Luz Gómez: “Sin justicia ni legalidad no puede haber solución para Palestina”

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Foto © Luz Gómez

Al margen del cinismo político, la sociedad se moviliza. La tragedia palestina sigue su curso ante la indiferencia cómplice de los Estados; la ocupación israelí avanza al igual que lo hace el muro en Cisjordania; Gaza continúa bloqueada y bajo asedio; los refugiados siguen siéndolo desde hace 66 años mientras a diario se suman más palestinos a esa condición; Israel practica políticas de apartheid en Territorios Ocupados y discrimina a los palestinos que viven dentro de su Estado… A punto de morir las enésimas conversaciones auspiciadas por la administración estadounidense (o de renovarse, otra forma de morir), la sociedad civil articula su respuesta a través del movimiento BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones). Luz Gómez, profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid (Premio Nacional de Traducción 2012), coordina la publicación de BDS por Palestina [Ediciones del Oriente y del Mediterráneo], libro que recopila diversos artículos, documentos y entrevistas que explican los fundamentos y motivaciones de esta acción no violenta contra las políticas de Israel.

“El BDS es un movimiento cívico no violento que promueve el boicot, la desinversión y las sanciones a Israel mientras prosiga con la ocupación y el apartheid”. O sea, que va para largo.

Sí. Lo ideal sería que acabase dentro de unos meses, ese es el fin último de la campaña de boicot, dejar de tener que ser necesaria, pero me temo que no, y más en estos días en que estamos viendo que las llamadas negociaciones y el proceso de paz previsiblemente van a acelerar la desintegración de la Autoridad Nacional mientras el cumplimiento de las demandas históricas de las sociedad palestina, reconocidas por el derecho internacional, se alejan todavía un poco más.

“Responde a un llamamiento de la sociedad civil palestina”. Es un detalle que puede parecer irrelevante pero en el que se hace hincapié. ¿Por qué?

Eso es muy importante, de las cuestiones más interesantes del movimiento BDS. El llamamiento al BDS nace de los propios palestinos y son ellos los que nos invitan a los que estamos fuera de Palestina, los que nos dicen qué podemos hacer, los que coordinan entre nosotros las campañas y las acciones. Nos enseña sobre todo que las iniciativas que vienen desde dentro de la sociedad palestina tienen una mayor trascendencia y trayectoria en términos de eficacia y solidaridad, pues están por encima de coyunturas políticas, a diferencia de los proyectos que hemos conocido durante la pasada década de las ONG y de grupos de distinto tipo, la mayoría desparecidos con la crisis y la falta de financiación. Es importante también porque rompe con determinados prejuicios que existen, incluso entre quienes miran con simpatía al mundo árabe, una suerte de mirada orientalista de los occidentales bienintencionados en la que intentamos imponer nuestras soluciones, dar nuestros consejos, sin escuchar y sin tener en cuenta que los que mejor saben lo que necesitan son los palestinos.

El BDS “tiene tres objetivos: el fin de la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental; el cumplimiento del derecho al retorno de los refugiados; y la consecución de una ciudadanía igualitaria para los palestinos de Israel”. ¿Objetivos irrenunciables? ¿Factibles?

Desde luego, son irrenunciables porque sin ellos no hay justicia. Y si no hay justicia no hay solución. Lo dice Raji Sourani [director del Centro Palestino de Derechos Humanos en Gaza], sin justicia la solución es imposible. También hay que decir que el BDS no da soluciones a cómo tenga que ser el Estado palestino, a si habrá dos Estados o un solo Estado binacional o un solo Estado sin diferenciaciones nacionales. Lo que pide es que se cumpla con el derecho internacional, y esto significa que acabe la ocupación de los Territorios Ocupados, tanto de Gaza como de Cisjordania como de Jerusalén Oriental, que la ciudadanía israelí sea igualitaria para los ciudadanos árabes de su Estado, pero también que acabe el apartheid que está practicando el gobierno israelí en Cisjordania a través de toda la legislación que se aplica a los ciudadanos palestinos, y que se cumpla con el derecho de los refugiados palestinos a volver a sus tierras, a sus casas, y a ser recompensados por todos estos años de desposesión. Sin eso, que es justicia ni más ni menos, que es pedir que se cumpla la legalidad y que la justicia impere, no puede haber solución. Son mínimos. A partir de ahí cómo se vehicule el futuro Estado, cómo se gestione, está por discutir, pero no es el fin de la actual campaña BDS.

