Manual para quitarse el traje de baño
Entrega número 8 de los Relatos de Agosto que los escritores del Taller de Clara Obligado han creado para ‘El Asombrario’. El verano da mucho de sí. Y que no nos falte el buen humor: “Quitarnos el traje de baño mojado en el vestuario es, de hecho, parte fundamental del entrenamiento, siendo verdaderamente la clase de aquagym la preparación previa para conseguirlo después”.
Por MARÍA IZAGUIRRE LINIERS
Me gusta el aquagym para el verano. En el club lo hacen en la piscina grande prontito por la mañana y este año pediré que me apunten de nuevo para la temporada. Seré sincera y también os alertaré de la dificultad que presenta.
Es una actividad que, aunque se clasifica dentro de lo atlético, permite que las participantes conserven algo de dignidad. Y esto es sencillamente porque no se suda nada. Los cuerpos están mojados por igual, de arriba abajo, con gotas rechonchas que nadie confundiría con sudor. Es la práctica idónea para las señoras que no queremos que se sepa que hacemos deporte. Podríamos reconocer que hacemos ejercicio, pero deporte no. Acudimos por la mañana a los gimnasios con la intención de que no se nos note demasiado esto de que vamos al gimnasio.
Tiene otra ventaja importante y también directamente relacionada con la dignidad, que es el hecho de que el maquillaje se mantiene de manera soberbia durante el desarrollo de la actividad. La máscara de pestañas, que debe ser resistente al agua, demuestra su alto rendimiento: despliega frente a las salpicaduras una tenacidad que solo es comparable a la que presenta cuando una la quiere desmaquillar a la hora de acostarse. Ahí también persiste inmutable, como el forjado de una nave industrial. El pintalabios de larga duración, siempre bien rojo y que jamás se atrevería a salir de las comisuras, puede ser combinado con un gorro de tela y pendientes que lo adornen. Así, una se lanza al agua sintiéndose chic, cual veraneante de balneario.
Hay sustanciales diferencias entre hacer deporte y ejercicio, siendo esta última práctica desde luego la más distinguida y a la que debemos dedicarnos las señoras. La clave reside, recordemos, en no sudar. Esto se consigue en la piscina de aquagym, aunque con una vil contrapartida.
La culpa de la indignidad la tiene la invención del spandex y la lycra. Los trajes de baño modernos, con la inclusión en sus paños de las fibras sintéticas, se han convertido en unas cárceles sorprendentemente eficaces. Al mismo tiempo que moldean nuestros cuerpos sazonados, propios de este punto de la experiencia vital, nos atrapan dentro de una inocente apariencia de colores. Parece que nos sonrían maliciosamente, como una planta carnívora antes de atrapar a la mosca.
Para encontrar el traje de baño ideal, lo más conveniente es que las señoras acudamos a la sección de nuestra edad de El Corte Inglés. Las dependientas que venden en este departamento no son dependientas cualesquiera: además de peinar las mismas canas que nosotras, generalmente poseen también sus propios grosores y volúmenes y conocen de primera mano cómo tratarlos. Durante décadas, se han dedicado a enfajar los cuerpos maduros de otras. Así, entradas en años y en carnes, han adquirido suficiente autoridad para convertirse en las generalas del elastano. Ellas saben cómo enfrentarse a los pliegues, botones, refajos, fruncidos y volantes para que todo lo colgandero adquiera dimensiones y consistencias ya pasadas. Meten, sacan, estiran y dan palmadas a la lycra; y si ellas lo ordenan, esta se vuelve armadura de la que ya no es fácil escapar y las cachas no se mueven más.
Quitarnos el traje de baño mojado en el vestuario es, de hecho, parte fundamental del entrenamiento, siendo verdaderamente la clase de aquagym la preparación previa para conseguirlo después.
Se conocen casos de señoras que, habiéndose esforzado poco en los adiestramientos, han querido aplicar la astucia y usar los artilugios secadores que habitan las paredes de los gimnasios, pero en su zopenco intento de uso con la prenda aún en el cuerpo, han sido parcialmente absorbidas por las centrifugadoras de gorros de baño.
La dificultad se debe a que la lycra se tatúa a la piel madura en cuanto está mojada y despegarla se torna doloroso, abrasivo con las mollas que arrastra y peligroso para las articulaciones. Los trajes de baño deberían tener botones entre las piernas, como los pijamas de bebé. Pero Dios dijo que las mujeres pariríamos con dolor y, por ende, los señores diseñadores decidieron que las señoras nos quitaríamos los trajes de baño con dolor también.
Así que se comienza por bajar un tirante y luego otro, con esperanza de que el proceso siga fluido. Sale la primera teta, con suerte sale la segunda, si no se ha pegado al torso por el agua y hay que sacarla con tracción manual. Y ahí es fundamental parar, con los pechos colgando como escapularios y la lorza abdominal medio liberada, expectante. Se debe coger aire, y tras soltarlo con fuerza, se echa el lomo hacia atrás, se introducen los pulgares entre la tela y las caderas y se empieza a rezar el avemaría. Al tiempo, se mueven dichas caderas a ritmo de swing primero y de arriba abajo después, tirando hacia el suelo con toda la intención que una conserve hasta que la tela llegue, al menos, a las rodillas. Superada esta fase, y con resignación por no poder sentarse a tomar aliento, al tener todos los recovecos al aire (y mojados), las señoras debemos concentrarnos y abandonar todo rezo o pensamiento. Este es el preciso instante en el que una jura que no volverá a clase de aquagym y fantasea con tirar esta armadura invencible una vez consiga salir de ella.
La razón de la cautividad es simple y tiene que ver con el empuje hacia el suelo que nuestras rodillas están aguantando: un kilo y medio de lycra mojada de colores, volantes y forros con revestimientos con la consistencia del hormigón armado. Sí, recoloca, comprime y rejuvenece, pero sigue todavía atrapada a la altura de nuestras rótulas. Seguimos con ambas tetas fuera, el gorro goteando por la frente y estamos tratando de mantener el decoro intacto.
Con la idea de la dignidad en la cabeza, debemos apoyar una mano en la taquilla más cercana y una vez asegurada la verticalidad, levantar la rodilla contraria para sacar esa pierna de la trampa empapada. Si no hay contratiempos, lo único que percibiremos será un leve tambaleo al enganchar la lycra con la chancleta, que será liberada con más o menos estertores. Se debe prestar especial atención en estos momentos a los pechos, ya completamente helados, que se menearán involuntariamente como péndulos, produciendo incomodidad. No se debe ceder a la tentación de que el trasero acabe en posición pompa para evitar a los testigos un espectáculo no apto para todos los públicos.
Se procederá entonces a extraer la pierna que falta, con la celeridad que requiere la infame situación, extendida ya demasiado en el tiempo. Es primordial recordar que debemos seguir evitando a toda costa el volcado hacia delante, desenganchando con cuidado la segunda chancleta del final del traje de baño, en el que invariablemente se habrá engarzado de nuevo.
Tras conseguir esta hazaña, está permitido un ligero resoplar, antes de envolver el cuerpo en la toalla colgada del perchero. A este leve armazón le suele faltar un banco en el que poder sentarse, que evitaría este desagradable trance de desvestirse de pie que os describo.
Una vez cubierto el pundonor con la toalla, yo os recomiendo olvidar el espectáculo, queridas, marcharse a casa con la mirada al frente y recordar que todo sea por no sudar.
(Dedicado a mi madre, a la que tantas veces he escuchado gemir, resoplar y maldecir; tratando de escapar de la cárcel de sus vestidos de baño).
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