certeramente Antonio Muñoz Molina, uno de los autores que cita en este breve ensayo escrito con rabia poética. En un mensaje dirigido principalmente a la generación de sus padres, pero también a los más jóvenes, se pregunta Palomeque, desde una cierta melancolía: “He ahí uno de los grandes dilemas de la contemporaneidad: cómo sanar los vínculos y acuñar otro tipo de comunicación que no conduzca sin remedio a la incomprensión, a la desavenencia airada; de qué forma hacerles y hacernos ver que el crecimiento económico infinito no se sostiene y el planeta está en llamas; qué verbo habremos de conjugar a la hora de explicar que en la nueva economía gig los currículums apenas sirven para sacar unos centímetros de la marejada y escapar del ahogamiento pero no para elevar hogares y familias, pequeños emporios antaño posibles; cómo decirles que hicimos prácticamente todo lo que nos dijeron –fuimos obedientes– y la fórmula ya no funciona porque las reglas han cambiado. Esta historia apunta, por tanto, a una mudanza de paradigma, con la dificultad añadida de que los ingredientes que poseemos para tal vuelco son los antiguos, demolidos: una escombrera ahíta de cariño y resentimiento a partes iguales”.
Desde esta perspectiva, Palomeque comprende y apoya las acciones, por controvertidas y provocadoras que sean a veces, de movimientos de desobediencia como Extinction Rebellion, Just Stop Oil o Futuro Vegetal.
Cuando la perspectiva de una Tierra habitable se desvanece y los ciudadanos seguimos dormidos, como si no pasara nada, como si viajáramos en el Titanic, celebrando la última fiesta, ¿qué hacer? ¿Nos dará tiempo a despertarnos antes de que sea demasiado tarde?
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