Manuel Guedán: “Vivimos un síndrome de Estocolmo respecto al trabajo”

El escritor y periodista Manuel Guedán. Foto: Jeosm.

Una comedia laboral. Esa era la idea que tenía en mente Manuel Guedán cuando se puso a escribir ‘Los sueños asequibles de Josefina Jarama’ (Alfaguara). Y eso que encontrar el humor en este ámbito puede resultar harto complicado. Escogió a una mujer joven con demasiada ambición como protagonista y, cual Lazarilla, la hizo saltar de trabajo en trabajo desde los primeros años de la Transición hasta la década de los 90. Un total de cuatro ocupaciones que representan esos “milagros” de la economía patria. Comienza con el desmantelamiento de una fábrica de muñecas en Ibi, continúa con la ruta del bakalao, sigue con la modernización del sistema bancario y acaba con la llegada de las grandes compañías de comida rápida. Una rápida radiografía ecosocial que sirve para entender mejor la realidad precaria en la que estamos inmersos.

El libro trata sobre el intento de una joven de ascender socialmente gracias a su ambición. Pero en ella es muy importante la relación que mantiene con sus jefes.

Sí, una de las patas del libro es la relación íntima de la protagonista con sus jefes. Y, por el otro, si nos referimos al telón de fondo, podemos hablar de los puntos calientes de la historia de la economía española, de los oficios y de una trayectoria profesional sin un centro de gravedad. Creo que desde hace un tiempo hay una generación de clase media en España cuya lucha es, después de la formación académica, buscar trabajo donde realmente no lo hay. Pero en la vida de Josefina Jarama no existía esa fuerza centrífuga, no tenía una destreza prioritaria. Y eso me gusta recordarlo y reivindicarlo. No existía esa noción del oficio. Por lo tanto, para mucha de esa gente, los oficios eran los jefes. Era aprender qué necesitaba una empresa y dárselo. Había una habilidad de perfección y de plegarse. Cuanta menos carrera propia tienes, cuanta menos experiencia, más fácil es caer en dinámicas de subalternidad.

Comienza con un primer jefe que durante los años de la Transición está desmantelando una compañía de muñecas en Ibi, Alicante. ¿Por qué ese momento y esa fecha?

El recorrido económico de la España democrática empieza con el fin de la industria, con su repliegue a mínimos. Alicante ahora mismo es conocida por el sector servicios, pero antes se fabricaban muebles, helados, turrones, muñecas… De hecho, la Comunidad Valenciana ha sido el gran bastión de lucha contra Ikea. Y en esos años empezó la deslocalicación, la producción en China… y el cierre de los Altos Hornos de Sagunto por exigencia de la Unión Europea. Es ahí cuando España deja de ser un país industrial para convertirse en uno de servicios. Es cuando se aprecian las renuncias.

Tras esto, das un salto a la ruta del bakalao, al boom de los bancos y a la creación de una multinacional de comida rápida y el cambio de los contratos que trajeron. ¿Qué tienen en común estos momentos en la historia laboral de España?

El ocio durante el Franquismo apenas existió. Por lo que cuando llega la democracia, el ocio nocturno empieza a ser una nueva pata del modelo económico español. Yo me centro en Valencia, fuera de los núcleos de Madrid y Barcelona. Me hubiera encantado vivir en la ruta del bakalao y quería participar de un cierto movimiento de recuperación desde un sitio que no es el de la siniestralidad. Por eso, para mí es como un proceso de exploración, de intentar ir un paso más allá.

La bancaria tiene que ver con que yo trabajé ayudando a hacer las memorias de un banquero, por lo que aprendí mucho de este negocio. En esos años, la banca se hizo mayor y pasó de ser un negocio familiar a uno en expansión. Hasta el punto que antes de la crisis económica de 2008 se decía que teníamos uno de los sistemas más robustos. Todo eso se genera cuando los bancos empiezan a competir entre ellos.

El último caso es el de la comida a domicilio. No quería hablar del presente pero, si ahora los riders son una pata fundamental en contra de los falsos autónomos, tenía que contar el inicio de la llegada de la comida basura a España.

¿Qué nos han traído todos estos hechos?