Desde la proclamación en 1948 del Estado de Israel hasta el presente ha habido guerras, intifadas, conversaciones llamadas de paz… Con independencia de los métodos, las consecuencias para los palestinos son invariables: siempre a peor. Empeoramiento de sus condiciones de vida, expansión territorial israelí y la consiguiente confiscación de tierras y de recursos naturales de las colonias, construcción del muro y consolidación de un sistema de apartheid, entre otras consecuencias. ¿Es el BDS la alternativa ciudadana a la inoperancia y el pragmatismo cínico de la política?

Yo creo que sí. Una de las características más importantes del BDS es que se articula y funciona -aunque todo sea política- al margen de la política oficial y de los cauces que hasta ahora se han venido estableciendo. El BDS es interseccional, llama a toda la población. Podemos colaborar como consumidores, como comerciantes, como productores, como profesores, como intelectuales, como artistas… Se puede participar siendo palestino o no, a nivel personal o institucional, como ciudadano de a pie o como militante… Hay distintas campañas en marcha. Este funcionamiento en red es lo que desconcierta a la política tradicional de carácter jerárquico y estructurada verticalmente. El BDS nos llama a todos. Por un lado, el boicot lo podemos practicar todos. Por otro, las sanciones son algo que tiene que ver más con la legislación y la demanda de su cumplimiento, de modo que se exija a Israel que cumpla con el derecho internacional y que si no, se le aplique la propia legislación sancionadora. En cuanto a la desinversión, se centra en la capacidad de presión política y social que ésta tiene en una economía globalizada, de modo que Israel se vea forzado a cambiar sus políticas. Boicot, sanciones y desinversión entrelazados actúan como una especie de tentáculos que afectan a distintos ámbitos e implican a actores diversos, lo cual distingue y aleja el BDS de la política tradicional de los gobiernos, pues los protagonistas primeros siempre son los ciudadanos.

El BDS no es un arma novedosa, y no sólo porque se aplicara en Sudáfrica. También los países árabes la han aplicado con anterioridad con Israel, por supuesto sus ciudadanos. De ello nos hablas en tu ensayo del libro. ¿Cómo fueron esos boicots precedentes y qué los diferencia del actual movimiento BDS?

Precisamente esto de lo que estábamos hablando. El boicot de los Estados árabes viene marcado por la Liga Árabe, pero a pesar de que ésta sea un organismo supranacional, la aplicación del boicot dependía de la legislación de cada país. Si bien en un principio, en los años 50, tuvo cierta pujanza y se implementó de manera bastante exhaustiva, con el tiempo el boicot de la Liga Árabe fue perdiendo eficacia hasta prácticamente desaparecer, especialmente a raíz de los Acuerdos de Oslo, que supusieron un punto y aparte radical en demasiadas cuestiones de la historia palestina. La palabra que resume lo que sucedió es “normalización”, esto es, el intento, bajo la batuta de Estados Unidos, de naturalizar a Israel como un Estado legítimo en su entorno regional. La reacción, sobre todo en los países vecinos (Jordania, Egipto), fue la creación de movimientos antinormalización, en cierto modo, y sólo en cierto modo, antecedentes del actual BDS. A efectos de la actual campaña BDS, en el caso árabe, a diferencia de lo que sucede en el resto del mundo, esta historia previa de boicot institucional y su reacción en los movimientos antinormalización obliga a que el BDS deba articular respuestas específicas, pues además, al menos nominalmente, siguen existiendo en casi todos los países árabes boicots estatales a Israel. Por ejemplo, la Liga Árabe lanzó en el año 2006 unas nuevas directrices para reactivar el boicot, por supuesto con poco éxito. Es una situación un tanto paradójica en la que se mezcla la política institucionalizada, jerárquica,  y la política horizontal, ciudadana, y desde mi punto de vista resulta especialmente interesante para comprender las relaciones de las sociedades árabes con sus regímenes.

Damos por supuesto el apoyo de los pueblos árabes a sus hermanos palestinos, pero no es tan evidente en el caso de los gobiernos árabes por eso que se llama la realpolitik. Dices en el libro que muchas cosas murieron con los Acuerdos de Paz entre Egipto e Israel en 1978.

