Marta Poveda: “La depresión mueve mucha pasta”

La actriz Marta Poveda.

Marta Poveda es una de nuestras actrices más versátiles y creíbles, desde grandes mujeres del teatro clásico a obras muy pegadas a la actualidad, como la exitosa comedia ‘Terapia integral’, y papeles en series como ‘Servir y proteger’. Hablamos con ella: “Una terapia integral’ refleja una sociedad abocada a la insatisfacción. No sabemos cuáles son las herramientas para gestionar nuestra salud mental, pero sí se nos ofrecen mil parches. Los antidepresivos están a la orden del día. Arreglarnos la cabeza es un negocio infalible. El dolor de alma mueve mucha pasta”. “La naturaleza es para mí el único asidero de realidad, es el paradigma del equilibrio, uno de los conceptos que más me importan. Todo se pone en su sitio”.

Empecemos por algo políticamente incorrecto, Marta. Tu apego a la realidad es muy estimulante para quien te sigue en redes sociales. Siempre estás sumergida en una desbordante vitalidad emocional que engarza con contundencia y exactitud a la mujer y la actriz. Me pregunto si tanta revolución y tanta evolución te juegan a menudo malas pasadas. ¿Tu compromiso a este respecto te ha alejado de esos papeles tan cerca de los estándares que parecen darte alergia?

Es posible. Seguramente estoy muy arraigada a mi particular ecosistema y cuando me alejo de él respiro con mucha dificultad. Las veces que lo hago por supervivencia o por equivocación lo paso bastante mal. Creo en intentar mantener la coherencia y creo que la coherencia se transforma en función de cada etapa. Cuando pierdo el compromiso, soy un pez agonizando fuera del agua.

Tus dos últimos papeles en ‘Malvivir’ y en ‘Travesti’ te alejan de manera valiosísima de lo estrictamente teatral y hacen de ti una mujer más cerca del Renacimiento que del siglo XXI. Sostener el pasado y los textos a los que te enfrentas dejan una huella indeleble en la memoria del espectador. Eres una atleta dramática, tus músculos forman un idioma categórico, único, feroz y habilitan un lenguaje poco convencional en el medio. ¿Eres consciente de ello?

Es una de las definiciones más bonitas que le han hecho a la actriz que soy. Muchísimas gracias. Desde luego sí practico una búsqueda consciente de las posibilidades de expresión. Creo en el cuerpo y la voz como instrumentos especialísimos, como instrumentes entrenados, disciplinados y sumamente libres. Cuando el espectador siente que se ha apelado a su asombro y a su reflexión, es cuando realmente está sucediendo el hecho escénico. Y no es suficiente la manifestación emocional. Creo que la actriz ha de arriesgar hacia una propuesta filosófica casi suicida. Y no parar de aumentar las profundidades de lo que acomete.

No te cansas jamás de reivindicar la necesidad de que la cultura esté por encima de otras prioridades políticas. Bellísima fue aquella manera en que dijiste que ‘La hija del aire’ moría en Almagro, porque cada vez era más difícil mantener con vida en los teatros nacionales, que se pagan paradójicamente con los impuestos de todos, los espectáculos. Hablas con una calma que a priori jamás presagia el duro mensaje que lanza. Un lenguaje que arranca de la memoria de quien te va viendo evolucionar como actriz tu paso por ‘Escenas de matrimonio’, un producto televisivo anclado en una estética y una ética cuestionables. ¿Te recuerdan muy a menudo el paso por ese programa? ¿Te ha pesado la piel de aquella muchacha en su carrera de fondo? ¿La has sentido alguna vez como una rémora?

Aquel producto televisivo me entrenó en el ritmo audiovisual y me reafirmó en mi camino. Recuerdo que me llamaron de La Abadía para hacer El Burlador de Sevilla y le comuniqué a la productora que, si no me permitían compaginar la serie con las funciones, la abandonaría en los tiempos legales. Me permitieron compaginarlo pero J. L. Moreno me insultaba a través de los guiones; era gracioso, me llamaba “miserable actriz de teatro independiente”. Más adelante me llamó el maestro Sinisterra para volver a estrenar en la Beckett y me fui de la serie. Supongo que yo misma me ocupé de dejarme claro que mi carrera buscaba un recorrido muy concreto. Poco agradecido en lo más superficial y dolorosamente constructivo en sus honduras. No me pesa aquello, casi nadie me identifica con aquella muchacha, y cuando pasa, está bonito.

