Maxim Huerta: «La infancia está sobrevalorada, es una gran hija de puta»

El escritor Maxim Huerta.

El escritor Maxim Huerta.

El escritor Maxim Huerta.

El escritor Maxim Huerta.

Le habría gustado comenzar su novela con una frase Ana María Matute: «Nací cuando mis padres ya no se querían». ‘La parte escondida del iceberg’ (Espasa) es el título de su nuevo trabajo. Un libro sobre el amor y el desamor, y la huida a París. Y sobre la infancia, a la que le cuesta tanto volver… «Porque no fui feliz. La infancia está sobrevalorada. Es una gran hija de puta. No recuerdo ningún momento lleno de luces de colores como suele comentarse».

Entre París era una fiesta y París no se acaba nunca, Maxim Huerta suele quedarse con la primera cita. Lo hace por una cuestión de fetichismo, como tiene dicho por ahí en una entrevista con Anna María Iglesia. Porque le hubiese gustado vivir en el París de Hemingway. O, mejor dicho, en el París que recuerda el escritor, y por eso a menudo juega a imaginarse lo que fue aquella época. A base de repetir esa evocación, de seguir los pasos de Hemingway y Vila-Matas por la ciudad, ha terminado realizando un ejercicio narrativo a partir de la teoría del iceberg. La teoría es bien sencilla: reflejar al lector una parte minúscula de la historia y dejar el resto a la lectura y a su interpretación. La práctica ya es otra cosa.

El fruto de esta experimentación es La parte escondida del iceberg (Espasa), una novela que, además de guiar y sugerir, es un ejemplo de sinceridad con el lector. Porque apuesta por la autoficción, entremezclando recuerdos vividos y mil y una referencias, pero sin salirse de la realidad. «Es la primera vez que escribo un libro y me siento absolutamente frágil. Al final me he querido arriesgar y se ven las tripas a lo mejor de una novela más literaria». Tampoco hace de la ciudad una postal, sino el marco. Que el relato transcurra en París algunas veces es lo de menos y otras, en cambio, lo es todo.

¿No es paradójico que empieces a escribir esta novela en ‘Le Refuge’?

Curiosamente quiero que esta novela sea un refugio. Me di cuenta de que había escogido ese café por azar, y seguramente por eso el contenido de la misma también sea un auto-refugio personal.

¿Y por qué autoficción? ¿Por qué escribirse a uno mismo?

Arriesgar es sano en literatura. No lo he inventado yo. Mira a Emmanuel Carrère o Enrique Vila-Matas. Supongo que los referentes que tengo últimamente son escritores que han decidido apostar por la realidad, que da muchísimo material.

¿Qué aporta el uso de la primera persona a esta novela?

Esta novela había que escribirla en primera persona o sería un engaño hacia el lector. De hecho, me pillas leyendo Mac y su contratiempo de Vila-Matas, que está en primera persona, como el último de Luis Landero también; como a su vez el útimo de Paul Auster. Estoy leyendo desde hace tanto tiempo novelas en primera persona que creo que es una barrera importante de cara a contar la historia que, si la necesitas, es muy buena.

Retomas el ejercicio de repetición que en su día hizo Vila-Matas de Hemingway.

Vila-Matas es un autor de referencia para mí, es un pilar. Y si fuera Scott Fitzgerald diría que es la luz verde a la que tengo que mirar. Esto de utilizar la realidad para escribir lo ha estado utilizando hasta Milena Busquets, aunque haya jugado con los nombres. Supongo que también han influido las últimas lecturas.

¿Tanto te influyen las lecturas en el momento?

