Madrid sí tiene playa: un paseo por las mejores marinas del Prado

Paisaje con San Jerónimo de Patinir.

‘Paisaje con San Jerónimo’ (1516-1517). Joachim Patinir.

El mar sí ha llegado al centro de Madrid. Sí, ha entrado con todo su oleaje en el Museo del Prado. ‘El mar en las colecciones del Museo del Prado’, que acaba de lanzar Ediciones El Viso, es un viaje a través de 100 obras esenciales de la pinacoteca madrileña que cuenta la relación de Europa con los mares y los océanos. Para reflejar lo inspirador del trabajo, hemos elegido seis de esos bellísimos lienzos, verdaderos hitos en la historia de la pintura, a través de lo que dicen de ellos los expertos que colaboran en el libro.

‘Paisaje con San Jerónimo’ (1516-1517). Joachim Patinir. Por Fernando Checa Cremades.

“En El paisaje con san Jerónimo de Patinir, considerado uno de los creadores del arte de paisaje en la Europa de la Edad Moderna, la visión del ‘paisaje cósmico’ aparece en toda su plenitud. La elevación de la línea del horizonte permite al pintor otorgar una amplitud enorme a la superficie terráquea que adquiere una gran presencia en la tabla, la cual se cierra en su parte superior con la vista de un río y un gran estuario en el que aparece una ciudad con su puerto y varios barcos, abierta a la vasta superficie del mar, de un intenso color azulado, sobre el que se ciernen unas oscuras nubes, que descargan una tormenta”.

‘Episodio de Trafalgar’ (1862). Francisco Sans Cabot.

‘Episodio de Trafalgar’ (1862). Francisco Sans Cabot. Por Miguel Morán Turina.

“El Episodio de Trafalgar, de 1862, que recoge Francisco Sans Cabot, con un argumento inusual en este momento dentro de la pintura de historia –un naufragio- no hace referencia a ninguno de los momentos trascendentales de la batalla. De hecho, esta ya había concluido el día anterior y lo que vemos es al capitán Cayetano Valdés y a un pequeño grupo de supervivientes que, en medio de la noche y rodeados por los cadáveres de sus compañeros y los restos del naufragio, tratan de protegerse de las enormes olas que azotan las rocas a las que la tempestad había acabado por arrojar a su barco, el Neptuno, que se está hundiendo a sus espaldas. En el cuadro de Sans Cabot la marina era una excusa para pintar una de esas historias de naufragios que tan bien iban con el espíritu romántico y que tan populares fueron en aquellos años”.

‘El nacimiento de Venus’ (1636-1638). Cornelis de Vos.

‘El nacimiento de Venus’ (1636-1638). Cornelis de Vos.

‘El nacimiento de Venus’ (1636-1638). Cornelis de Vos. Por Matteo Mancini:

“El mar es el lugar privilegiado en el cual, como narra la Teogonía de Hesíodo, se concibió la diosa del amor y de la belleza. Justo a ese episodio Cornelis de Vos dedica una de las obras más sobresalientes entre las realizadas por la escuela pictórica de Rubens en España. Afrodita, la Venus romana, es representada buscando un equilibrio entre los modelos de belleza propios del arte barroco y la evocación de las obras del mundo clásico, tanto en pintura como escultura (…) Cuatro detalles nos interesa destacar: el tritón que toca la caracola; el repertorio de referencias marinas del primer plano, conchas y corales; la forma sutilísima con la que De Vos insinúa las escamas de la cola de sirena del otro personaje femenino del cuadro; y, finalmente, la manera de tratar el agua, que genera una progresión de olas cuya espuma blanca se concentra en la proximidad de las piernas de Afrodita para, así, aludir a Hesíodo, una espuma que contribuye a la inserción de esta obra en la senda indicada por el maestro Pedro Pablo Rubens”.

‘Puerto con castillo’ (hacia 1601). Paul Bril.

‘Puerto con castillo’ (hacia 1601). Paul Bril.

