María de las Heras: “Hay que recuperar el vivir más lento, para no bloquearnos”

María Heras, doctora en Ciencias Ambientales, investigadora y artista.

Doctora en Ciencias Ambientales, la investigadora y artista María de las Heras logra aunar la realidad de la crisis ambiental global y los conflictos sociales que genera con diferentes expresiones artísticas que abren la puerta a las emociones. Mover conciencias de otra manera. Desde el arte, el teatro, mezclando por ejemplo la agroecología con investigadores y artistas. Ahora está a punto de estrenar una obra sobre la justicia climática.

María de las Heras no imaginó cuando empezó a hacer teatro que aquella afición suya a las artes pudiera convertirse en uno de los ejes de su profesión, tan ligada al medioambiente. La joven madrileña, afincada en Barcelona, ha sabido aunar ambas pasiones y hoy es una gran experta en la utilización de metodologías artísticas para la concienciación sobre los impactos que generemos sobre la vida en el planeta. A sus 37 años, prepara estos días un nuevo estreno teatral en torno a la justicia climática, un asunto que le preocupa y le ocupa desde hace tiempo.

¿Cómo fue llegar a esa fusión de medioambiente y teatro?

Yo soy doctora en Ciencias Ambientales y lo que más me atrajo siempre de la interacción humana con su entorno natural fue la parte más social. Ese interés me llevó a realizar un máster en Barcelona con Joan Martínez-Alier sobre economía ecológica. Me interesaba mucho la parte más metodológica. Por otro lado, era aficionada al teatro y en Barcelona descubrí el llamado teatro del oprimido, comunitario, que trabaja sin actores profesionales sobre situaciones de la vida real. Transformar una problemática social en teatro nos permite ensayar sobre la realidad. De ahí surgió la compañía en la que estoy y que hoy se llama Arde Teatro, muy centrada en temáticas sociales. Ahora en marzo estrenaremos la primera obra ambiental con esta compañía, aunque es una metodología que he usado desde hace tiempo en otros proyectos.

De todos los temas, ¿por qué la justicia climática?

Me interesan mucho los conflictos ambientales como aprendizaje social. Investigar sobre las resistencias, acciones participativas, y analizarlas desde la academia, que es la universidad. En realidad, no es algo nuevo. Comenzó en los años 70, pero más ligado a movimientos ecologistas. En realidad, no es verdad que la ciencia sea neutral porque siempre tiene una orientación. Hay valores detrás, ya se investigue la alimentación o la crisis climática, que es también social. Por ello, investigar desde las ciencias sociales esos movimientos comunitarios por la justicia ambiental nos aporta mucho.

¿Te refieres a movimientos de resistencia?

Sí, los conocí en México, donde hice mi tesis doctoral sobre los adolescentes en un conflicto de este tipo: indígenas que protegían un bosque del que dependían. Allí, los narcotraficantes lo destruían por el cultivo de aguacates. Durante seis meses, la comunidad se aisló del exterior para proteger el bosque y al final triunfaron. Durante mi estancia, hice talleres de teatro y relato en torno al conocimiento ancestral que se está perdiendo. Fue muy interesante. Es verdad que no todo es blanco y negro, tampoco entre los pueblos indígenas. Pero también es cierto que hay demasiada discriminación social y cultural, y de ahí la importancia de analizar cada caso. Hay que hacer un análisis profundo de estos movimientos comunitarios, que son la respuesta a expolios heredados del colonialismo y con un extractivismo de recursos naturales que hoy continúa.

Ahora estás en el Laboratorio para la Transformación Urbana y el Cambio Global de la Universidat Oberta de Catalunya, ¿qué se hace en este laboratorio?

Es un grupo muy diverso en el que se estudian las dinámicas de transformación social con un enfoque climático, las relaciones entre lo urbano y lo rural, la participación ciudadana. Se trata de mirar hacia el pasado y a la vez innovar para cambiar y hacer las cosas de un modo más acorde con el medio. Tenemos un proyecto llamado Res-Cities que recoge iniciativas urbanas, en Sevilla y Barcelona, que palían la crisis climática con modelos alternativos. Y he estado en el proyecto Terra Teca Traca, que investiga sobre la necesidad de poner la alimentación en el centro de la transición, mirando a lo local y ecológico. La realidad es que hemos cambiado la dieta humana en 50 años, tras una Revolución Verde que introdujo los agroquímicos. En este proyecto, que he coordinado, se han hecho residencias artísticas en zonas rurales en las que poetas, cantantes y actores creaban piezas sobre diferentes problemas ambientales, según la zona. Es una gran experiencia unir la agroecología con investigadores y artistas. El resultado fue un festival celebrado el pasado noviembre.