Sí, porque el encuentro frente a frente en Camp David de los dos líderes, el egipcio Anwar el-Sadat y israelí Menájem Beguin, no solamente es una cuestión simbólica. Supuso además un cambio radical en la estrategia política que había liderado Egipto con el nasserismo en el Movimiento de Países No Alineados y del Tercer Mundo, en los años 50-60. Es importante por la quiebra que esto supone en Egipto y también en el resto de las sociedades árabes. En Egipto la población asumió la ruptura entre régimen y sociedad. Palestina es siempre, desde mi punto de vista, el pivote que permite medir o tantear o ver hacia dónde se está inclinando el resto de la política y las sociedades árabes. Hasta los 70 el nasserismo, aunque fuera de una manera autocrática, criticable, fallida en muchos aspectos, había aunado la voluntad política con la voluntad civil de la población. A partir de Camp David eso se rompe. Palestina sigue siendo una preocupación de la ciudadanía mientras que para el gobierno egipcio se trata de una cuestión de alta política que gestiona al margen de sus ciudadanos y que continuamente le separa de ellos. Algo que se ha dicho a raíz de la revolución de 2011, pero no se ha insistido lo suficiente, y es que la segunda intifada, la intifada de Al-Aqsa del año 2000, propició un movimiento de reorganización de la sociedad civil egipcia a favor de Palestina (algo que también tuvo lugar en Siria o en Argelia, por ejemplo) que articuló a la vez la convicción de que solamente desde la movilización civil se podía cambiar algo respecto a Palestina y, por añadidura, respecto a los propios gobiernos y a la situación concreta de cada Estado árabe.

Después hablaremos de la reacción israelí al empuje del BDS pero, ¿cuáles son las estratagemas que Israel ha utilizado y utiliza, especialmente a nivel ciudadano pero también de Estados,  para dificultar la aplicación práctica del boicot?

Israel tiene enorme pericia y posibilidades internacionales para atacar el boicot. Algunas estrategias son difíciles de prever, pero otras son de repertorio. La más evidente viene siendo la acusación de antisemitismo a todo el que apoye el boicot, que es fácilmente rebatible puesto que el BDS nada tiene que ver con una cuestión de raza ni de etnia ni de religión, nada que tenga que ver con el judaísmo en sí sino con las políticas de un Estado, en este caso el de Israel. Esto se viene abajo cuando hay destacadísimos judíos en todo el mundo que apoyan la campaña BDS y acusan precisamente a Israel por la utilización del antisemitismo y de la memoria histórica del Holocausto en beneficio de una política estatal y en detrimento del pueblo judío y de su historia. Ahí está por ejemplo la filósofa estadounidense Judith Butler que en el libro responde con claridad a esta acusación. Y también lo contradicen los movimientos que apoyan el boicot desde dentro de Israel, organizaciones israelíes mayoritariamente judías, como Boycott From Within, fundamentales en la campaña BDS. La acusación de racismo, que es la más burda, es la primera que saca Israel a relucir cuando se ataca cualquiera de sus políticas, no sólo mediante el BDS. Otra de las cuestiones que el gobierno de Israel esgrime es que el boicot pretende acabar con el Estado de Israel en sí, puesto que, se dice, se ahogaría su economía. Pero la campaña BDS no tiene esa intención, lo que exige es que los productos de los Territorios Ocupados, si hablamos de economía, no puedan ser tratados como productos del Estado de Israel en la misma situación de igualdad jurídica a nivel de comercio internacional. La propia legislación israelí confunde los Territorios Ocupados que están directamente bajo su jurisdicción y que ya son más del 40% de Cisjordania con territorios propios. Aunque no estén anexionados de hecho lo están en la práctica legal, pues su producción pasa como producción israelí. Por eso el boicot a los productos de los Territorios Ocupados afecta necesariamente al comercio israelí en su conjunto, es el Estado de Israel el primero para el que esas fronteras no existen. Pero el boicot no pretende privar a los ciudadanos israelíes de la posibilidad de que los productos internacionales lleguen a Israel, es decir, simplificando, los ciudadanos israelíes no van a quedar desabastecidos, Israel no va a desaparecer por inanición, por decirlo de alguna manera, sino que lo que se tiene que resentir es la economía del ciudadano israelí que elige a sus gobiernos, los mismos que profundizan en las políticas de ocupación y apartheid.