Sí, porque un autor es lo que lee fundamentalmente. Directamente somos lo que leemos, lo que tenemos en las mesitas. Nuestras lecturas son el ácido que nos llena y los cromosomas del autor. Yo soy mis aullidos de la Matute, mis autores franceses, los textos a los que me he asomado por primera vez, los párrafos que otros han escrito. Soy el libro que me acompaña a pasear, la metáfora que otro ha utilizado o el temblor que sientes cuando lees a un autor que te ha gustado. Aunque las palabras que utilizo son mías, al final hay un sortilegio entre lo que has leído, lo que quieres leer y lo que escribes. En el fondo, escribir es entre otras cosas un acto de constante admiración hacia otros.

En un momento dado, hacia el final, confiesas que no sabes cuál es el punto al que te estás dirigiendo, pero decides continuar porque, como decía Picasso, «si supiera cómo iba a acabar el cuadro no lo pintaba».

Esa frase es una mezcla de verdad y de ficción, porque sí sabía cómo iba a acabar la novela. Pero en algunos momentos sí me dejaba llevar. De hecho tiene la creación literaria de fondo. Cuando empecé a escribir había unos referentes: hay un libro que para mí es un fetiche, que es París era una fiesta, Hemingway recordando sus años en París. Luego lo ironizó Vila-Matas con París no se acaba nunca, que era una vuelta de tuerca al París de Hemingway. Y yo, desde la humildad de mi carrera literaria, he querido dar un giro más y en la espiral ser el tercero que vuelve a relatar lo mismo hablando de los dos. De hecho, el título se lo he cogido a Vila-Matas, de la teoría que utiliza Hemingway en el relato y que la nombra.

¿Entonces al final todo resulta una matrioska de París?

Sí, sobre todo con el gran Hemingway jugando en una base sobre la que he ido abriendo capas personales de la ciudad e incluso de su propia historia. Así como de los mismos hechos que he ido viviendo.

Pero Hemingway termina reconociendo que el París de su juventud ya no existe, al igual que Vila-Matas.

Para mí tampoco. Supongo que ése es el juego de los tres. Para Hemingway ya no era su París. Para Vila-Matas es el engaño de una ciudad donde vive con la casera, Margerite Duras, y el personaje también visita un París en el que fue feliz y se encuentra las migajas de una relación vieja y de una ciudad que es distinta. Sobre todo porque los recuerdos tienen mucha más literatura que la realidad.

¿Y cuál es tu París?

El París de hoy. Aunque sienta fascinación por el de los sesenta, aunque sienta una admiración cercana al paroxismo por el París de principios de siglo y por aquella farándula, el de hoy es un París más homogéneo respecto a otras ciudades. Pero que afortunadamente mantiene el poder de la evocación. Todas las ciudades están llenas de cicatrices, de historia, personajes y lugares. Pero el París por el que paseo es un París que no está idealizado ni condicionado por aquella época, aunque sienta admiración.

Siempre termina ocurriendo la desmitificación de París…

Sí. Las ciudades cambian dependiendo de cómo nos vayamos encontrando. Hemingway decía que tenemos que escribir sobre las ciudades cuando estamos lejos de ellas. Creo que tiene razón, en parte, aunque no del todo. Yo esta novela he preferido escribirla en la misma ciudad y en los mismos lugares, casi como un acto de sortilegio.

Nadie hubiese imaginado que llegaste a París huyendo.

En el fondo, el 80% de la vida es desamor y el otro 20% es trabajo. Y buscar el amor en la ciudad me pareció que era hacerse un harakiri literario. Pero si no hacía esta novela era incapaz de seguir haciendo otras. Si no la escribía, ¿cómo escribir las demás? Quería cerrar un capítulo de París, por fetiches, por amor, por objeciones literarias a escritores

¿Quieres decir que a partir de ahora el eje geográfico de tu obra sale de París?

Sí. Porque ahora, después de haber escrito esta novela, me siento más tranquilo. Me siento más seguro para poder escribir. Incluso para poder ficcionar.

¿Cuál será a partir de ahora tu Ítaca?

