Luis Landero: “Si hay algo que odio es tener jefes”

El escritor Luis Landero. Foto: Rafael Durán.

Hay escritores a los que uno prefiere no conocer para no contaminar la opinión que tenemos de sus libros. Con otros ocurre todo lo contrario. Al encontrarnos con ellos tenemos la impresión de que, de alguna manera, agrandan su obra, ya de por sí inmensa, con su personalidad. Es el caso de Luis Landero, una de las voces más relevantes de la literatura en español de las últimas décadas. Un autor generoso y muy querido por todos quienes le conocen y le tratan. Me recibe en su casa, en el barrio madrileño de Chamberí, donde estuve por primera vez hace casi 30 años, cuando aún era un estudiante.

Landero acababa de publicar Juegos de la Edad Tardía, una primera novela que le convirtió inmediatamente en un autor admirado tanto por la crítica más exigente como por el gran público. Los ecos de Kafka estaban en esta obra y en otras posteriores. El autor de La metamorfosis se cuela también en esta conversación que gira en torno a su última narración, Una historia ridícula. Como entonces, me recibe con su legendaria afabilidad y me ofrece una copa del mismo vino que anda bebiendo. Literatura y vino. El mejor maridaje.

¿Cómo surgió Marcial, el protagonista de la novela?

Pues de una manera algo intuitiva. La razón busca, el corazón encuentra. Ocurre siempre así, ¿no? El germen, en todo caso, fue la música verbal del personaje, la manera de hablar. Fue una voz. La había encontrado hacía muchos años en unas líneas que escribí, donde ya aparecía este pájaro, no el de la portada (risas) del libro, sino Marcial. Marcial decía enojado que él tenía méritos suficientes para ser recibido en la casa de la amada, pero la familia de la amada no le admitía en casa, aunque sí a los otros pretendientes. Era esa frase, esa música, la que me atrajo durante años, se quedó hasta que decidí retomarla y ver qué tenía que contar el personaje.

De hecho, la voz es uno de los grandes logros de esta novela, ¿no?

Todo el peso está efectivamente en la voz. Yo sabía que si la voz funcionaba, la novela funcionaría. Y si no, se iba al carajo. Ocurre con muchas novelas. ¿Qué sería El guardián entre el centeno sin su voz? Una historia donde apenas se cuenta nada. O en Viaje al fin de la noche, en Lolita… Cuando la primera persona es bastante marcada y es una voz un poco excéntrica el personaje se hace enseguida, para bien o para mal.

Leí ‘Una historia ridícula’ a la par que otra novela reciente, también publicada en Tusquets, ‘Los vencejos’, de Aramburu. Me di cuenta de que Marcial tiene muchas conexiones con Toni, el personaje de esta historia, un tipo no muy atractivo, con una filosofía propia, como la de Marcial, al que al principio más bien rechazas aunque luego le pilles ternura.

Es curioso lo que dices porque cuando terminé la novela aún no se había publicado la de Aramburu y Juan Cerezo, nuestro editor, me dijo que el personaje protagonista tenía mucho que ver con la suya, un hombre áspero, un poco a la contra. Cuando he coincidido con Aramburu hemos hablado de esto.

La vanidad tan explícita, ridícula en cierta forma, de Marcial, es casi enternecedora, ¿no?

Es que es una vanidad que no se sustenta en nada, porque no tiene de qué enorgullecerse. Marcial no ha hecho nada en la vida para poder presumir. Es una vanidad impostada. Probablemente es vanidoso para defenderse de los demás. Es una máscara. A mí me cayó bien desde el principio. Yo es que lo veo un fantasma, ¿no? Un personaje cómico que se muestra como es. No creo que los lectores debieran tomárselo en serio. Despierta sentimientos dispares. ¿Pero yo qué voy a decir?

Tú lo has creado, está ahí. Como decía Marsé, no puedes añadir nada más a lo que has escrito, ¿no?

Claro, para explicarlo tendría que recurrir a la psicología. No sé explicar al personaje.

Hablando de la vanidad de Marcial, alguien que se hace pasar por escritor para conquistar a su amada, ¿crees que en el mundo literario hay mucha vanidad?

Supongo que sí, que los artistas son especialmente vanidosos. Quizás porque están expuestos a la luz pública. Pero imagino que ocurre también en el mundo de la empresa, en los ambientes muy competitivos. Pero tampoco soy experto en eso (risas). Si hablo por mí, yo tengo mi cuota de vanidad, pero está controlada.

Uno de los aspectos más interesantes de la voz narrativa son las digresiones. Marcial dice: “Sé que las digresiones son enfadosas, pero en mi caso son necesarias”.

Me salió así, espontáneamente, porque Marcial es un individuo al que le gusta opinar. Es un filósofo. No solo son filósofos Plantón, Kant y Spinoza. Todos somos filósofos. Marcial es el típico individuo que le ha dado bastante al coco, que ha pensado mucho y que te suelta su discurso. De estos los hay por todos lados. Sobre todo cuando los conoces en la taberna, cuando han bebido dos copas y te cuentan su vida con sus hechos y su filosofía, y me parece estupendo. Vivir es filosofar.