Un panorama de precariedad bastante desolador. Por dar un par de ejemplos personales. Yo hice un año de Erasmus en Burdeos y mis amigos franceses podían definir perfectamente qué profesión querían tener cuando terminaran la carrera. Años después, cuando he vuelto, la mayoría de ellos ocupaban esos puestos. A mí eso me parecía un delirio, porque en España no es así. No hay una correlación entre los deseos y los hechos. De eso habla un poco la novela también. La otra cosa que me llama la atención es que muchos cambian de trabajo. Esa disociación entre lo que soñabas y llegar a ejercerlo y la libertad de dejar un trabajo, aquí no pasa.

La protagonista es una ambiciosa sin remedio. ¿Se ha malgastado esta palabra?

El adjetivo ambicioso tiene una percepción muy negativa, pero tenemos que tenerla. No se la podemos dejar a los poderosos. Nos enseñan a tener ambición, pero no a qué pasa cuando no ocurre lo que esperamos. Qué hacer con la resignación. Cuando sale un deportista o un empresario de éxito, nos hablan de cumplir nuestros sueños. Pero nadie nos explica cuándo hay que saber rendirse. Porque como no lo hagas, cuando no consigas tus objetivos, viene la depresión, la frustración, la deuda, el ridículo…, cosas que no se las deseamos ni a nuestros peores enemigos. Esto es uno de los grandes descubrimientos de la vida y por ello pasa también la protagonista.

Además de Josefina, los otros protagonistas son los jefes. Unos que son ineptos, pero que se las dan de que saben todo.

El jefe parte de esa ficción que tiene que crear de que es una especie de Superman. Lo que pasa es que a muchos de ellos les gusta mostrar que no lo son. Esos a los que les incomoda ejercer su responsabilidad. Yo he intentado crear unos con una dimensión humana que nos ayuda a empatizar con ellos y sirve para cargarle con más peso a la protagonista, que es la que tiene que lidiar con esa parte.

Llegas a escribir en la novela que los jefes son esas personas que necesitan cariño, que son personas con muchos miedos.

Son personas que se exponen y la protagonista empatiza mucho con eso. Hasta un punto de vista disparatado. Son como una actriz que está en el escenario y luego necesita que tiren de ella y de su estado de ánimo. Y ellos saben ver que es la trabajadora que se presta a ello.

Ese tipo de persona para los que no existen los hobbies y el paro es la peor de las situaciones posibles. “La mayoría de las personas necesitamos una profesión”, dice uno de los protagonistas. ¿Tan metido en la cabeza que nos realiza?

En los años que he sido profe de instituto o ahora en la universidad, ya existe la figura totémica del trabajo. Uno bueno, que te realice, para toda la vida… Eso se lo metemos a los niños desde bien pronto. Y luego, en la universidad, toma una deriva de ansiedad. Las expectativas profesionales a día de hoy son bajísimas, muy pesimistas, ya que el mercado tampoco ayuda a ello. Es duro ver cómo afecta a las nuevas generaciones no conseguir trabajo.

En este sentido se da una dicotomía difícil de entender: denostamos el trabajo, pero a la vez es el eje alrededor del que levantamos nuestra vida.

Para demostrar ese síndrome de Estocolmo que todos vivimos respecto al trabajo no hay que fijarse más que en el que no lo tiene. Más allá del tema económico y todo lo que acarrea, a esa persona lo que le falta es una pieza fundamental de su identidad. Cuesta mucho explicarse a sí mismo sin esta etiqueta. Yo he estado a lo largo de mi vida en dos periodos sin trabajo y, sobre todo la primera vez, tenía que lidiar con esa vergüenza, con ese qué decir.

Aun así, cada vez hay más movimientos en contra del trabajo y más discursos que defienden que no dignifica.

Estamos viviendo momentos esperanzadores. Como la Gran Dimisión de Estados Unidos. La mejor arma negociadora es la confianza y eso solo lo permite la renta básica universal, ya que permite negociar en igualdad. Si no partimos del miedo. Pero ahora sí empieza a haber desde hace unos años una izquierda que se está distanciando del trabajo. Yo creo que estamos empezando a recorrer el buen camino.

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