Sudáfrica no desapareció después del boicot.

No, desde luego, como no lo hará Israel, aunque sí el Israel que hoy conocemos. Las tergiversaciones fáciles son las más efectivas a nivel de la opinión internacional, y sobre todo de la opinión interna israelí, que tiene que protagonizar también un cambio radical. Esta es una cuestión muy importante que tiene que ver con el llamado campo de la paz que se dice que existe dentro de Israel, el campo comprometido con la solución de dos Estados. Otra recriminación más sutil que las anteriores es que la presión que implica el boicot, con el rechazo a dialogar con los israelíes que no denuncien directamente la ocupación y se opongan a las políticas de su gobierno, también va contra ellos. Alegan que con el boicot se rompería la posibilidad de trazar puentes pero, como responde el propio Omar Barghouti [cofundador del BDS palestino], después de casi quince años de conversaciones y de negociaciones de paz, ¿qué ha hecho el campo de la paz israelí? ¿Qué ha conseguido? ¿Dónde está? Si realmente es necesario este diálogo, y además también es posible, cambiemos las bases. Partamos de la denuncia y empecemos después a dialogar. No se puede poner en el mismo nivel a la víctima y al verdugo. Hay que reconocer cuál es el estatuto de cada uno y a partir de ahí ver si con este nuevo comienzo es posible una solución, puesto que el diálogo por el diálogo y la relación de iguales lo único que hace es justificar y legitimar el statu quo de la situación actual de ocupación y de apartheid.

BDS, Boicot, Sanciones y Desinversiones. Tres formas de acción para lograr esos objetivos antes señalados. Aunque sea en síntesis, ¿en qué se cifran esas tres formas de acción? ¿Cuáles son las líneas maestras de la acción BDS?

El boicot en sí tiene varias campañas en marcha. Hay una que es el boicot comercial a los productos de los Territorios Ocupados y en general al comercio israelí. Se trata de no consumir, no comercializar y no importar productos que vengan de las colonias, de los asentamientos en Territorios Ocupados. Por añadidura, de empresas israelíes que no distinguen entre productos producidos dentro de Israel, el de las fronteras del 67, y en la Cisjordania ocupada. Son importantes los pasos que se están dando en la legislación europea para exigir que el etiquetado deje muy claro de dónde procede cada producto. Esto facilitaría el boicot de los consumidores.

Existe también el boicot académico, que consiste en denunciar los convenios internacionales de intercambios científicos o docentes, o las actividades propias del mundo universitario, con instituciones o universidades israelíes en tanto que quienes participen en ellos no denuncien la ocupación y la política del Estado de Israel. En este sentido, lo más notable es el rechazo absoluto a cualquier tipo de contacto con la sede universitaria que está en Ariel, en una de las mayores colonias de Cisjordania, lo cual ya está bastante extendido. Insistimos siempre mucho en que el boicot académico no es un boicot contra las personas, es un boicot contra las instituciones. No nos negamos a compartir nuestros proyectos de investigación o a dar clase con profesores que vengan de una universidad israelí, siempre y cuando denuncien la ocupación y la financiación no venga de sus universidades, ni ellos lo hagan como representantes del sistema universitario israelí, porque hasta ahora la universidad israelí no se ha distanciado de la política de los sucesivos gobiernos israelíes respecto a la ocupación de territorios, no la ha denunciado e incluso colabora con proyectos de investigación en  campos como el armamentístico o el agrícola que tienen las colonias y la extensión de la ocupación como protagonistas.

Hay otro tipo de boicot muy importante, sobre todo por la trascendencia pública que tiene, que es el cultural y deportivo. Artistas, cantantes, cineastas… que rechazan actuar en Israel en tanto no cambie la política actual, algunos de cuyos testimonios recogemos en el libro: por ejemplo el del cineasta Ken Loach, el del antiguo líder de Pink Floyd, Roger Waters, el de escritores de renombre internacional que rechazan que sus libros se publiquen en grandes editoriales israelíes partícipes de lleno en el sistema de transmisión del sionismo como forma de conocimiento y visión del Estado de Israel, como por ejemplo Alice Walker, autora de El color púrpura, que explica por qué ella, que le encantaría que su obra estuviera traducida al hebreo, no va a aceptar que se publique en esas condiciones, o Naomi Klein detallando por qué eligió una editorial comprometida con el BDS…. Continuamente se ponen en marcha distintas campañas y llamamientos que se pueden ir siguiendo en internet a través de la página del movimiento BDS.

