Luna Miguel asiste al funeral de Lolita: un manual de amistad, amor y abuso

La escritora Luna Miguel.

La escritora Luna Miguel.

La escritora Luna Miguel.

La escritora Luna Miguel.

La joven escritora Luna Miguel, de gran penetración entre las nuevas generaciones, se estrena como novelista dándole una vuelta al mito literario de ‘Lolita’. «¿Por qué su polla escondida me miraba así? ¿Por qué me vigilaba?”. ‘El funeral de Lolita’ es conocer la naturaleza de la amistad, del amor, del abuso, de los trastornos a los que condena la pedofilia. Es una canción punk, una concatenación de gritos y susurros, un verso ininterrumpido que hace saltar por los aires las reglas métricas. Es unir a Dios y al demonio y obligarles a que no dejen de mirarse a los ojos.

Hay metáforas tan perfectas que resultarían inverosímiles si detrás de ellas no estuviera la memoria literaria actuando como el más experto y leal de los amantes. Si no se conociesen todas las mentiras que han construido los grandes libros de la Historia de la Literatura y se confiasen en ellas como confía un feto en la mentira cálida y superlativa que es el líquido amniótico. El funeral de Lolita es una metáfora perfecta, un sueño intranquilo y hermoso, feroz y deslumbrante. Es el camino que se les niega a los ángeles y es el tobogán por el que el diablo hace desfilar a aquellos a quienes escoge. Es la locura controlada por la inteligencia, es un juego de espejos por el que resbala la saliva de Dios hasta inundarlo todo de confusión útil.

Es también un juego sin nombre en el que nadie gana, es hacer que el estómago sea un nudo alejado de las facultades de un prestidigitador, es el nudo que habría arruinado la reputación de Houdini. Es escribir párrafos hasta conseguir que la perversidad cambie de bando y lograr que quien mira no se escandalice. Es escoger a Aleixandre que es pura corrección estética para convertir sus versos en una provocación sublime y enfrentarlo a Cernuda para sostener un contradicción ética que sin este contraste no se sostendría de la manera altiva en que se sostiene.

Es asistir a un diálogo imposible y que los muertos tengan tanto que decir como los vivos. Es corromper la quietud hasta convertirla en una epidemia virulenta que sin embargo no incomoda sino que alivia:

«¿Y si pasas por mi mesa y lees esto?

¿Y si hago la letra más grande para que lo entiendas?

¿Y si alguien más lo ve y me llama loca?».

Es llamar a las cosas por su nombre, es obtener exactitud después del miedo y el abuso. Es no tener que guardarle respeto a los muertos por el simple hecho de estar muertos:

«¿Por qué su polla escondida me miraba así? ¿Por qué me vigilaba?”.

Es conocer la naturaleza de la amistad, del amor, del abuso, de los trastornos a los que condena la pedofilia. Es no hacer trucos de magia, es conocer el significado de cada palabra y usarlo, es no jugar al escondite con el diccionario, es repudiar los sinónimos y los eufemismos.

Es amar a Helena y odiar a Roberto, pero es también convertir en palíndromos imposibles a estos verbos. Es querer besar a la muerte cuando por fin liba con su beso el olor de los verdugos. Es cantar una canción de amor con huecos vacíos, es cantar una canción si estribillo. Es farfullar una oración que hará que el diablo se muera de risa porque el arrepentimiento es una mala salida de emergencia, es la calle cortada en la que quien te persigue siempre tendrá ventaja.

«La abuela ha hecho migas. Si como para mí, entonces tendré que escribir para mí. Si me toco para mí, entonces tendré que escribir para mí. Si me corro para mí, ¿puedo darte mis palabras?”.

Y es que el dolor moldea como quiere a sus esclavos.

El funeral de Lolita no es una novela cómoda, es una medida bofetada en la cara rechoncha de Nabokov. Es despabilar el sueño profundo de los monstruos, es acudir al invierno para que nos resguarde dentro de esa contradicción que supone dejarse caer sobre sus manos heladas.

El funeral de Lolita es una novela de la que Patti Smith o Sharon Olds estarían orgullosas. Es una canción punk cantada dentro de un impecable smoking de Saint Laurent. Es una concatenación de gritos y susurros. Es un verso ininterrumpido que hace saltar por los aires las reglas métricas.

Es unir a Dios y al demonio y que no dejen de mirarse a los ojos hasta que de sus manos salga la caricia y el arañazo capaz de mantenerlos vivos.

‘El funeral de Lolita’. De Luna Miguel. Editorial Lumen. 198 páginas.

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