‘Malte vive en mi jardín’, la alegría pese a todo

La escritora Pilar Orlando.

La alegría pese a todo. La generosidad. “Tenemos que estar abiertos a la metamorfosis”, escribe Pilar Orlando (San Sebastián, 1963) al inicio de su primer libro, ‘Malte vive en mi jardín’. Y al escribir estas palabras firma una generosa donación emocional. Tras leer este libro, lo primero que hay que hacer es coger aire, salir de la belleza que te encapsula.

Pilar Orlando es una prestidigitadora que solo guarda verdad en su chistera, sus trucos de magia son pedazos de vida que ella va uniendo hasta deshacer la soledad de esa isla ulterior que forma la existencia de cualquier ser humano. Ella habla en primera persona, pero usa un verbo que admite todas las personas, un verbo que ella inventa para hacernos sentir a salvo, para hacernos sentir agradecidos e incluso bendecidos si creemos en Dios.

Después de leer este libro lo primero que hay que hacer es coger aire, salir de la belleza que te encapsula, despegarte del alma cada reflexión que hace la autora y empezar a vivir recurriendo a una amnesia que resultará ramplona después de haberte enfrentado  a su totalitaria y salvadora honestidad.

Todo es sencillo entre las páginas de este pseudodiario, de este pseudomanifiesto, en este oasis que muestra sin sombras y a plena luz la reflexión más íntima y minuciosa que puede hacerse sobre la supervivencia. Algo que mientras lees parece sencillo, pero que una vez digerida la lectura te das cuenta de que pilla desprevenido y desarmado al mismísimo superviviente. Pilar usa su memoria, su lengua y su quietud para libar las biografías de familiares y amigos y ofrecer a cada lector la posibilidad de enriquecer y sostener la suya propia:

“A las personas siempre les duelen cosas y lo dicen. Yo no lo digo. Ellos lo dicen porque es algo puntual.  Un esguince, diarrea. Pasará. A mí no se me pasará. Pero ellos tiene que seguir con su vida: atascos, trabajar, limpiar. Yo estoy en mi jardín”.

“Mi hermano ha muerto, mi prima C. es viuda, mi amiga M. es viuda, mis amigos J. y J. han muerto. Todos ellos estaban bien cuando yo estaba enferma. Casi me da vergüenza. Ellos siempre preocupándose por mí. Sin embargo, yo sigo viva”.

Está claro que la supervivencia es una pirueta que se hace con convicción o no se hace, y eso Pilar Orlando lo tiene claro desde la primera línea, sabe que cada uno de sus movimientos debe albergar una verosimilitud vital a prueba de bombas, a prueba de trampas, para alejarse de esos besos mortíferos que son la piedad y la lástima. Por eso Pilar habla con naturalidad de sus obstáculos, y lo hace también de los obstáculos de aquellos que la rodean. Es justa, generosa, pragmática e inteligentísima. Sabe que tiene que relativizar todo de manera centrífuga para llenar de luz la narración. Sabe que está obligada a sumergirse en la dialéctica de los héroes, sabe que debe usar la dualidad como materia de defensa, sabe que tiene que aferrarse al desequilibrio de esa forma en que Dios se aferró a la tortura de su hijo para trascender:

“En el fondo soy una cobarde, no me atrevo a decir la verdad”. 

Pilar Orlando jamás bailará el viciado baile de la debilidad, retrocederá hasta el principio de todo una y mil veces para no perder habilidades, para no darse por vencida:

“Puedo parecer un mueble. Pero realmente soy un cerebro”.

Orlando no quiere el estigma y lo devora mientras va invadiendo su cuerpo con esa maestría con que una mantis religiosa va devorando el poder de quien pretendió dominarla:

“Yo soy como todos. Que no me hagan un sitio especial ni excepciones. Que no me miren con pena. Soy más fuerte que muchos de los que andan. Vale ya”.

Orlando narra la fragilidad como si de una fuerza extra se tratase. Y con ello consigue que su libro posea un originalidad concienzuda y ágil:

“Yo ya estoy en el futuro. El pasado me parece muy largo, me da vértigo”.

Orlando está al tanto de todo, a pesar de estar a salvo en un jardín que nunca pensó que sería aplastado por la nieve. Habla sobre la pandemia y lo va haciendo en la sociedad y en el mundo con una dureza luminiscente:

“¿Cómo es posible? ¿Hemos progresado tanto que ahora morimos abrazados a un teléfono? Qué pena, querido tío. Te vas agarrado a un teléfono. ¿Quién se quedó con tu última mirada? ¿Quién te acarició cuando ya estabas muerto, quién eligió tu mortaja?

Orlando habla de la vida, de lo que ocurre en su infierno personal y en el infierno de los otros:

“Hoy no digo nada más. Termino para seguir en mi lucha y os dejo a cada uno con la vuestra”.

Y habla también de lealtad hacia su querido Malte, su perro, como ya lo hicieron con anterioridad poetas como Mary Oliver o Ana Muñoz. Habla del llanto profundo y eterno que nos recorrerá para siempre, como recorre un manantial oculto el alma de la montaña más oscura e inaccesible, en el momento en el que la respiración de nuestro fiel compañero deja de mezclarse con la nuestra:

“Estúpida loca, me dirán. Lloro por un perro mientras la pandemia flota alrededor. Estúpido tú que no sabes lo que un perro puede dar. Le lloro, sí, le lloro”.

“Puedo decirte que amaba y amo a Malte, y puedo contarte abiertamente el dolor que siento por su pérdida. Un perro es un animal, igual que lo somos nosotros con la diferencia de que ellos cuando aman no traicionan”.

Pilar Oliver ha peleado como un titán por cada frase de este libro  sin género y sin final.

Por eso no dejéis de leerlo, no dejéis de escuchar y de entonar  esta extraordinaria canción de amor propio y ajeno, de amor plural.

No dejéis de leer este libro desinhibido, alegre, inteligente. No dejéis de mirar con fijeza a la quietud enriquecedora de Pilar Orlando. No dejéis de cabalgar sobre su velocidad emocional. No dejéis de visualizar la hermosa lucha que mantiene la autora contra el intransigente aliento del abismo.

‘Malte vive en mi jardín’. Pilar Orlando. Círculo de Tiza. 202 páginas.

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