¿Detectas si está habiendo cambios a mejor en la conciencia ambiental?

Cuando comencé a estudiar Ciencias Ambientales, todo el mundo me preguntaba que para qué servía esto. Ahora, 15 años después, me dicen que es algo muy importante. Sí cambia la percepción del problema, pero no tanto el pasar a la acción. Ese salto no se da porque las estructuras no lo ponen fácil. Por ejemplo, respecto al clima, las personas del campo tienen muy claro lo que supone una helada a destiempo, pero no las de la ciudad. Una cosa es ser ecologista por necesidad y otra ecologizarse porque no queda más remedio. Además, vivimos inmersos en un sistema consumista e individualista, lleno de prisas. Hay que recuperar el vivir más lento, porque lo otro acaba bloqueando y generando ansiedad, desmotivando.

¿Cómo cuadrar ese ir lento con la velocidad que exige la economía de hoy?

Naomi Klein decía que es importante movilizarse, pero también mirar hacia dónde se corre. El cambio es un proceso y tendremos que hacer sacrificios si queremos realmente lograr una vida mejor para todos. Yo pregunto a los jóvenes qué les preocupa y les animo a cambiar poco a poco. Pero tiene que darse una transformación individual y a la vez colectiva. Y si no es justa, no se resolverá el problema. En la comunicación del cambio climático creo que se pone mucho énfasis en los cambios individuales y menos en el sistema y la explotación de los recursos. El verdadero éxito del capitalismo es pensar que si no está sano es el apocalipsis. Capital o barbarie. Pero es una forma de ver el mundo y el cambio es posible. A nivel de barrio, participando en grupos de consumo, y también a nivel político. Es una lucha contra poderes fuertes, pero la ciudadanía puede priorizar valores en estos tiempos de fake news y bulos.

Tú utilizas las actividades artísticas como metodología para ese cambio ¿Qué aporta el arte que no aporta la ciencia a través de los datos?

La ventaja del arte es que trae el conocimiento hasta nuestra parte más emocional. También es racional, pero va más allá gracias a la creatividad y, al final, a lo largo del día, lo que nos impulsa a tomar decisiones no es tanto lo racional como ese impulso interno ante unos estímulos. El arte genera espacios en los que saltar, reír, llorar, sentir. En una performance sobre cambio climático, un climatólogo me decía que hasta que no lo vio representado por un actor, no había sentido lo que es tener una media de 1,5ºC más de temperatura. Pero dentro del mundo del arte también hay que hacer una reflexión. Es bueno aprovechar la fama de algunos para divulgar mensajes, pero también deben asumirse prácticas más sostenibles que las actuales. Intentar promover la economía circular real, reutilizar el máximo de recursos que se necesitan. En general, reciclar hoy debe ser mirar al pasado, a lo que hacíamos antes para mejorar el sistema actual.

Tu próximo proyecto teatral se llama ‘Climate Fighters’ y comentabas que es sobre justicia climática. ¿Somos conscientes de lo que significan esas dos palabras? Si preguntas por la calle, parece que no está claro…

Precisamente por eso queremos visibilizarlo con esta obra, que se estrena en marzo en Barcelona. Representamos un ring de boxeo en el que a un lado está una compañía de energía que llega a un pueblo con un megaproyecto y al otro quienes se resisten. Está basada en un caso que ocurrió en Polonia con Shell, pero puede valer para cualquier país. Utilizamos mucho el proyecto EJAtlas, un atlas global que monitorea los conflictos ambientales. Cuando se investiga, se observa cómo se siguen casi siempre los mismos patrones: llega un gran proyecto a una zona al margen de la población y se genera un enfrentamiento con las comunidades, que se movilizan. También se generan contradicciones, que se manifiestan en la obra. Desde luego un cambio legal, que penalice a las empresas que generan impactos en cualquier lugar, tiene más impacto que una protesta, pero la presión social es clave para que lleguen esos cambios legales. No se protege lo que no se conoce.

¿La emergencia climática está llegando a las generaciones más jóvenes?

Cada vez más están exigiendo un cambio. Ahí están movimientos como Extinction Rebellion, Fridays for Future o las redes por el Clima. Y debe fomentarse la colaboración de estos grupos y su acción directa con otras asociaciones ecologistas. Por otro lado, en ese afán de reflexionar e investigar sobre las transiciones ecosociales, hay que seguir trabajando en la línea de la educación. Participo también en un proyecto de investigación, sobre humanidades ecológicas y esas transiciones, en el que se plantean propuestas de todo tipo sobre la simbioética entre la humanidad y la naturaleza, también con relatos artísticos, y se dirige a las enseñanzas medias y a estudios postgrado con un máster de Humanidades. Queda mucho camino por hacer.

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