Me gustaría pedirte disculpas porque sé que he sido muy impertinente al nombrar un pasado actoral que para cierto tipo de espectadores podría haber supuesto una razón para olvidar lo que estaba por venir; sin embargo, creo que, aunque incómodo, debe ser remarcado para evidenciar que, Berta, aquella muchacha pizpireta y vital que entraba en nuestras casas la noche de los sábados, ya alimentaba a la actriz de estética y ética imparables que el espectador se encuentra cada vez que se sumerge en alguno de los espectáculos en que participas. ¿Qué hay de aquel personaje en la memoria de los personajes que te han ido acompañando después?

Berta defendía con fuerza vitalizadora y refrescante su estilo de vida. Era coherente con sus principios y encajaba con estoicismo y alegría la mirada del prejuicio. Me permití en la medida de lo posible pulir del guión las expresiones más casposas y ofensivas y conseguí que la gente quisiera al personaje. También viví más de una situación incómoda… Una vez llegué a tener que bajarme de un taxi cuyo conductor me preguntó si yo era tan putita como Berta… Al fin y al cabo, con Berta intenté alcanzar mi pequeña reivindicación de libertad.

La reivindicación es una parte importantísima de tu aliento tanto profesional como personal. Se nota en tu entrega a los clásicos, cuna y porvenir del teatro actual. A veces hay más vigencia en las reflexiones de esos grandes dramaturgos que en los de más rabiosa actualidad. ¿Dónde te encontrarías más cómoda: en la boca de Lady Macbeth, en la boca de Medea o en la boca de la Santa Teresa de Mayorga?

Me pones en una tesitura dificilísima. Lo más fascinante de todo es que no me siento cómoda en ninguna de esas bocas. Por eso son tan deseables. A Lady Macbeth ya le entregué mi alma y pude acercarme al intento de atravesar el viaje hacia “el mal”, buscando de dónde nace la necesidad de ese mal, en este caso de un terrible dolor, de una terrible pérdida y de una terrible incomprensión. Ojalá la vida me deje viajar por Medea y reconozco mi debilidad por la Santa Teresa de Mayorga; sería increíble poder analizar esa inteligencia y construirla en su piel.

Algo que siempre me conmueve cuando te veo trabajar es tu enérgico sosiego. Las palabras lentas con que contradices la velocidad de tu cuerpo. Siempre que te veo trabajar pienso en ese relámpago que contradice tu naturaleza. Que ofrece una luz única y que enseguida prescinde del ego para que todos los elementos climatológicos que componen una tormenta tengan su minuto de gloria. Eres una actriz generosa y una mujer generosa que puntualiza con determinación los méritos de tus compañeras. Conmueve ese realismo tan alejado del yoísmo imperante en este siglo. Se nota que adoras crecer sabiendo que ellas existen…

Creo que la interpretación debería ser la ausencia del ego en la medida de lo posible. Es la artesanía de la empatía como concepto transformador. Creo que la mirada del otro y la mirada hacia el otro es lo que ilumina tu personaje. Es una composición musical en la que hay que respetar cada nota. Cada nota suena, cada nota significa. No hay nada que me entristezca más que una actriz o un actor ciego y sordo, o verme a mí misma pecando de ello. El teatro es de los pocos reductos de comunión, y a la vez es un espacio que se presta a la vanidad. Encontrar la frecuencia justa es un reto difícil pero obligatorio bajo mi punto de vista. Por puro respeto.

Ahora estás representando ‘Terapia integral’ en Madrid. ¿Cómo se salta desde la silueta de un personaje clásico como Elena de Paz (en ‘Malvivir’, junto a Aitana Sánchez-Gijón), tan rico y virtuoso, a la de un personaje tan pegado a la realidad y a los análisis, incluidos los vicios y virtudes, del siglo XXI, a las modas que parecen querer salvarnos, pero que lo que hacen es vaciarnos?

Se salta desde el reto. Creo que si la grandeza de un texto clásico persiste es porque el texto apela a lo más profundo del alma, rompiendo las barreras de cada época, sometida a sus propias normas amparadas por sus respectivos prejuicios. Para acometer Laura me he dejado seducir por provocar preguntas interesantes para el/la espectador/a a través de la ligereza de una comedia fluida. Me cuesta subir a un escenario sin romperme el estómago. Pero también me gusta mucho afrontar una liviandad jugosa. Una terapia integral refleja una sociedad cimentada en la falta de cuestionamientos y abocada a la insatisfacción. Unos tiempos en los que se promociona y se invita a la terapia, pero nos vemos carentes de educación emocional. No sabemos cuáles son las herramientas para gestionar nuestra salud mental, pero sí se nos ofrecen mil parches. No sabemos la función de la amígdala o por qué segregamos cortisol en exceso, pero los antidepresivos están a la orden del día. Arreglarnos la cabeza es un negocio infalible. El dolor de alma mueve mucha pasta.