El otro día me preguntaron qué proyectos tenía, y la tranquilidad con la que escribo ahora no se parece al nerviosismo que tenía al principio. Y si igual que Ítaca lo llevo tatuado en el brazo, un faro al que debes volver, mi Ítaca son las palabras, la literatura y las novelas. En la siguiente volveré a acomodarme y a disfrutar de la ficción.

¿Y no crees que es arriesgado decir que nunca más volverás sobre tus pasos?

Soy un ser contradictorio y seguramente termine volviendo. Mira a Modiano, que se lleva la contraria y cae una y otra vez en la maravillosa repetición. Pero como nunca pienso a largo plazo, la Ítaca más cercana es la ficción. Pero ya me llevaré la contraria más adelante.

¿Crees que esta novela será determinante en tu trayectoria?

Para mí sí, y creo que explica las demás. No suelo releer novelas mías, prefiero releer a otros. Pero esta es la primera que nada más acabarla la he releído. Me parece que es un ejercicio muy complicado, pero muy satisfactorio.

Eso es algo que avanzas en las páginas: «Cuando relea esta novela…»

Reconozco que no la escribiría igual porque los recuerdos van cambiando con el tiempo. Ya lo decía Borges: ¿recuerdas lo que pasó o lo que recuerdas del recuerdo? Por lo que dentro de 20 años será distinto incluso.

¿Has sufrido escribiéndola?

Supongo que he retratado un personaje lo más parecido a mí en el que durante un montón de tardes he llorado y sufrido y en otras he reído, porque burlarse de uno mismo es muy sano. Y en algunos momentos también me sanaba. No reconforta porque no recuperas nada de lo que pasó. Una novela jamás te reconforta, pero sí que he pasado por los dos momentos.

¿Qué has descubierto durante su escritura?

Bastantes cosas. Uno es lo leído, lo visto, los referentes literarios. Y en el proceso creativo de la novela he disfrutado incluso de todos los autores que había leído, recuperándolos también. E incluso utilizando algunas de sus palabras.

Yo te preguntaba más por el plano personal.

La huida como argumento literario me parece el principal. A Ítaca o donde quieras. Me parece el argumento principal de la vida. Lo que he descubierto es que disfruto escribiendo y que los recuerdos son más una ficción que una realidad.

¿Aquí converge todo lo que has ido aplicando en tus anteriores novelas?

Sí, los recuerdos ya se trataban en la infancia de La noche soñada. Aquí los ejes son la infancia, el amor y París. Y esos ya aparecían en la obra anterior, por lo que he recuperado los elementos principales. A lo mejor son en los que me muevo mejor. Son un poco matutianos: muy de hogar, de niño y de huida.

¿Por qué te cuesta tanto volver a la patria de la infancia?

Porque no fui feliz. Seguramente por eso me gusta París, porque en París no hay recuerdos y no hay infancia. Ahora me siento más libre de poder decir esto. Antes jamás lo hubiese dicho, pero la infancia está sobrevalorada. Es una gran hija de puta. No recuerdo ningún momento lleno de luces de colores como suele comentarse. Creo que no somos tan felices como nos gusta recordar y en esta novela el París en el que me refugio no es mi infancia. El escritor no tiene infancia y por tanto tampoco recuerdos.

Los últimos recuerdos se sitúan en el momento en que anuncias a tus padres que quieres ser periodista.

Eso me ha costado leerlo. Uno se reconcilia con sus padres con los años. Tengo 46 y miras la vida de otra manera. Pero sí que es cierto que la parte de la infancia a mí me ha costado mucho escribirla. No la sana ni me cura, porque como he dicho no la cambia. Pero cuando le dije a mi padre que quería ser periodista sucedió tal como se cuenta en la novela. Creo que el capítulo se cierra diciendo: ‘tu hijo será una mierda’. Por eso digo que esta novela me da mucho vértigo.

