‘Las sepultureras’: mujeres que desentierran la memoria de las fosas comunes

Ataúdes tras la matanza de Srebrenica en 2007.

En ‘Las sepultureras(Errata Naturae), la periodista Taina Tervonen narra en primera persona la brutalidad de la masacre cometida en Tomasica, un pequeño pueblo bosnio donde el ejército serbio asesinó a más de 400 habitantes en 1992. “Cuando llegué aquí, no sabía qué esperar. Nada me había preparado para ver con mis propios ojos una fosa común”.

Así empieza el prólogo de uno de los ensayos más demoledores de este año, un impresionante reportaje literario que recorre el paisaje bosnio entre restos de sangre, tierra y lágrimas.

Lo hace de la mano de Senem y Darija, dos investigadoras encargadas de devolver la identidad (y la dignidad) a las víctimas a través del análisis de sus restos y la recolección de ADN de sus familiares. Tareas ingratas, duras y mal pagadas, pero que han devuelto la paz a miles  de personas que ya han podido enterrar a sus desaparecidos.

El genocidio cometido en Tomasica ocurrió tres años antes que el de Srebrenica, pero el osario no se descubrió hasta octubre de 2013. 430 cadáveres excepcionalmente bien conservados, cuyo rastro pudo ser localizado gracias a la confesión del conductor de uno de los camiones que transportaba los cuerpos. Muchos de ellos eran despedazados y enterrados en diferentes lugares, con el único fin de dificultar las identificaciones y las investigaciones posteriores.

Senem, antropóloga forense, vivió de primera mano el conflicto. Cuenta que, de niña, soñaba con desenterrar fósiles, pero de mayor su trabajo se ha basado en desenterrar cadáveres. A veces, si tiene suerte, solo encuentra huesos. Otras, por desgracia, tiene que lidiar con cuerpos en descomposición  que ponen en serio peligro su estabilidad emocional y su perspectiva del conflicto.

La Comisión Internacional creada por Clinton

Quien se encarga de gestionar los fondos es la ICMP (Comisión Internacional de Personas Desaparecidas), creada en 1996 por Bill Clinton, pero con el paso de los años y la llegada de nuevas guerras, los desaparecidos yugoslavos han pasado a un segundo plano. Esto ha provocado que las condiciones de la morgue de Sanski Most, donde Senem trabajaba, fueran extremadamente precarias.

Ni siquiera contaban con un sistema de refrigeración para los cientos de cadáveres que llegaron de Tomasica. “Cada vez que abríamos una bolsa mortuoria, aquello bullía por dentro. No era aceptable ni para las víctimas ni para las familias. Entonces me pregunté cómo se las apañaban antiguamente para conservar los cuerpos y pensé en los egipcios”. Así fue como Senem inventó su propia técnica de momificación utilizando sal y gasa (cuatro toneladas que pagó de su bolsillo), a base de leer artículos sobre los enterramientos en el Antiguo Egipto.

Darija, por su parte, trabaja recolectando las muestras de ADN de los familiares para poder contrastarlas con las extraídas de los restos humanos. Según la base de datos del ICMP, hay un total de 7.515 víctimas en Bosnia que todavía no han sido localizadas o identificadas. Algunas familias prefieren no colaborar con la organización por miedo a encontrar en una fosa común a un hijo, una madre o un hermano que, en su cabeza, consiguió huir y está vivo en algún lugar.

Taina Tervonen acompaña a ambas a través de los años, cámara en mano, para dar testimonio de esta labor tan necesaria como desagradecida. Del desgaste físico y psicológico de trabajar de sol a sol ante el hedor de la muerte y las imágenes de la desesperación, en unas condiciones laborales tan precarias que sólo se justifican cuando puede más la necesidad de justicia que el propio bienestar personal.

Pero entre tanto dolor, también se encuentran momentos de alivio. Familias rotas que recuerdan anécdotas del hijo que nunca volverá. La hospitalidad de quienes abren su casa y ofrecen comida a unas mujeres que realizan el trabajo que nadie quiere hacer, porque solo mencionarlo resulta insoportable, en un país en el que las heridas de la brutalidad aún siguen abiertas.

Hay zonas enteras que niegan la existencia del genocidio o su participación en las masacres. Todavía existe recelo y desconfianza entre unos y otros, pero en las zonas limítrofes, con mayor mezcla y mestizaje, la historia cambia un poco. La protección y reivindicación de la memoria de los vecinos, sean serbios, croatas o bosnios, en pos de la comunidad, es más importante que las rencillas.

“Me resisto a creer que soy víctima de un serbio. Soy víctima de un criminal de guerra”, afirma uno de los entrevistados por Tervonen. El trauma se mantiene dentro de ellos, insufla sus pulmones de una doliente acidez. Sin embargo, cada vez que la tierra se abre para devolver a un desaparecido, el aire es más liviano y la promesa de un futuro menos gris flota en el ambiente.

Y es que desenterrar el pasado es primordial para preservar la memoria del presente.

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