El boicot es una primera parte de las siglas BDS, que también acogen las desinversiones, algo más difícil de organizar en primera instancia porque se dirige a las decisiones financieras de Estados, organizaciones y empresas. Pero también en este sentido ha habido importantes avances. Hace diez años era imposible pensar que bancos como, por ejemplo, PGGM, una de las principales cajas de ahorro de Holanda, fueran a retirar sus inversiones de bancos israelíes, y sin embargo ha sucedido tras presiones de sus accionistas en coordinación con la campaña BDS. Otra cosa que ha sido muy importante, y que, como nos recuerda Aitor Hernández Carr en el libro, es un gran logro, es que en el nuevo programa marco I+D de la Unión Europea, que llega hasta el año 2020, llamado ‘Horizon 2020’, se haya introducido una cláusula específica en la que se exige que todos los convenios científicos que se hagan con Israel tienen que dejar claro que no va a haber relación con ningún tipo de instituciones u organismos israelíes en los Territorios Ocupados. Hay que decir que de forma global Israel es el primer beneficiario de los fondos de I+D de la Unión Europea, por encima de España o de cualquier otro Estado de la Unión, porque colabora como socio igualitario en multitud de proyectos de toda la Unión. Así que las cuestiones académicas no son solo de boicot, como se ve, también este tipo de desinversión económica es fundamental.

Las sanciones, tercera parte de la sigla BDS, son una herramienta jurídica indispensable y ahí el papel de los políticos profesionales es fundamental, pues en ellos recae en última instancia la presión para actuar a través de la legalidad internacional. Hasta ahora las sanciones a Israel por su incumplimiento sistemático del derecho internacional no han existido, por más que se hayan puesto en marcha campañas que, sobre todo, han dado a conocer a la opinión pública lo que está sucediendo, como la sentencia no vinculante del Tribunal de la Haya sobre la ilegalidad del Muro de Cisjordania o los procesos judiciales abiertos en Europa, incluida España, contra algunos militares israelíes por su implicación en la operación ‘Plomo fundido’. Las sanciones por el incumplimiento de la legalidad internacional sería el tercer eslabón de esta cadena BDS. Yo creo que hay que ser optimistas porque del boicot inicial hemos llegado a las desinversiones, que están empezando a funcionar. ¿Llegaremos a las sanciones? Para ello es importante también ver qué va a suceder con la Autoridad Nacional, hacia dónde va a ir. ¿Realmente va a buscar su futuro en implicarse en todos los organismos internacionales y en poner en marcha las posibilidades que tiene en la actualidad al haber sido reconocida Palestina como Estado observador dentro de la Asamblea General de Naciones Unidas, o va a seguir en este juego de “amagar y no dar” que no tiene futuro?

El boicot fue una herramienta fundamental para acabar con el apartheid en Sudáfrica, gran referente y motivador de esta acción para acabar con la ocupación y el apartheid israelí. Ambas situaciones, de ello se habla en el libro, tienen sus diferencias y sus muchas semejanzas, ¿cuáles son las diferencias de seguimiento y fuerza del BDS a Israel a día de hoy comparadas con el BDS a Sudáfrica en su momento de máximo apogeo? ¿Cuán lejos está una acción de lo que logró la otra?