Y tiene momentos de una gran lucidez, como cuando dice que Ibáñez, uno de los personajes, es cómico a fuerza de ser lúgubre

Es que si no tuviera momentos de lucidez no funcionaría. Es un filósofo, es un charlatán que tiene cosas que decir. Eso de que es cómico a fuerza de ser lúgubre es muy del humor del siglo XX. Ahí tenemos a Buster Keaton o a Kafka, que es el creador de este humor. La forma va por un lado (la sonrisa de Keaton) y lo que dice por otro. El lenguaje al servicio de una situación absurda. El encuentro de ese lenguaje sólido, lógico, estructurado, casi cartesiano, para describir una cosa absurda es un encuentro entre el fondo y la forma donde saltan chispas. Quizás lo podemos ver en Robert Walser antes que en Kafka, pero es en él donde se encuentra ese humor. Luego lo veremos en Tip y Coll cuando llenan un vaso de agua y hablan en francés, o en el Cortázar de Instrucciones para subir una escalera. Ese humor antes no existía.

Marcial trabaja en un matadero. ¿Hay algún guiño a todo este debate actual en torno al animalismo (palabra que no me gusta)?

Qué va, no, no, para nada. Es que yo no sabía más del personaje salvo que se iba a enamorar y que iba a acabar malamente. Ni siquiera sabía si iba a ser una novela. Incluso esa ocurrencia del principio condiciona cosas que vienen después, claro. Y al revés. Es la imaginación, que va y que viene.

Y cuando Pepita le pregunta en qué trabaja, Marcial le cuenta de una manera descarnada lo que hace en el matadero, sin maquillarlo. Me gustó esas sinceridad.

Porque ella lo pide. Ella espera eso. Le atrae el mal. Todos queremos saber qué ocurre en un matadero, en los campos de concentración, porque el horror nos fascina. Él ve que ella está tan atenta a su discurso y, para seducirla, le cuenta todos los horrores que ocurren en un matadero industrial. De hecho es el único momento en el que se atreve a besarla. Ella le escucha tan ávida de horror que se queda estática. Y él aprovecha para besarla. Yo nunca escribo con segundas intenciones, con intenciones abstractas, para que haya que leer entre líneas. Los hechos se me ocurren, sin más, como cuando Marcial dice al principio que ahora que la novela testimonial está tan de moda él va a escribir una. Que al fin y al cabo no debe de ser tan difícil.

En un momento dado, Marcial dice que se siente sublime y ridículo a la vez. ¿Crees que es un sentimiento propio de la escritura? Cuando uno termina una frase o una página y se siente dios, pero al día siguiente la relee y se siente ridículo.

Eso se puede aplicar a la escritura, efectivamente, pero también al día a día de cualquier persona que se mira al espejo por la mañana y se ve guapo, pero por la tarde se ve feo. Se puede aplicar a la condición humana, que está llena de belleza, pero a la vez de horror y ridículo. Los amores son sublimes y ridículos.  La realidad es así, sublime y ridícula al mismo tiempo.

La luz entra a raudales por el balcón. Imagino que es el mismo por el que se asomó un día hace pocos años a ver la vida de la calle, el bullicio, y le llevó a escribir El balcón de invierno, uno de sus libros memorialísticos, donde entrevera narraciones de infancia en Albulquerque, su pueblo, con su familia, con las lecturas e ideas en torno a la escritura. El primero de estos libros testimoniales fue Entre Líneas: el cuento o la vida. Ahí aparece un tal Manuel Pérez Aguado, un profesor de literatura que podemos ver como el alter ego del propio Landero. “Ese libro”, me dice, “se lo debo a Ángel Campos Pámpano. Siempre me pedía cosas, un artículo, una conferencia. Era un agitador cultural. Intentaba que hicieras cosas y no sé cómo te seducía para que lo hicieras. Un día me pidió un libro. ¿Un libro? Yo me quejé. Y me dijo: si tú escribes un libro, yo fundo una editorial. Y lo hizo. Creó junto a Manuel Vicente González Del Oeste Ediciones. El libro, por tanto, se lo debo a él, porque fue ganando terreno hasta que me acabó comprometiendo. Estábamos viendo un partido con Gonzalo Hidalgo Bayal, con algunos whiskies de más, y me preguntó cómo íbamos a llamar al libro. Y en plan de broma, miré al partido y le dije: entre líneas. Y me tomó la palabra. Porque para mí escribir es un juego. Yo creo que soy escritor para prolongar la infancia, para seguir jugando y seguir siendo niño. Me gusta escribir y jugar y, si hay algo que odio, es el trabajo y tener jefes.

No hay que dejar de disfrutar nunca, ¿no? Como decía el otro día Alcaraz respecto al tenis.

Eso es. Escribir sin obligación. Nadie te obliga, salvo tú mismo, y ahí puedes ser más tirano e inflexible que un jefe. Pero eres tú quien decides, eres tu propio jefe.

¿Y cómo surge la idea para un ensayo?