‘Puerto con castillo’ (hacia 1601). Paul Bril. Por José Juan Pérez Preciado:

“La atracción por la actividad portuaria como elemento pintoresco se mezcla en los pinceles de artistas como el flamenco Paul Bril, que sigue viviendo de los azules de Patinir, combinándolos ya con el espíritu igualmente pintoresco de las ruinas antiguas de Italia, tierra en la que se afincó desde muy pronto. Sus escenas resultan paisajes no solo imaginarios, sino absolutamente idealizados por el viajero que los contempla. Al observar el fuerte contenido marítimo que destilan sus paisajes, se aprecia cómo poco a poco el mar va ganando espacio como objeto de reproducción artística por sí mismo. De este modo, el espectador se extasía ante sus vistas, prácticamente de la misma manera que muchas décadas después sublimará literariamente Stendhal. Lo anecdótico va ganando terreno poco a poco en la visión del mar que tendrán los pintores modernos y a Paul Bril se le puede considerar, con justicia, el creador del paisaje marítimo. Pero ya sea en la obra de Patinir o en la de Bril, el mar sigue siendo a principios del siglo XVII un elemento más del paisaje, en el mismo grado de relevancia que las ruinas, las rocas, las ciudades imaginarias o incluso la actividad humana, ya sea la de los marineros o la experiencia puramente mística como la de san Jerónimo. Aun así, el paisaje de agua, el paisaje con una vista portuaria o una lejanía marítima se impondrá poco a poco también entre los pintores italianos o nórdicos afincados en Italia, caso de Claudio de Lorena”.

‘Marina: vista de Sorrento’ (1745-1750). Claude-Joseph Vernet.

‘Marina: vista de Sorrento’ (1745-1750). Claude-Joseph Vernet. Por Daniel Crespo Delgado:

“Incluso Claude-Joseph Vernet, famoso en todo el continente por su espectacular serie de los puertos de Francia, pintó en sus años romanos una gruta de la accidentada costa de Sorrento, al sur del golfo de Nápoles. En esta tela, unos gentilhombres y unas damas acaban de desembarcar, despreocupados y alegres, de una pequeña falúa para disfrutar del encanto del lugar e intuimos que de la compañía, como una suerte de trasposición tangible del legendario viaje a la isla Citerea que pintase años antes el célebre Jean-Antoine Watteau. Frente al mar norteño, ya apresado por los pintores barrocos, en especial los holandeses, empezaba a surgir otra marina de fuerte personalidad, la mediterránea, mecida en el pasado pero de extraordinario futuro estético. Su luminosidad, su dulzura seductora y su predicada joie de vivre, al menos para quienes lo visitaban desde las ciudades y más si eran de la Europa industrial, no tardaría en convertirse en tema recurrente entre ciertas corrientes pictóricas de finales del siglo XIX y principios del XX. Muchos de estos cuadros parecían un eco de aquella identificación de D.H. Lawrence del Mediterráneo con la vigorosa juventud”.

‘¡Aún dicen que el pescado es caro!’ (1894). Joaquín Sorolla.

‘¡Aún dicen que el pescado es caro!’ (1894). Joaquín Sorolla. Por María de los Santos García Felguera.

“Dos pescadores, casi ancianos, atienden a un muchacho herido en el pecho por el que poco pueden hacer, a juzgar por el color de su piel, como una piedad protagonizada por hombres. El mar aparece de forma alusiva, a través de los peces sangrantes de la izquierda –muertos ellos también– y el agua agitada en un pequeño caldero de primer plano; sin embargo, su presencia es decisiva: él ha desencadenado la tragedia. El mejor Sorolla -un hombre de treinta años, establecido en Madrid, pero muy enraizado en su Valencia natal- se implicó en la crítica social, dejando clara la precariedad en la que trabajan los hombres de la mar, de la misma manera que dos años antes había criticado la situación de las mujeres obligadas a deshacerse de hijos a los que no podían mantener solas después de haber sido engañadas en ¡Otra Margarita! Con estas dos escenas ‘de interior’, Sorolla contribuyó al éxito de la pintura social, un género muy bien considerado en los años finales del siglo XIX”.

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