El poder de sanación de la literatura tiene sus límites…

Otros han escrito cosas mucho más valientes que yo, y otros muchos lo harán. A Milena Busquets le preguntaron si También esto pasará le había curado y ella respondió: “No, mi madre sigue muerta”. Lo que sirve para explicar perfectamente cómo aquí hay un amor que no aparece.

¿Qué hubieras hecho si después de escribirlo te hubiese dejado tibio?

No lo habría publicado. A lo largo de toda la novela cuento que voy sintiendo el frío físico al escribir algunos capítulos. Si no hubiese sentido ese frío no habría seguido adelante. Esta novela o era de verdad o no la publicaba. Dicen que todos escribimos para que nos quieran. Supongo que el intento de esta novela es hacer que te quieran un poco más.

Hay muchas referencias que nos llevan a Matute. ¿Qué le debes?

Diariamente, porque la releo. La Matute era muy efervescente y bebía vino y gin-tonics y era muy divertida. Para ella la literatura era sagrada, como para mí. Y también decía que la promoción tenía que ser divertida para la gente y entretenerla. También en eso estoy con ella. Le debo hasta la forma de hablar de las novelas, no solamente la musicalidad que pueda haber o los adjetivos que pueda utilizar. Todo eso forma parte de lo que he leído de ella y seguramente esta ahí. Hay una novela de ella que empieza como a mí me hubiese gustado que empezara esta y que dice: “Nací cuando mis padres no se querían”.

¿Es la primera vez que echas la vista atrás a tu pasado televisivo?

Sí, que lo llamo el camerino 13. La televisión me parece un lugar fascinante, pero con las mismas virtudes y defectos que puede tener cualquier otro negocio. A mí me generó en los últimos años una máxima insatisfacción. Y por eso la dejé tal como cuento en el libro. Decidí que no tenía que gastar ni un día más en el camerino 13 y salirme pese a ser una zona de confort. No quiere decir que rechace el medio, porque lo considero útil, pero ya no estaba bien. A lo mejor no tenía nada que ver con la tele y tenía que ver más conmigo y con cómo estaba. Pero en ese momento fue como salir del país, como emigrar. Y yo emigré del camerino 13.

¿Has conseguido quitarte la etiqueta de presentador y anteponer la de escritor?

Eso lo hacen los demás. Yo no voy hacer ningún esfuerzo en quitármela. Ninguno. Solamente voy a escribir libros o artículos, pero no voy a luchar contra los prejuicios de los demás. Si no hubiera trabajo en televisión no me habrían cargado esa mochila. No sé por qué hay ese rechazo a quien ha trabajado en el medio. Pero, bueno, no puedo luchar contra eso.

¿La literatura es endogámica?

Creo que sí, y esa etiqueta la quita cualquier mail que recibo de lectores de Polonia, Brasil o Argentina.

¿Y existe ‘la farándula literaria’?

El título es muy bueno y me lo leí. Pero, ¿más farándula que la de Truman Capote, Scott Fitzgerald y ese mundo? Creo que la farándula literaria llena de espuma y de diversión ya pasó. No es comparable ninguna de las que pueda haber ahora. Aquella sí que fue maravillosa. La farándula de los escritores de otra época, que hicieron muchísimo por subirse al escenario y se mezclaban con los pintores, las putas y los yonkis. La de ahora no la conozco.

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Comentarios

  • Eva1314

    Por Eva1314, el 14 mayo 2017

    La infancia no está sobrevalorada, ni es una hija de puta.
    Lo que es una hija de puta es lo que hizo que no tuviera luces de colores.
    Y lo que está sobrevalorado es la capacidad de análisi, para poder ver algo tan obvio.
    Buenos días.

  • Eva1314

    Por Eva1314, el 14 mayo 2017

    Hay q afrontar las cosas nunca huir xq huir no va ha hacer q desaparezca.
    Estás en la fase negación, todavía te queda mucho que analizar, madurar y aceptar.
    Ponte a ello, desde el cariño te lo digo.

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