Yo no hago ensayos. Lo que yo escribo es algo íntimo, cálido, de recuerdos, no deja de ser una narración. No tengo la idea de mí mismo de que sea un ensayista, para nada. Lo que pasa es que a veces uno cuenta acciones y otra ideas, sin perder de vista lo concreto. Si un ensayo no tiene lenguaje abstracto, no es ensayo… Y yo soy muy aficionado al ensayo, muy lector de filosofía, que conste. A mí me encantaría tener respuesta para tantos enigmas. Si me preguntaran qué quiero ser, diría sabio.

¿Al final envejece mejor una buena novela que un ensayo?

Es cierto que hay ensayos que no han envejecido, pero creo que las ideas envejecen antes que los hechos. La vida de las historias no envejecen si están bien contadas. Y la historia rebate las ideas, además. Los hechos no envejecen, salvo lo que cuentan los periódicos.

Rafael Reig me contó hace tiempo en esta misma sección que para escribir una obra maestra hay que tener buen corazón. Como el que tienen, según Reig, Dickens o Galdós. O Landero, dijo. ¿Cómo lo ves?

Son cosas de Rafa (risas). No lo creo, no lo sé, hay obras canallas. Todos los escritores aspiramos a escribir una obra maestra, como todos aspiramos al amor pleno. Mis mejores novelas son las que no he escrito y los mejores amores los que no he vivido. Yo he entrevisto mi obra maestra en todos los libros que he escrito. Pero, claro, son sueños. Y lo mismo los amores. Los mejores son los entrevistos. Los realizados, luego se marchitan. El hombre está hecho de la materia de los sueños. No todas las personas, pero sí las que se dedican al arte. Las obras maestras además se hacen sin querer. No creo que Cervantes aspirara a hacer una obra maestra. Tampoco Homero. Hay una cosa que dice Pessoa y que me la aplico incluso antes de haberla leído: dar lo mejor de mí mismo en lo mínimo que haga. Y he dado lo mejor de mí mismo no solo en los libros, sino en cada frase.

Es algo que te enseñó también tu padre, cuya sombra recorre tus libros. El afán, lo bien hecho…

Sí, y ser el mejor. Él no pudo ser lo que quería. Era campesino y no quería. Mi padre no encontró un modo de canalizar su ambición. Yo fui su proyecto de vida, la que de algún modo habría de redimir su fracaso. Era su obra maestra. Murió cuando yo tenía 16 años y entonces se trastocó todo. Intuyo que el trauma de la muerte de mi padre a mí me ha forjado el carácter, como persona y como escritor. Está detrás de mi autoexigencia, de mi autoflagelación. Esa raíz está ahí. Cuando uno se pone a escribir no sabe si empuña el látigo o el cetro, ¿no?

¿Cuáles crees que deberían ser las cualidades para ser un buen narrador?

Lo que oí de chico. Los Landero eran buenos narradores orales. Amantes de la oratoria. Todo eso lo heredé desde pequeño. Mi gran maestro es el lenguaje oral, que no es el lenguaje vulgar, sino el popular. Mi familia, a pesar de no haber ido a la escuela, cuidaba mucho el lenguaje. Gente que te hace entender de verdad lo que era la cultura popular. Atesoraban cantidad de narraciones, el gusto de hablar bien, como hablan bien los personajes de La Celestina, de El Lazarillo de Tormes. Mi ideal es cuando se unen la fuerza creativa de la lengua oral y la de la lengua culta.

Decía Benjamin que hay escritores campesinos, que no necesitan buscar sus historias fuera, y otros comerciantes, que han de salir del terruño para nutrirse de esas historias.

(Risas) Pues yo soy de la estirpe de Kafka, Faulkner, yo soy de estos, de los que muelen el mismo grano. Solo tengo cuatro o cinco cosas que contar. Pero con eso se pueden narrar muchas cosas. Eso sí, siempre con los mismos demonios literarios.

¿Qué proyectos tienes ahora entre manos?

Tengo muchísimos cuadernos escritos. Soy incapaz de no escribir, aunque me lo propusiese. Y estoy revisándolos, reuniendo material. Y a ver qué sale. Entre lo que tengo por ahí y otras cosas que van apareciendo, siempre hay tajo. No me va a dar la vida para tanto. Pero tengo que esperar a que mane el calderito del manantial del que hablaba Virginia Woolf.

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Comentarios

  • Frank

    Por Frank, el 15 mayo 2022

    Una magnífica entrevista a Luis Landero, con ocasión de la publicación de «Una historia ridícula». Como aún no he leído la novela, al principio de la entrevista me parecía que Marcial, el protagonista, ocupaba todo el espacio de la entrevista. Quizás, se intuye, también de la novela. Al final entiendo que debe ser así, pues Landero como buen artista capta el personaje-esencia de nuestro presente cultural ( o, mejor, inculto). El español medio, ese que se nutre de las televisiones, de los chascarrillos de bar, de las luces de neón de las publicidades…es ese Marcial vanidoso de su ignorancia y de su actividad mortífera.
    Pero…espero a leerlo para encontrar esas dimensiones por las que al autor «le cae bien».
    Saludos.

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