Tu relación con la naturaleza es también piedra angular de tus reflexiones, de lo que ofreces, de lo que eres. Se ve tu potencia vital en cada foto que compartes, pero en todas ellas subyace también esa fragilidad que lleva todo crecimiento vital, ese eco que la libra de etiquetas y habilita una libertad al alcance de muy pocos ¿Es fácil enfrentarse a esa dicotomía sin perder ni un ápice de verdad?

La naturaleza es para mí el único asidero de realidad. Pasar mucho tiempo en la urbe es el precio que tengo que pagar (nunca mejor dicho, en una ciudad en la que te cobran por respirar) por dedicarme a mi profesión. El monte tiene el poder irrefrenable de la existencia y a la vez duele. Duele su tremenda belleza y duele su paradójica fragilidad. La naturaleza es para mí el paradigma del equilibrio, uno de los conceptos que más me importan. Todo se pone en su sitio, por eso te obliga a ser brutalmente honesta. En la naturaleza se nos ven todas las costuras.

Cine, teatro, pero también televisión con un personaje de la potencia de Eider Ulloa en ‘Servir y proteger’. “Una bicha”, como tú la llamas. ¿Cómo se construye un personaje tan complejo para una ficción que se alarga en el tiempo, para una ficción que depende de la absoluta credibilidad de un personaje incómodo y bicéfalo?

En un tipo de producto como Servir y proteger el personaje te llega con la información básica, porque los guionistas no tienen tiempo de hacer una construcción dramatúrgica meticulosa. La parte buena es que la producción admitió que pudiera intervenir en algún ligero retoque de guión que me permitió hacer una composición más matizada. El reto de hacer una buena malvada es que el espectador se sorprenda tomándote aprecio. Si consigues envolverlo en la contradicción amor/odio, conseguirás que desee saber más de ti, que quiera sentirse sorprendido por tu comportamiento. Eso es a grandes rasgos lo que intenté: seducir al público desde una mujer que sufre de psicopatía, pero a la vez tiene un sentido de la ironía tremendamente atractivo y un gran interés por analizar a los demás. Si el personaje observa con voluntad, el espectador también observa. Para mí la clave en la composición de cualquier personaje consiste en procurar hacer interesante todo que sucede.

En una de tus últimas publicaciones en Instagram empleas la frase “bailar después de leer”; en la foto tiene los ojos cerrados y una vez más en esa quietud, y en la elección de la postura, se te presiente libérrima y altamente optimista. Hay mucha velocidad en tu forma de estar quieta, hay mucha velocidad en tu lenguaje y a la vez se nota la paciencia al escoger el peso de cada reflexión. ¿Eres consciente de ser una las mujeres más políticamente incorrectas del panorama patrio y de que, a la vez, jamás usas esa incorreción como alarde?

Soy consciente de que soy una persona mucho más inadaptada de lo que parezco. Y que la palabra me aporta una vía de expresión y de provocación que me resulta constructiva. Me siento más esclava del sistema de lo que me gustaría, y estos pequeños manifiestos de micro-rebeldía me mantienen movilizada y me conectan con almas afines. El alarde me espanta, es todo lo contrario a la invitación. Intento inventar un exhibicionismo que aluda al pensamiento. Porque me fascina pensar… de dentro afuera y de fuera adentro. Y atreviéndome a opinar, me obligo a corresponder a mis palabras con mis actos. Más allá de la comunicación virtual, procuro ser sobre todo una militante vital.

Para terminar me gustaría decirte que, cuando compartes pensamientos, me recuerdas a mujeres como Marguerite Duras o Marguerite Yourcenar. Tú como ellas haces que la mayoría de las palabras ardan en la memoria del espectador, algo que me lleva directamente a preguntarte: ¿Para cuándo la dirección de un montaje? ¿Y para cuándo la escritura de un libreto?

Tengo escritos un monólogo y una función que me arden en el pecho.  Tiene que pasar y pasará.

Marta Poveda está representando ‘Terapia Integral’ en el Teatro Fígaro, Madrid. 

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