Magritte: la necesidad de escaparse del mundo para existir
La retrospectiva sobre René Magritte que alberga el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza hasta el 30 de enero ofrece una selección de un centenar de obras fundamentales para sumergirse en el universo del artista belga. Magritte escarbó en el surrealismo ampliando la relación con los objetos, aumentando la mirada, estirando el lenguaje e ideando realidades conectadas con lo tangible. Magritte se desliza una y otra vez por tu conciencia.
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Mi relación, y mi fascinación, por René Magritte viene de lejos, y se fundamenta en hechos tan arbitrarios como sustanciales. En la elección del arte como revulsivo: como sorpresa, broma, desencaje con la realidad o experimento geométrico del entorno. En 1989, la Fundación Juan March organizó una completa retrospectiva sobre Magritte de 63 óleos. Esa exposición me cautivó siendo aquel adolescente, empezando por el cartel (con imagen de su obra La cuerda sensible, 1963) hasta por todos los universos posibles y contradictorios que Magritte construía, mostrando una realidad paralela o un lugar (im)posible donde quedarse.
Desde ese momento admiré su manera de salirse de los márgenes del mundo, de imprimir ensoñación, humor y dimensiones fantásticas o (im)posibles a la realidad. Como si tuviera, por momentos, una necesidad de escaparse del mundo para existir. Más allá de esa aparente libertad, de ese funcionar en el limbo o en el caos, Magritte era metódico y realizaba variaciones y combinaciones a partir de algunos motivos o temas centrales.
En el curso 1997-1998, hice un Erasmus en la Université Chatolique de Louvain (Bélgica). Viví en un piso compartido en Louvain-la-Neuve, que, casualidades de la vida, se encontraba en la Place René Magritte. Los Musées Royaux des Beaux-Arts de Bélgique, en Bruselas, montaron una amplia y completa retrospectiva de Magritte en 1998, y compré las entradas para asistir con mis padres, de visita por Le plat pays, el país llano que cantaba Jacques Brel. En ese momento reforcé aquel impacto producido años atrás en la Juan March. Magritte me capta por el engaño, por ese mirar trastocado. Su mundo surrealista provoca al pensamiento, altera la convención de lo racional y cuestiona lo visible, haciéndolo confuso, extenso, indeterminado, oculto.
La magia del no-lugar y lo no-representado
Su obra adquiere magia, porque ejerce de creador hechicero, replicando técnicas, repitiendo fórmulas, planos imaginarios. Quiebra la lógica de la mirada y reconvierte el acto de mirar. Se muestra aplicado a la hora de probar la metodología de las formas, de las secuencias, de las claves de la materia. Expande texturas, extensiones, contenidos, horizontes, volúmenes, y altera el lenguaje, dribla al significado, en un alarde de huida hacia el no lugar, hacia lo no representado.
Para estudiar en profundidad a Magritte recomiendo leer en el catálogo de la exposición el exhaustivo análisis del comisario, Guillermo Solana, que realiza un seguimiento pormenorizado de los temas, de su manera de trabajar, de esa máquina artística en funcionamiento. Existen muchos expertos que no otorgan a Magritte un lugar privilegiado en el arte del siglo XX, quizás porque su espíritu transgresor no rompió moldes, no generó algo nuevo de cero. Pero su legado transita en cuestiones filosóficas, en la sed de la vida, va más allá de la pipa (su obra Ceci n’est pas une pipe), de las sombras, de las nubes o de las geometrías sobredimensionadas, jugando con los límites de la perspectiva, subiendo un nivel dentro de otro nivel: ascendiendo a la metapintura (por ejemplo, en su obra La clarividencia) y desafiando la inestabilidad de un mundo hecho de agua de borrajas.
La revelación de la ‘locura’
Magritte posee algo que captura la atención. ¿Es la sorpresa, el salirse de lo evidente (por ejemplo, en su obra Tentativa de lo imposible)? Quizás ese jugar con el observador, descolocando su mirada, su horizonte. Faltan obras emblemáticas en esta muestra, pero el recorrido es completísimo, porque toca todos sus estados, esos recorridos que definen su pintura. Magritte me conecta con esa naturaleza inconformista, de revelación, con una fuerte pulsión de la locura como ingrediente, de lo formal como camisa de fuerza.
La exposición comienza con unas fotos donde aparece un joven Magritte, que dicen mucho de su lado sarcástico y guasón, con cara de asombro; otra con su mujer Georgette a su lado, de pie, cada uno cubierto con una sábana blanca. El itinerario de la muestra se sucede en secciones, con las temáticas Los poderes del mago, Imagen y palabra, Figura y fondo, Cuadro y ventana, Rostro y máscara, Mimetismo y Megalomanía, que profundizan en aspectos bien marcados en su obra. Me alejo de su magia cuando Magritte quiere emular el cubismo de Picasso (véase en La raza blanca) o las materias volátiles, inertes y consumidas de Dalí (Sheherezade). Cuando toma el cielo, se cruza con lo obvio, pero extrae otras naturalezas; la gravedad adquiere otro paisaje, el sentido se expande.
Magritte se desliza una y otra vez por tu conciencia. ¡Eureka!
Comentarios
Por Angeles Bautista jurado, el 24 noviembre 2021
Me parecen muy interesantes sus observaciones, gracias
Por M.Merce Collell, el 29 noviembre 2021
Un articulo excelente. Trabajo como psicoanalista y he preparado una conferència acerca de este pintor y d’ús brllantes aportacions.