A nivel de apoyo internacional estamos desde luego muy lejos todavía, pero también hay que decir que hemos ido mucho más deprisa que en la experiencia de Sudáfrica. En ese caso pasaron veinticinco, treinta años, hasta llegar a un consenso internacional sobre la necesidad de acabar con el apartheid y la importancia del boicot para que eso sucediera. Ahora se cumplen diez años desde que en 2004 se lanzó la campaña BDS, en Ramallah. Su comité de coordinación está en contacto y trabaja de forma fluida con los líderes del boicot sudafricano. El BDS es una campaña que aprende de lo que pasó en Sudáfrica pero que también ve las diferencias y se distancia de la mera copia de modelos de manera acrítica. En Sudáfrica la caída del régimen del apartheid se debió fundamentalmente a una cuestión económica. El apartheid ya no era rentable y, al no serlo, desde dentro de la propia sociedad sudafricana blanca se consideró, llegado un momento, que aquello tenía que acabar. Esta situación no es exactamente igual en el caso de Israel. Sí es muy importante que la sociedad israelí se dé cuenta de que la situación actual no se puede mantener, de que esta política de aniquilación del pueblo palestino y de absorción de todos sus recursos, incluido el territorio, no tiene futuro, no tiene posibilidades, que la población palestina está ahí, que los palestinos no se van a marchar y que la comunidad internacional ya no es como en el año 1948, que pudo ignorar la limpieza étnica de entonces. El fin del apartheid y de la ocupación -y de esto hablan en el libro [el profesor de sociología] Ran Greenstein, que es sudafricano, y [el economista] Shir Hever, que es israelí- no será tanto una cuestión económica como política, no será sólo el ahogo económico el que haga cambiar a los israelíes de dentro sino tal vez algo así como el ahogo identitario, el ahogo, fruto entre otras cosas de la presión internacional, por la imagen en negativo de la historia del Estado de Israel, de lo que quiso ser y del futuro que le aguarda como Estado paria. Hay otro factor también muy importante que distingue el BDS por Palestina del caso del boicot sudafricano, y en el libro hay varias intervenciones en este sentido, con artículos en relación con el movimiento sindical europeo, la lucha altermundista en la India o la industria penitenciaria en Estados Unidos.

Se trata de la complicidad del BDS con otros movimientos locales de carácter alternativo, movimientos de reivindicación de nuevas políticas y del fin de determinadas prácticas económicas. Eso es algo importantísimo, el carácter interseccional de la lucha del BDS con otras luchas y otras reivindicaciones que se están produciendo ahora mismo en el resto del mundo. Desde mi punto de vista, en buena medida es donde se juega su futuro el BDS. Si se consigue aunar estas luchas y mostrar cómo la batalla por la justicia tiene que ser transversal, que no puede quedarse localizada en un espacio, en una historia, en una causa cerrada, por más que la de Palestina en el año 2014, sino reclamar que la justicia o es universal o no lo es, en palabras de Raji Sourani, eso hará que el BDS siga adelante con más fuerza y que más bien antes que después veamos resultados.

Estás particularmente involucrada dentro de la vertiente académica del BDS. ¿Cuál es su situación a día de hoy? ¿Qué grado de adhesión ha logrado entre la comunidad universitaria y qué queda por lograr en ese ámbito?

Nos queda mucho, por supuesto, pero también hemos avanzado bastante deprisa en el último año. A nivel estatal los profesores universitarios de las distintas comunidades autónomas nos organizamos en el año 2011 en la Plataforma Estatal por el Boicot Académico a Israel. Este año en el mes de febrero hemos lanzado una campaña de recogida de firmas en apoyo del manifiesto del BDS académico y, para nuestra sorpresa, en muy pocas semanas hemos recogido ochocientas firmas de profesores, casi cuatro mil de estudiantes y cien de personal de administración y servicios y, sobre todo, hemos conseguido que poco a poco sea una cuestión que pase a discutirse en los órganos administrativos de las universidades, en los departamentos, las facultades y los sindicatos. Hemos descubierto que el apoyo, cuando se empieza a explicar el sentido del BDS y cuáles son los objetivos, es mucho mayor del que esperábamos. Estamos acabando de perfilar para el día 15 de mayo, el día de la Nakba [conmemoración de la “catástrofe» de la limpieza étnica de Palestina], la presentación de la campaña y de los apoyos que ha recibido a los responsables de política universitaria de las distintas administraciones, así como las actuaciones que solicitamos de ellos, en consonancia lo que he comentado a propósito de la campaña general de boicot académico. Por otra parte, a modo de ejemplo práctico de una reciente actuación de BDS académico, los compañeros de la Universidad de Vic han lanzado la campaña “Complicitats que maten” en la que denuncian el convenio que ha firmado la universidad con el Instituto Technion de Israel, que bajo el paraguas de la cooperación científico-médica encubre el reconocimiento de una institución que colabora directamente al mantenimiento de la ocupación.

También existe una red de boicot académico coordinada a nivel europeo, la EPACBI, en la que estamos integrados, y al mismo tiempo estamos en estrecho contacto con lo que está pasando en Estados Unidos, pues en el último año el BDS académico se ha extendido allí de una manera impensable. Si en Estados Unidos, donde la presión de los intereses de Israel es fortísima, ha sido posible que la mayor asociación de académica del país, la American Studies Association, haya apoyado el boicot, creemos que en España, donde el movimiento de solidaridad con Palestina tiene un largo recorrido, se puede llegar a conseguir que el boicot sea algo generalizado dentro del mundo universitario. Creo que la universidad será, y así debería ser, uno de los primeros espacios de generalización del BDS.

Y en esos contactos persona a persona, compañero a compañera, ¿cuáles son los mayores prejuicios a los que se enfrenta la campaña BDS a la hora de sumar compromisos?

Yo diría que el desconocimiento. No es tanto la animadversión ideológica hacia lo que implica un boicot o las posiciones políticas de cada uno, sino el desconocimiento de la historia de Palestina e Israel por un lado, y el desconocimiento de la legislación internacional por otro; y también el desconocimiento, en general, de la pluralidad y de la vitalidad de la sociedad palestina. Se conocen, para bien o para mal, los estereotipos sobre Israel como representante del pueblo judío, los milagros que se han producido con la fundación del Estado “en una tierra sin gente”, “el desierto que florece”, “la única democracia de Oriente Medio”… Toda esa publicidad, la marca Israel que es muy potente y que no se ha visto contrarrestada por el lado palestino. Por un lado está esta ignorancia. Cuando se rompe con la barrera de la ignorancia, cuando se empieza a entender lo que pasa… sobre todo en el mundo universitario, en que, además, cada uno tiene su especialidad. Lo que decíamos de la transversalidad es fácilmente aplicable a la universidad, pues hay que mostrar que la ocupación y el apartheid no es solamente una cuestión política, histórica o social, sino arquitectónica, agroalimentaria o médica, por poner algunos ejemplos. Si a cada uno se le explica con lo que le resulta más cercano, las barreras empiezan a romperse. Boca a boca, persona a persona, sí, pero vuelvo a decir lo que comentaba al comienzo sobre la lógica del BDS: la política ahora no tiene otra vía, la forma clásica, vertical, ha caducado, ya no sólo en Israel y Palestina, sino un poco en todas partes, como estamos viendo con la crisis a todos los niveles en Europa, por no ir más lejos.

Scarlett Johansson y su affaire con Oxfam y SodaStream han dado un impulso publicitario quizá más que efectivo al BDS. La administración Netanyahu parece haberse puesto algo nerviosa, incluso recibió una advertencia al respecto de John Kerry. ¿Empieza a inquietar el BDS a la administración israelí? ¿Hay ya un contraataque específico más allá de la rutinaria hasbara [propaganda]?

Sí, claro que sí. De hecho ya está tramitada en el Parlamento israelí la ley antiboicot que va a convertir en criminal, y se le va a poder perseguir por la vía penal, a cualquier ciudadano que apoye la campaña BDS. Pero si el gobierno israelí no respondiera y no reaccionara, es que no estaría funcionando el BDS. Así que el BDS va por el buen camino. Pero eso también está haciendo que dentro de la propia sociedad israelí empiece a haber personas que se replantean qué es el BDS, que empiezan a considerar que puede ser una estrategia útil para salvar, precisamente por propio interés, Israel como sociedad democrática y Estado de derecho, o que por lo menos pueda serlo. En el libro recogemos un artículo de Gideon Levy, uno de los más importantes periodistas israelíes, en el que públicamente manifiesta su apoyo al BDS y explica cómo lo hace por una cuestión egoísta y de interés como israelí y como judío, por el bien del Estado de Israel. Hay que reconocer el coraje que hay que tener para hacer esto dado el carácter tribal, como él mismo dice, de la sociedad israelí. Apoyar públicamente el BDS  supone romper la última frontera y salirse por completo de la tribu. Pero que el gobierno de Israel esté empezando a plantearse políticas concretas, no sólo esta legislativa que hemos mencionado sino también políticas de hasbara específicas contra el BDS con consignas a sus embajadas, significa que el BDS funciona y que es una estrategia adecuada. El propio movimiento creará sus mecanismos de respuesta e irá reaccionando. Está bien que sea así, pues el BDS no es algo estanco, monolítico, el BDS siempre está en marcha.

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